“EL SÁHARA, UN DESIERTO EN MI VIDA”


1º.- LAS BATALLITAS DEL ABUELO.
Tres motivos me han llevado a escribir estos recuerdos. En primer lugar la página web de nuestro amigo Juan Piqueras (www.sahara-mili.net) que ha refrescado unos inolvidables recuerdos. En segundo lugar el cumplirse, este nuevo año, el trigésimo aniversario de mi estancia en el Sahara y del abandono por parte de España de estos territorios. En tercer lugar el haber sido, recientemente, abuelo. Parece ser que los abuelos tenemos esa horrible manía de contar nuestras batallitas. Yo, al llegar a esa época de la vida, no he resistido y he caído en el mismo defecto. Al menos, consciente de ello, su lectura será libre y no pienso acosar a ningún nieto con el rollo.
En los primeros días de Enero del 75 me incorporé al BIR nº 1, en Cabeza de Playa, próximo al Aaiún, para cumplir mis deberes con la patria. El 1 de Enero de 1976 llegaba al puerto de Algeciras, en barco desde Las Palmas, después de haberlos cumplido. No fui voluntariamente al Sahara. Todo lo contrario, fui absolutamente en contra de mi voluntad. No solo eso, hice todo lo legalmente posible para no ir. Todo fue inútil. Al que le tocaba «en suerte», que yo conozca no tenía otro remedio que ir, o «desertar». Cosa, esta segunda, que nunca pasó por mi cabeza. Si había que ir, pues se iba. El trance lo pasaríamos lo mejor posible, pero con dignidad.
Y, el Sahara, me impactó. Antes de partir, aún en la península, pregunté a un compañero que había realizado su servicio militar en esas tierras: ¿Qué tal? ¿Cómo es aquello? Su respuesta fue concreta: «Solo te diré una cosa, que no lo olvidarás en tu vida». Hoy, al cabo de treinta años, reconozco que tenia toda la razón del mundo. Cómo era posible olvidar aquel año de mi vida. Y es que en la vida existen momentos trascendentes. Momentos que marcan un carácter, una forma ser, en definitiva, que marcan nuestra vida. Son las cicatrices de la vida. Y uno de ellos, por lo menos en mi caso, fue mi destino en el Sahara Español.
2º.- ANTECEDENTES.
Alguien dijo en alguna ocasión que «el hombre es él y sus circunstancias». Para entender mi rechazo a unas vacaciones, con todos los gastos pagados, en esas lejanas tierras hay que pensar en mis circunstancias particulares. Y no solo en las mías, habría que ver las circunstancias de cada uno de los que fuimos destinados a aquellas lejanas y áridas tierras.
Licenciado en Económicas, había pedido todas las prórrogas posibles para retrasar mi servicio militar. Mi padre ya había fallecido, en el año 71. Con novia, desde hacía muchos años, decidimos casarnos el 21 de septiembre del 73. Eso si, antes fue preciso solicitar el correspondiente permiso al Ejercito, ya que tenía mis deberes militares pendientes. El permiso me fue concedido sin el menor impedimento. Tenía un trabajo, mas o menos como son esos primeros trabajos, pero lo tenía. ¡Que mas podíamos pedir!
Por cierto y aunque sea un pequeño paréntesis, nuestra boda la oficio un sacerdote amigo de la familia. El padre Alejandro Tacoronte, Oblato de María Inmaculada. Este sacerdote, canario de nacimiento, desarrolló toda la primera etapa de su vida como misionero en el Sahara Español. Fueron muchos años y allí dejó lo mejor de su vida.
Pues si. El 23 de Julio del 1974 nace nuestro primer hijo. Nuestra situación económica, sin ser muy boyante, nos permitía desplazarnos a cualquier lugar de España, toda la familia junta, para cumplir mis deberes militares. Pero, ¿al Sahara? . ¿Tan mala suerte iba a tener?
3º.- EL SORTEO.
Yo casi nunca juego a la lotería. Soy absolutamente nefasto para los juegos de azar. Pero, en este sorteo participé, sin comprar el décimo. ¡Y me tocó!. Y, ¡menudo premio!
Era un domingo reluciente, del otoño del 74, cuando un educado comandante de la Caja de Reclutas me indicó cual era mi destino.
A partir de ahí, hice todo lo humanamente posible para evitar lo inevitable. Nada, al Sahara y, la familia, Dios dirá. Posiblemente fueron las peores Navidades de mi vida. Adiós trabajo y adiós a la familia. En el Sahara, las cosas no estaban bien y a quién en sorteo le tocaba, tenía que hacer su servicio militar, sin excusas.
A pesar de lo anterior, tengo que agradecer el apoyo y el ánimo recibido por parte de militares amigos. Dentro de las reglas del juego es bueno contar con ese apoyo. Y con él he contado, durante todo el tiempo de mi servicio militar. Desde compañeros de reemplazo, veteranos, suboficiales, oficiales y jefes he contado siempre con ellos y siempre les estaré agradecido.
4º.- EL VIAJE.
Me incorporo, nada más pasar el Nuevo Año 75, al Cuartel General Varela de Cádiz. Allí nos dan unos cubiertos, que aún conservo, un petate y poco mas. Al día siguiente, en tren hacia Sevilla. ¡Había que vernos las caras de los que íbamos en el tren! . Llegada a Sevilla y primer camión militar. En el primer frenazo del camión, pensé que habíamos chocado con el coche de delante. Nada de eso, los frenos eran así de bruscos. Y, derechos al Hospital Militar. Primeros reconocimientos y primeras bromas, pocas, pues bastante teníamos con ir donde íbamos.
Cuartel de Transeúntes de Sevilla. Dos o tres días, sin más explicación. Una chapa metálica al cuello, con doble numeración, por si moríamos en el viaje. Y, un curso acelerado de abrir candados, por parte de los veteranos del cuartel. Increíble, hasta ese momento pensaba que un candado era algo útil.
Por fin, por la tarde, camiones y al aeropuerto de San Pablo. Al final de las pistas una zona militar. Allí cuatro grandes Hércules. Pintura de camuflaje y por dentro como una gran bañera. Las ventanas a una altura que era imposible asomarse por ellas. Los asientos, de tiras de cinta, todos corridos en el perímetro. En el centro dos filas mas, a todo lo largo. Cuando un gordo se sentaba, el delgado de al lado subía, por efecto de los vasos comunicantes o más bien por la Ley de la Gravedad. Para entrar, una rampa, por debajo de la cola del avión. Antes un importante aviso: «el W.C. del avión no funciona. Si alguien necesita algo, que lo haga fuera, en el campo, antes de entrar pues durante el vuelo no se permite esas actividades». Total, para unas tres horas, relajados, disfrutando del viaje, no sería necesario.
Ya todos los reclutas sentados. El avión con los motores en marcha. El ruido ensordecedor. Los aviones militares no son los de Iberia y los sistemas de insonorización no son necesarios. Allí, unos enfrente de otros, en plan paracaidistas. Nuevamente las caras de circunstancia. En ese momento, lo tengo siempre por costumbre en los viajes, rezó alguna oración y me santiguo. Mi primera sorpresa. Todos, en el avión, se santiguan conmigo. Por lo menos todos los que yo veía en ese momento. Ese hecho me hizo pensar. No lo esperaba, ¿miedo? Creo que no, a lo sumo algo de preocupación.
5º.- LA LLEGADA.
Independientemente a las incomodidades normales de un avión de carga militar, el vuelo fue muy bueno. Pero por la posición de las ventanillas era imposible ver el exterior. Al atardecer, ya oscureciendo, los Hércules, toman tierra en El Aaiún. Y nunca mejor dicho lo de tomar tierra, pues al bajar del avión era tierra y no asfalto donde nos encontrábamos. Y los primeros camiones Pegaso, color garbanzo. Y los primeros soldados con uniformes del mismo color. De repente, entre estos soldados uno que grita mi nombre. ¿Mi nombre?. Acudo y me saluda muy amable. Era amigo de un pariente que igual que yo estaba haciendo el servicio militar en esas tierras. Era de Ávila, pero no recuerdo su nombre. Primer apoyo en aquellas tierras, que agradecí mucho.
En varios camiones salimos por una carretera, entre dunas, hacia el BIR en Cabeza de Playa. Nada de nada, dunas, arena, una estrecha carretera y nada más. ¡Era el desierto!
Mi amigo, por el camino, me fue poniendo al corriente. El, instructor del BIR, pertenecía a la 5ª compañía. Me explicaba que debía hacer para que me encuadraran en dicha compañía. Allí tendría varios veteranos amigos, algo fenomenal en cualquier circunstancia de la vida y mas en aquellos momentos.
Entramos en El BIR prácticamente de noche. A la derecha unas tiendas de campaña. Dado los momentos difíciles por los que se pasaba, medio cuartel lo ocupaban los paracaidistas y los barracones fueron desalojados de reclutas, que dormían en esas tiendas de campaña. A la izquierda, unas siluetas de hombres semiagachados. Risas de los veteranos. Ya os enterareis que hacen. Se trataba de los W.C. más naturalista. Hasta después del toque de retreta, no se abrían los W.C., durante el día se utilizaba la arena. Mas a la derecha se oía el mar, por la hora no me fue posible verlo. Una puerta, con arco de piedra y valla y ya estábamos en nuestro destino.
Un comandante con bastón de mando y tipo «colonial». Varios oficiales y suboficiales y muchos veteranos «instructores» dando voces. Varias mesas de recepción y varias colas, una por compañía. Mi amigo me ayuda a situarme en la cinco, como me había indicado y, ¡perfecto!. Datos personales, abrir una cuenta en el Banco Exterior de España, del Aaiún, para evitar perder el dinero que pudiéramos tener. Ya era recluta de la 5ª Compañía del BIR 1.
A cenar y, cuando pensé que íbamos a la cama, pues no. Fui elegido del comité de recepción de los nuevos reclutas. Por lo que luego me enteré, el hecho de ser licenciado fue motivo para esa designación. Así que me enviaron a una de esas mesas, donde se realizaba la filiación de los nuevos reclutas entrantes. Estas funciones duraron varios días y terminábamos bastante tarde. Fueron viniendo aviones, a distintas horas y de las distintas zonas militares de España. Esto, aparte de entretenimiento, me posibilitó hacer amistad con los cabos primeros instructores y, al menos conocer a los oficiales y suboficiales de mi compañía. Nos acostábamos todos los días muy tarde y la diana era igual para todo el mundo. Pero las relaciones fueron inmejorables.
6º.- EL PRIMER TOQUE DE DIANA.
La 5ª Compañía tenia sus barracones de madera. El techo de Uralita. Delante, entre cada barracón un cobertizo de cañas. En su interior vigas de hierro y literas de tres pisos. En los fondos unos recipientes con agua. En una esquina, un pequeño apartado para los cabos primeros. Durante todo el día, los colchones, mantas y sábanas, debían estar enroscados en la parte superior de los camastros. Solo de noche se permitía estirar el colchón. Y por la noche, muchos, muchos chinches. Con los mecheros quemábamos las esquinas y huecos de los camastros pero de noche volvían a aparecer. Es posible que bajasen de las vigas o de la parte superior de los apartados de los cabos primero, pero lo de los chinches era preocupante. Sobre todo atacaban a algunos, entre los que no me encontraba, que eran mas propensos a estos ataques. En el botiquín solo yodo. Así que alguno parecía que ya había entrado en combate. Una fumigación en los barracones parece que empeoró la situación, los chinches se enfurecieron, salieron a morir.
Por la mañana, muy temprano oí por primera vez al corneta del cuartel tocando el toque de diana. Después de mi sueño, que por cierto siempre es muy bueno, fue como el despertar de un buen sueño y recordar donde me encontraba. Aquello era un cuartel. En, creo dos minutos, había que estar formado en el exterior, delante del barracón. Era prácticamente imposible, a menos que te acostaras medio vestido. Cosa que hice en adelante.
A la salida de barracón se ponía siempre un cabo primero, reenganchado, canario por mas señas, que como el que maneja animales te daba un golpe al pasar. Esta actitud me resultaba tremendamente humillante, por lo que decidí, en el momento previsto para el golpe, darle cara con mirada fija, seria y algo desafiante. Dio su resultado, pues se quedo mirando y no se atrevió a darme el rutinario golpe. Es posible que el ser yo de mas edad que la mayoría de reclutas, unido a mis primeras buenas relaciones durante la llegada de los nuevos reclutas, influyera en no aceptar, por su parte, mi desafío. La cosa fue que nunca mas tuve problemas con el mencionado cabo primero.
7º.- PRESUNTO EXCLUIDO.
Yo padecía de muy frecuentes y fuertes migrañas desde mis primeros años de estudiante universitario. Fui a varios médicos, pero ninguno logró atajar el mal. Solo y después de múltiples tratamiento, con una combinación de analgésicos podía diferir las crisis. Esto lo alegué, en la península, en mis primeros reconocimientos. Pero posiblemente no me creían y para mi resultaba muy difícil probarlo. De nada valieron los certificados médicos, los encefalogramas ni otras pruebas aportadas. Pero yo seguía erre que erre y así lo alegué en el primer reconocimiento al médico del BIR. Cual sería mi sorpresa, que en este caso el médico me creyó y me catalogó como «presunto excluido», pendiente de pasar tribunal médico.
Fuimos muchos los que se nos catalogó de esta manera. Así que a partir de ese momento quedamos libre de todo servicio. No nos dieron ropa militar ni nada por el estilo y quedamos a la espera de unos pasaportes para ir a Las Palmas, a pasar tribunal médico. El problema es que esos pasaportes tardaron mas de lo previsto. Concretamente mes y medio. Tiempo que dedicamos a recoger las colillas del campamento, única ocupación para la que nos encontrábamos disponible. Mientras, la misma ropa, los mismos zapatos, etc. los de civil que llevamos nuestro primer día de alistamiento. Y, por supuesto nada de duchas. Para los reclutas normales había una pequeña galería con unos chorros de agua. Nosotros no entrábamos en esos planes, así que batí mi récord sin ducharme: un mes y medio. Algunos lavados parciales y otros en la playa me ayudaron a capear el temporal. El otro problema fueron los zapatos. De marcha íbamos todos, útiles y presuntos excluidos. Al tiro igual. Pero los zapatos no estaban pensados para esos trotes. Así que se descosieron y estaban de pena.. Un compañero, de Fuente del Arco, me solucionó el problema. De los cañizos que teníamos para sombra, quitó un poco de alambre y con él me cosió mis zapatos. Quedaron de impresión.
Entre los presuntos excluidos había de todo. Desde un atleta olímpico, que le tocó el Sahara, hasta algunos con hernias de disco que no podían moverse. Desviaciones de columna, problemas de oído, etc. Me llamó la atención un muchacho, canario, con un grave y llamativo problema hormonal. Más tarde lo puede tratar en el Hospital Militar de Las Palmas y a un hermano que fue a visitarle y sufría el mismo tema hormonal. El pretendía que algún oficial lo tomara como asistente, pues lo que se le daba bien era el cuidado de la casa. Apareció en el BIR con una gran melena y unos movimientos nada militares, por lo menos en aquellos años. Al principio las inevitables bromas, luego el cariño y respeto de todos, pues era una persona excelente. Tuvo suerte y el tribunal médico lo declaró no acto, según me dijo por sinusitis.
8º.- VACUNAS Y VIDA DIARIA.
Durante las tres primeras semanas no pudimos ir al Aaiún. No sabíamos saludar. Luego, cuando aprendimos podíamos ir los domingos, pero volviendo antes del toque de retreta. Unos 24 kilómetros separan el BIR de el Aaiún y teníamos una guagua o un taxis entre varios. Yo siempre utilicé la guagua. ¿Y, para que ir al Aaiún?. En mi caso para llamar por teléfono. En el BIR no teníamos teléfono, solo uno militar para hablar con otras unidades. Tampoco contábamos con electricidad exterior. Teníamos nuestro propio grupo generador. Agua, nos la traían de un pozo en una cuba. En una ocasión, porque envenenaron el pozo, nos quedamos solo con una pequeña potabilizadora del ejercito. Daba un agua malísima.
Las conferencias telefónicas, desde el Aaiún, eran verdaderos suplicios. Se pedían, nada mas llegar al centro y te las daban para dentro de cuatro, cinco o seis horas. A veces nos teníamos que volver al BIR sin conseguir hablar con los familiares.
Todos los sábados teníamos vacunas, daba igual ser o no ser presunto excluido. Varias y sin mas explicaciones. Una fila, sin camisa, primero te marcaban la zona con yodo, en los dos brazos a la vez. Luego con una gran jeringa te inyectaban tu dosis de vacuna. En un pequeño recipiente con agua, supongo que hervida, ocho o diez agujas. Y con eso, toda la compañía vacunada. Creo que en alguna ocasión preguntaron si alguno había tenido hepatitis por lo del contagio. Menos mal que no existía el sida en aquellas fechas, o, al menos no se conocía. En una ocasión eran dos filas de vacunaciones en lugar de una. Un compañero, algo torpe, se pasó sin darse cuenta de una fila a otra. Recibió doble dosis de vacuna, sin mas. El problema venía luego, a las horas. Creo que la peor era la del tifus. Te daba una fiebre tremenda, más de cuarenta grados y a aguantar en el catre sobre los hierros del somier. De día no se podía utilizar el colchón y al botiquín, mejor era no ir. Los fines de semana, el médico no aparecía y los sanitarios aprovechaban para coger unas borracheras impresionantes. El ponerse en sus manos era todo una temeridad.
Lo más deprimente, al menos para mi, era desde las seis de la tarde hasta la hora de retreta, sobre las nueve y medía de la noche. A esta hora, una gran mayoría aprovechaba para beber. Allí el whisky era muy barato y las gentes acudían al él para olvidar las penas. He visto a compañeros entrar en graves depresiones por esta costumbre. Las listas de retreta, con un «primero» que no podía ni hablar, menos leer una lista de apellidos. O un compañero vomitando junto a ti, en medio de la formación.
Yo descubrí una alternativa muy poco utilizada por los reclutas. Junto al patio de armas había un barracón que se utilizaba como capilla. Allí, todos los días, un «pater», capitán paracaidista, capellán de los desplazados, celebraba misa. Éramos muy pocos los que le acompañamos en esas misas pero seguramente han sido las más vividas de mi vida. Para mi, lo peor del desierto es la soledad. Junto a ella la aridez. Si unimos la separación familiar, que en mi caso y por circunstancias ya dichas era muy fuerte, se daban las circunstancias propicias para pensar, meditar y ver el sentido de la vida. En definitiva, era un lugar inigualable para la oración. ¡Que cosas, hablar de oración en el BIR 1 de Cabeza de Playa del Aaiún, en pleno Sahara Español!
9º.- EL TIRO, LAS MARCHAS Y LOS PRIMEROS RUMORES.
Entre mis mejores momentos en el BIR está el tiro. De siempre he sido aficionado a las armas y especialmente a las escopetas y rifles. Que mejor que un Cetme, «tiro a tiro», o «a ráfagas». En carrera, quietos o cuerpo a tierra. Sobre blancos o sobre siluetas. Eso si parecía un ejercito. Y las marchas, con distintos tipos de formación. Como curiosidad, como seguíamos como presuntos excluidos íbamos al final, con nuestros Cetmes y vestidos de paisanos. ¡Que pinta! ¿Qué pensaría el enemigo …. al vernos?
Y las noticias circulaban por radio macuto. En la retreta de la Policía Territorial, en su cuartel del Aaiún, habían tirado varias bombas de manos. Varios heridos. Hassan II dice que tomará el té, en El Parador del Aaiún, no se que día. Por la noche han ametrallado un coche de la Policía Territorial. Etc. etc.
Medio cuartel de instrucción lo ocupaban los paracaidistas desplazados de la península. Esto nos permitió convivir con ellos y conocer su disciplina, su formación, su preparación física y su preparación para el combate. Todo un ejemplo para los nuevos reclutas. Por las mañanas, en el patio de armas, nos impresionaban con sus ejercicios de gimnasia. Instrucción y terminaban con un «paso ligero» con su Teniente Coronel al frente. Muchas noches realizaban ejercicios de fuego real nocturno, con balas trazadoras que iluminaban el campo de tiro. Con frecuencia y en este caso por las mañanas, a nuestro lado, entre dos bidones con humo, para marcar la zona de caída, desde los aviones realizaban los ejercicios de salto. Todo un espectáculo y un estímulo a nuestro incipiente espíritu militar.
10º.- AL HOSPITAL MILITAR DE LAS PALMAS.
Después de aproximadamente mes y medio llegaron los esperados pasaportes para pasar tribunal médico en el Hospital Militar de Las Palmas. Fuimos un importante grupo de «presuntos». Primero al aeropuerto del Aaiún. Allí pagamos de nuestro bolsillo una pequeña cantidad para el seguro por viajar en un avión militar. Luego un viejo avión militar nos trasladó hasta Gando, en Gran Canarias. El avión procedía de Villa Cisneros y aún recuerdo unas langostas que llevaban los pilotos, adquiridas en Villa Cisneros.
El vuelo, aunque ruidoso, por ser avión militar de carga, fue bueno. Mejor para los presuntos que visitaríamos Las Palmas. Al llegar a las pistas militares de Gando, nadie nos esperaba. Así que por nuestra cuenta y gracias a unos soldados que con un camión se dirigían a la capital y nos hicieron el favor de llevarnos hasta la ciudad.
Pero, en el camión, viví una de las grandes emociones de mi vida. ¡Vi arboles verdes, vegetación!. Y, eso después de mes y medio viendo ¡solo arena!. Os aseguro que se me saltaron las lágrimas. No comenté nada con mis compañeros, pero no era necesario. El propio silencio lo decía todo.
Nos presentamos en la Representación del Sector del Sahara, en Las Palmas y de aquí, acompañados por un sargento nos ingresaron en el Hospital Militar. En mi caso, en una sala de Psiquiatría y Neurología.
El viejo Hospital estaba situado en el barrio de Vegueta, próximo a la Catedral, una zona muy buena de la parte antigua de la ciudad. Y mi sala era grande, con muchas camas y una variedad de enfermos. Entre ellos los de psiquiatría, que nos dieron algún que otro susto.
Y, ¡por fin la ducha!. Hablé con una monja de la sala y le dije cual era mi problema, mes y medio sin ducharme. No pudo ser mas amable. Sobre la marcha y en un pequeño hueco bajo una escalera me localizo una ducha. Y no solo eso, me dio un pijama limpio y se hizo cargo de mi ropa, para darle un lavado. ¡Que amabilidad y que satisfacción la ducha! Y, con agua caliente y todo. Todo un placer.
Por medio de unos amigos, conseguí algo estupendo. Se trataba de un «pase per tarde». Algo parecido al «pase per nocta», pero en lugar de estar la noche fuera, podía salir después de comer y volvía a la hora de la cena. ¿Se puede pedir algo mejor en la vida? Así, con mi pijama por las mañanas, después de comer me ponía mi ropa de paisano y a recorrer Las Palmas. Aproveche para visitar a parientes y amigos y agradecerles las atenciones que estaban teniendo conmigo. Me compré unos pantalones nuevos en Galerías Preciados. Los primitivos fueron a una papelera, ya no daban más de si. Unos amigos me lavaron una vieja chamarreta, que no consintieron que tirase, y, una vez lavada parecía como nueva. ¡Que milagros hace el agua!.
Y, el médico. Tras hablar conmigo y sin más pruebas que las que yo le aporté, me dijo que las migrañas son un síntoma y mientras que no se pueda demostrar una enfermedad detrás, yo era apto para todo servicio. Así que para el Sahara. Del grupo que fuimos a las Palmas, si no recuerdo mal, todos volvimos «útil todo servicio», menos el canario que hablé anteriormente y que según me contó se libró por sinusitis. En mi caso, otro intento perdido. Mi mujer se desplazó desde la península, con mi hijo y por lo menos pudimos reunirnos la familia. Además esperábamos un segundo hijo para finales del mes de Julio. Pero el viaje había merecido la pena.
11º.- ALGUNOS CONOCIMIENTOS EN EL HOSPITAL.
La vida en hospital era distraída y llena de anécdotas. Van aquí algunas de ellas como ejemplo de otras muchas.
Conocí a un legionario en traumatología. Se estaba recuperando de cinco disparos recibidos en distintas partes de su cuerpo. Por suerte ninguno le afectó a zona vital. Según me contó, desde el Cuartel de La Legión, a las afueras del Aaiún, se fue de noche al pueblo. A la vuelta de su juerga venía tan «puesto» que no oyó la voz del centinela dándole el alto y pidiéndole el «santo y seña». Resultado, cinco tiros y a descansar a Las Palmas. Lo curioso es que, aunque no estaba recuperado, le pedía, constantemente al médico que lo mandara para el Sahara, tenía «el mono» de sus juergas nocturnas.
Otro, un «paraca» quemado literalmente por la metralla. Bajando explosivos de un camión se les cayó una caja y explotó afectando a los que la manipulaban.
Entre los de mi sala, uno se nos quedó dormido sentado en las escaleras del hospital. En una depresión se atiborró de pastillas y se llevó tres días dormido. Cuando despertó había perdido la noción del tiempo y esos días para el no habían pasado.
Tuvimos la desgracia de recibir a un paracaidista muerto en accidente de circulación. Allí le realizaron la autopsia. Se celebró un funeral por su alma y lo acompañamos hasta que llegó su familia y se lo llevaron para la península.
Las relaciones, dentro del hospital fueron muy buenas. Yo solía irme con un grupo de catalanes, uno de ellos el atleta olímpico y otro uno, que luego le tocó Carros de Combate. Era de Lérida y tenía una hernia de disco que no podía casi andar. En aquellos momentos este tipo de operaciones tenían bastante riesgo y él no quería operarse. Así que fue declarado útil todo servicio y para el Sahara. Al cabo del tiempo me lo encontré en El Aaiún, un oficial se había apenado de él y lo tenía de «machaca».
La monja de la sala pensó que yo podía ser algo responsable, así que cuando ella se tenía que ausentar me dejaba encargado de los medicamentos que debían tomar los de psiquiatría. No tuve el menor problema y todos me facilitaron mi labor.
12º.- LA JURA.
Como las vacaciones en el hospital no iban a durar toda la mili, ¡una lástima!, pues de vuelta para el Aaiún. Esta vez en avión de Iberia, todo un lujo.
El campamento seguía como siempre pero yo con algo más de prisa. Se trataba de recuperar el tiempo y no tener que repetir campamento, Eso sería horrible. Así que ropa militar y a desfilar. Se terminó eso de recoger colillas. Por cierto que me contaron los compañeros lo duro que les resultaba ir con el camión de la basura a los vertederos. Allí acudían las mujeres y niños nativos por los restos. Ya he visto fotos en la página de La Mili en El Sahara.
La pobreza era tremenda. Y la falta de vegetación igual. ¿Quién no recuerdo unos burritos, junto a unas jaimas, pegadas al muro del campamento?. Allí vendían postales. Esos burritos se comían todo el papel que se les pusiera a tiro, incluso los restos de periódicos que algunos usábamos para funciones biológicas. Y, ¿las cabras en El Aaiún, arrancando los papeles de las latas viejas para comer?. En aquella época las latas de conserva, mas que pintadas solían tener un papel pegado en su contorno.
A pesar de nuestra buena disposición en soltarnos con la instrucción, el importante grupo de los «presuntos» ya no presuntos no cogía el ritmo necesario. Máxime cuando nos enteramos que los legionarios jurarían con nosotros y vendría su banda de música para el desfile. Todo el mundo conoce que la Legión marcha a mucho más velocidad que las otras unidades y la banda era suya y tocaba para ellos. Así que por parte de nuestros jefes se decidió que los antiguos presuntos juraríamos «por botiquín». ¡Menos mal!
Junto a los que se partieron algún brazo u otras enfermedades, en el patio de armas, estábamos «los lisiados». Desfilamos con los demás, los últimos, pero sin armas y encima nos dedicaron una ovación especial. Al menos no tuvimos que repetir campamento.
13º.- NUEVAMENTE A CANARIAS.
Sobre la marcha me entero que daban un permiso especial, por jura de bandera, para ir como máximo a Canarias. No se podía ir a la península. Ya estábamos en Marzo y mi mujer con el nuevo embarazo mas adelantado. En el último momento decido solicitarlo, en un principio no lo tenía nada claro, y tengo que hablar con medio cuartel para ello. Por fin y gracias al Teniente Espinosa, que creo que así se llamaba uno de los dos de mi compañía, recibí el correspondiente permiso. Era ya tarde, después de la comida especial por la jura. Y, me voy para El Aaiún, sin hotel, ni billete ni nada. Llamo a mi mujer y le digo que si puede se venga para Canarias. Al rato consigue vuelo, haciendo escala en El Aaiún. Yo no consigo nada, ni vuelo ni hotel. Por fin una pensión en el que tenían una habitación con tres literas de tres pisos, nueve personas, pero por lo menos podía pasar la noche bajo cubierto. Lo demás, ¡que más da!. Eso pensaba yo, pero la cosa se puso aún peor. Al rato de estar acostado empecé a notar movimientos por mis intestinos. Yo creo que fue la mayonesa de la ensaladilla de la jura. ¡Menuda noche!
Al día siguiente, sin fuerzas por la noche pasada y sin billete me fui andando hasta el aeropuerto. El vuelo en que venía mi mujer llegaba sobre las diez de la mañana y allí no me daban billete. Solo una esperanza, pero no lo podían confirmar hasta que el vuelo tomara tierra. Yo creo que les di pena, con la pinta que tenía. El compañero de la Policía Territorial, que en teoría debía cachearme para subir al avión me daba ánimos. Por fin, todos nuevamente a Canarias.
14º.- EN EL REGIMIENTO MIXTO DE INGENIEROS Nº 9.
Tras este «minipermiso» que fue una gloria, aunque me pareció muy corto, vuelvo al Aaiún, por mi cuenta y en Iberia. Me esperaban, «con los brazos abiertos», en Ingenieros. Allí me destinaron y allí estaba Gabi, el cartero. Un buen, buenísimo amigo. Casado, muy simpático y abierto, tenía por detrás mucha más mili que yo. ¡Que buen maestro!
Nada mas llegar vino a saludarme, me quitó el petate. Gabi, ¿qué pasa?, nada las bromas, mejor yo te guardo el petate.
El tema de las novatadas era bastante cruel, más en la situación en que nos encontrábamos allí. Sobre todo eran peores ya en los destinos y en algunas unidades tenían fama por su crueldad y más gusto. Yo tuve suerte y, ni di ni recibí ninguna novatada, en todo el tiempo del servicio militar. Pero conocí a muchos que recibieron este tipo de ¿bromas?. Como más sangrante contaré un amigo que le tocó en Intendencia. Allí eran mortales. La tomaron con él y eran diarias. Y por las noches, durante muchos días lo levantaban de la litera y con la ropa que tuviese lo metían en un depósito de agua. Así día tras día. Cuando lo veía, de vez en cuando estaba desesperado. Desde entonces no he vuelto a tener noticias suyas. No se como terminaría el tema.
Volviendo a Ingenieros, nada mas instalado aparece una lista con los que teníamos, digo teníamos, pues yo estaba en dicha lista, que ir, en piquete por las calles, con banda de música, para dar honores a la bajada de bandera en El Cuartel General. Y yo sin saber desfilar. Hablé con el Teniente, se llamaba Tarragona, pero no hubo forma de convencerle. Así que como pude salí del trance. Bueno, incluso mejoró mi forma de desfilar ante el miedo a una guantada que se llevó algún veterano.
Poco a poco me fui aclimatando al nuevo cuartel. De momento los cabos primeros no eran los del BIR. Se les tenía mucho menos respeto. Lo peor eran las cosas mas vulgares. Por ejemplo, lavar la ropa. Una vez lavada, era necesario hacer guardia delante de la colada, hasta que estuviese seca, pues si no la vigilabas desaparecía. Los W.C. era otro problema. Los encargados de su limpieza eran los de la banda de música. Pero con tanto personal, además de todo el Regimiento, había una compañía expedicionaria de Canarias, cuando se necesitaban usarlos, daban pena. Yo ideé un procedimiento algo complicado, me jugaba un arresto, pero utilizaba unos W.C. relucientes. Se trataba de dos baterías de W.C., una en uso y al lado otra cerrada, ya limpia. Cuando iban a limpiar la que estaba en uso es cuando se abría la limpia. Entrando en los servicios sucios y saltando por el techo se pasaba a los servicios limpios, por este procedimiento siempre utilicé servicios limpios. Procuraba dejarlos como si nadie los hubiese usado. El sistema funcionó durante todo el tiempo que viví en aquel cuartel.
A la hora de salir a la calle, en mi caso con mucha frecuencia como contaré mas adelante, el pelado y los rombos con el «castillito» de ingenieros eran fundamentales. Lo del pelado lo arreglé pelándome todas las semanas. Lo del «castillito» tenía mas guasa. El Castillo dorado, sobre fondo rojo con forma de rombo, es el emblema del arma de Ingenieros. Se utilizaba un rombo, uno en cada picos del cuello de la guerrera o de la camisa, en total dos rombos. Pero no todos los rombos eran iguales. Existían tres los tipos de rombos: un tipo era plano de aluminio, el segundo tipo era con volumen, metálico, parecía latón y el tercero forrado de tela y con un castillo metálico con volumen. Se utilizaban, indistintamente cualquiera de ellos, siempre que los dos fueran iguales. El problema te lo encontrabas cada vez que llegabas a la puerta para salir a la calle. El oficial o suboficial de guardia miraba que tipo de rombos llevabas en el cuello de la guerrera. Y según los días o según las órdenes o según «no se sabe qué», pues nunca llegamos a entender los motivos cambios, si ibas con los planos, ese día correspondía los de tela, si llevabas los de tela, ese día correspondía los metálicos con volumen, y así siempre. Todo el mundo que fuera a la calle, antes tenía que hacer de costurera. Buscar aguja, hilo y a coser, para cambiar los rombos. Solución, cremallera tipo «velcro». Pegamento y una parte de la cremallera en los rombos y la otra parte cosida en la guerrera. Sobre la marcha realizaba el cambio. Pues los tres tipos de rombos los llevaba en el bolsillo.
15º.- CARTERO.
Entre mi amigo Gabi y yo pensamos, dentro del cuartel, que destino podía ser el mejor. El estaba muy contento con la cartería. Y, su licenciatura estaba muy próxima. Yo estaba en la Plana Mayor Administrativa, de donde dependía dicho destino. ¡Que mejor que heredar ese puesto!. Así que nos fuimos a hablar con el capitán de la compañía, el capitán Senso Galán. Una excelente persona y un ejemplar militar. Con posterioridad me enteré que murió en un accidente de coche en una misión de los Geos, fue la primera víctima de ese cuerpo de elite. El capitán nos atendió y aunque al principio estuvo algo reticente, accedió a nuestra petición y me nombró segundo cartero del regimiento, «con derecho a sucesión».
Teníamos un pequeño despacho, con llaves y un dormitorio con una cama. La ocuparía cuando Gabi se licenciara. Pase para salir por la ciudad durante todo el día. Vehículo de servicio, un Land Rover, a nuestro servicio para cuando fuera necesario. Libre de todos los servicios del cuartel de día. Solo deberíamos hacer los «refuerzos» y las «imaginarias». Y, sobre todo, posibilidad de quitarme de lo rutinario y relacionarme con multitud de personas, tanto dentro como fuera del cuartel.
Nunca pude imaginar que importante era el oficio de cartero en un regimiento. Normalmente recibíamos un volumen diario de cartas como para llenar completamente un petate. Los paquetes llenaban diariamente nuestro Land Rover, largo, hasta la altura de los respaldos de los asientos. Esto solo por correos. Luego existía una correspondencia entre cuarteles, normalmente oficial, telegramas y paquetes que, por mediación de Iberia, se recibían en el aeropuerto. En una ocasión y por este último procedimiento me encontré con una moto de gran cilindrada que venía dirigida a un teniente de mi compañía. Naturalmente no me atreví a llevársela circulando, y no por falta de ganas, y le di aviso para que pasara por ella. En nuestro cuartel se entregaba la dirigida a jefes y oficiales, en mano. A suboficiales de nuestra compañía, en mano. Al resto de suboficiales, en su bar. Y a la tropa, por compañías entregando la correspondencia a su correspondiente furriel. Esto hacía que conocieras, por sus nombres y apellidos, a todos los jefes y oficiales del regimiento. A muchos suboficiales. A todos los furrieles. Y, ellos, por «el cartero», te conocían a ti. Pero no solo eso, en el Cuartel General corrían las noticias. Si todos los días, tenias que visitar sus oficinas y saludar a compañeros, podías tener algo mas de información. Los Juzgados Militares, junto al Cuartel de Artillería, el CESIC, o algo así, era un servicio de información del ejército que diariamente enviaba un sobre confidencial al coronel de nuestro regimiento sobre la situación en el territorio. Aunque en menor medida, por nuestros constantes desplazamientos por El Aaiún también teníamos muchas posibilidades de relacionarnos con nativos y civiles. Eran frecuentes los encargos, por parte de oficiales o simples compañeros, que de muy buena gana realizamos. Desde comprar sellos de una serie limitada, para un coleccionista, hasta buscar el tornillito de unas gafas en la óptica. A veces y con bastante apuro por mi parte, hasta recibí alguna propina.
Entre las muchas gestiones que realicé para conseguir poder vivir con mi familia, hay una que a modo de ejemplo cuento. Entre los soldados, muchos eran casados y con hijos. Situaciones mas o menos parecidas a la mía. Yo entendía que era una injusticia, por ese servicio militar que nunca llegué a entender del todo (gracias que hoy ha desaparecido), tener a esos matrimonios separados y en muchos casos con unos importantes problemas económicos añadidos. En mis ratos libres redacté y envié una detallada y razonada carta al entonces Presidentes de las Cortes Españolas, Rodríguez de Valcárcel. Tuve la alegría de recibir contestación. Daba la razón a mis razonamientos. No solo eso, me aseguró que personalmente se encargaría de estudiar y solucionar ese grave problema. Al cabo de un año, o algo más se promulgó una Ley o un Decreto, no recuerdo bien, donde se permitía, a los soldados casados solicitar el destino lo más próximo a su residencia familiar. Fue para mi una enorme satisfacción conocer esta disposición pues, aunque en mi caso ya no era de aplicación, si podían beneficiarse multitud de jóvenes en un futuro. Aquella carta había dado sus frutos.
16º.- LA SITUACIÓN EMPEORA.
Mi vida militar transcurría muy bien, Gabi ya se había licenciado pero contaba con todos sus amigos más los compañeros de mi reemplazo. El tener un mini dormitorio propio era todo un lujo. Y el colmo fue cuando descubrí que, debajo del camastro, existía una antigua placa de ducha. Probé y el agua que se echaba allí desaparecía. Con lo cual ideé un magnifico sistema de ducha. Dos cubos de agua, que los llenaba en un grifo que tenían los camiones para llenar sus radiadores. Con uno me enjabonaba y con el otro me enjuagaba. Además, en el dormitorio tendía la ropa, sin necesidad de hacer guardia hasta su secado. A partir de ahí, creo que fui el soldado mas limpio, al menos de mi cuartel. Mi única preocupación era mi familia. No estaba, en esos momentos, El Aaiún para traerse a la familia y mucho menos un simple soldadito.
Pero la situación, en lugar de mejorar, empeoró. La ONU anunció el envió de una comisión para la descolonización del territorio. Las amenazas de Marruecos cada vez eran mayores y las instigaciones del Frente Polisario se acrecentaron mucho. Por otra parte, en la península, Franco estaba muy viejo y enfermo.
Un día, el Teniente Coronel Mayor nos reunió en el comedor. Nos tenía que hablar. Unos compañeros nuestros, con un Land Rover con emisora de radio, de «transmisiones» habían salido de patrulla con La Legión. Pisaron una mina y murieron todos. Sus cuerpos estaban totalmente destrozados, pues además de la mina, como iban con armamento al cinto, incluidas granadas de mano, por simpatía estas explotaron. Eran nuestros primeros compañeros víctimas.
Fue en aquel tiempo cuando un grupo de soldados nativos nómadas, durante una patrulla, se sublevaron contra su jefe, el teniente José Manuel Sánchez-Gey Venegas, compañero y amigo de mi juventud, en el Instituto Columela de Cádiz. Lo hicieron prisionero y, durante unos cuatro meses pasó todo tipo de maltratos y calamidades. Hoy es coronel en una unidad de Paracaidistas en las proximidades de Madrid.
En la ciudad empezaron a producirse una serie de atentados por parte, según nos decían, de jóvenes enviados por el Polisario. Recuerdo un día en que por lo menos tuvimos seis explosiones. Voló el bar de enfrente del cine. En la Saguía, junto al Cuartel de Artillería se produjo otra explosión. Nos dijeron que murió su autor, un muchacho muy joven. Fue necesario aumentar los refuerzos a las guardias. Los depósitos de Campsa fueron fuertemente protegidos. El aeropuerto. Los coches debían circular, de noche, con las luces interiores encendidas. A los carteros se nos armó con pistola para salir por la ciudad. El resto de soldados debían salir con bayoneta como arma defensiva. Y, mientras, Marruecos presionando. Recuerdo, por lo menos en dos ocasiones el toque de «generala» en todos los cuarteles del Aaiún. En el nuestro, con todo el personal preparado y el armamento y las minas, en los camiones para salir a la frontera. Nuestro Regimiento tenía dos secciones o batallones, zapadores y transmisiones.
Este aumento de medidas cautelares supuso, en mi caso, un aumento de mis «refuerzos» nocturnos, al estar rebajado de servicios diurnos por mi actividad de cartero. Los refuerzos eran unas guardias de cuatro hora dando vueltas por zonas especialmente vulnerables y visitando a los distintos puestos de guardia. El resto de la noche lo pasábamos en el cuerpo de guardia por si era necesaria nuestra intervención, vestidos y con el armamento preparado. El problema estaba en que el sueño perdido no era recuperable, al día siguiente tenías que realizar tu actividad con total normalidad. El sueño iba en aumento hasta tal punto que un día me ocurrió un hecho que nunca podía suponer que ocurriese. Fue en un refuerzo y el frío era muy intenso, en el Sahara las noches son muy frías. En un momento de nuestra ronda, se realizaban los refuerzos en pareja, apoyamos la espalda sobre un muro que tenía una pequeña Uralita a modo de porche. De esta forma nos protegíamos del relente que caía. Por supuesto de pié y con nuestros Cetmes en ristre. Pues me quedé dormido, ¡de pié y dormido! A partir de este momento entendí mejor como los centinelas se podían quedar dormidos en las garitas. Allí mas fácil, pues cuanto mayor es el calor y la comodidad, más pronto te puedes quedar dormido.
Recuerdo muy especialmente al Capitán Davoise, secretario del coronel, que era muy aficionado al tiro con pistola. Con el adquirí cierta soltura en el manejo de esta arma. Teníamos una galería de tiro y en ella hicimos nuestras prácticas.
En medio de todo, una manifestación, de mujeres y niños nativos, en las puertas de los cuarteles nos dirigían todo tipo de insultos. Eran las mujeres e hijos de los Polisarios. Nuestro coronel, el Coronel Aramburu Topete, ordenó poner la megafonía «a tope» con himnos y marchas militares para acallar los insultos. El Coronel Aramburu Topete tenía una dilatada vida militar y fue posteriormente Director General de la Guardia Civil, cuando el famoso golpe del Teniente Coronel Tejero. Coincidiendo en Madrid con el General Federico Gómez de Salazar, en ese momento Capitán General de Madrid y que en el 1975 era General Jefe del Ejército en el Sahara Español. Un primo del general, el Teniente Coronel Antonio Gómez de Salazar, era jefe de instrucción en nuestro regimiento.


17º.- ESPERANZAS DE MI UNIFICACIÓN FAMILIAR.
Se aproximaba el mes de Julio, a su final estaba previsto el nacimiento de mi segundo hijo y yo en el Sahara. Por otra parte, conocía la existencia de la Representación del Sector del Sahara en Las Palmas, entre otras cosas por que fue donde nos presentamos antes de nuestro ingreso en el Hospital Militar de Las Palmas. En aquellos días supe que teníamos un compañero de ingenieros en dicha Representación y su licenciatura estaba próxima. El tiempo máximo que se podía permanecer en la representación era de seis meses. Para colmo, el teniente al mando de dicha Representación era el Teniente Ángel Montañés Barranco, de nuestro cuartel de Ingenieros. Así que había que intentarlo. Por mediación de mi capitán y alegando todos los motivos que pude, a mi favor, solicité dicho destino. Destino que me fue concedido y que, aún hoy no se como agradecer que así fuera. Me nombraron un cartero auxiliar, al que poco a poco le fui enseñando nuestro cometido y fui preparando todo para mi marcha a Las Palmas. Mientras, mi mujer, preparaba todo para venirse a Las Palmas conmigo. Dado su avanzado estado de gestación hasta fue necesario un certificado de un médico que se hiciera responsable del traslado. Buscar piso, etc. Etc.
18º.- REPRESENTACIÓN DEL SECTOR DEL SAHARA EN LAS PALMAS. EL CUARTEL DE MATA.
Antes que nada, decir que ya toda la familia nos encontrábamos instalados en Las Palmas, el 27 de Julio a las seis de la mañana nació mi segundo hijo, en este caso una niña. Unos familiares que viven en esa ciudad nos ayudaron mucho, prácticamente todo nos lo iban solucionando. Teníamos piso y estábamos juntos. Mejor imposible. ¿Y, el Cuartel de Mata.?
El Cuartel de Mata era muy curioso. Un castillo situado dentro de una muralla en el contorno de la ciudad, muy próximo al edificio de Correos y relativamente próximo al Gobierno Militar.
En su interior, convivíamos varias representaciones: la Representación de Tropas Nómadas; Las Representaciones de las banderas saharianas de La Legión, el III y IV Tercio del Aaiún y Villa Cisneros; Una unidad de Red Permanente; Una representación del Regimiento de Infantería de Fuerteventura y, nosotros, la Representación del Sector del Sahara. En nuestro caso con nuestra propia emisora de radio. Todo ello, al mando de un comandante legionario, el Comandante Senen. La Legión también lo utilizaba como cuartel de transeúntes.
Así que era normal ver una guardia formada por un nómada, un pistolo, un legionario, uno de Fuerteventura, el sargento legionario y el teniente de Ingenieros del Aaiún. También debemos decir que la disciplina no fue nuestra mejor virtud. Tal era el caso que nadie quería ir al Gobierno Militar, para cualquier asunto, pues volvía normalmente arrestado. Los que procedíamos del Sahara no destacábamos por nuestra uniformidad y presentación.
Sin embargo, la convivencia dentro del cuartel era estupenda. Creo que en mucha parte por méritos de nuestro comandante, una excelente persona. Y, nuevamente más posibilidades de conocer y tratar personas de distintos orígenes y condiciones. Conocí y traté a varios legionarios, que para mi resultaban de lo más curioso. Recuerdo a un francés que había servido en la Legión francesa en Argelia y que con la independencia de aquel país, pasó a la Legión española, no quería dejar el Sahara.
Nuestra Representación estaba dividida en dos partes. El almacén, en el patio del cuartel y las oficinas, en una planta superior. Al principio y como me pareció lógico ocupé una plaza en el almacén. Allí trabajábamos mucho pero se hacía de muy buena gana. Durante el día íbamos recibiendo los pedidos de los proveedores para el Sahara. Descargábamos camiones y esa carga la pasábamos a nuestros camiones militares o se guardaban en el almacén. Muy temprano, ya con los camiones, pasábamos por los frigoríficos a retirar los congelados y directo al aeropuerto de Gando para el envío por avión al Sahara. Normalmente eran dos o tres aviones con los que contábamos, aunque a veces disponíamos de mas vuelos.
De esta época recuerdo una anécdota curiosa que nos pasó en Gando. Habíamos cargado un pequeño Aviocar según las hojas de carga. Entre las mercancías tres ataúdes. Cuando llegan los pilotos y ven la carga se les cambia, sobre todo a uno de ellos, la cara. Deciden que el avión tiene exceso de carga y que tenemos que sacar toda la carga y volverla a pesar. No nos quedó más remedio que hacer lo que nos dijo, aunque comprobamos que las hojas de embarque estaban perfectamente. El avión llegó sin novedad al Aaiún.
En nuestra representación no nos daban la comida. Solo el pan que no los traían diariamente de Intendencia. Por cierto, muy bueno y todo el que quisiéramos. De todas formas,
el Teniente Montañés Barranco, se portaba muy bien con nosotros. Así que a todos los proveedores les decía que se acordaran de nosotros, sobre todos los casados, que éramos, que yo recuerde dos. Así que provisiones nunca nos faltaron.


Román Martínez del Cerro junto a unos compañeros en El Cuartel de Mata de Las Palmas. Al fondo los sacos de leche en polvo LITA, las cajas de leche condensada LITA y en la mano y bajo el brazo, el pan de Intendencia. Agosto de 1975.

19º.- LA MUERTE DE FRANCO.
Con el paso del tiempo se licenció un soldado de Jaén, que vivía en Cataluña y éste me propuso que ocupara su puesto en la oficina del teniente. Era un buen destino. En el mismo despacho del teniente me dediqué a recibir todos los pedidos del Sahara, normalmente vía nuestra propia emisora de radio. Luego realizaba los distintos pedidos a los proveedores canarios. Por último y según las disponibilidades de los aviones y los pesos de los pedidos, confeccionaba las hojas de embarque. Todo esto, vestidos de paisano, a no ser que tuviéramos guardia y por las tardes, a casita con mi mujer y mis hijos. Menudo premio me había tocado. El único inconveniente era no tener sueldo, si no llega a ser por eso, pido el reenganche.
Ya en noviembre, vivimos la incertidumbre de la muerte de Franco. Nos acuartelamos durante dos o tres días, pero gracias a Dios sin mayores problemas.
Y a disfrutar, de unas tierras tan bonitas como son las Islas Canarias.
Cierta incertidumbre, pesando que a los seis meses tendría que volver al Sahara. Pero viendo como se estaban desarrollando las cosas no parecía muy probable esa posibilidad.
20º.- ¡A LA PENÍNSULA!
Próxima la Navidad, diciembre del 75, se incorporó un muchacho de Córdoba, para ir aprendiendo las funciones que yo realizaba. Yo, al menos teóricamente, debería volver a Ingenieros del Aaiún y él ocuparía mi lugar. En el Sahara no daban permiso, el mes que normalmente se concedía en la península, por lo costoso de los desplazamientos. Así que ese mes se dejaba para el final y se licenciaban un mes antes. Pero este nuevo compañero tenía muchas ganas de pasar la Navidad en su casa. Así que entre él y yo convencimos al teniente para que le diera un permiso extraordinario. El teniente lo concedió, pero con el compromiso, por mi parte que si me mandaban para la península o, al Aaiún, esperaría hasta que volviera mi compañero de Córdoba. Era un trabajo específico y no había quién lo pudiese realizar.
En aquellos tiempos, por la Representación pasaban multitud de objetos y mudanzas enteras del personal del Sahara que estaban abandonando el territorio. De repente, en las oficinas de la Representación me encuentro con el Capitán Juan Senso Galán: «Mi capitán, a sus ordenes. Que alegría verle». Me reconoció al instante y me saludó amablemente. Me dice: ¿Qué haces tu aquí, si los de tu reemplazo ya están todos en la península?. Mi capitán, ¿Cómo? ¿Qué me puedo ir?. Su contestación fue tajante: «Cuando tu quieras». Toda la conversación delante del Teniente Montañés.
En el Cuartel de Ingenieros de Canarias, entregué mi Cetme y la ropa militar. Pero seguí durante una semana más, de paisano y sin guardias realizando mi trabajo con los proveedores y las hojas de embarque. No era cuestión de incumplir mi compromiso y menos dejar tirado a mi teniente, del que tan buenos recuerdos guardo.
Por fin, y tras un año de mili, a las seis de la mañana del día uno de Enero de 1976 llegaba al puerto de Algeciras. El barco a Cádiz había tenido una avería y se suspendió el viaje, por eso mi llegada a Algeciras. Con un montón de regalos, era Navidad y fueron muchos los detalles de los proveedores, pero sobre todo con mi mujer y mis hijos.
Muchos más detalles, anécdotas e historias he ido recordando, mientras escribía estas hojas. Muchos no los he escrito conscientemente, otros simplemente por olvido.
Es posible que en lo que cuento haya podido sufrir errores de memoria, no he consultado ningún dato, todo ha sido de pura memoria. En todo caso es una historia subjetiva, tal cual yo lo siento, así lo cuento. Eso si, es mi verdad.

Martínez Del Cerro García De Blanes, Román. (CA) 07-01-2005
Ingenieros
El Aaiún. 1975-1975


Otros relatos del mismo autor:
Relato 013.- “EL SÁHARA, UN DESIERTO EN MI VIDA”
Relato 048.- “MIS ÚLTIMAS HORAS EN LAS PALMAS”