«LA PRIMERA IMAGINARIA”

La primera imaginaria que me designaron en la mili fue la tercera, pero por circunstancias que luego explicaré, estuve a punto de hacer la cuarta, y al final, no hice ninguna.
En primer lugar, situémonos en el lugar donde ocurrieron los hechos. Cuartel de Transeúntes de Las Palmas, situado en el barrio de La Isleta, al norte de la ciudad.
La fecha, el 14 o el 15 de Octubre de 1968. Fácil de recordar, pese a los años transcurridos, porque habíamos llegado el 14 a Las Palmas, procedentes de Cádiz, y el 16 por la tarde embarcábamos con destino al Sahara (Playa Aaiun).
Circunstancias: por haberme incorporado con retraso al tercer llamamiento del 68, iba, junto con otros reclutas, en viaje hacia el Sahara, unas tres o cuatro semanas con posterioridad a quienes habían sido llevados en los desplazamientos masivos y mas numerosos, a finales de Septiembre. Todos viajábamos, de paisano, sin macuto, y con los cabellos sin cortar, pero ya sometidos, de alguna manera, a la disciplina militar, aunque lo cierto es que, si había algún jefe de expedición que tuviera el mando y la responsabilidad sobre nuestro grupo, nunca lo supimos.
El barracón donde pernoctábamos los transeúntes no formaba parte del cuartel como tal, sino que, en un descampado próximo, pero dentro del recinto militar, se habían montado dos barracones, parecidos a los del BIR. Uno, destinado solamente a los soldados de la Legión, y el otro, a aquellos que hacíamos o íbamos a hacer el servicio militar obligatorio.
Aunque suponga apartarme un tanto de la historia principal, me acuerdo que los soldados de la Legión, todos uniformados, tenían como único mando un cabo, de raza negra, tan negra, que por la noche, entre la poca iluminación que había y la distancia que nos separaba, unos treinta metros, solo se podía ver el uniforme, como si tuviera vida propia, lo que le daba un cierto aire fantasmagórico, el uniforme que se movía solo, podría decirse.
Sigamos con la anécdota de las imaginarias.
En el exterior de nuestro barracón, el de los reclutas, fue donde nos formaron al inicio de la noche, para designar las imaginarias. El sargento que las ordenó no se complicó la vida, y a los cuatro que estábamos mas cerca de él nos fue señalando con el dedo, a la vez que decía : primera, segunda, tercera y cuarta, siendo así, como dije al principio, que me correspondió la tercera, que según tradición militar, es la mas incómoda y molesta, por la ruptura de los ritmos del sueño.
Bueno, no quedaba mas que aceptar la orden. Intentar dormir hasta las tres menos cuarto de la mañana, hacer dos horas y cuarto de vigilancia en un dormitorio a oscuras, y avisar al compañero al que le habían designado la cuarta, a eso de las cinco de la mañana, para que cumpliera la orden recibida y se completaran los cuatro turnos designados.
Pero la cosa no sucedió así, tal como se había ordenado. Al darse el toque de silencio y apagarse la luz, la algarabía y el revuelo que había dentro del barracón, no es que fuera a mas, es que fue a mucho mas. No quiero extenderme en detalles, pero el compañero que tenía a cargo la primera imaginaria, recluta como yo, de paisano, con apenas siete días de mili, también de tránsito al Sahara, ni conseguia hacerse obedecer, ni tampoco evitar que le dirigieran bromas soeces de tipo sexual, amén de ventosidades, eructos, risotadas, golpes en las literas, carreras por el pasillo, etc.
La verdad es que ya había pasado cerca de una hora desde el inicio de la primera imaginaria, y el ambiente no solo era cada vez mas caldeado, sino que iba en aumento de volumen, desorden y desparrame total.
Yo me lamentaba pensando que, encima que no me dejaban dormir, a eso de las tres de la mañana, cuando ya se hubiera acabado el ruido y el cachondeo, y todos durmieran como lirones, tendría que hacer mi imaginaria, la temida “tercera”, con lo que la noche se avecinaba un tanto fastidiosa, incómoda y escasa en horas de sueño.
Pero, de repente, todo cambió. Tal vez por el jaleo que estábamos haciendo. tal vez por otras causas, que nunca nos llegamos a enterar, apareció el sargento que nos había designado las imaginarias, y con tres gritos, acabó con el revuelo. Pero hizo algo mas: castigó a uno de los reclutas, supongo que al que pilló mas “in fraganti” en el jaleo, con la primera ( o lo que quedaba de ella) y la segunda. Nos advirtió que como oyera un ruido mas, nos pasábamos todos el resto de la noche fuera del barracón, en formación y en ropa interior, amenaza que causó efecto inmediato, porque el silencio, a partir de ese momento, fue comparable al de un monasterio de cartujos. Un sargento de mala leche es temible, y mas para tiernos reclutas.
Así que, relajados y tranquilizados los ánimos, todos, unos antes, otros después, nos entregamos al sueño reparador, mientras yo pensaba que por que no habría extendido el castigo hasta la tercera imaginaria, y así haberme librado también. En fin, para que seguir con esas reflexiones, me dije, mejor dormir, y cuanto antes mejor.
Me desperté al sentir un pequeño golpe en el hombro, que no era otra cosa que la señal del compañero para que comenzara mi turno. Él se marchó a dormir, y yo me incorporé de la litera, dispuesto a hacer mi primera imaginaria de la mili. Solo me calcé, ya que dormía totalmente vestido, y salí al exterior del barracón, donde el aire fresco y puro de la noche me reavivó, en comparación con el olor a humanidad que se respiraba en el interior del barracón. Me dio por mirar el reloj, y me llevé una sorpresa. Eran las cinco de la mañana, o sea que me habían llamado para hacer la cuarta, no la tercera.
Tras un momento, comprendí la situación que se había originado. El recluta castigado con la primera y segunda imaginarias había llamado, al término de la segunda, no a mí, como estaba previsto, sino que lo había hecho al que, en principio, le había sido designada la segunda, en una interpretación muy particular y muy suya de la reanudación del servicio.
O sea que habían corrido los turnos, y según esa circunstancia, mi “tercera” imaginaria, se había transformado en la “cuarta” imaginaria. Pero, en la soledad de la noche, me dije: o sea que yo hago la cuarta, claro está ¿ y el que tenía que hacer la cuarta, no hace ninguna? ¿Por qué va a resultar el único beneficiado de toda la movida de esta noche, movida en la que ni siquiera ha sido por mi culpa?
Así que volví a entrar en el barracón, le llamé, y le dije que ya era su hora de hacer la cuarta. Algo me protestó, diciendo que había habido un castigo en dos imaginarias, pero rápidamente le aclaré, y en eso no le mentí, que el castigo había sido solo para hacer la primera y la segunda imaginaria, mientras que, y en eso si le mentí, la tercera y la cuarta habían quedado inalteradas. Le convencí de que yo había hecho la tercera, y que me tocaba dormir. Y el hombre se levantó, e hizo la cuarta. Y yo, sin muchos ni pocos problemas de conciencia, me tumbé en la litera y me dediqué a dormir las dos horas y pico que restaban hasta el toque de diana. Estaba convencido, y así sucedió, de que, como apenas nos conocíamos, nadie iba a tratar de reconstruir al día siguiente lo sucedido aquella noche, y hasta me dije para mis adentros, para darme la razón, que era mi primer acto de “espabilamiento” en la nueva vida que me esperaba. De todas formas, cuarenta y seis años mas tarde, no tengo inconveniente en reconocer mi culpa, pero que quede claro, que la cosa vino así de rodada. Y bueno, el “delito” ya habrá prescrito, digo yo.

Cisneros Luño, Emilio. (M) 01-11-2014
Ingenieros, Red Permanente
El Aaiún. 1968-1969


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