“MIS MEJORES RECUERDOS DEL SÁHARA”

Recuerdos I
Ya lo digo en el título. Los malos recuerdos los he borrado de mi consciente. Prefiero retener los buenos, los agradables, los de los amigos…
Antes de tener que marchar a la “mili”, yo había intentado de explicar a las personas que en aquel momento mandaban en España, que el ejército español bien podía pasarse sin los servicios de un joven con 23 años, después de haber pedido prórrogas, casado, con un hijo de 2 años y otro que nacería en enero de 1970.
Entre otras personas escribí al presidente de las Cortes, Sr. Iturmendi y al ministro Fraga Iribarne. Ambos me contestaron pero no resolvieron la situación. Por lo visto mi presencia en el Sahara debía ser fundamental para contrarrestar algún contubernio judeo-masónico que podría estar acechando.
En fin, a primeros de septiembre me subí a un tren en Lugo, para un viaje que finalizó en Algeciras. Recuerdo el paso por Madrid y Málaga y algunas otras estaciones donde lo único que ocurría era que subían chicos con el mismo destino que yo.
Desde Algeciras faltaba el trayecto más duro. En la bodega de un barco, revueltos como una piara, hasta llegar al desembarco en los anfibios de Cabeza de Playa.
No voy a relatar la travesía porque muchos lo han vivido; sólo quiero decir que fue el viaje más desagradable y más degradante que hice en mi vida.
Impactante la llegada a un paisaje inhóspito donde nos esperaban para darnos ropa militar, recoger nuestra filiación y cortarnos el pelo al rape.
Así comienza nuestra estancia en el ejército.
Me integro en el equipo que recoge datos de afiliación para al primera compañía del BIR y, al final, allí me quedo como “escribiente”.
En esta compañía, el primer capitán desde mi llegada fue Manuel García Vieyra de Abreu, que conocía su papel, se hacía respetar y era correcto en su trato. L sustituyó otro capitán, apellidado Piñuel. Allí conozco, también desde el primer día a un teniente que acaba de salir de la academia. Se llama Fernando Sancho Sopranis Andujar; militar de vocación; magnífico militar, mejor persona. Finaliza su carrera como Coronel de Estado Mayor. Por su preparación puedo haber llegado perfectamente al generalato, pero ya se sabe que estos cargos con de libre designación, o sea, a dedo.
Recuerdo con afecto a otros militares profesionales y creo que debo señalar, para satisfacción de su familia, a un sargento: Andrés Bodas Muradas. Excelente persona.
Indudablemente, los mayores problemas venían de la mano de aquellos compañeros a quienes habían puesto un galón de cabo primero o de aquellos otros suboficiales, oficiales y jefes que estaban allí en contra de su voluntad; inaguantables; fueron los que hicieron malo al ejército y quienes amargaron la vida a más de un chico.
La verdad es que hay momentos que prefiero no recordar por desagradables, y lo mismo ocurre con algunas personas. Sin embargo, el paso del tiempo suaviza las circunstancias.
Cuando llegué a la primera compañía del BIR nos pusieron en manos de unos auxiliares de instrucción, que, más o menos, recuerdo:
Abreu, Brito y Cabrera, canarios; Suso, gallego (¡que buena persona!); Juan Cobo, de Linares (Jaén); Margüenda y el “Chino”, madrileños, bufffff; Lolo, furriel; Echeverría, “escribiente”, otro bufff.
Y también algunos compañeros de los que no he vuelto a saber, pero que no pierdo la esperanza; Joaquín Arteche (vasco), Mateos Arranz, Ojeda Gutiérrez (granadino), Dueñas (cordobés), Patro Doménech (catalán), José Andrés Ocaña y Arcos Tejada (madrileños)… Mi recuerdo para todos ellos y para otros muchos que no recuerdo en este momento.


Recuerdos II
Desde mi anterior relato ya he logrado localizar a dos de los que señalaba que no había vuelto a saber nada de ellos. Y alguno más espero reencontrar gracias a esta magnífica página web y a la colaboración de todos.
También he animado a los antiguos compañeros, de quienes tenía sus teléfonos, para que vean la página y participen activamente. Algunos lo harán; otros han preferido “pasar página”.
De esta relación continuada con mis antiguos compañeros auxiliares de la primera compañía del BIR, desde septiembre de 1969, nos ha quedado una profunda amistad. De ella han surgido las reuniones periódicas. Ya hemos compartido muchas cosas en Madrid y en Santiago de Compostela y, con carácter especial, en Javalí Nuevo (Murcia), donde el 17 de diciembre de 1994, en el Batallón de Instrucción Paracaidista, con motivo de los 25 años del juramento de fidelidad a la Bandera, repetimos el acto, en compañía del que en el BIR había sido nuestro Teniente y en este Acto Teniente Coronel de Estado Mayor.
Esta jura estuvo presidida por el Capitán General de la Región Militar de Valencia y de ella nos quedó, aparte de un diploma personal y una metopa del BIP dedicada a cada uno de nosotros, el recuerdo del respeto y el afecto con el que fuimos tratados por todos los mandos militares. (En mi álbum figura una fotografía del acto).
Rememoramos nuestras experiencias en aquella inhóspita tierra y el afecto hacia el pueblo saharahui o sahariano.
Aunque es posible que en este mismo año 2008 nos reunamos nuevamente, ya hemos comenzado a pensar en el próximo 2009, en que conmemoramos los 40 años de incorporación a la “mili”. Algo organizaremos.
Y también aprovecho para recordar (lo haré paralelamente desde el Libro Diario y si es posible abriendo un foro, que en el año 2010 se celebra un nuevo Xacobeo (Año Santo Compostelano) y que no sería mala idea organizar una concentración general en Galicia.
Esta idea va dirigida a todos, pero de forma especial a los gallegos que se sumen para la organización.
(Aprovecho para pedir la colaboración en la búsqueda de Joaquín Arteche Pinto (vasco), Antonio Ojeda Gutiérrez (granadino) y Patro Doménech (catalán).

Gracias amigos.
13 de abril de 2008.


Recuerdos III
¡Es asombroso la cantidad de cosas que ocurrieron en el Sahara!. Entre mis recuerdos, quiero dedicar unas líneas a un compañero que compartió un campamento en la primera compañía (septiembre a diciembre de 1969).
Cuando llegamos al BIR comenzó nuestra adecuación a la vida militar, al terrible clima, a las relaciones con quienes iban a ser más que hermanos… Poco a poco fuimos encontrando a personas más o menos afines, con quienes íbamos estrechando unos lazos de colaboración que después se convertirían en una amistad duradera, inolvidable.
A medida que ampliábamos nuestro círculo de compañeros, que empezábamos a llamarnos por nuestro nombre o apellido, que sabíamos su origen, íbamos descubriendo otros aspectos más particulares o personales.
Pronto empezó a destacar un sevillano que desde el primer día colaboró en diversas labores médicas: en las vacunas, en el botiquín, en …Nos dijo que era cardiólogo. En varias ocasiones lo vimos charlando por el campamento con el capitán médico… Compartía con nosotros cuanto tenía y participaba en nuestras fiestas cuando se recibía un paquete de casa. Se gastaba sus reservas monetarias en la cantina, invitando a sus compañeros.
El campamento llegaba a su fin y con él los destinos. Algunos nos quedamos en nuestra compañía, la primera. Nuestro amigo sevillano fue destinado a Smara. Pasado algún tiempo comenzaron a llegarnos noticias contradictorias: que si estaba muy bien, que si estaba muy mal…
Pasó el tiempo y, las casualidades de la vida, la llegada de un nuevo llamamiento (enero de 1970) nos trajo a la misma compañía a un hermano del sevillano. En muy pocos días descubrimos que su hermano mayor no era cardiólogo ni nada por el estilo. Su vida era muy diferente. Era un hábil vividor y posiblemente algunas cosas más, con antecedentes… Nos engañó a todos (sin excepción) incluidos los mandos, pero dejó una huella imborrable. El tiempo que compartió con nosotros dejó señal de su buen corazón y compañerismo. No se que pasó posteriormente con su vida Nunca he vuelto a tener noticias suyas.


Recuerdos IV
Posiblemente la brevedad de los relatos sea lo más ameno que puedo aportar. Si los hiciese largos serían tediosos y, casi seguro, de difícil lectura.
En mis “memorias” no puedo referirme nada más que al BIR, pues allí estuve durante los 15 meses de mi vida militar.
Nunca fui muy curioso y acabo de descubrir en diversas fotografías de esta página, lugares del BIR que jamás había pisado. Mi estancia se limitó a la primera compañía, donde llevaba la oficina, a las cuentas de la cocina en cortas etapas que hice ese trabajo (cuando estuvo a cargo de los capitanes García Vieyra y Piñuel) y a la cantina, donde nos encontrábamos durante la duración de los campamentos. Fuera de esta época nuestros lugares de esparcimiento eran en una caseta cercana al campo de tiro (donde hacíamos unas buenas paellas y guisos, estofados, etc.) o en la playa. También dentro del propio BIR, en épocas donde no había instrucción, entre un llamamiento y otro, podíamos jugar a baloncesto, leer, participar en otros juegos colectivos y hasta formar un coro con el que llegamos a entonar algunas “cosillas”. Como lo dirigía un tolosano (Joaquín Arteche), recuerdo cantar Elurra y Boga, boga (ambas del folclore popular de Euskadi).


Esta era la “mesa de sonido” de la primera compañía. Desde aquí ponía música a todos los barracones, se daban avisos a través de megafonía y también servía para gastar alguna broma (a los granadinos les ponía especialmente dedicada una canción del momento, de Miguel Ríos, “Vuelvo a Granada”). Al final conseguimos tener una cinta con música de todos los tipos con una duración de más de 3 horas. Se leían para todos, párrafos de libros, poesía, se anunciaba el correo… Era una herramienta muy aprovechada.
Desde el principio coincidimos unos auxiliares ( los de la fotografía), llegados todos en septiembre del 69. A este grupo hay que agregar a uno más, que no era auxiliar, sino teniente, Fernando Sancho Sopranis. Tenía una característica personal muy a su favor: muy psicólogo, nos trataba muy bien, aplicando aquel principio de “una de cal y una de arena”, para que nadie estuviese ni relajado ni con tensión excesiva. Con él llegamos a formar un magnífico plantel en aquella compañía, la primera; No creo que nadie que haya pasado por allí en nuestra época tenga queja alguna ni de los auxiliares ni del teniente Este grupo que llegó a estar muy unido ha mantenido, por encima de todo, una relación de amistad a lo largo de los años, que dura actualmente. Tenemos todos una lista de nuestros domicilios, teléfonos, etc. nos reunimos alguna vez y otras nos telefoneamos o escribimos.


Nuestras provincias de origen: Burgos, Cáceres, Castellón, Guipúzcoa, Lugo, Madrid, Sevilla y Teruel.


Descanso entre campamentos. (De izquierda a derecha, Julio Méndez, Antonio Torres, Leandro Serrano, José Martínez, Leandro Melle, José Delgado y Teodoro Barea).


Etapa de cocina; con el sargento Bodas Muradas (q.e.p.d.) y Manolo, el cocinero civil canario.
En las primeras Navidades del 69 en el BIR, en la primera compañía se instaló un “Belén”, ideado y dirigido por el capitán García Vieyra. Se trataba de un halo de luz, que desde un proyector a una distancia de 4 o 5 metros, que salía de la parte trasera de un “ojo divino” rodeado de nubes, pasaba a través de una silueta semejando a una mujer embarazada e iba a caer sobre un globo terráqueo en medio de diversas construcciones de distintos países (una haima, una pagoda, un “rascacielos”, una casa de campo…). Aquel halo de luz, cuando se reflejaba en el globo terráqueo lo hacía en forma de cruz.
El globo terráqueo, hecho con armazón y cubierto de escayola, podía tener, aproximadamente, 80 cms. de diámetro y en su superficie se levantaron, también en escayola, las construcciones en miniatura antes señaladas.
La verdad es que era un “nacimiento” original y espectacular, teniendo en cuenta el lugar y los medios de los que disponíamos para su realización. ¡Cuánto lamento haber perdido una fotografía que conservaba!.
Se presentó a concurso. En el BIR ni lo mencionaron. Posteriormente, el jurado civil de la provincia del Sahara nos dio el primer premio . Lo celebramos con aquel recordado capitán.


Recuerdos V

Anécdotas en el BIR.
Un sistema para días especiales, cuando se hacía un café. No disponíamos de cafetera. Un trozo de madera en forma de paleta, de 15 cms., aproximadamente, en el que se clavaban dos puntas grandes. Un trozo de cable eléctrico; en un extremo conectado a las dos puntas, en el otro a un enchufe. Se meten las puntas en una jarra con café: resultado, en un minuto una jarra de café caliente.
La cocina.
Entre campamentos, unos cuantos auxiliares comíamos a diario en la cocina. Buenos filetes, buen pescado, tortillas de patata, ensaladas… El haber pasado por la administración de la cocina concedía algunos privilegios. Aparte de ello, teníamos como colaborador a un cocinero de la “quinta”, Paco, que trabajaba en Madrid en el hotel “Palace” (o eso decía). Lo cierto es que las tortillas las hacía funcionando con 6 o 7 sartenes al mismo tiempo. Un espectáculo.
La cantina.
En la cantina los bocadillos, cerveza y vino de Jumilla, que era el que abundaba y estaba a un precio razonable. El whisky a buen precio y el tabaco Dunhill y Coronas; Kruger para los valientes.
Un fotógrafo.
Un episodio curioso, digno de mencionar, ocurrió en una jura de bandera en el año 70 (creo recordar que en abril). Un “espabilado”, a punto de licenciarse, se dedicó a hacer fotografías por la primera compañía y a cobrarlas antes de su entrega. Pronto se descubrió que las hacía sin carrete. En mi presencia, después de haber llamado al responsable del desaguisado por la megafonía para que se personase en la oficina de la compañía de inmediato, el entonces capitán Piñuel le planteó dos posibilidades de arreglo, por la vía legal o por otra más rápida y contundente. La vía legal pasaba por la correspondiente denuncia y el proceso consiguiente, lo que llevaba a un retraso en el viaje de regreso a casa hasta que terminase todo. Obviamente, el “fotógrafo” que veía lo que se le venía encima, optó por la segunda opción; en ese momento le cayó encima una bofetada de las que hace época y además la orden de devolución inmediata de todo lo cobrado indebidamente.
Tengo que reconocer que fue una bofetada dada a tiempo. De no haber sido así los reclutas se habrían quedado sin dinero y sin fotografías (se quedaron sin estas últimas) y el “fotógrafo” habría retrasado meses su regreso a casa.
Un permiso.
En enero de 1970 salí del BIR con destino a mi casa, a disfrutar de 40 días de permiso, que me concedieron por haber nacido un hijo . La verdad es que no llegaron a nada, pero fue un alto en el camino. La parte negativa del permiso fue que al final, cuando todos mis compañeros se marcharon para sus casas, tuve que quedarme a recuperar aquellos 40 días. Fueron días amargos.
También es verdad que en esos últimos 40 días ya no hacía nada en la compañía. En la oficina estaba instalado mi sustituto, un muchacho de Villena (Alicante), apellidado Picazo. El entonces capitán Piñuel hasta me había prestado una caña de pescar y me pasaba los días a la orilla del mar, bañándome y pescando.
Cuando llegó el día de mi marcha, a mediados de diciembre, me encontré con la sorpresa que a las 6 de la mañana, en el aeropuerto de El Aaiún apareció el capitán Piñuel a despedirme. Aquel hombre al que algunos soldados no podían ver, me enseñó una faceta suya que desconocía: afecto; aunque siempre me había tratado con respeto y corrección, a veces le veía unos “ramalazos” que no me cuadraban en su personalidad.
Llegué a mi ciudad y desde la estación de tren hasta mi casa la gente se quedaba mirándome por la calle. Venía quemado por el sol, lo que no era muy habitual en pleno mes de diciembre. Y menos en Lugo.
Algarada en El Aaiún. 1970.
En algún momento de mi estancia en el BIR , en 1970, hubo un movimiento de alerta. Se doblaron las guardias, se entregó munición a quienes estábamos en el BIR se echaron a los “vendedores” que venían a los alrededores de la alambrada, …
No conozco las circunstancias. Únicamente los rumores. Se dijo que en algún barrio de la ciudad habían atacado a un oficial español y que posteriormente algunos legionarios (con el visto bueno de sus mandos) habían dado un pequeño escarmiento.
¿Fue así?. No lo se. Así nos lo contaron en el BIR.
La soledad. La reflexión.
¡Cuántas noches!, ¡cuántos momentos de soledad!. A veces, demasiadas veces, hubo tiempo para pensar en la razón de nuestra estancia en el Sahara. Yo no entendía las causas para que se pudiera interrumpir la vida civil a los 21, 22 o 23 años, fuese cual fuese la circunstancia personal, para ir a hacer acto de presencia, simplemente, a una tierra extraña. Hubo situaciones muy difíciles. En mi caso, estaba con prórroga, casado, con un hijo nacido y otro en camino. Igualmente tuve que incorporarme. Si mi mujer no tenía medios para vivir, no era problema de los que dirigían aquella España de los años 60 y 70. Había que ir al Sahara, estar tres meses en el BIR y después incorporarte a otro destino, posiblemente a perder el tiempo durante muchos meses. Al margen de que aquella etapa fuese beneficiosa para algunos jóvenes que aprovecharon para aprender disciplina, a leer, a escribir, a conducir, etc., para otros muchos fue una lamentable pérdida de tiempo; de todas formas, algo se quedó en nuestro espíritu: apreciar la amistad nacida de la convivencia, a estar cerca y comprender a los saharauis y a ver posteriormente la hipocresía de los políticos españoles y del resto del planeta en su actitud con el Sahara. Pero esa es otra historia.
Algunas veces, aunque a mi se me hicieron demasiadas, vimos como algunos profesionales y compañeros, muy pocos por suerte, entendían que la obediencia ciega era una norma a implantar por la razón de la fuerza. En la mayor parte de las ocasiones coincidimos en nuestra convivencia con personas normales, cada una cumpliendo con su obligación.
Muchos años después, en cualquier caso más de 30, estamos reencontrándonos, recuperando la memoria de nuestro paso por el Sahara, recuperando el contacto con aquellos compañeros a los que no habíamos vuelto a ver ni a saber nada de ellos. Poco a poco van apareciendo, los que les apetece, por supuesto. Y somos conscientes, ahora, de la huella que aquella tierra y sus gentes dejaron en nosotros. Y de la huella que dejó el compartir tantas y tantas cosas.
Los haberes.
Era parte de mi trabajo en la primera compañía del BIR. Todos los meses cuadrar aquel enorme y complicado libro de distribución de nuestros “sueldos” de soldados me producía dolores de cabeza. En varias ocasiones, a punto de finalizar el plazo para presentar el mes “cuadrado”, he tenido que estar noches casi enteras tratando de buscar el pequeño error. En aquel sistema se diferenciaban quienes estaban en el hospital, de guardia, en cocina, de permiso… mil situaciones que habían de tenerse en cuenta a la hora de valorar los haberes, las comidas…
De los “ahorros” por no utilizar el comedor, por estar de permiso, etc., se hacían posteriormente pequeñas mejoras en las compañías, con la buena administración y con nuestra “mano de obra”. De allí y de la imaginación de quienes estábamos en aquel destino se buscaban las fórmulas para hacer un BIR más habitable. Los medios económicos eran escasos y había que ingeniárselas para comprar cemento, madera, pintura, piezas de fontanería, de electricidad…

Méndez Menéndez Del LLano, Julio. (LU) 12-02-2008
Infantería
BIR 1. 1969-1970