«CRÓNICA DE UN VIAJE ANUNCIADO»

(DE LA ILUSIÓN A LA TRISTEZA)
1ª PARTE: LA ILUSIÓN.
Después de pasar una deliciosa velada la noche anterior en el camping con cena incluida, repasar los libros de visitas, reconociendo entre ellos la firma de nuestro amigo Pepe Gutiérrez, salimos en el Montero 4 personas: Paco Pereda, José Manuel Hachuel, Antonio Sevilla, y el que subscribe, Pepe Sevilla, rumbo Sur, dirección El Aaiún.
José Manuel y yo vamos cargados de ilusión, ansiosos por llegar y muy nostálgicos, aunque por motivos distintos; él nació allí y abandonó el pueblo con seis años y yo estuve “preso” trece meses y veinte días de mi vida cumpliendo con los “deberes patrios”.
A los mandos del fiel Montero vamos devorando kilómetros, 490 exactamente, por una carretera de rectas interminables y firme en buen estado, donde es posible hacer una media de 100 km./h. sin problemas, deseosos de llegar para tener tiempo de ver todo lo posible, puesto que al mediodía siguiente tenemos que regresar hasta Agadir donde hemos quedado con el resto del grupo.
José Manuel me comenta los recuerdos que tiene de su casa. Solo recuerda la forma de huevo que tenía y que se encontraba situada frente a la residencia militar. También recuerda la calle del “piquete” y la iglesia.
Yo, lógicamente tengo muchos mas recuerdos y poco a poco, a lo largo del viaje, les voy dando la “paliza” a mis acompañantes. Si el 20 de Agosto de 1975 alguien me dice que casi a los veintidós años iba a volver a aquella “cárcel”, lo hubiese tomado por loco, sin embargo la necesidad de hacerlo ha ido incrementándose en los últimos años.
El primer choque psicológico lo tenemos cuando alcanzamos Tan-Tan y mentalmente nos situamos en la antigua frontera del Sahara Español. Sentimos algo muy especial al pensar que en su día, aquello fue territorio español a partir de ahí.
Vamos tragando kilómetros con avidez, a través de un paisaje árido a un lado y típicamente costero al otro, con playas y acantilados interminables. Paramos en un garito en plena carretera y tomamos un excelente tallin de vaca y unas exquisitas tajadas de corvina asadas al carbón.
A partir de aquí, directo al Aaiún por una carretera casi desierta, con solo algún camión que otro de vez en cuando, y cuatro controles de la gendarmería marroquí en todo el recorrido, sin ningún tipo de problemas, todo lo contrario. Por supuesto, y a pesar del perfecto francés de Paco Pereda, ninguno de los cuatro hablamos ni una sola palabra del mismo, con la policía, solo español, con ello evitamos pérdidas de tiempo y la “tentación” de que con la habilidad que les caracteriza te “inviten” a que les ofrezca algún regalito.

2ª PARTE: LA TRISTEZA.
A las 16.00 horas nos paran justo a las puertas del Aaiún un control, y nos piden los pasaportes y la carta verde del vehículo. El policía recoge los documentos y se dirige hacia una desvencijada garita de madera. Apagamos el motor y nos bajamos a estirar las piernas. Estamos nerviosos al presenciar a muy corta distancia el objetivo deseado. Al rato nos invitan a entrar en la garita, donde un amable saharaui, y en perfecto castellano, pregunta por los nombres de nuestros padres, profesión y destino del viaje, deseándonos una feliz estancia en la ciudad.
Iniciamos la entrada en la misma, y a partir de ese momento nuestra ilusión va dando paso progresivamente a la tristeza, al desencanto y a la pena, a medida que recorremos el pueblo. No recordamos absolutamente nada de lo que dejamos allí hace casi veintidós años, a pesar de haber accedido por las puertas del antiguo tercio de la legión, atravesar la Seguiat El Hamra (ahora denominada Puente de la Marcha Verde), y pasar por las mismísimas puertas del cuartel de Sanidad y la Sala Avanzada.
El Aaiún ha crecido muchísimo, tanto que no reconocemos nada. Damos varias vueltas con el coche y por fin reconozco algo; el antiguo Parador Nacional. A partir de ahí, me sitúo y logramos llegar a mi cuartel, Sanidad Militar. Pasamos dos veces por delante del mismo sin bajarnos del vehículo, y aunque está todo muy cambiado, los recuerdos me atrapan e incluso me emociono.
Decidimos dejar las visitas y fotos para el siguiente día y nos dirigimos a uno de los hoteles nuevos que han construido, donde nos dicen que está completo. Todo el Aaiún está completo, debido al personal destacado de la ONU por la cuestión del referéndum, y no hay forma de encontrar una cama.
Después de dos horas de preguntar en un sitio y en otro (incluido el Parador, hoy llamado hotel El parador), acabamos en una especie de pensión-fonda, lo mas cutre que he visto jamás, propiedad de unos saharauis, la familia Bairouki, donde nos reciben con cariño. Nos invitan a te y charlamos un buen rato de la situación del Sahara antes y después de la vergonzosa retirada de España. Nos comentan cómo su padre (teniente retirado del ejercito español), vive 200 km. en el interior del desierto, con sus cabras y camellos, igual que otras muchas familias, no queriendo saber nada de política. A José Manuel le regalan una bandera española de la época (su padre también fue militar en la colonia). Nos invitan a visitar a la familia en el desierto para conocer su auténtico modo de vida, pero cortésmente declinamos la invitación por la premura de tiempo, aunque prometo volver algún día y aceptarla. Me siento muy reconfortado después del largo viaje y me identifico plenamente con estas gentes.
Nos levantamos temprano y nos dirigimos hacia cabeza de playa en busca del BIR, que según Bairouki sigue existiendo. No lo encontramos y sí que vemos construcciones y una especie de pequeño paseo marítimo. Seguimos buscando por una pista que conduce a la playa, donde tenemos un percance con el coche y al final desistimos y regresamos al pueblo. Creo que nos han desviado por un acceso nuevo a la playa y por eso no localizamos el campamento, aunque también es posible que haya desaparecido.
Una vez en la ciudad empieza la presión sicológica. Nos dirigimos a mi cuartel y con mucho disimulo y cuidado me paseo delante del mismo, por la acera de enfrente, logro hacerme una foto a cierta distancia, con el coche como señuelo. La presencia militar se deja sentir muchísimo.
Vamos hacia la residencia militar y una vez allí José Manuel se siente impotente al no reconocer con exactitud su casa aunque sabe que es una de ellas. Me sitúo mentalmente en esa calle, donde realizábamos la bajada de bandera (“El Piquete”), y vuelvo a emocionarme un poco.
Visitamos la plaza de la iglesia (por cierto, el amigo Bairouki nos dijo que estaba atendida por dos curas), la plaza y el edificio que me parece el antiguo gobierno civil. Reconozco los cuarteles de Ingenieros e Intendencia. Creo reconocer Artillería, Policía Territorial y algunas cosas mas, pero no estoy muy seguro, está todo muy cambiado y sucio. Comparo la foto de mi cuartel que llevo encima con la situación actual y ambos sentimos mucha pena.
Siento una impotencia y una tristeza tremenda al no poder pasear libremente por los sitios que uno recuerda. Te sientes atenazado y vigilado por todas partes y me es imposible identificarme con nada de lo que allí dejamos. El Aaiún es actualmente una ciudad literalmente ocupada por el ejercito marroquí y el personal de la ONU, sin apenas vida civil, al menos en lo que a presencia en las calles se entiende. Te sientes envuelto en una atmósfera hostil y solo podemos hacer cuatro o cinco fotografías con mucho cuidado y disimulo.
Emprendemos el regreso sobre el mediodía embargados de sensaciones contradictorias. De una parte, hemos visitado una ciudad que perfectamente pudiera ser cualquiera del país, y de otra, nos hemos emocionado, aunque por poco tiempo, al reconocer cosas y rincones con los que hace casi veintidós años nos identificábamos, o al menos eso creía yo. Dejamos atrás el puente de la Marcha Verde y nos dirigimos rumbo Norte con la tristeza en el alma pero al mismo tiempo con la satisfacción del deber cumplido.
EPILOGO:
Me habían advertido que el Aaiún no era el mismo.
Me habían advertido que se había convertido en una plaza militar.
Me habían advertido de los problemas que iba a encontrar por el tema del referéndum.
Me habían advertido de multitud de cosas… pero a pesar de todo ello, necesitaba y sentía que debía volver, que debía hacerlo.
Ahora, una vez vivida esta experiencia, ni quiero ni deseo volver mientras los marroquíes sigan ocupando el Sahara, a pesar de no haber tenido con ellos el mas mínimo problema. El día que la situación cambie y los saharauis regresen a sus casas, cosa que dudo muchísimo, muy a mi pesar, entonces me plantearé el volver para visitar a mi amigo Bairouki y a todos los amigos saharauis.
Y para terminar, quiero manifestar mi mas profunda gratitud a mi amigo Paco Pereda, a José Manuel Hachuel y a mi hermano Antonio, pues sin su compañía y enorme paciencia para soportar al “Comandante”, no se hubiera realizado este viaje.

Ceuta, 16 de Diciembre de 1.997

Sevilla Gómez, José Manuel. (CE)
Sanidad
El Aaiún. 1974-1975