Título del relato: “CARA O CRUZ” / AUTOR: Antonio Zarte San Juan (Zaragoza) / FECHA: octubre 2019.

Hola a todos. Me llamo Antonio Zarte San Juan y vivo en Zaragoza. Salí de casa en dirección al Sáhara a mitad de enero de 1972 y regresé a mitad de febrero de 1973. total, trece meses.

Esto es lo que viví. Alguno puede pensar que el relato es digamos algo irreverente o antisistema. Como dijo no sé quién: ésta es mi forma de ser, de ver la vida, no sé si es buena o mala, pero es la mía. Tampoco trato de convencer a nadie para que sea como yo. Más aún, seguro que se vive más tranquilo no siendo como yo.

Intentaré ser breve, aunque sé que va a ser complicado. La idea no es relatar solamente las batallas por las que todos pasamos, sino que también en ellas se reflejen el estado de ánimo y sentimientos como SUFRIMIENTO, SOLEDAD, ODIO, REBELDÍA, DOLOR, HONOR, ABURRIMIENTO, HUMOR, ESPERANZA, VALOR, AMISTAD, INDISCIPLINA, AGOTAMIENTO, MIEDO, FILOSOFÍA, FELICIDAD, VENGANZA…

SUFRIMIENTO. – El día anterior a mi partida asistí con los compañeros a una misa en la que nos entregaron una pequeña medalla y después fuimos a una comida. La tarde la pasé con mi novia y cuando nos despedimos lancé la medalla al aire. ¿CARA O CRUZ?. ¿Cortamos o seguimos? ¿voy a la mili o me fugo a México?. Nunca lo supe. Cayó en un charco y allí se quedó.
Dos días de trenes, creo que ya nos habían entregado el petate y una cantimplora y un invento para calentar la comida. Mi primera cena fué de pie y en medio de la calle, bajamos del camión y nos esperaba un Land Rover con la comida. La compartimos con los mendigos que se fueron acercando. Rodaja fría de pescado con espinas, pan y un huevo duro. El pescado se lo comió el mendigo. Como todavía íbamos de paisano, sin duchar y sin afeitar pues todos parecíamos mendigos.
Si yo me hubiera quedado en la calle haciendo de mendigo y meto en el camión al verdadero mendigo con mi DNI para que hiciera la mili, tal vez nadie se hubiese dado cuenta. El mendigo hubiera comido caliente todos los días y yo me hubiera librado.
De allí nos trasladaron a un cuartel medio abandonado en Madrid, sin cristales en las ventanas, enero, nevando. No sé si estábamos mil o dos mil o cuatro mil. Era incalculable. Entrega de ropa y corte de pelo. Los retretes estaban atascados y desbordados, los excrementos llegaban hasta la puerta y el retrete ni se veía. Mi cerebro enviaba a mi aparato digestivo señales de alarma diciéndole: ¡Ni se te ocurra!
Al día siguiente a los aviones: una pastilla obligatoria no sé para qué, una bolsa de papel con más huevos duros, pan y quesitos, una chapa colgada del cuello con una referencia por si teníamos un accidente y en marcha. Nos contaron que el avión que iba delante de nosotros tuvo una avería y aterrizó de urgencia en Agadir. Si durante el vuelo te levantabas a mear el ayudante del piloto salía gritando diciendo que el avión se desequilibraba. La gente no se conocía de nada, pero se abrazaban y lloraban. Yo no entendía tanto lloro, aunque pensé que al lanzar la medalla debí comprobar si salió CARA O CRUZ.

SOLEDAD. – Llegamos a media tarde al BIR nº1, tengo una foto aérea en blanco y negro y las instalaciones son calcadas a las de un campo de prisioneros. No hace falta mucha imaginación para retroceder en el tiempo a Auschwitz con su famoso cartel a la entrada «Arbet Macht Frei» (El trabajo os hará libres).
Total, que con el lío del papeleo se hizo de noche y nos metieron a empujones en el barracón 11 de la primera compañía. Llevaba 3 días sin lavarme ni las manos, me dejaron un spray insecticida, me desinfecté las manos y me acosté. Alguien me preguntó si llevaba agua de la Península. No conocía a nadie. Apagaron la luz. Cerré los ojos y pensé: Ya estoy en África… debería haber desertado.
Un día dijeron: Los que todavía no hayan ido a cagar que pasen por la enfermería que les darán una pastilla. Hacía 12 días que no iba, a la media hora estaba en las dunas.
Cuando me entregaron el Cetme lo primero que pensé: ¡¡ jodeeeer que pasadaaaaaa !!.Los dos meses siguientes uno-dos, uno-dos, media vuelta, cocinas, cantina, cartas de la familia…

ODIO Y REBELDÍA. – (Seguimos en el BIR). También me dieron unas botas de deporte de lona, pero al menos 2 números menos de mi medida. Con ellas se hacía instrucción, al principio sólo era una molestia, pero después empezaron a ponerse negras las uñas de los pies por la presión. Lo negro era la sangre que salía y quedaba retenida en los diez dedos.
Intenté dialogar con el instructor y nada. El dolor era insoportable y les corté la puntera. Discusión. Un canario me dijo que había tirado unas deportivas civiles de deporte en un bidón de basura y las cogí (eran blancas) y al día siguiente me las puse. Discusión. Al día siguiente me puse las negras de cuero reglamentarias. Discusión. Y al día siguiente le dije: Me importa tres cojo*es que seas cabo instructor, mañana llevaré botas nuevas de mi número o haré la instrucción descalzo. Al día siguiente me apunté a reconocimiento médico y dije lo que había y el teniente o capitán médico o lo que fuera (que ya no me acuerdo) me dio una nota para el almacén para que me dieran otras botas y me dijo que le contara exactamente lo que había pasado. No sé cómo fué la bronca que le cayó al cabo instructor, pero a partir de entonces cada vez que nos cruzábamos se cambiaba de lado. No me volvió a decir ni pío.

DOLOR. – En la cantina del BIR compramos (o no sé seguro de dónde salieron) una lata de carne de caballo. No entendía por qué no eran de camello en vez de caballo. Eran rectangulares y se abrían tirando de una tira central de chapa metálica dejando la lata abierta en dos mitades iguales, la chapa se quedó atascada por un milímetro y tiré de ella con la mano. El corte fue descomunal. Tres dedos chorreando sangre como por un grifo. Me acompañó un compañero al botiquín. (Sangraba tanto que cuatro días después se podía seguir perfectamente el rastro de sangre desde la cantina a la enfermería). Me quité la única camisa de faena que tenía y me enrollé una manga tratando de frenar la hemorragia, pisé la otra manga que iba arrastrando y me caí. El que me acompañaba me dejó en la puerta y se marchó que ya era hora de pasar lista.
En la enfermería había dos tíos que cuando vieron el panorama se acojon*ron. Rápidamente me di cuenta de la situación y les pregunté si eran sanitarios y contestaron que no. Que ellos estaban enchufados, que sabían algo de hacer curas pero que hacían una especie de suplencia y que los verdaderos sanitarios a esas horas ya se habían esfumado. Echando agua con un botijo intentábamos ver la herida, pero salía tanta sangre que el agua no dejaba verlas. Vi que murmuraban algo entre ellos y escuché a uno que le decía al otro: No me dejes… (como la canción de Brel). Comenzamos a organizar el asunto, les dije que me pusieran anestesia y que me cosieran.
Los tres primeros puntos fueron en vivo porque la anestesia no había hecho efecto. Juramentos y pausa. Pusieron más anestesia. Creía que nunca más volvería a abrir y cerrar bien la mano con la chapuza que estaban haciendo. Pero me equivoqué porque milagrosamente me hicieron una obra de arte que todavía hoy puedo contemplar. Dos cicatrices blancas y una azul que el paso del tiempo va borrando. Una semana rebajado y vuelta al ataque.

MALA SUERTE. – Aprovechando que tenía estudios y permiso de conducir y para llevar mejor vida decidí intentar ser cabo o chófer de un Land Rover pero ambas eran incompatibles. Si te apuntabas a una prueba renunciabas a la otra. Renuncié a la de cabo y el domingo día de antes de las pruebas para chófer nos fuimos a la playa y estuvimos bebiendo, nos quedamos medio dormidos y al día siguiente estábamos todo el grupo con 39 de fiebre. Hay que recordar que sería febrero. Fuimos a reconocimiento, no pude hacer las pruebas y me quedé de soldado raso.

REBELDÍA. – Un día se pasaron con la instrucción. Horas y horas. Al terminar y decir rompan filas, grité ¡¡ Ya era hora !!. El cabo primero chusquero preguntó quién había sido y salí rápidamente. Le sacaba una cabeza de altura, me cogió de la cuerda que llevaba en el cuello con la llave del petate, dudó, me miró a los ojos, le mantuve la mirada y me dijo: esta noche después de cenar duermes en el calabozo. Y así desfilé a las 10 de la noche creo que con las naylas y con una manta al hombro en medio de dos soldados impecablemente vestidos que marcaban el paso hasta el calabozo. El ruido del cerrojo me impresionó un poco. Pero poco. Además, aquello estaba lleno. A las 6 de la mañana del día siguiente todos a formar y aquí no ha pasado nada.

EL CARTERO. – Algunos días le leía y le escribía las cartas a un chaval de Castellón. Un día me suelta: diles que si me venden la moto los mato a todos cuando vuelva. Lo malo es que lo decía en serio. Y yo le decía: hombre no fastidies, eso no lo podemos escribir. ¿a ver qué te parece esto otro ?: que no se les ocurra vender la moto porque la vas a necesitar para ir a trabajar cuando te licencies y si la venden te tendrán que comprar otra igual o mejor. ¿te parece mejor así? ¿sí? Venga pues tira. (jodo que ejemplar).
(Un saludo a los de Castellón. Buenas playas y mejor paella. Además, me encanta el acento de las valencianas cuando hablan en castellano.)

HONOR. – ¿Juráis etc etc por Dios y por España etc etc hasta la última gota de vuestra sangre? Sí juro. Al día siguiente al camión y para Ingenieros de El Aaiún.
Antes que se me olvide tengo que decir que nunca participé en una novatada hacia un soldado y que además hubiera tratado de impedirla en la medida de mis posibilidades. Yo tampoco sufrí ninguna. Y lo que es más raro, tampoco vi ninguna en toda la mili, excepto alguna muy descafeinada, casi infantil.

ABURRIMIENTO. – Como en mi trabajo en la vida civil manejaba planos me asignaron a Zapadores. Por allí estuve deambulando por la oficina del capitán A.B. (que por cierto se enorgullecía de no haber leído un libro en toda su vida).
El capitán se empeñó en que le hiciera un gran tablero en el que figurasen unas tarjetas-fichas con los datos y foto de cada soldado para saber en todo momento dónde estaba todo Dios. Me lo tomé con calma: pasé dos meses detrás de que los soldados fueran a fotografiarse y de darle caña al fotógrafo para que me diera las fotos.
Las fichas las hacía en la biblioteca. Fichas. Imaginaria. Carta. Cantina. Desayuno bocata de choped + cerveza + tabaco Coronas 25 ptas. total…. pero AQUELLO ERA UN ABURRIMIENTO MORTAL. Yo pensaba: no me matarán los moros… me matará el aburrimiento.
Pensaba en los soldados que siendo mecánicos en la vida civil les habían enviado a 2.000 km. de su casa para seguir reparando coches. O en los cocineros en la vida civil que estaban allí friendo patatas y echando bromuro en los guisos. O en los oficinistas que se pasaban el día redactando partes que creo que no servían para mucho. O en los albañiles haciendo viviendas para los suboficiales.
Yo entendía que todos eran necesarios y respetaba su profesión, pero con todo dolor de corazón tengo que decir que me parecía que les hacían una especie de doble-putada: DEJAR SU FAMILIA Y SU TRABAJO PARA SEGUIR HACIENDO GRATIS EL MISMO TRABAJO EN EL CULO DEL MUNDO. FUERON A LA MILI Y VOLVIERON SIN DISPARAR UN TIRO. ¿Qué les contarían a sus nietos?

HUMOR. – En el reparto de ropa hubo un error y a algunos nos dieron la camisa de faena de color verde de la Península en vez de la de color arena. Al principio era un cante, pero con el paso del tiempo llevar la camisa verde era como llevar en la espalda un cartel que dijese: Ojo que soy un veterano pata negra de los de enero. Mi camisa verde con el paso del tiempo acabó perdiendo una manga así que tuve que cortarle la otra…la instrucción era una mezcla de camisas a dos colores, si a eso le añadimos los pantalones rotos por las rodillas parecíamos el ejército de Pancho Villa.
Al pasar lista por la noche nunca se contestaba ¡presente! Podía ser de dos maneras: Una era cuando nombraban el nombre y el primer apellido y nosotros debíamos contestar con el segundo apellido para evitar suplantaciones y la otra era responder «a la orden de usted» que con el tiempo fué degenerando y se transformó en la abreviatura contestando directamente «auste».
En el tiempo libre lo mejor era estar desaparecido del barracón. Un domingo encularon un camión por una de las puertas y por la otra entraron los «mandos» achuchando para hacer una mudanza de los muebles de un suboficial. En 5 minutos estábamos todos en el camión. Los que conozcan Ingenieros saben que el suelo tenía una pendiente importante y para salir el camión tuvo que girar a la izquierda en una curva en la que reducía mucho la velocidad, momento que aprovechamos todos los veteranos para saltar del camión en marcha. Total, que a la mudanza llegaron cuatro reclutas. Otra vez repetición de la misma jugada para descargar un barco de cemento. En el escaqueo no había compañerismo, había que espabilar o te comías todo el marrón.
El escaqueo más grande y con más jeta que hice fue durante una extraña formación NOCTURNA todos mezclados trasmisiones y zapadores, con mandos a los que no conocíamos ni tampoco nos conocían a nosotros. No recuerdo para que era, pero no era para nada bueno… algo urgente de última hora creo que para descargar motores… yo estaba en la segunda fila, el que estaba a mi lado salió corriendo y el mando me dijo: «¡¡Tú tráeme a ese cabr*n !!”. Yo salí disparado tras él y cuando lo encontré por la zona de los lavaderos, nos sentamos a echar unos cigarros tranquilamente hasta que pasase la tormenta. Aún deben estar esperándonos.

ESPERANZA. – El aburrimiento seguía su curso, pero un día salió el sol. Se hizo la luz y se iluminó el cuartel. Supe que mis oraciones habían sido escuchadas. La cosa se animó.
Las relaciones con Marruecos ya empezaban a oler muy mal. Según radio macuto nuestro capitán recibió una nota en la que más o menos le decían que menos albañiles y más entrenamiento militar. En la sección de Zapadores nos formaron por orden de altura (yo era el sexto de la segunda fila, 1,78 m. no estaba mal para nuestra generación) nos cogieron a 60/80 soldados y entonces empezó el baile.
Comenzamos el entrenamiento en La Saguia. A algún mando con mente nublada se le ocurrió el siguiente ejercicio: la mitad de los soldados se colocaban en una zona elevada con bastante pendiente mientras la otra mitad teníamos que subir y asaltar la posición. Lo demencial era que a los de arriba se les obligaba a tirar piedras a los que subían. Hay que reconocer que tenían muy mala puntería y muy poca fuerza porque sabían que después se intercambiarían los papeles. Si a esto le añades un Sirocco bestial pues eso… que nos aburríamos poco. Los que estaban acostumbrados a las oficinas casi mueren ese día del esfuerzo.
Y por fin comenzaron las maniobras de verdad. Diez días de maniobras y diez en el cuartel. Cuando tocaba cuartel me apuntaba voluntario a las maniobras del otro turno. Es decir, yo estaba siempre de maniobras y si alguna vez en el cuartel me caía una cocina la cambiaba por una guardia. En las guardias en el cuartel sacaba las balas de los cargadores y las dejaba en el petate. No lo hacía para evitar accidentes sino para llevar menos peso. Cuando la guardia era en el polvorín entonces sí me iba con los cargadores completos. Una noche dijeron que los moros habían cortaron la línea telefónica del polvorín, nuestro valeroso sargento se metió en la garita del polvorín y nos puso a todos de guardia en la puerta. Vino la legión con ganas de lío, pero todo quedó en un susto.

VALOR. – Siempre se me ha dado bien disparar. Tenía y sigo teniendo una gran puntería. Me ofrecía voluntario para cualquier situación en la que hubiera acción. Participé en competiciones de tiro con el Cetme. Cuando los cabos 1º profesionales tenían prácticas de tiro venían al barracón a buscar mi Cetme. La primera vez que disparé con ametralladora con patas casi tengo un orgasmo. Al principio había que disparar tiro a tiro (que no es fácil) evitando que se escapara una ráfaga y ya después a todo trapo a unas siluetas que hacían de blanco en las dunas. La verdad es que se me daba bien y me gustaba.
Hice maniobras con la legión y me dejaron meterme en sus tanquetas, lancé granadas, aprendí a hacer cócteles Molotov, disparé con ametralladora. El fúsil era una prolongación de mi brazo, me harté de disparar y aún me supo a poco.
Con bazooka disparaba granadas de humo hacia el objetivo mientras la legión atacaba los objetivos aprovechando la cortina de humo. íbamos tres, yo cargaba con mi equipo más el bazooka y los otros llevaban las granadas. Aparte el Cetme y latas de comida para varios días que pesaban como muertos. Aun así, tuvieron un detalle: por cada día que dormíamos en el suelo cobrábamos 5 ptas. más.
Planificaba campos de minas y días después íbamos a recuperarlas, la mitad de las veces no las encontrábamos porque el Sirocco había cambiado la configuración del terreno y porque el aparato que usaba era una especie de trasto para marcar los grados, pero ya me avisó mi antecesor que no había funcionado nunca, pero que lo mejor era seguir haciendo como que funcionaba. Así que, en lugar de sacar el ángulo con el aparato, colocábamos disimuladamente 3 piedras y fijábamos el ángulo. Menos mal que las minas eran tacos de madera.
Con el lanzallamas no hay quién te tosa, eso es un pasadón y es para vivirlo, la pena era que sólo se usaba el último día de las maniobras para quemar las cajas de munición y la basura. Nadie se atrevía a cogerlo y cuando pedían un voluntario decían: un voluntario que no fuese yo. Después lo he pensado y efectivamente había que estar algo mal de la cabeza para colgarse en la espalda un depósito viejo con gasolina, una manguera remendada, encenderlo y pulsar el gatillo. Podía haber pasado cualquier cosa.
Lo único que nunca pude hacer fué disparar con pistola y mira que lo intenté. No hubo manera.

AMISTAD. – Para la amistad no hacen falta palabras: quedó reflejada en las fotos con los compañeros. Todas en blanco y negro.

INDISCIPLINA. – Debido a mi carácter estuve a punto de verme metido en un lío gordo: Estábamos hartos de ir a buscar la sopa a casa de Cristo que tiraban con paracaídas en cajas metálicas. Estábamos montados en el camión parado y animé a mis compañeros a protestar diciendo que nos dejaran de jod*er con la sopa. Que era mejor no comer. El sargento que iba en la cabina junto al chófer lo oyó o alguien se lo dijo. Bajamos del camión y nos pusieron a picar y después a tapar los agujeros y vuelta a empezar. Yo ya me olía algo raro. Se acercó a mí y me dijo ¿tú te quieres licenciar? porque posiblemente no vas a hacerlo. Le contesté: «auste» mi sargento (tenía confianza con él). Mensaje captado. Vayamos todos a por la sopa que se enfría.

AGOTAMIENTO/MIEDO. – Aquí sí que metí la pata. Pero hasta la cintura. Reconozco que no tengo excusa porque para eso era un soldado. Como fué un hecho grave hay que explicarlo con detalle: Habitualmente en las maniobras acampábamos haciendo círculos, en el círculo exterior la alambrada, en el segundo círculo los camiones y Land Rover y en el centro las jaimas.
Una noche un grupo de los Comandos de Operaciones Especiales para burlarse de nosotros pintaron justo enfrente de nuestro campamento un gran paracaídas y el nombre de su unidad. Mosqueo general. A la noche siguiente aparecieron 2 camiones marcados con una cruz que en el argot militar quería decir que en tiempos de guerra los podían haber volado. Esto desquició a los mandos que decidieron que por las noches en vez de dos guardias hubiera treinta.
De día Rock and Roll y por la noche toda la noche de guardia TUMBADOS junto a las alambradas. Colocamos unas cuerdas en algunas zonas con latas vacías y piedras dentro para que hicieran de sonajero. De vez en cuando pasaban con un cacerolo y nos daban sopa porque estábamos pasmados. Estábamos agotados. El cansancio se hizo notar y algunos nos dormimos. A varios el sargento nos quitó el fúsil y ni nos enteramos.
Al amanecer estábamos literalmente acojona*os. Unos decían que, si nos iban a meter un consejo de guerra, otros que directos al trullo para 20 años…. No pasó absolutamente nada. Exactamente igual que si no hubiese ocurrido. Nada de nada. Cosas de la mili: por una chorrada te clavan una cocina, pero te quitan el Cetme en una guardia y no pasa nada. Nunca lo entendí.
Anda que si nos quitan los fusiles los de operaciones especiales…no quiero ni pensar.
A partir de aquel día me ataba el fúsil con una cuerda a la muñeca cuando hacía la guardia tumbado.

REBELDÍA. – Una vez compré en el zoco una caja con un juego de 7 bragas para mi novia, de esas que llevaban escrito: lunes, martes, miércoles etc y se las mandé haciendo un paquete con una camiseta rota que encontré.
Me escribió diciendo: «Te has equivocado de talla. Si me ves te da un infarto».
El subidón me puso a mil y rompí mi regla de oro de no pedir permiso y directamente me fui a apuntar para los próximos permisos. Me lo negaron de inmediato creo que por indisciplinado, aunque tampoco me dieron muchas explicaciones. No me sentó mal ni me sorprendí porque realmente era rebelde. A partir de ahí todavía lo fui más. De la oficina de los permisos me fuí directamente a la peluquería y le dije al peluquero: córtamelo al cero. El peluquero me dijo que tendría problemas con el capitán porque lo había prohibido y le contesté: Por eso mismo. (Cuando me vio no dijo ni pío.)
En ocasiones y en el tiempo libre en el cuartel me ponía sobre el uniforme destrozado una corbata de nudo fijo con cuello elástico de goma y un gorro de aviación que no sé de dónde saqué. La cuestión era provocar. (Acción / reacción).
Desde mi punto de vista creo que es un error por parte de los mandos llevar a los soldados a un punto en el que todo les de igual y que no tengan nada que perder. A ver…. ¿si ahora me portaba mal… con qué me podían amenazar? ¿Con dejarme sin postre?
Y ésto es aplicable también en la vida civil: No te metas nunca con alguien que no tenga nada que perder.
La negativa del permiso por una parte me dolió, aunque por otra me alegré ya que así mantenía mi regla de oro de hacer toda la mili de un tirón. Además, tenía miedo de convertirme en mi propio enemigo ya que si me iba tal vez ya no volviera nunca.
Recorrimos gran parte del África Occidental Española. En las maniobras nos pasaba de todo. Estuvimos una vez 23 horas sin bajar de un camión meando en un cubo y lanzándoselo al camión que venía detrás.
Atascábamos en los ríos de arena y había que colocar chapas de acero bajo las ruedas. No hubo ninguna mente brillante en todo el ejército a la que se le ocurriera comprar chapas perforadas que hacían lo mismo y pesaban la mitad.
Marcábamos los caminos para no perdernos con bidones de 220 litros, se pintaban un poco de blanco y con un pico se hacían unos agujeros en la parte inferior para evitar que los moros se los llevasen para recoger agua. Después se llenaban de piedras.
Una vez dormimos en el camión porque había demasiadas serpientes en el suelo. También pasé por la cinta de Bu-Cráa. Otra vez fuimos a robar agua. Marchas eternas. Más de una vez nos perdimos…
Otra vez, era de día, todos habían salido de marcha y nos quedamos de guardia sólo otro y yo para todo el campamento. Estuvimos a punto de disparar a tres moros que habían recorrido un montón de kilómetros y lo único que querían era agua para hacerse el té (es muy largo de explicar, pero pasamos un mal rato los cinco).
Otra vez estuvimos en la playa de La Negrita muy cerca de Marruecos y no nos dejaron bañar porque había tiburones, estaba yo sólo con los pantalones arremangados metido en la orilla y el conductor del camión cantina que era colega vino con una botella de sidra FRÍA. En aquel momento de verdadera satisfacción comprendí muchas cosas… entre ellas que se puede ser feliz con muy poco.
Esto no se lo va a creer nadie, pero como dijo A.S puedo prometer y prometo: Una vez casi me cae encima un paracaidista literalmente, estábamos sentados viendo la exhibición y uno de ellos se fue acercando, acercando tanto, tanto, tanto que cuando vi justo encima de mí las rayas de las suelas de sus botas salí pitando y cayó justo dónde estábamos sentados.
El día de San Fernando fué inolvidable con la actuación de unas señoritas muy ligeras de ropa, casi en pelotas vamos. Pero la cosa se calentó y el espectáculo se les fué de las manos y la gente intentaba subir al escenario y hubo que sacar a toda velocidad a las señoritas por una especie de ventana y meterlas en el maletero de un Seat 124 ranchera que ya habían enculado por si la cosa se desmadraba.
Y docenas de anécdotas que no cuento para no hacer más larga la historia. La de la limpieza de todos los cuarteles (que tocaba a todos los soldados con la finalidad de hacerla una sóla vez en toda la mili) esa fué apoteósica.
En el petate llevaba escrito todas las ciudades y poblados por los que pasé. Y en la gorra un avión dibujado en el que ponía El Aaiún / Zaragoza.

ELUCUBRACIONES FILOSÓFICAS. – Filosofía barata pero real, aunque nos duela.
Hoy día se suele comentar cuando se habla de la gente muy joven o de los ninis o de cualquier banda urbana es que si hubieran ido a la mili ya los hubieran espabilado y no se pasarían todo el día largo en el sofá y que en la mili hubieran aprendido lo que es la disciplina y que con un par de hostias a tiempo se les hubiese quitado la tontería.
Nada más lejos de la realidad, seamos sinceros: En la mili no se aprende nada especial. El que entraba siendo bebedor acaba saliendo alcohólico. El que entró fumando maría acabó pinchándose heroína en la vida civil. El que entró sin saber leer salió sin saber leer. Algunos que tenían un trabajo lo perdieron por tener que ausentarse, a otros les partieron por la mitad los estudios, en algunas familias tuvieron problemas económicos graves porque el sueldo del hijo que se fue era necesario para poder comer.
Nuestros padres y abuelos decían que la mili hace a la gente más hombres y les enseña valores sociales como la EDUCACIÓN, LA DISCIPLINA, EL COMPAÑERISMO, EL VALOR ……… T U R U R Ú.
De EDUCACIÓN…cero pelotero porque no existe otro colectivo en el que se suelten tantos tacos y blasfemias como en el ejército. Desde el último soldado hasta el general de división somos el colectivo peor hablado. Muchos mandos no han leído ni un libro a excepción de los obligatorios en la carrera militar. Los mandos «bajos» tenían una educación, preparación y estudios muy básicos y los mandos «altos» en la actualidad prácticamente ninguno sabe idiomas y eso que estamos en la UE.
Además, el valor se les supone… que esa es otra.
La DISCIPLINA…. pues como dijo aquél…. a la fuerza ahorcan o dicho de otra forma porque no hay más remedio.
El COMPAÑERISMO…. tampoco lo veo claro ya que escaquearse era lo más habitual (casi obligatorio) y en ese caso le dejabas el marrón a tus compañeros.
Y finalmente el VALOR.
¿Vosotros recordáis lo que pasó en 1982 en la guerra de las Islas Malvinas entre Argentina e Inglaterra? Pues que mandaron a la guerra a los chavales argentinos de la quinta que tenían 18 años para enfrentarse a un ejército profesional como el de Inglaterra.
Pasó que los chavales empezaron a correr y no pararon hasta que se les acabó la isla. Y en cuanto sacaron por la tele inglesa al grupo especial de los Gurkhas (una especie de mongoles mercenarios que están medio locos) afilando los cuchillos en una rueda esmeril… entonces los chavales argentinos se cagaron patas abajo y directamente se rindieron.

FELICIDAD. – Y aun así yo fui feliz porque en ese período de mi vida hice cosas que jamás volveré a tener oportunidad de repetir. (Además de conocer otro país y otra cultura). Estuve como pez en el agua. O como lefa en el desierto. ¡Ya que vas a perder un año de tu vida al menos diviértete!
Así pasé el resto de la mili hasta que un día por la noche al regreso de unas maniobras mientras bajaba del camión, con barba de diez días, todo sucio y el uniforme destrozado vi que había mucha gente nueva mirándonos desde los barracones con cara de asustados: eran los de octubre que habían terminado el campamento y nos relevarían. Parecíamos cinco años mayores que ellos. Llegaba la Navidad. Dentro de mes y medio me iría a mi casa. La mili estaba pasando como un suspiro.

LA VENGANZA. – Pero hasta el último momento se complicó la cosa. Una vez licenciados y ya vestidos de paisano fuimos y vinimos durante tres interminables días al aeropuerto porque el Sirocco impedía despegar a los aviones. Ya no éramos soldados ni civiles. Vagábamos como fantasmas por el cuartel sin tener oficialmente derecho ni a cama ni a comida.
El Sáhara no quería que nos fuéramos. NOS DECÍA A SU MANERA QUE LE PERTENECÍAMOS. El Sáhara se vengaba porque sabía que acabaríamos abandonándolo, aunque él no se esperaba que fuese de una forma tan cobarde y humillante para todos los españoles que estuvimos allí ¿De qué sirvió el sufrimiento, la entrega y el valor de tantos miles de españoles para regalar el Sáhara sin disparar un sólo tiro?
Curiosamente el Sáhara me persiguió como un fantasma durante los siguientes cinco años porque el DNI me lo había renovado en El Aaiún. Me lo tomaba con orgullo cuando en la vida civil me preguntaba algún funcionario: ¿Pero esto qué es? Y lo le contestaba que venía de la guerra.

FINAL. – (Los que se hayan dormido ya se pueden despertar)

¿Juráis etc etc por Dios y por España etc etc hasta la última gota de vuestra sangre? ¡¡Sí juramos!!.
Ese fué mi juramento de hace 47 años.
¿Volvería a jurar bandera? NO.
¿Daría mi vida por España? NO.
¿Por qué?: El solar es el mismo. Yo soy el mismo. Vosotros… unos seréis los mismos y otros no. Me siento ahora igual o más ESPAÑOL que antes pero ésta ESPAÑA ya no es aquella que juré defender. Primero que den los políticos su vida por ESPAÑA y luego ya hablaremos.

Un abrazo a todos. Salam aleikum.
Antonio Zarte San Juan. (Zaragoza). enero 1972 / febrero 1973. Ingenieros de El Aaiún.- (Relato escrito en octubre 2019)