«MI SÁHARA»

1.- LLEGADA
Atrás quedaba la Península, cruzamos el Estrecho de Gibraltar para adentrarnos en el Atlántico, bordeando la costa marroquí. El viejo transporte militar en el que viajamos, un Mc Donald Douglas DC-4 parece que iba a estallar; ya que al salir de Getafe nos sorprendió en el despegue un fuerte olor a goma quemada que desapareció una vez en el aire pero no acabaron las sorpresas. El avión con el peso que llevaba y las depresiones que se producen en las capas de aire no volaba en línea recta, igual ganaba altura que descendía de repente. Parecía que iba a caer al agua.
El vuelo duró unas seis horas, al despegar el avión brillaba, todo plateado, pero al poco tiempo en el aire comenzó a chorrear aceite por los cuatro motores y nos alarmamos un poco unido quizás al cansancio ya que íbamos unos en una especie de hamaca de lona en los laterales (los más cómodos) y los demás en un banco de madera que cruzaba el avión a lo largo y donde no había lugar ni para echarse, de tal manera que viajábamos espalda contra espalda ya que mi respaldo era la espalda de otro compañero y viceversa.
Cuando avistamos el territorio comenzamos a descender y ya pudimos ver ese desierto en el que íbamos a permanecer más de catorce meses. No nos animó mucho desde el aire ver ese color de la arena y la piedra quemados por el sol, pero la realidad era que estábamos llegando…
Pronto vimos una especie de depresión, como si de un río se tratara, pero un río de arena, estaba seco. Era la Saguia El Hamra y en una de sus orillas la ciudad del Aaiún, aunque desde arriba a mí me pareció más bien que estaba en medio del cauce.
El avión enfiló la pista de aterrizaje y tras unos vaivenes estábamos en tierra. El vuelo había terminado. A continuación comenzamos a bajar la escalerilla y nos hicieron formar en filas hasta que llegaron los camiones que nos habrían de llevar al B.I.R. (Batallón de Instrucción de reclutas).

2.- ¿LEJÍA O PISTOLO?
Al salir del avión nos sorprendió un fuerte viento un poco caluroso. Fue el primer “siroco” que conocíamos y al que pronto íbamos a acostumbrarnos.
Fueron llegando los camiones del Tercio. En unos marcharon los destinados a la Policía Territorial (ni ellos mismos sabían lo que les esperaba); a continuación salimos los demás con destino al B.I.R.
Nada más llegar nos formaron en largas filas para distribuirnos por Compañías. Se oía decir que la 3ª Cía. era muy dura, de ahí su nombre de “pequeña legión”. Tuve suerte y fui destinado a la 4ª Cía no sin antes tener que negarme en redondo a ser alistado en la Legión. Un lejía me insistió mucho e incluso me ofreció tabaco, pero me negué. No entraba en mis planes.
Los “Lejías” permanecieron con nosotros varios días y en ese tiempo lograron engolosinar a muchos que se alistaron al ver la buena vida que se llevaban gastando dinero y bebiendo en la cantina. Conocí a un recluta que en una tarde perdió a las cartas a manos de un sargento 20.000 ptas., se tuvo que alistar para poder pagar la deuda.
La mayoría se alistaban pensando en las 5.000 ptas. que les pagaban pero que tenían que sudarlas bien. También la Brigada Paracaidista nos hizo una demostración para captar voluntarios y me parecieron más sinceros que los “Lejías”, pues ellos no ocultaban a nadie la dura preparación que deberíamos soportar.
Hubo anécdotas como la del recluta que se alistó a la Legión porque según dijo le gustaba el uniforme, o la de otro que después de apuntarse se arrepintió, éste tuvo suerte porque empezó a llorarle a un teniente y a decir que lo hizo sin consultar con su mujer y al final le rechazaron.
Debo decir que cuando llegaba un reemplazo con reclutas nuevos, se ofrecían tres posibilidades para hacer la mili:
La 1ª era ir destinado a la Policía Territorial. Esta era, según decían, la forma más dura y donde peor se pasaba al menos durante el campamento. Se llegaba a maltratar físicamente a los reclutas. Los que iban a esta unidad ya habían sido seleccionados desde la Península y al llegar eran separados del resto.
La 2ª posibilidad era firmar para el Tercio o Brigada Paracaidista. Te convertías en Caballero legionario o “Lejía”. La disciplina era dura también pero al menos te pagaban algo.
La 3ª posibilidad era hacer la mili como “pistolo”, o sea en cualquier otra de las unidades que había en el Sahara: Ingenieros, Artillería, Tropas Nómadas, Compañía de mar, Helicópteros, etc., siendo esta última la opción elegida por la mayoría.

3.- EL BIR-1
Para nosotros empezó la vida del campamento en el BIR, lo más duro de la “mili”. La primera noche que cenamos lo hicimos en diez minutos y un cabo nos dijo que terminaríamos por hacerlo en solo cinco.
Dormíamos en barracones de madera, en literas de tres camas. El primer día me nombraron servicio de cuartel y tuve que aguantarme de pie bajo un cañizo, pero con todo, lo más insoportable eran las formaciones para todo, para comer, para pasar lista, para misa, para ducharse, para bañarse, etc., etc.,…y eso unido al poco tiempo que te daban para prepararte. Tenían además la “sana” costumbre de tomar el número (nos llamaban por el número que tenía cada uno) a los últimos en llegar, sin importar que hubieran tardado un minuto, solo por ser el último. Luego los apuntados iban automáticamente a la cocina o a “palear” arena de los muros del campamento.
Capítulo aparte eran las chinches que se escondían en las grietas de la madera de los barracones o en las costuras de los colchones. Por la noche salían las muy bordes y se daban el gran banquete a costa de nosotros los reclutas. Algunas noches me despertaba al notar alguna paseándose por la cara o por el cuerpo. Los colchones eran de lana y como a la mayoría no se nos daba muy bien el hacer la cama, cada noche dormíamos en una postura distinta; unas veces con los pies más altos que la cabeza, otras con el cuerpo arqueado; el caso es que por las mañanas nos dolía todo.
Ya desde el campamento empezaron a darme cargos a pesar mío y “a dedo” fui nombrado coordinador de la Academia, una especie de Director Escolar pero bajo la supervisión de los jefes de la Cía. También fui nombrado aspirante a cabo.
Por las mañanas íbamos a la calle Caimán para hacer los ejercicios de la instrucción. A continuación y siempre formados nos llevaban a las duchas pero solamente tres días a la semana. El resto de días nos llevaban a la playa; allí debíamos dejar las nahilas (zapatillas) y la toalla en formación y al toque de silbato todos corriendo al agua.
El agua estaba fría de cojones y con la marea alta se ocultaban todas las rocas que quedaban debajo y que nos destrozaban los pies. Eso hacía que muchos en vez de meterse al agua, corrían por la orilla para no hacerlo y el sargento llamando a toque de silbato.
Aún así teníamos ganas de agua. Recuerdo a un vasco que el primer día de baño y desconociendo lo de las rocas, tomó carrerilla e hizo un picado. Cuando salió del agua le caía la sangre por la cara de la brecha que se abrió en la cabeza.
Cuando bajaba la marea se podían coger buenos pulpos en esas rocas al descubierto y mejillones pequeños. En alguna ocasión, varios compañeros de Alicante nos hicimos con una lata que encontramos en la playa. Construimos un abrigo con piedras, maderas y otros materiales para encender fuego y nos hicimos unos mejillones de aquellos, aunque para comerlos debíamos enjuagarlos en el agua de la cocción para quitarles primero la arena que el viento nos echaba en la improvisada cazuela.

4.- LOS BASUREROS
Si el primer día me tocó servicio de cuartelero, el segundo no fue mejor aunque supuso una buena experiencia. Fui agregado al pelotón de limpieza del campamento.El trabajo era duro y desagradable, pues había que ir echando a un camión los bidones llenos de basura entre dos y otra pareja los vaciaba arriba, ni que decir tiene que los que terminamos hechos basuras fuimos nosotros.
Pasamos la mañana en esta tarea y hacia el mediodía fuimos al vertedero a arrojar la basura.
Nos adentramos por una pista en el desierto y al poco rato vimos brillar la arena a lo lejos. También vimos unas “jaimas” y varios grupos de saharauis.
Fue mi primer contacto con ellos y el que más huella nos dejó a todos. La arena brillaba debido a la gran cantidad de cascos de botellas allí acumulados durante años y que ocupaban una gran extensión, pero la pregunta que nos hacíamos era: – ¿de qué vivían aquellas gentes?. Pronto lo supimos.
Con palas y rastrillos comenzamos a vaciar el camión y al mismo tiempo una multitud de mujeres y niños, la mayoría descalzos, se abalanzaron sobre los desperdicios que íbamos tirando y que ellos trataban de echar en botes. Allí había arroz sobrante del día anterior. Era increíble ver como andaban descalzos sobre la basura donde habían trozos de cristal de las botellas rotas sin llegar a herirse.
Todos buscaban la comida. Alguno encontraba media sandía y se la comía allí mismo, otros guardaban las cáscaras de patatas y hojas de lechuga para los animales aunque a estos parecían gustarle más los papeles.
Recuerdo que encontré un jersey negro que aún estaba en buen uso y se lo ofrecí a un saharaui, el cual nada más tomarlo lo guardó pero al poco rato ya le vi con él puesto y dando a entender que le quedaba bien.
Si no nos arrollaron era por un Policía Territorial nativo que con solo una fusta los mantenía a raya dándoles en todas partes sin lástima para que se apartaran, aunque menos a las quinceañeras que coqueteaban con él y se hacían de rogar. Una vez terminado el trabajo volvimos al campamento con el estómago revuelto de ver tanta miseria.

5.- EXPLOSIÓN DE UNA GRANADA
A las pocas semanas de campamento comenzamos a practicar el tiro. Nos dieron un CETME a cada uno lleno de grasa diciéndonos que sería nuestra novia durante toda la “mili”.
Los campos de tiro estaban cerca del campamento y allí recibíamos los entrenamientos que consistían en carreras sobre la arena, saltar sobre bidones, pasar arrastrándonos debajo de alambradas, etc. a menudo un avión pasaba sobre nuestras cabezas obligándonos a echarnos todos cuerpo a tierra.
Todo fue bien y sin accidentes graves hasta que llegó la hora del lanzamiento de granadas de mano. Primeramente nos hicieron practicar con piedras y después de algunos lanzamientos marchamos al campo de tiro. Allí había un pequeño muro de hormigón que no llegaría a un metro de alto. Debíamos lanzar la granada y agacharnos detrás de él. A nuestro lado estaba un teniente.
Ocurrió un grave accidente cuando un recluta fue a lanzar la granada y al soltarla de la mano estando a medio metro de su cuerpo, saltó el seguro produciéndose la explosión. El teniente en décimas de segundo pudo ver el defecto de la granada y se agachó a tiempo arrastrando tras él al lanzador pero no pudo evitar que ambos resultaran heridos de metralla. Las heridas del teniente fueron leves en un brazo mientras que las del recluta algo más graves en la cara, un brazo y hombro derecho, debiendo ser hospitalizado.
Por fortuna no tuvo consecuencias posteriores para aquel chico pero la experiencia de ver al primer compañero herido pesó como una losa sobre todos nosotros ya que aquella granada pudo tocarnos a cualquiera de nosotros.

6.- MARRUECOS Y LA JURA DE BANDERA
Aún no llevábamos un mes en el territorio cuando ya empezamos a oír hablar de Marruecos, la pesadilla que nos acompañó durante tosa la “mili”.
Según los planes del rey Hassán II, el Sahara y las Canarias eran territorio perteneciente al “Gran Marruecos”. Una de sus fanfarronadas era decir que antes de que empezara el año 1.975 se estaría tomando el té en el Aaiún y más adelante dijo que tomaría el Sahara ya fuera por las buenas o por la malas.
Pronto cundió la alarma entre nosotros. Empezaron los “planchazos” en la arena como les llamábamos a las prácticas de combate. Debíamos tenerlo todo listo para salir en cualquier momento de campaña. El CETME limpio, la munición dispuesta, dos granadas, la bolsa de costado con una manta y el agua de las cantimploras reponerla todos los días.
Se habló de que a los veteranos se les entregaban cascos pero no era verdad. Los marroquíes eran unos 20.000 y estaban en la frontera de Tarfalla haciendo constantes incursiones en el territorio.
Lo que sí era cierto como meses más tarde me dijo un comandante de Estado Mayor, al cual conocí durante el verano en Alicante donde pasaba unas vacaciones, antes de mi incorporación a filas y que me presentó un amigo común, es que si hubieran invadido en esa época no habríamos tardado en caer todos ya que nos superaban en número y armamento pero pasó el tiempo, nos llegaron refuerzos (carros de combate, tropas paracaidistas, etc.) y continuó la guerra de nervios con algunos ataques esporádicos que no llegaron a más.
Según el comandante, por parte marroquí no estaban mejor ya que permanecían acampados en el desierto con el desgaste que para el material supone, con escasez de agua, alimentos en conserva, etc. Si hubiesen atacado tendrían el problema del abastecimiento de combustibles y alimentos que deberían hacerlo por pistas muy malas y trayéndolo todo del Norte de Marruecos.
Coincidí con el Comandante en suponer que nosotros estaríamos a la defensiva pero con más posibilidades de victoria que ellos debido a que ocupábamos las dos principales vias de abastecimiento, o sea, el aeropuerto y cabeza de playa.
Aún así no había tranquilidad en las tropas aunque los jefes trataban por todos los medios de subirnos la moral, la verdad es que no lo lograban; al contrario, cada vez veíamos el futuro más oscuro, con mucha mili por delante y pocas posibilidades de escapar de allí bien. Hubo algunos que llegaron a escribir a la familia despidiéndose…
Como éramos reclutas en periodo de formación y se necesitaban soldados, nos adelantaron la Jura de bandera y nos tocó trabajar más para engalanar el campamento a base de banderas, estandartes y demás tinglados. El mejor recuerdo fue la comida del día de la Jura y el peor que nuestras familias no pudieran estar allí.
A los pocos días me cayó la primera patrulla alrededor de los muros del campamento. Íbamos tres y bien por matar el miedo o el frío que hacía por la noche nos “mojamos” más de la cuenta en la cantina por la tarde y nos tomamos la patrulla a cachondeo. Cuando desde las torres de vigilancia nos alumbraban con los focos, a nosotros nos dio por cantar y mientras el de la torre nos pedía el santo y seña como estaba mandado.
Otro día me tocó cocina, por cierto, que hubo una alarma y nosotros pelando patatas en la cocina con el CETME al lado y los cuatro cargadores en la cintura por si se producía una salida durante la noche. Terminamos el trabajo a las dos de la mañana, nos fuimos a la cama y tuvimos que dormir esa noche vestidos y con las botas puestas por lo que pudiera ocurrir. Pero amaneció de nuevo otro día en el Sáhara…
En otra ocasión bajé al Aaiún con algunos compañeros. Al regreso era de noche y llegábamos tarde para pasar lista. Había unos aseos en obras y una tabla que hacía de rampa por donde subían las carretillas y debido a la oscuridad me hizo tropezar y caer. Me di un golpe tremendo del que me quedó posteriormente una cicatriz en la pierna derecha encima de la caña de la bota. Aquella herida se puso muy fea y pronto se infectó debido a la suciedad, el calor y sobre todo a las moscas.
No pasé por la enfermería porque a la gente que iba los encasillaban como “rácanos” que querían “escaquearse” de los servicios y era peor. Me hizo las curas un compañero al que llamábamos “el médico”, no lo era, pero sí era sanitario con algunos conocimientos.

7.- LLEGADA A LA BASE DE HELICÓPTEROS
En la carretera de la playa y a unos dos kilómetros del Aaiún estaba la base de helicópteros, frente al aeropuerto. Fue allí donde me destinaron después de la Jura de Bandera.
La llegada de reclutas siempre supone una fiesta pero más bien para los veteranos que son los que tienen derecho de gastar la “pastilla” nombre con el que denominamos a las novatadas, aunque algunas veces terminaban con serios disgustos.
Lo típico para el que se rebelaba y se las daba de “enterao” era llevarle a la “cuba”(ducha) y si seguía “pasándose” con los veteranos, pues se le daba la “tropical” que consistía, una vez duchado revolcarle en arena. Pero lo que siempre era costumbre allí en Helicópteros era darles una charla con amenazas incluidas que realizaba un veterano con cara de mala leche y disfrazado de oficial. Después una clase de gimnasia agotadora, a continuación pasaba a la ducha y una vez bien enjabonados se cortaba el agua y se mandaba a vestirse para el reconocimiento médico donde se nos hacía desnudar para afeitarnos las partes íntimas (prevención de ladillas) y al final, terminábamos todos con nuestras partes pintadas de mercromina. Por la noche se nos pasaba retreta procurando mandarles a los destinos más peligrosos y absurdos.
Todos los dirigentes de la “pastilla”, por supuesto, eran veteranos aunque también los oficiales participaban disfrazados de soldados y metiéndoles cizaña a los reclutas. Hubo un teniente que de poco llega a las manos con un recluta pues empezó a tirarle la gorra, a desatarle los cordones de las botas, a empujarle, etc. Los reclutas a pesar de que llegan acojonados, algunos difícilmente podían aguantar las provocaciones, pues hasta se les mordía en las orejas al grito de “sangre nueva” y se les afeitaban los bigotes en seco.
Al toque de silencio venían las oraciones, todos los reclutas puestos de rodillas en el pasillo debían rezar “Jesusito de mi vida…” y ya una vez en la cama comenzaban los vuelos nocturnos como se les llamaba a los vuelcos de colchones, ante la pregunta:
-¿Muchacho, duermes o descansas?
– y claro no se podía hacer ni una cosa ni otra.
Al día siguiente tenía lugar la corrida de toros. Todos los veteranos próximos a licenciarse toreaban a los reclutas, los “picaban” y “mataban de estocada”, después eran conducidos al matadero que era la ducha por otros cuatro veteranos en medio de una gran algarabía y aplausos.
No terminaba aquí la “pastilla”, sino que continuaba al día siguiente en las dependencias. Por ejemplo en transmisiones se les mandaba con un helicóptero de juguete al hangar a “motorizarlo”.
En repostado se les daba una “cuba” de queroseno o se les mandaba con una botella de litro llena de queroseno a repostar un helicóptero. En ocasiones se conectaba un cable entre la bujía de un generador portátil y la cerradura metálica de una puerta cerrada; cuando intentaban abrir les daba el calambrazo…
Los mismos oficiales se lo pasaban en grande. En cierta ocasión dos tenientes vestidos de soldados invitaron a dos reclutas a pasear en helicóptero y cuando estaban volando les hicieron creer que el aparato aquel había estado averiado y se había quedado sin frenos.
La “pastilla” duraba aproximadamente una semana, aunque los nuevos seguían siendo reclutas hasta la llegada de otro reemplazo. Como siempre los trabajos más duros eran para ellos.
Al final siempre imperaba el buen humor cuando llegábamos a conocernos y era costumbre que en la cantina se hicieran grupos de vascos, de catalanes o andaluces para merendar.
La nota desagradable la dio un brigada de gran corpulencia pero escaso cerebro y menos sentimientos una tarde a la hora de arriar bandera.
Había en la base un perro pequeño, que siempre andaba por los patios del acuartelamiento, pero no era peligroso ni molestaba a nadie. No tenía dueño y se conformaba con alguna caricia por parte de algún soldado.
Aquella tarde el perro estaba en el patio de armas y cuando llegó la guardia al mando del brigada, éste se fijó en él; no tardando más tiempo en coger un azadón que había allí del jardinero y terminar con la vida del pobre animal de un fuerte golpe ante los ojos sorprendidos de todos los presentes.

8.- DESTINO “RADIO”, ALARMAS
El primer destino que tuve en la base de helicópteros fue “Radio y transmisiones” y allí fui sin tener idea de las emisoras que había, aunque el trabajo era fácil pues se trataba de estar en comunicación con los helicópteros en vuelo. No me costó mucho aprender a manejar los P.R.C., el RACAL y algún otro.
La primera noche fue terrible, pues sonó la alarma y se temía un bombardeo marroquí. Toda la compañía tuvo que dormir esa noche en sacos de campaña atrincherados alrededor de la base. Se apagaron todas las luces, tanto de la base como del Aaiún y en el cuerpo de guardia estábamos con velas y mantas en las ventanas para que no saliera la luz al exterior. La situación era muy tensa.
Algunas veces se oían disparos en mitad de la noche, sobre todo en la base de aviación pero eran debidos a los nervios ya que los refuerzos se hacían con el arma montada y era muy fácil disparar ante el menor ruido y muy a menudo sobre algún animal que penetraba la alambrada o sobre papeles que se mueven en la noche.
La iluminación era muy mala y cualquier bidón en la arena ya parecía una persona moviéndose. En estas condiciones era fácil que hubiera algún disparo entre los más nerviosos.
Los siguientes días los pasamos protegiendo con planchas de hierro las entradas al hangar, los edificios de la tropa y el cuerpo de guardia. Más adelante y como no se aclaraba la situación las sustituimos por sacos terreros que daban a la base un aspecto de zona en guerra.
Se hicieron algunos refugios y nidos de ametralladoras. Los bidones de queroseno fueron protegidos rodeándolos por fosos de tierra. Al licenciarme aún quedaban sacos en algunos lugares como el cuerpo de guardia.

9.- AVIONES MARROQUÍES
Los días que siguieron continuó la situación. Constantes alarmas, apagones de luz, silencio en la noche y algún disparo sin consecuencias.
Pronto supimos que aviones marroquíes de combate sobrevolaban el territorio y en ocasiones tan bajos que el radar no los detectaba, por eso aumentó la creencia de un bombardeo inminente a los puntos clave, es decir a las bases de aviación y de helicópteros como primeros objetivos y más tarde al Aaiún. Éramos el primer objetivo.
Se movilizaron varias baterías antiaéreas que permanecieron en campaña alrededor del Aeropuerto y en una loma sobre el Aaiún. Fueron frecuentes las colas de personal civil que abandonó el territorio en esas fechas, sobre todo mujeres y niños y casi todas las familias de los militares. Meses mas tarde al hablar con un cabo de artillería de Villena, me decía que estuvo a punto de ocurrir una tragedia, pues las baterías destacadas tenían órdenes de disparar durante la noche contra cualquier avión no identificado y fue en toda la confusión cuando estuvieron a punto de disparar contra un DC-9 de Iberia lleno de personal civil que abandonaba el territorio sin haber comunicado nada la torre de control. Por fortuna un oficial se dio cuenta a tiempo y se evitó la catástrofe.
Esta situación continuó durante algún tiempo. La aviación que había en el Aaiún estaba formada por unos cuantos SAETAS y catorce o quince T-6 que nada podrían hacer al lado de los rápidos aviones marroquíes.
Para tranquilizarnos se nos decía que en Las Palmas habían dos F-5 constantemente en cabecera de pista para despegar hacia el Sahara a la menor señal de alarma. Es cierto que todo lo que ocurriera en la frontera era sabido pronto en Las Palmas, pero la pregunta que nos hacíamos todos era: – ¿En caso de un ataque enemigo, llegarían a tiempo los F-5?.

10.- CURSO DE CABO
A los cuatro meses de mili comenzamos el curso de cabo que debíamos terminar a los seis. Precisamente por ello fui cambiado de dependencia; en transmisiones ya había un cabo y en repostados habían dos a punto de licenciarse. En un principio no me gustó el cambio debido a que el teniente Aguirre que teníamos es de los que disfrutaba haciendo trabajar a la tropa y siempre tenía algunos bidones que mover de un lugar a otro; precisamente eso era lo peor, cuando llegaba una remesa de quinientos bidones y había que bajarlos de las plataformas y arrastrarlos por la arena hasta los fosos.
Por lo demás no se estaba mal. El trabajo consistía en ir a repostar de combustible los helicópteros y para ello iba el conductor de la cisterna y un ayudante. El cabo además se encargaba de medir la densidad del queroseno que iba en cada aparato y ver si llevaba agua. Se hacían también las pruebas MILLIPORE para comprobar la limpieza de filtros y toma de muestras en los bidones. Un poco de química que se aprendía sobre la marcha y se convertía en una rutina.
Además del teniente Aguirre, se encontraba en la dependencia el sargento Olmos como encargado de la oficina.
Con el sargento no llegué a tener el más mínimo tropiezo, al contrario; creo que fue el suboficial con quien tuve más confianza ya desde cabo y más tarde de cabo 1º hasta el punto de terminar tuteándonos. Al igual que nosotros no podía tampoco ver al teniente ni aguantaba sus malas maneras.
Con el teniente me ocurrió una anécdota. Fue al principio de llegar y yo tenía que destapar unos bidones. No lo había hecho nunca y se hacía con un martillo que terminaba en punta, habiendo que perforar una chapa protectora del tapón. Al darle el golpe, el martillo rebotaba y el teniente al verlo me dijo:
– “Macho, me creo que como sigas así no lo abres de aquí a mañana”.
Me lo dijo con un tono irónico que no me hizo ninguna gracia, de tal manera que di un martillazo en todo el bidón y entonces respondió:
– “Coño eso, ahora rómpelo”.
Al licenciarme estábamos viendo una película. Yo estaba sentado en una silla y él de pie; no me dio la real gana de dejársela pues bastante me había hecho trotar toda la “mili”. Sin embargo el sargento Olmos me dijo que si alguna vez le necesitaba le encontraría en el escalafón del arma de Artillería.

11.- ATAQUE EN HAUSA
Entramos en la época en que se suceden de modo continuo los ataques y emboscadas del Frente Polisario (Frente para la liberación de Saguía El-Hamra y Río de Oro) y de otras bandas pro-marroquíes.
En el Aaiún habían llegado alguna vez a enfrentarse con el otro partido saharaui, el P.U.N.S (Partido de la Unión Nacional Saharaui). Los enfrentamientos terminaban en batallas campales a garrotazos y siempre tenía que intervenir la Policía Territorial.
El ataque más fuerte que se produjo fue sin duda en Hausa el 3 de agosto del 75 y fue realizado por bandas marroquíes del FLU (Frente de Liberación y Unidad). La táctica que seguían era de guerrilla, o sea, ataques rápidos y preferentemente al atardecer para darse inmediatamente a la fuga. Algunas veces eran cercados y hechos prisioneros pero en la mayoría de los ataques lograban escapar aprovechando la oscuridad de la noche…Allí cayó el Cabo 1º Joaquín Ibars de la III Bandera Paracaidista.
El puesto de Hausa está en el interior, a 190 km al este del Aaiún y el ataque se produjo con armas automáticas y fuego de mortero. Además de la muerte del cabo 1º se produjeron bastantes destrozos en vehículos e instalaciones. Rápidamente se produjo desde el fuerte la réplica y varios coches salieron en su persecución.
Los atacantes como tantas otras veces lograron escapar. Fue precisamente en esta época cuando se lograron hacer prisioneros a varios elementos del Frente Polisario así como a varios soldados marroquíes entre los que se encontraba algún oficial. Los polisarios y los oficiales fueron trasladados en helicóptero hasta la base del Aaiún.

12.- CAPTURA DE UNA PATRULLA MARROQUÍ
Sin duda alguna lo que más nerviosos nos ponía eran las órdenes de Madrid de no cruzar la frontera de Marruecos haciendo uso del derecho de persecución, de tal manera que si nos atacaban los marroquíes, los perseguíamos pero al llegar a la frontera teníamos que dar media vuelta. En aquellos momentos lo que más nos hubiera gustado era darles un escarmiento para desquitarnos pues tanto nos “jodían” los “moránganos” como los “políticos” de Madrid.
Hubo una ocasión en que sí tuvimos suerte y sin heridos por nuestra parte, capturamos una patrulla marroquí en nuestro territorio. Por lo visto debieron informarles mal de que habíamos abandonado el fortín de Mahbes, un puesto cerca de la frontera con Marruecos, Argelia y Mauritania situado al nordeste del territorio y ellos fueron a ocuparlo. Al entrar fueron detectados por una patrulla de vigilancia e inmediatamente salió un destacamento del Tercio que los rodeó y después de varios disparos de mortero, se entregaron sin resistencia. Una vez hechos prisioneros, los oficiales y suboficiales fueron llevados en helicóptero al Aaiún y más tarde a Villa Cisneros.
En aquel tiempo había un ambiente raro. Por una parte las emboscadas y continuas alarmas, por otra muchos oficiales de la base fueron destacados a Smara en previsión de que algo se preparaba. La mitad de los helicópteros se los llevaron allí y además estaba la eterna pregunta que nos hacíamos todos:
– ¿ Qué cojones hacemos nosotros en este desierto?.
Nos contestábamos nosotros mismos que como los marroquíes y los polisarios no nos querían, ni allí se defendía a España, pues que estábamos luchando para defender los intereses de unos cuantos franquistas entre los que se encontraba la familia de Carrero Blanco y algunas compañías alemanas.
En los próximos meses tuvimos algunas bajas que nos llenaron de dolor e indignación. ¿Merecía la pena morir por aquel territorio como cayeron aquellos compañeros de los que hoy ya nadie se acuerda ¿. Era el colmo del absurdo.
Los que los conocimos aprendimos lo que era morir para nada…
Hay que tener en cuenta que desde diciembre del 74 a Julio del 75 se produjeron 19 enfrentamientos armados en los que sufrimos 12 muertos, 14 heridos y 21 prisioneros por nuestra parte.

13.- VIAJE A VILLA CISNEROS
La víspera del día de Reyes de 1.975 me comunicó el teniente Aguirre que preparase el equipo de análisis para ir a tomar muestras de los bidones de queroseno que había en el Sur del territorio.
El viaje comenzó por la mañana en dos helicópteros. En el que volaba yo iba pilotado por dos tenientes y además iba el suboficial especialista y un soldado de escolta, el Málaga le llamábamos. A las dos o tres horas de vuelo comenzamos a buscar una caravana de camiones que se perdió en el desierto; volamos en círculos pero no hubo manera de hallarla. Seguimos así hasta llegar a Bir N´zarán que es un pequeño fortín de tropas nómadas. Allí nos tomamos unos bocadillos e hicimos un alto de media hora.
Tuve ocasión de ver una “lefa”, víbora cornuda del desierto cuya mordedura es muy dolorosa y suele ser mortal. La tenían encerrada en una jaula. Los saharauis le tienen verdadero pánico.
A pesar de lo alejado que estaba este punto del Aaiún y de Villa Cisneros tenían una pequeña pista para los helicópteros y el poblado estaba a unos trescientos metros de distancia.
Antes de llegar a Bir N´zarán volamos casi a ras de tierra e hicimos dos paradas para hablar con unos nómadas acampados en sus “jaimas” en mitad del desierto, pero al salir de esta población los helicópteros comenzaron a tomar altura y durante bastante tiempo solo veíamos debajo las nubes y alguna zona de arena.
Después de transcurridas unas cinco horas y media desde que salimos del Aaiún, avistamos la Bahía de Río del Oro y los aparatos comenzaron a descender hasta que se nos hizo visible la gente en las calles de la ciudad.
La ciudad de Villa Cisneros está situada al sur del territorio sobre una larga lengua de tierra que se me pareció por su semejanza la Manga del Mar Menor. Sobrevolamos todo el trozo de tierra, los aparatos enfilaron la pista de aterrizaje y al fin tomamos tierra hacia las seis de la tarde.

14.- TERCIO IV DE LA LEGIÓN
Una vez que aterrizamos en el aeródromo de Villa Cisneros, un coche nos condujo hasta el cuartel del IV Tercio de la Legión Alejandro Farnesio donde yo debía tomar las muestras de diez bidones de queroseno. Tardé unos veinte minutos en sacarlas e inmediatamente llegó el teniente acompañado del capitán de cuartel del Tercio, que dicho sea de paso, se portó de maravillas con nosotros.
Ordenó a un “lejía” que nos acompañara a la Unidad de Destinos para que nos guardasen el armamento y nos diesen alojamiento. Nos tomó los datos un viejo cabo que apenas si sabía escribir. Tendría unos cincuenta años, poco pelo y menos dientes que pareció un poco sorprendido cuando me quité la sahariana y vio que también era cabo como él.
Al poco llegó el capitán de cuartel muy bromista y nos invitó al soldado que me acompañaba y a mí a tomar todo lo que quisiéramos en la cantina. Nosotros le hicimos saber que nos gustaría más ver la ciudad pues sólo íbamos a pasar esa noche y nos preguntó que a qué hora pensábamos volver. Le contesté que a las dos o las tres de la mañana y la sorpresa fue nuestra cuando nos contestó que porqué no hasta las seis y esa hora puso en el pase.
A continuación marchamos a la cantina a merendar a costa del capitán y después tomamos un taxi que nos llevó a la ciudad. Cuando llegamos aún era temprano y nos dedicamos a recorrer las calles, estuvimos en el puerto y disfrutando un poco de las anchas calles y los jardines pues la entrada al puerto te daba la impresión de estar más en una ciudad europea, muy diferente del Aaiún.
Durante las primeras horas permanecimos dando vueltas por la ciudad, viendo los puestos de senegaleses donde se vendían estatuillas de madera tallada y familias de elefantes. Después entramos en un bar donde nos sirvieron y estuvimos largo rato conversando con las chicas. Estando allí se nos acercó un “lejía” a ver si llevábamos “chocolate” para venderle.
Cuando empezó a decaer la animación en las calles, entramos a un cine, no sin antes haber estado “persiguiendo” a dos nativas de unos dieciséis años que llamaron nuestra atención por lo guapas que eran además de limpias y bien vestidas que iban. A decir verdad eran de las pocas mujeres que habíamos visto en condiciones ya que las del Aaiún olían como a pimienta debido al perfume que se ponen e iban menos llamativas.
Al salir del cine y como aún teníamos tiempo, comenzamos a buscar por curiosidad a una vieja mujer, la Zoila creo que se llamaba, que nos habían dicho que tomaba a chicas jóvenes y las adoptaba para dedicarlas a mantener contactos o al baile. Fue inútil, pues por más vueltas que dimos no la hallamos. Cuando eran las dos de la mañana nos encontramos en una calle con los oficiales de nuestra Unidad que venían de una “juerga nocturna” con más suerte que nosotros y diciéndonos que siguiéramos buscando.
Como ya no había nadie por la calle decidimos tomar un taxi y volver al cuartel del Tercio a dormir, a pesar de que teníamos permiso hasta las seis de la mañana y los helicópteros debían salir a las seis y media.
Cuando llegamos al cuartel, nos presentamos al sargento de guardia (que estaba durmiendo) y a continuación nos fuimos a la cama. La nave que nos asignaron estaba llena de “lejías” y valía la pena el quedarse despierto solo por oír los ronquidos que hacía aquella gente mientras dormía.
A las seis menos cuarto nos llamó el imaginaria y después de recoger el armamento vino a buscarnos el coche de servicio para trasladarnos al aeródromo. Tomamos los helicópteros y dimos una pasada de despedida por encima del cuartel.
Una de las cosas que más llamó mi atención fue la educación de los legionarios al hablarte, siempre lo hacían con un saludo militar y poniéndose a la orden. Aún cuando te tropezabas con ellos en la calle te saludaban. La gente de Villa Cisneros a menudo nos tomaba por paracas al llevar boina.
Abandonamos la ciudad y siguiendo toda la costa nos encaminamos con dirección al Aaiún. Poco a poco desapareció la poca vegetación que había en el Sur y comenzó a aparecer de nuevo el desierto de arena y piedra a medida que íbamos llegando.
Al ser el vuelo casi en línea recta, el viaje de vuelta fue más corto que el de ida. Duró unas tres horas y a las nueve y media aproximadamente ya habíamos llegado a la Base “Santiago” en el Aaiún.

15.- CURSO DE CABO 1º
Al poco tiempo del nombramiento como cabo, los tres primeros números de la promoción: un canario, un vasco y yo, fuimos propuestos para hacer el curso de cabo 1º. Para ello debíamos bajar todos los días al Aaiún, al cuartel de Ingenieros donde dábamos las clases.
El curso duró unos dos meses y las clases eran de cultura general ( historia, matemáticas, geometría, etc.) y de régimen militar; todo ello bastante fácil pues no necesitábamos estudiar nada y sin embargo nos venían muy bien para “escaquearnos” de las pesadas teóricas que daban los oficiales en la base a las tres y media todas las tardes.
A los nueve meses nos vino el nombramiento de cabo 1º. Desde ese momento, los oficiales nos aconsejaban que nos distanciásemos de la tropa, pues nos decían que ya éramos mandos. Por la mañana salíamos aparte para hacer los ejercicios de gimnasia. Los cabos 1º nos íbamos a la pista, lejos de la mirada del oficial que dirigía a la tropa. Lo que hacíamos alguna vez, era escondernos en algún helicóptero y dormir media hora más mientras uno vigilaba y se hacía de ver.
El dormitorio lo teníamos separado por un biombo de la tropa y en el comedor teníamos nuestra mesa aparte; sin embargo cuando salíamos de paseo o a la cantina íbamos con los demás compañeros.
Nuestras funciones también cambiaron. Ahora teníamos que hacer servicio de semana cuando nos tocaba, guardias y dirigir los ejercicios de instrucción con la tropa. Suponía mayor responsabilidad pero íbamos más descansados que los soldados.
Las ventajas que nos ofrecían eran quince días más para añadir al mes de permiso; de tal manera que al no utilizar el permiso de los seis meses ni de los nueve, se acumulaban y me permitió licenciarme cincuenta y cinco días antes que otros compañeros. Por otra parte teníamos la compensación económica, que aunque no era mucho ( unas 1.500 ptas.), ayudaba algo.

16.- OPERACIÓN TIFARITI
Una de las operaciones más destacadas fue la realizada contra el Frente Polisario en Tifariti. El enfrentamiento tuvo lugar el 18 de diciembre del 74.
Tifariti está situada a pocos kilómetros de la frontera con Mauritania, al Nordeste del territorio, en la parte meridional de la provincia de Saguia el Hamra. Todo empezó como siempre con un tiroteo por parte del Polisario sobre el puesto y cuando en este se dio la voz de alarma salieron varios Land-Rover en su persecución. Se adentraron por un cañón en unas montañas con abundantes refugios naturales. Mientras la mitad del grupo atacante pasó la frontera, unos pocos quedaron cubriéndoles la retirada en lo alto del cañón escondidos en unas cuevas. Desde allí se hicieron fuertes y cuando dos Land-Rover de la Policía Territorial intentaron pasar creyendo el camino libre, fueron ametrallados desde lo alto. Se produjeron ocho heridos y un muerto entre los miembros de la P. Territorial, los cuales fueron evacuados a Smara.
Así las cosas, era imposible sacarles de aquel escondrijo natural por donde solamente asomaban los cañones de sus fusiles. Fue necesario que los helicópteros al mando del Comandante Muñoz-Grandes llevaran refuerzos ,una Sección de Operaciones Especiales del Tercio, fue transportada para hacer frente a los atacantes y al amanecer pudieron reducirlos.. Igualmente tuvieron que atacar por aire con algunos aviones Saetas y T-6 para terminar con la resistencia y destruir las cuevas en las que se habían atrincherado. Al final, tras tener varias bajas fueron reducidos y hechos prisioneros. Por nuestra parte hubo que lamentar dos heridos y un muerto entre las fuerzas del Tercio. Dos cabos de nuestra base fueron condecorados por su actuación durante la operación Algunos de nuestros soldados, al echarles en cara a los prisioneros lo que habían hecho (matar a algunos hermanos suyos) contestaban:
– “Suerte mulana”. – Expresión que quiere decir algo así como que era su destino.
Empezó a cundir el nerviosismo entre las tropas por una campaña que se orquestó. Por lo visto, un soldado se quedó dormido en una guardia y algunos nativos entraron dentro del campamento; este soldado escribió a casa contando a sus padres que le iban a hacer un consejo de guerra. La noticia se extendió rápidamente pero la verdad no llegó a saberse.
Marruecos, por su parte, seguía incordiando y su rey Hassán diciendo que antes del próximo año estaría tomando el té en el parador del Aaiún (faltó poco para que se cumpliera, pues al año siguiente después de la Marcha Verde se produjo la descolonización).

17.- EXPLOSIÓN DE UNA MINA
Uno de los episodios más tristes y que sirvió para bajarnos la moral aún más fue la muerte de cinco compañeros al Norte del Aaiún el 24 de junio del 75. En la zona de Tah caían un teniente, un sargento y tres soldados.
Diariamente se hacían patrullas de reconocimiento cerca de la frontera con Marruecos. Estas patrullas estaban formadas generalmente por cuatro hombres a bordo de un Land-Rover que recorrían los caminos y pistas.
Se suceden los episodios de colocación de explosivos, tanto en la ciudad del Aaiún como en las pistas transitadas por estas patrullas; de tal manera que se produjo la explosión al pisar la rueda del coche una mina enterrada con poder explosivo para destruir un carro de combate.
Es fácil comprender que el Land-Rover voló por los aires resultando todos sus ocupantes muertos.
Inmediatamente al no recibir noticias por radio en su destacamento hubo una movilización de tropas en su busca que al fin dio resultado. Me contaba un compañero que cuando el capellán les dio los últimos auxilios, al hacer la señal de la cruz a uno de ellos en la frente, se le hundieron los dedos; lo que nos da una idea del estado en que quedaron.
Avisado el helipuerto, salieron dos helicópteros para traer los cadáveres al Aaiún. Los bajaron en unas camillas cubiertos por una sábana blanca. En la última camilla que bajaron no se adivinaba la forma humana por ningún lado, estaba deshecho.
Estas acciones eran las que más nos quemaban la sangre. Nos veíamos impotentes para pagarles con la misma moneda. Una noche se capturó a un sospechoso que estaba reclamado por el Gobierno del territorio y por la mañana vino la Policía Territorial a llevárselo para interrogarle.

18.- VIAJE A SMARA
En una ocasión, el teniente Aguirre me dio la orden de preparar el equipo de análisis para volar a Smara, la ciudad santa de los saharauis. Me agradó la idea porque no había ido nunca y sería una nueva experiencia. A los que no les pareció buena la experiencia fue a los dos soldados, compañeros míos de reemplazo que estaban destacados allí y que no esperaban ese vuelo del Aaiún.
Las órdenes que tenían eran estar preparados cuando algún aparato tomara tierra para repostarlo y para ello debían estar alerta. Sin embargo, se habían marchado a tomar el té a la jaima de una saharaui llamada Fátima, creyendo que en caso de aterrizaje podrían oír los aparatos. Ese día hacía fuerte viento a la contra, el cual hizo que desde la loma donde estaban no oyeran nada hasta pasado un buen rato en que fueron buscados y descubiertos. Les cayó un mes de calabozo.
Por esas fechas se produjeron algunos incidentes con los civiles nativos (insultos, amenazas, etc.); eso hizo que desde el Gobierno Militar se diera la orden de que todos los militares españoles en sus salidas al Aaiún llevaran algún tipo de armamento como defensa personal. Los oficiales y suboficiales llevaban una pistola y nosotros un machete a la cintura.
Uno de esos machetes lo perdió o se lo quitaron a un soldado al ir a bañarse cuando lo dejó escondido entre su ropa en la playa. Se pasó aviso de la desaparición a todas las unidades y no apareció. Al soldado se le hizo responsable de la pérdida de material militar y puedo decir que a pesar de ser yo de algún reemplazo posterior al suyo, me licencié antes que él.
En lo positivo, fui cambiado de dependencia. Esta vez me enviaron como cabo 1º al Servicio de Contraincendios. Allí se aburría uno a fuerza de no hacer nada, el trabajo era mínimo y llevadero, a saber, limpiar y ordenar la dependencia, revisar algún extintor y lo más importante, mantener el coche contraincendios en pista durante los aterrizajes y despegues de los helicópteros.
Por suerte no tuvimos ningún siniestro. Unicamente en un caso antes de aterrizar un helicóptero que venía de la frontera de Marruecos nos pusieron en alerta y nos tuvimos que poner los trajes de amianto.
Un soldado me contó lo ocurrido. Era el 13 de mayo del 75 e iba a ser su último vuelo ya que se licenciaba y entregaba la ropa al día siguiente. Él mismo se ofreció para ir en misión de reconocimiento. Cuando sobrevolaban por la frontera entre Tah y Negrita vieron la estela de humo producida por un misil antiaéreo que habían disparado desde Marruecos.
El misil se dirigió hacia el helicóptero, como se sabe los misiles al ser disparados buscan el foco de calor, en este caso la turbina del aparato, y se estrellan contra él destruyéndolo.
Milagrosamente, aquel misil falló su objetivo por poco. El soldado me contaba de forma muy expresiva que lo veía llegar a través del cristal lateral y cuando parecía que era el final, les pasó por debajo pero tenían dudas de si les llegó a golpear.
El caso fue que se preparó la emergencia por si el misil hubiera quedado enganchado en los patines del helicóptero. No pasó nada, pero el susto de todos lo decían sus caras cuando bajaron de aquel aparato.

19.- EL CARGADOR DE LA PISTOLA
Una de las situaciones más comprometidas en que nos vimos todos los cabos 1º fue por la pérdida del cargador de reserva de la pistola del comandante de la guardia. Nos ocurrió por “pardillos”, por falta de experiencia cuando en absoluto fuimos responsables nosotros de la pérdida. La responsabilidad fue de algún suboficial profesional y como zorro viejo nos pasó la “patata caliente”.
Al estar la mitad de los oficiales en Smara, las guardias las hacíamos los brigadas, sargentos y cabos 1º por este orden rotativo. El oficial de día supervisaba toda la actividad de la base pero la responsabilidad de organizar y realizar las guardias era nuestra.
Al hacer el relevo de la guardia cada mañana se llenaba un parte diario con todo el material del cuerpo de guardia que el saliente entrega y el entrante recibe. El cabo 1º que entró después del último sargento echó de menos un cargador de munición de la pistola, se lo hizo saber al sargento saliente, el cual le dijo que faltaba ya varios días y que ya era sabido por lo que firmaron el parte antes y no lo reflejaron en él.
Así pasamos todos los cabos 1º y al entrar de guardia el primer brigada, preguntó por el cargador que faltaba y no valieron explicaciones. Se negó a firmar el parte de relevo y lo comunicó al capitán de la Cía, el cual nos reunió a todos los cabos 1º y nos dio la “orden” de que apareciese el dichoso cargador.
Por más que buscamos fue imposible. No apareció.
Enterado del tema el maestro armero, de forma extraoficial se ofreció a ayudarnos al ver el problema que se nos venía encima. Compró un cargador, que pagamos entre todos, en el cuartel de Artillería, lo llenó de munición en la base y nos lo entregó. Después le dijimos al capitán que lo habíamos encontrado semioculto en el asiento de un sillón. ¡ Oh! Milagro. Ha aparecido. Aprendimos la lección para no volver a creer en aquella gente.
En otra ocasión me ordenaron ir al Aaiún al mando de un grupo de soldados de P.P.E. (Promoción profesional en el Ejército) que debían examinarse.
Una vez acabado el examen, decidimos beber algo en alguno de los bares de la ciudad. Mal asunto, ya que al doblar una esquina nos encontramos de frente con una patrulla de la P.M. (Policía Militar) mandada por un teniente del Tercio bajito pero famoso entre la tropa por la mala leche que destilaba. Se extrañó de vernos por allí a unas horas poco habituales ya que no era horario de paseo y después de los saludos de rigor me preguntó qué hacíamos. Después de indicarle lo del examen, nos “aconsejó” que nos volviéramos a la base y nosotros pues a saludar y _ “a sus órdenes mi teniente”…

20.- LOS DOS SARGENTOS
En la base de helicópteros, al haber solo una compañía de soldados, estábamos muy cargados de servicios. Había una patrulla de protección que se encargaba de hacer las guardias de día, mientras el resto de soldados que estaban de servicio en las distintas dependencias, lo hacían por la noche día sí, día no. Un día dormían en su cama y al siguiente de refuerzo en el cuerpo de guardia.
Los cabos entraban de guardia las 24 horas con una periodicidad semanal y los cabos 1º teníamos una guardia cada 15 días aproximadamente.
Fue en una de estas guardias en que dos sargentos especialistas salieron de la base al atardecer. La idea era que el más viejo, de unos 50 años y que llevaba en el Sahara 6 años, le iba a enseñar el Aaiún al sargento joven de unos 25 años que llevaba 6 horas allí.
Volvieron a la base pasada la medianoche borrachos como una cuba y con una botella de whisky en la mano. El más viejo quería invitar a toda la guardia a beber, a lo que me negué ya que acababan de salir de puesto y se habían acostado. Decidieron sentarse en un banco a beber y esperar a que amaneciera.
El más viejo le decía al otro que tenía que ver amanecer en el desierto y que tenían que aguantar toda la noche en vela.
Antes del amanecer pensaron en invitar a un trago a los soldados que vigilaban en los puestos de guardia, sin mi autorización. Eso podía ser peligroso, ya que podrían encontrarse con algún disparo y además no sabían el santo y seña.
Avisado por un soldado de la guardia, decidí llamar por el telefonillo interior a todos los puestos e informar a los soldados de la visita que podrían tener. Normalmente los oficiales no realizaban estas visitas nocturnas por el riesgo que podían correr y si lo hacían iban fumando (incluso los que no fumaban), procurando hacer ruido para no sorprender a los soldados y que algún nervioso les llegara a disparar.
No obstante, con el fin de asegurarme que no habría problemas, salí a hacer una ronda. Al acercarme al segundo puesto, el de repostados, oí algunas voces y palmas. Eso me inquietó y cuando llegué a su altura, la escena era cómica. El soldado de guardia, un veterano que estaba al corriente de la situación en todo momento, les dio el alto y pidió el santo y seña. Lógicamente ellos no lo sabían; por lo que acto seguido montó el Cetme y les mandó cuerpo a tierra y hacer palmas con las manos.
Dije que la escena era cómica ya que el soldado los tenía encañonados con el Cetme, ellos tendidos en la arena haciendo palmas mientras el viejo le tenía echado el brazo por los hombros al joven que estaba vomitando y le decía:
-¡Si te duermes ahora y no ves amanecer en el Sahara es que no eres un hombre, sino una mierda¡. Repite conmigo: ¡Soy una puta mierda¡.
Y el otro entre vómito y vómito decía:
-¡Soy una puta mierda¡.
Como pude los convencí y me los llevé al cuerpo de guardia a tomar café y sobre todo que estuvieran quietos y no me crearan más problemas hasta que por fin amaneció y se fueron a dormir la cogorza. Menuda nochecita me dieron los cabrones…
Por esas fechas, el capitán de la Cía me comentó la posibilidad de hacer el curso de sargento de complemento. En un principio me interesó ya que aún no tenía las oposiciones de Magisterio y pronto volvería a la vida civil.
Al preguntarle las condiciones me respondió que el curso se hacía en la Academia de Suboficiales de Zaragoza, se ganaba más y estabas mejor considerado pero una vez nombrado debía volver al Sahara. Esa última condición no me gustó, así como no tener algún permiso extra por el nombramiento (por ser cabo 1º disfruté de 15 días de permiso).
Tras las alambradas que rodeaban el perímetro de la base, siempre acampaban unos saharauis, los cuales tenían sus cabras sueltas. En ocasiones se metían los animales a la base por algún agujero en busca de los papeles que comían.
Un día en el pase de retreta de la Compañía, al leer el menú del día siguiente se dijo que comeríamos guiso de cordero con patatas. Al día siguiente comenzamos a comer y encontramos la carne dura y con un sabor extraño. Se oyó a alguien balar como una cabra, pero seguimos comiendo.
Era costumbre que los próximos a licenciarse, se subían a la terraza de la cocina a tomar el sol para regresar morenos. Ese día los que subieron se llevaron una sorpresa, pues allí había una piel de cabra extendida y secándose al sol. Nos habíamos comido una cabra.
Después nos enteramos que el animal se metió por algún agujero y un soldado de la guardia vio moverse algo a lo lejos al atardecer, dio el alto y después disparó; resultando la cabra muerta y a la cazuela. Aquel episodio le costó una semana de arresto al sargento de cocina, impuesto por el oficial de servicio.

21.- ARRESTO A PREVENCIÓN
Fueron unos meses de continuas alarmas, bien por explosiones de bombas en el Aaiún o por ataques a las unidades del interior. A cada ataque, nos ponían en alarma y salían los helicópteros a hacerles frente o a traer heridos.
En una de las explosiones, se montó la “Operación lazo” y se consiguió detener a un miembro del Frente Polisario. Estuvo detenido en el cuerpo de guardia hasta que se lo llevó la Policía Territorial por la mañana. Pude averiguar por un soldado de la guardia de las “caricias” que le hizo el cabo 1º que se encontraba de guardia durante aquella noche, cosa que no apruebo, pero que en la situación que estábamos de tensión continua y viendo a compañeros heridos, éramos capaces de hacer cualquier cosa que ahora nos parecerían disparates.
Fue por ese mismo cabo 1º y debido a un roce que tuvo con un teniente por lo que una mañana al toque de diana, los cabos 1º no salimos a hacer gimnasia (la hacíamos aparte). El teniente entró al dormitorio y nos encontró a todos durmiendo; nos arrestaron a pasar 8 días en prevención que tuvimos que cumplir.

22.- UN DÍA MOVIDO
Como ya dije anteriormente, la mitad de los oficiales de la base estaban en Smara y al quedar pocos en la Compañía, las guardias las hacíamos los cabos 1º, sargentos y brigadas.
Ocurrió precisamente un día en que me tocó hacer una guardia. La mañana empezó tranquila pero hacia el mediodía hizo explosión una bomba en el Aaiún. El oficial de servicio ese día me ordenó que se pusiera en marcha la “Operación Lazo”, destinada a controlar todas las posibles vías de acceso a la ciudad.
Ordené a dos soldados de la guardia que cortaran la carretera de la playa y con el resto continuamos en dos Land-Rover hacia la parte de La Saguia que bordeaba la base. Sabíamos que allí se encontraba un cementerio musulmán pero no imaginábamos que hubieran nativos en él, como así ocurrió.
Al llegar nos encontramos un Land-Rover saharaui y al pasar al cementerio vimos a varios hombres que al ser preguntados nos respondieron que iban a hacer una comida en honor a sus difuntos. Tuve que comunicar por la emisora del coche a la base de la situación y el oficial de día me ordenó que me los llevara conmigo para entregarles a la Policía Territorial para los interrogatorios. No me sirvió de nada indicarle al comandante que no parecían peligrosos, pues en honor a la verdad estaban cocinando un cordero.
El susto me lo llevé yo cuando al bajar del coche de radio me di cuenta que no llevaba la pistola en la funda. Recordaba los problemas que tuvo un compañero que perdió un machete y yo mismo con el cargador de la pistola. Por fortuna, un soldado de Murcia de los que me acompañaban la encontró a unos dos metros, medio enterrada en la arena. Por mi pensamiento pasó el que me la hubiera quitado alguno de aquellos saharauis.
Entre los nativos había algunas mujeres y niños, lo sentí porque les dejamos sin comer. A continuación, subimos a los coches y los escoltamos hasta la base donde se hizo cargo de ellos la Policía Territorial.
Por el desarrollo de la operación me felicitó el comandante D. Agustín Muñoz Grandes Galilea.
Siguieron pasando los días de la misma forma. A menudo se producían deserciones de los nativos de las unidades de Tropas Nómadas que se marchaban llevándose el armamento para incorporarse al Frente Polisario. Algunas veces se llevaron como rehenes a soldados españoles.
Nuestra situación era complicada porque estábamos entre Marruecos y el Frente Polisario. Ni unos ni otros nos querían, por otra parte los saharauis le tenían pánico a la idea de que Marruecos entrase. En una ocasión, regateando con el dueño saharaui de un bazar del Aaiún sobre el precio de unos relojes, le dije que me lo vendiera a mí porque si entraba Hassán se los iba a quitar. Él hizo un gesto llevándose el dedo índice a la garganta, deslizándolo de izquierda a derecha y diciendo:
– ¡ No entrar Hassán, si entra él…¡
En la base nos ordenaron en todas las dependencias que hiciéramos inventario del material. Eso significaba que la idea de la retirada de España del territorio empezaba a ir en serio.
De todas formas, las alarmas eran continuas. Unas veces por Marruecos y otras por el Polisario. Por esos días se produjo un ataque, salieron los helicópteros y al regresar traían el cadáver de un cabo 1º de otra Unidad.
Para evitarme problemas, las últimas semanas apenas si salía de la base. No quería complicarme la vida, solo que pasaran los días que me quedaban hasta mi regreso.

23.- LA ÚLTIMA GUARDIA, EL REGRESO
Mi última guardia tampoco fue de aburrirse. Ese día se celebraba el día de la Unidad y había jornada de puertas abiertas. Entraron muchos civiles con niños a ver los helicópteros y la base, también militares de otros cuerpos que hizo que tuviera que formar la guardia varias veces (cada vez que llegaba algún mando superior). Hasta que se marcharon todos, el día se hizo larguísimo, recuerdo que me llegué a fumar dos paquetes de Winston.
Un buen día nos llamaron a la oficina de la Compañía a tres cabos 1º. Era para hacernos entrega de la cartilla militar, la tan deseada blanca, una autorización del Comandante D. Agustín Muñoz Grandes (su padre fue quien mandó la División Azul durante la segunda guerra mundial), para trasladarme a Alicante en situación de permiso indefinido y el billete de avión de Iberia. Nos pertenecía viajar como militares en la Estafeta Militar, pero todos preferimos pagar la diferencia y hacerlo con Iberia.
Al día siguiente entregamos la ropa y el armamento. Ya teníamos preparada ropa de civil para ese momento tan esperado. La sensación al vestir de nuevo de civil era extraña, como si nos hubiéramos quitado peso de encima.
Todavía debimos esperar otro día en la base, lo que aprovechamos los tres para ir a darnos un baño en la piscina del Aaiún. Los otros cabos 1º eran uno canario y el otro vasco (aquel que se abrió la cabeza al lanzarse al agua en la playa cuando hicimos el campamento).
Esa misma noche tocaron alarma. La verdad es que nosotros ya no sabíamos muy bien que hacer, pues estábamos sin ropa militar ni armas y así se lo dijimos al teniente; a lo que nos contestó:
– ¡ Pues si no tenéis armas, cogéis una escoba¡.
Por fin pasó la alarma al cabo de un rato y pudimos dormir de un tirón. Al día siguiente, después del desayuno, un Land-Rover nos llevó hasta el aeropuerto del Aaiún donde embarcamos en un DC-9 de Iberia.
Antes de salir se acercó a saludarnos y despedirse el Comandante Muñoz Grandes que viajó con nosotros hasta Madrid. Fue un bonito detalle por parte de quien era nuestro mando supremo en la base y un orgullo haber estado a sus órdenes.
Habían pasado 13 meses y 20 días exactamente desde que me incorporé en el cuartel de Benalúa en Alicante para que el tren nos trasladara hasta Getafe y desde allí al Sahara. Fue una experiencia diferente de las que marcan para siempre pero en esos momentos ya pensaba solamente en abrazar a mi familia al llegar a Madrid.

EPÍLOGO
Comentaba un compañero sahariano, que a veces el destino nos tiene reservadas pesadas bromas y ante eso, poco podemos hacer nosotros por cambiarlo, suerte mulana, que diría un saharaui.
¿Por qué a mí me tocó hacer la mili en el Sáhara?. Detrás de esa pregunta, sin duda, cada uno de nosotros podría escribir una historia, su historia. Muchas de ellas puede que coincidan en todo o parte.
Si echo la vista atrás, antes del sorteo de la mili y de entrar en caja; cuando unos estaban empezando a abrirse camino en el mundo del trabajo y otros inmersos en los estudios, nos llamaban en nuestro Ayuntamiento para medirnos y presentar las alegaciones que estimáramos oportunas ante el futuro ingreso en la milicia. Todavía veíamos la mili como algo lejano.
1ª Novatada del destino. Es cierto que tuve la oportunidad de hacer la mili como voluntario en Aviación, como hizo un hermano menor que yo, en la Base Aérea de la Academia General del Aire en San Javier (Murcia). Habría estado a 8 kilómetros de casa y al disfrutar del pase de pernocta, dormir en mi cama todo el tiempo. Eso no ocurrió ya que el deseo de terminar los estudios antes que la mili lo impidió. Se me pasó el tiempo de ir voluntario.
2ª Novatada del destino. Debido a un golpe en un ojo a los 13 años, comencé a notar pérdida de visión unos cinco años más tarde. Pasé consulta con dos oftalmólogos que no acertaron en el diagnóstico. Mal aconsejado, no alegué nada para haberme librado por lo que entré en caja. Hice la mili con un desprendimiento de retina en el ojo derecho, que me diagnosticaron una vez licenciado. Recuerdo la primera vez que fui al tiro en el BIR nº 1 .Levanto el brazo y se me acerca el sargento instructor -¿Qué le pasa a vd.?- Me pregunta.
-Mi sargento, que no veo bien por el ojo derecho, -respondo.
-¡¡ Pues apunte vd. con el izquierdo, coño!! – me gritó. Eso hice, me cambié el Cetme de lado y tiré “a ojo cambiado”. Por supuesto, que no me eligieron como tirador.
3ª Novatada del destino. Cuando se realizó el sorteo en Alicante, fue un compañero a presenciarlo y a su regreso me informó que nos había tocado hacer la mili en el CIR 8 -Acuartelamiento de Rabasa (Alicante), actualmente sede del mando de Operaciones Especiales.
Según el sorteo, los nacidos a partir del 27 de diciembre iban al Sáhara, yo me quedé tranquilo ya que nací el 26 de diciembre.
La tranquilidad se rompió enseguida, cuando un funcionario del Ayuntamiento, me informa que ha recibido la papeleta de mi destino para la mili y me ha tocado el Sáhara. Le digo que no me lo creo ya que por fecha de nacimiento me corresponde Alicante.
Al día siguiente paso a recoger la papeleta y efectivamente en ella aparecían mis datos con fecha de nacimiento 28 de diciembre y escrito a lápiz “Destino Sáhara”.
Al detectar el error, acudí al registro para averiguar la fecha exacta (a veces no coincidía la fecha real de nacimiento con la que aparecía en registro) y para frustración mía, era correcto. Nací 26 de diciembre y “alguien” había cometido un error, el cual fue imposible deshacer pues ya estaba contabilizado y metido en el cupo. Cuando llevaba media mili, me escribió mi padre informándome que había sabido de la persona que cometió el error de forma interesada para librar a otro. Se trataba de un funcionario del Ayuntamiento de Orihuela que ya se había jubilado.
El perjuicio para mí fue enorme. Había aprobado el 1º ejercicio de unas oposiciones y tenía el 2º el mismo día de mi incorporación en el cuartel de Benalua en Alicante, ya desaparecido, para salir hacia Madrid en tren.
Marché en el mes de julio y me propuse no tomar permisos. Mi objetivo era salir de allí lo antes posible e incluso aprovechar los 15 días por ser cabo 1º. Me licencié el 20 de agosto de 1975 tras haber completado 13 meses y 20 días.
Mi agradecimiento a todos los compañeros a los que os han parecido interesantes estos relatos que escribí después de licenciarme. Me habéis ayudado con vuestros comentarios sobre hechos que ocurrieron allí y vosotros lo confirmáis, en alguna ocasión incluso rectificando mis notas. Os animo a compartir y que publiquéis vuestros recuerdos porque al igual que estos nos pertenecen a todos. Aquella historia la escribimos cada uno de nosotros, en unas o en otras unidades y TODOS cumplimos nuestra misión en aquella GUERRA a la que muchos no la llamaron por su nombre. Qué otra cosa pudo ser cuando solo desde diciembre del 74 a julio del 75 se produjeron allí:
– 19 enfrentamientos.
– 12 muertos.
– 14 heridos.
– 21 prisioneros.
Por último mi recuerdo emocionado a los compañeros que no tuvieron nuestra suerte y quedaron allí por siempre. Aunque la sociedad los haya olvidado, nosotros no tenemos derecho a hacerlo porque forman parte de nuestra familia. La gran familia sahariana.

Descansen en paz.

Fructuoso Sánchez, Salvador. (A) 15-01-2018
UHEL II
El Aaiún. 1974.1975