«FORTÍN Nº 5»

Hola compañeros,

RECUERDOS
Voy a contar mis recuerdos más significativos no contados en mi anterior relato, todos ellos escritos en mi diario los días del Fortín no5 pues en él teníamos todo el tiempo del mundo, el que nos faltaba en Cabeza Playa donde, sin terminar una cosa ya nos mandaban otra, pero ya sabíamos que nos faltaban pocos días de mili, habían pasado casi 16 meses.

CABEZA PLAYA
Las defensas de Cabeza Plaza eran una serie de fortines que empezaban en el del BIR y terminamos a unos 3 kilómetros de los depósitos del Atlas, junto a la playa. Hacían como un arco mal trazado, yo nada sabia de defensas ni estrategias militares pero a mi no me cuadraban, aunque de sus terrazas se veían los dos más próximos en alguno de ellos, no había tropa.
En la entrada del BIR a la derecha estaba «duna grande» o «duna madre», como algunos la llamaban a los pies de esta duna. En dirección a El Aaiún había unos barracones, uno de ellos era un polvorín, todo guardado por Cabrerizas. En 16 meses casi se los había tragado la duna.
Anteriormente todos estos puertos los tenia la Legión hasta últimos del 64, que se hicieron cargo de los corrigendos de Hausa y Cabrerizas se quedó con la guardia de todos ellos y con los corrigendos con poco castigo.

LLEGADA AL FORTÍN
Llegamos al fortín en la madrugada del jueves día 14 de octubre relevando a los que allí estaban. En la madrugada del miércoles día 3 de noviembre nos relevaron a nosotros.
Los primeros días casi fueron de descanso, después de tanto hacer «transistores» y descubrir un viejo fuerte, enterrado en la arena. Nos decían que era para hacer un hogar para Cabrerizas, ya que no tenia. Yo nunca supe si se hizo pero seria una pena después de los cientos de carretillas de arena que sacamos de allí. También salían casquillos de balas, nos decían que eran de las escaramuzas que hubo allí en los últimos días del año 57. Este pequeño fuerte estaba junto a una depuradora que nunca vi funcionar. Esta depuradora la guardaba un nativo un poco cojo, siempre vestido con ropa de faena de TN y una galleta de cabo. Nos decía que fue escolta de Franco y que un día un caballo le dió una coz. Nosotros le gastábamos bromas y le decíamos que la cojera era que había querido «montar» un camello por detrás. Él se reía y nunca se enfadaba con nuestras bromas. Se llamaba Yasif pero nosotros le llamábamos «Moha».
En el fortín estábamos cuatro soldados y un cabo. Por las noches venia un refuerzo igual que nos traían la cena. Yo también había hecho algún refuerzo de aquellos pero nunca en este fortín. Al mediodía un todoterreno nos traía la comida y «agua». A mi casi todas las mañanas me tocaba ir por el desayuno al «cuartel de Cabrerizas». Más que un cuartel parecía una granja avícola sin ningún tipo de valla ni defensa. Hasta el fortín había unos dos kilómetros y medio de ida y lo mismo de vuelta.
El fortín era un edificio de unos 45 o 50 metros cuadrados. Nada más entrar, había cuatro literas a los laterales con ocho camas, dos nidos de ametralladoras que no teníamos. Bien armados precisamente no estábamos. Arriba había una terraza con unas troneras para mirar y una pequeña torre donde estaba la puerta para salir a la terraza. Para subir había una escalera de hierro unida a la pared. Ahí́ nos alumbrábamos con un candil y velas.
Los servicios no eran malos, siempre dependía del oficial de guardia, el teniente Aragón, era al que todos le temíamos. El día que este estaba de servicio teníamos que estar en la terraza y allí «Lorenzo» calentaba lo suyo. Este teniente y el capitán Fernández eran de los que habían estado en Hausa al mando de los corrigendos. Eran dos tipos duros. Algunos días, con un palo, una camisa y la gorra, simulábamos estar allí arriba, eso sí, lo movíamos de vez en cuando y parecía más real.
Por el día patrullábamos sin alejarnos mucho del fortín, por las noches hacíamos dos turnos de dos horas cada uno: dos de patrulla y las otras dos junto al fortín. Alguna noche intentábamos cazar algún chacal que venia a los restos de la comida con trampas pero no había manera, y eso que alguno decía ser el mejor cazador en su pueblo.
Una de aquellas noches, en el refuerzo vino un corrigendo de los pocos que quedaban en Cabrerizas y cuando hizo sus servicios le dió el «siroco» y se fue por las haimas cercanas para ver si veía alguna mujer. Lo único que encontró fueron algunos golpes y parte de la munición que perdió, que se la tuvimos que reponer entre todos. Este corrigendo era canario, en la espalda tenia un tatuaje impresionante; cuando se movía parecía que se movían las figuras que tenia. Era un buen tipo, posiblemente un poco «cabeza ligera».

Las noches eran frías, pero nunca te cansabas de mirar aquel cielo con aquellas estrellas que se veía como se movían. Era un espectáculo que nunca olvidaré. Aquellos momentos nadie te los quitaba y te hacia pasar mejor de los menos agradables.
De los nativos de las haimas cercanas conocía a alguno de Cabeza Playa y de venir alguna vez en la guagua de El Aaiún. Nos solían invitar a tomar té con ellos y alguna vez, no muchas, hablaban de sus inquietudes pero nosotros poco podíamos hacer. Con los nativos, solamente una vez tuve un pequeño problema, una noche en un chiringuito de Infantería de Marina dimos 100 pts. para pagar, nos dan las vueltas y uno dice que son de el y discutimos un poco. El que llevaba el chiringuito nos hizo señas para que saliéramos y así lo hicimos. Solo oímos algún grito y golpes, seguro que perdió el nativo. Lo que ya no sé, si fue justo lo que pasó allí dentro. Como nos sobraba mucho tiempo, sobre todo de día, cada uno hacíamos lo que queríamos. Yo, casi todo mi tiempo lo pasé ordenando mis recuerdos y hablando de lo que en la península habíamos dejado: novias, padres, hermanos y amigos. Yo con todos me carteaba.

RECUERDOS
La llegada al BIR los primeros días de julio del 64, cuando nos íbamos acercando y vimos aquella duna enorme, nos sorprendió a todos con el tiempo, creo que la pisé entera. Los Cabrerizas nos hartamos de hacer guerrillas en ella y más de una vez me tuve que enterrar en ella. También nos contaban que unos días antes del combate de Edchera, hubo en ella algún tiroteo.
Un día, después de casi cuatro meses en el BIR haciendo instrucción con un cabo 1o de Legión, no tuve un buen día, pues todo me salía mal. El cabo me dice que qué me pasaba, le digo que me da el sol en los ojos, pero estábamos de espaldas a el. Creo que le caía bien, pues le dió la risa y me dijo: «Tienes más cara que el cabrón de riojano que tuve el llamamiento anterior en Sidi Buya» (este cabo 1o no es el que menciono en mi anterior relato). Después de esto nos vimos alguna vez en El Aaiún y nos tomamos algún trago juntos. Siempre me recordaba aquello.

MÁS RECUERDOS
En los meses que estuve en Intendencia en un refuerzo de guardia de 5 horas en el puesto de la paja me quedé dormido. Casi al lado había un polvorín que lo guardaba la Legión las primeras dos horas. Con el legionario de puesto hablábamos y nos decíamos alguna tontería y no me enteraba del tiempo. El relevo no era tan hablador y con el tris tras, tris tras de las trinchas me quedé frito. Sentado en un muro de hormigón. El terreno hacía una pequeña vaguada por donde iba un camino a unas casas que vivía algún oficial. Un teniente de Artillería que pasó me despertó y sólo me dijo: «espabila muchacho». Creo que este hombre me libró de un buen paquete, siempre he pensado que allí más que un soldado con un fusil, con una vara hubiera sido suficiente, pues allí sólo iban los burros para comer paja. Aquel camino llegaba hasta el aeropuerto.
En el mes de febrero, haciendo el curso de auxiliar, un día nos llevaron al otro lado de la Sahia por una pista enfrente del cuartel de la Legión y, en un descanso, se acerca un saharaui viejo totalmente azul y nos dijo que había estado en España en nuestra guerra civil. Hacía gestos como de disparar y decía: «pam, pam, yo disfrutar matando guropeos». Se lo dijimos al teniente que estaba en una sombra, con dos sargentos, y nos dice: «no le hagáis caso, éste es de los nuestros». Después nos enteramos que aquel hombre tenía un sueldo del Ejército.

VUELTA AL BIR
Por cierto, me tocó «estrenarlo» en julio del 64 y en marzo del 65 hasta finales de septiembre, todos estos meses, fueron los más tranquilos y de los que tengo muy buenos recuerdos, olvidando el incidente del capitán del que hablaba en mi anterior relato.

El jueves 18 de marzo vino un amigo de la Cía. de Mar y me dijo: «mañana tenemos cena, baja». Le pido permiso a mi teniente, que era Julio Pacheco López, y permiso concedido. Bajé y vi que tenían para la cena un chivo asado. Después de cenar me dicen que se lo han quitado a un subteniente de la Cía. de Mar. Entónces en Cabeza Playa había una Cía. de la Legión en la que estaban dos paisanos nuestros. Estos fueron los que habían hecho la faena. El que me avisó estaba en el economato de la Cía. de Mar, aún sigo viéndolo. De los legionarios nunca supe más.

OTRA ANÉCDOTA
En El Aaiún había una confitería «La Española» a la que solíamos ir alguna vez ha comer algún dulce y tomar algo fresco. Entónces era posiblemente el mejor sitio para eso. En esta confitería estaba de dependienta una muchacha de unos 17 o 19 años, hija de un sargento de Cabrerizas y algún domingo, en la playa, nos saludábamos. Los soldados dejábamos la ropa en la torre de un viejo fuerte junto a los depósitos del Atlas. Uno de esos días el padre nos vió hablar con ella, cojió el cinturón y empezó́ a amenazarnos. Tuvimos que saltar más de tres metros, con la ropa debajo del brazo y salir corriendo. Menos mal que no nos conoció esta muchacha, en aquellos días era lo más parecido a cualquier novia o hermana que podíamos tener nosotros, era fruta prohibida. A la altura de este viejo fuerte salía una pista dirección Bu-Craa, al otro lado había una granja de «galufos» y gallinas.

LAS NOCHES
Algunas noches echábamos de menos Cabeza Playa. De vez en cuando cenábamos en un chiringuito que lo regentaban unos canarios y freían unos huevos casi tan buenos como los de la madre. En este sitio se juntaban unos canarios que cantaban muy bien canciones folclóricas de su tierra. Yo me sabía casi todas sus letras y, algunas noches, les acompañaba con la guitarra y cantando. El mayor del grupo dice: «Machaco del carajo, no lo hace mal el godo del Norte». Yo sabía lo que me decía pero era su forma de hablar. Después de aquellas noches sólo una vez cogí la guitarra, pues un amigo se la metió a otro por la cabeza, pero eso es otra historia.

En el 2004, estando con un nieto y mi mujer en los lagos Martianez del Puerto de la Cruz, se acerca un hombre y me dice si puede hacerme una pregunta. Le digo que sí y me dice: «Mi niño, ¿usted en los anos 64-65 estuvo en Cabeza Plaza?». Le digo que sí y entonces me dice: «Soy Manuel, el Gauchito». Era uno de los de aquel grupo de canarios, que me reconoció́ por un pequeño tatuaje. Con este amigo he estado en contacto hasta septiembre del 2009 que nos dejó. Q.D.E.

LA HANNA
La Hanna merece un capítulo aparte. A finales de julio del 64 empezamos a oír que por los alrededores del BIR había una nativa que hacía favores. El morbo y los 22 anos nos hizo ir para ver cómo era. Resultó ser la Hanna, que ya conocíamos de verla por los alrededores del BIR buscando en las basuras. Siempre iba acompañada de otra nativa mucho mayor y más oscura. La vieja era muda, siempre llevaban un burro. A pesar del bromuro que decían que le ponían en las comidas, algún salido le hacía proposiciones pero ella siempre decía lo mismo: «Yo sólo con el teniente ……….». Nunca lo vi con ella pero cuando nos oía hablar de ella siempre la defendía y nos decía: «Tendríais que conocer su historia». La estuve viendo casi todo el tiempo por los alrededores del BIR y Cabeza Playa, nunca la vi ni con nativos ni con soldados. Entre la tropa también había algún fantasma que hablaba más de la cuenta.

REFLEXIONES
Como ya he dicho, en el fortín teníamos mucho tiempo libre. Teníamos largas conversaciones y reflexiones sobre lo que allí estábamos haciendo. A la mayoría les parecía una pérdida de tiempo pero en mi caso era algo raro pues prácticamente fui voluntario. A otros les había partido el ritmo de la vida, bien por estudios o por trabajo.
Sobre los nativos teníamos nuestros debates, muy por encima de lo general eran buena gente; unos trabajaban para el gobierno y otros en el ejército, en TN y PT. Casi todos poníamos alguna pega con los del ejército, pues en todos los conflictos anteriores hubo algún grupo que se volvió contra España, tanto en las guerras del norte como en la del Sahara-Ifni (con el paso de los anos también pasó aquí).
También entendía que quisieran ser libres en su tierra. España tendría que haberles preparado para ello y no llegar al punto que se llegó. De este tema no sé decir más, pues muchos compañeros más preparados que yo ya han dicho mucho más claro que yo y con casi todos coinciden con mis pensamientos.
El único tema tabú siempre fue el político y eso que habíamos celebrado los 25 años de «paz».

EL FINAL
Lo mejor de estos 16 meses han sido los amigos que he hecho, que no han sido pocos, con lo bueno y menos bueno que hemos pasado juntos. Con algunos durante todos estos meses hemos dado los mismos pasos.
Con unos cuantos nunca perdí el contacto y nos seguimos contando nuestras «batallitas», con otros el tiempo y la distancia se fue apagando pero, gracias a la web «La Mili en el Sahara», en los pocos meses que la conozco he vuelto a contactar con unos cuantos. Otros, para cuando he dado con ellos ya no estaban, son cosas de la vida. Algo de esto también lo compensa; los nuevos amigos que estoy haciendo en esta «Gran Familia Sahariana» que, a mis 69 anos bien cumplidos, me están haciendo revivir todos los buenos recuerdos y menos buenos de aquellos días.
Un abrazo a todos y cada uno de los Saharianos. Cabrerizas, Intendencia, Auxiliar en el BIR y Cabrerizas.
De Julio del 64 a Noviembre del 65, José́ Trapero Ramos
P.D. Sólo son algunos de mis recuerdos.

Trapero Ramos, José Antonio. (LO) 25-01-2012
Infantería, Bón. de Cabrerizas, Aux. BIR 1
Cabreizas. 1964-1965


Otros relatos del mismo autor:
Relato 072.- “LA LLAMADA DE ÁFRICA”
Relato 078.- “FORTÍN Nº 5”