«¡¡QUE TE VAS AL SAHARA!!»
Esto fue lo que me dijo mi padre, que sí fue al sorteo.

Cerca de Ronda. Madrugada del 3 de marzo de 1964
Este mediodía salimos de Málaga con buen sol, pero el tiempo ha ido empeorado muchísimo. Desde que dejamos atrás la estación de Bobadilla nos está cayendo una tormenta tremenda, con mucho aparato de truenos, rayos y agua a raudales y todo con unas rachas de viento muy fuertes, más parece un vendaval que una tormenta del inicio de primavera y para colmo el vagón en el que vamos se cala, sobre todo en los pasillos. Ya cerca de Ronda el tiempo se ha ido calmando, pero ha habido derrumbes de tierras y piedras que han dejado cortada la vía. Estamos parados y así llevamos más de una hora.
Han dado cerca de las tres de la mañana y seguimos igual, parados esperando una solución. Y no hay manera de dormir por el griterío de los compañeros de viaje, parece como si fuésemos de feria.
Creo que no hemos pensado en lo que nos espera, incluido yo, o puede que sea para no pensar en lo que se nos avecina. Para intentar aislarme de tanto ruido, me he puesto a escribir, a lápiz en un pequeño bloc, las primeras impresiones de este viaje, que probablemente las alargue si me dejan tiempo y, si llegan a ser de interés, puede que siga escribiendo hasta el momento de la vuelta. ¿Crees que voy a escribir lo que parece será alrededor de una año y medio de estas cosas? Me parece mucho, pero al menos lo intentaré.
Pero creo que merece la pena escribir las peripecias del viaje y de otras que se presenten hasta nuestra llegada al Sahara, porque después, por carta, no lo haré (como siempre seré un soso) y todos los asuntos que pasen los habré olvidado. Como es natural, quiero iniciarlas desde Málaga, y después ir añadiendo aquello que sea de interés, al menos para mí.
Aunque tú también puedas distraerte con su lectura, porque he pensado en enviarte estos papeles cuando estén terminados o me cansen. Desde mi estancia en Sevilla te gustaba que te contara cosas por carta, y pedías que si podía ser “una diaria mejor”, la verdad es que había días que no tenía mucho que contar, solo rutina.

EL comienzo. El día antes a las 9 de la mañana.
Todo esto se inicia con que a todos los “mozos”, de Málaga y Provincia que iríamos al Sahara nos llamaron y reunieron para estar en el cuartel de Capuchinos a las 9 de la mañana del día 2 de marzo del 64, llegué temprano, un poco antes de la hora. No conocía a ninguno de los futuros soldados que ya rondaban por allí, todos nos mirábamos con caras de circunstancias y algo nerviosillos, nos cruzábamos algunos saludos, ¿Qué tal?, ¡vaya suerte! Pero pasará pronto ¿no? Y cosas por el estilo, la situación no daba para más. Y. Con estas, el patio del cuartel se fue llenando poco a poco, hasta llegar al completo.
En una esquina, en el suelo, habían encendido un fuego que cuidaban varios soldados que pertenecían al cuartel, cosa que a todos nos llamó la atención. Más tarde vimos que era para preparar la comida de todos. Un arroz que salió algo verdosillo y pastoso y, por el aspecto, sin gracia, del que no probé bocado, además, no eran horas para comer.
Pasaron lista por si acaso faltaba alguno. Todo estaba bien. Después de hacernos esperar un buen rato, unos oficiales nos dieron la bienvenida al Ejercito, pero ni una palabra del Sahara, creo que fue para darnos ánimos que nos leyeran algunos artículos del Código de Justicia militar. Aunque es mejor no recordar este asunto. Toda infracción que fuese considerada grave resultaba pagarse con pena de muerte ¡¡¡Toma ya el comienzo!!! Como para dar media vuelta.
Tras el reparto del arroz, a las 11 de la mañana, (¿a quién se le ocurriría semejante patochada?) sería de alguno de los mandos superiores, que mandan mucho, después de aquel engrudo que algunos comieron, nos formaron a gritos en fila de tres, nuevamente nos pasaron lista, y andando a muy buen ritmo, guardados o vigilados, quien sabe, por varios soldados y algunos cabos (según nos dijeron) veteranos, con un uniforme de color claro, venidos del Sahara para cumplir esta tarea, fuimos hasta a la estación, cargados con una especie de mochila grande que llevaba muy pocos enseres, nos la habían dado el Cuartel: un juego de cuchara, cuchillo y tenedor además de una cantimplora, que entonces desconocía el importante juego que daría. Lo cierto es que aquellos cacharros daban bastante ruido al chocar entre ellos, más parecíamos un grupo de chatarreros que futuros soldados.
La única persona civil que acompañaba a aquella fila era mi padre, ¿a quién más se le podría ocurrir? A mí me daba cierta vergüenza, pero aguanté el tipo, al fin y al cabo, fue quien únicamente vino a despedirme. Cuando llegamos a la estación el andén estaba abarrotado de gentes.
Habían venido muchos familiares a decirnos adiós. ¿Te eché de menos? Si, y mucho y también te echo de menos ahora que escribo. Eché de menos el que pudo ser un sincero abrazo de despedida. El que nos dimos la noche anterior, estabas preciosa, me pareció de merengue. ¿Fue dulce? Sí, pero pareció, un poco vacío, como muy lleno de aire, más bien pensé que nuestras emociones de aquel momento nos los guardábamos para cada uno, ¿es que no llegó a haber conexión entre nosotros?
Fue tan despegado que no llegaste a pedirme que subiera a despedirme de tus padres, ¿es que se te olvidó? Yo tampoco lo pensé.
En todo caso, en la estación recibí el abrazo de mi padre, un abrazo fuerte, de ánimo, que ya he dicho que fue la única compañía que tuve. Mi madre se quedó en casa con un llanto inconsolable y mi hermano, viendo lo que podía esperarle a él, se había alistado una semana antes como voluntario en Ingenieros Zapadores Ferroviarios. Fue destinado al campamento de Cerro Muriano en Córdoba.
De este modo, el nudo en la garganta fue mayor y mucho más doloroso cuando el tren se puso en marcha. La verdad es que me duró bastante tiempo. El pensamiento eras Tú ¿Cuándo podría volver a estar contigo? Trataba de conformarme: bueno, esto pasará pronto.
Estaba previsto que saliéramos sobre las 12.30 de Málaga. Así que calculé que no llegaríamos a Algeciras sobre las 8 de la tarde. Por carretera se echan 3 horas, pero las cosas de la mili se hacen así (esto también lo supe más tarde) La distancia por ferrocarril no es tan larga, pero la velocidad que llevaba el tren no daba para mucho más y para colmo debíamos parar para dejar pasar a todos los trenes que cruzábamos, ya fuesen de viajeros o mercancías. Nosotros los últimos.
En el andén, a gritos nos dieron orden de subir al tren. Nuevos abrazos, ya he dicho que para mí fue el de mi padre, (se repartieron muchos besos, nuevos llantos, carreras de los más rápidos para subir y por fin el silbato de la chatarra que llevábamos por máquina, por supuesto de carbón, dio el primer resoplido y nos pusimos en marcha.
El tren que nos debía llevar hasta Algeciras, al puerto en el que embarcaríamos, era de tercera categoría malo, pero malo con ganas, de los peores que había visto hasta ahora. Totalmente de duelas de madera no muy bien encajadas, muy desvencijado, que chirriaba pareciendo que iba a deshacerse durante la marcha, sobre todo en las curvas.
Ya he dicho, que cuando salimos de Málaga hacía un día espléndido, con buen sol, pero el tiempo no nos ha dado tregua. La vía sigue cortada y seguimos parados, ya llevamos ni se sabe el tiempo. La parada que estamos haciendo es desesperante, ya no llueve, pero el frio de la sierra de Ronda es tremendo se cuela por todas las rendijas, estoy helado y no tengo ninguna ropa de más abrigo, se me ocurre andar por el pasillo del vagón para ver si entro en calor, evitando los charcos que hay en el suelo, pero no da resultado. Vuelvo a mi sitio, creo que al menos entre los compañeros podré aguantar mejor.

Ronda-Algeciras 4 de marzo.
Tomo el lápiz y el pequeño bloc cuando empieza a amanecer. Han despejado un trozo de vía que ha permitido que a un rodar muy lento lleguemos hasta la estación de Ronda. Son cerca de las 8 de la mañana. (12 horas más tarde de lo que yo había previsto en Málaga). Las manos me duelen del frío que hemos pasado. En este corto trayecto han avisado, a chillidos, ¿estos soldados que nos acompañan están sordos? que preparemos nuestro equipaje, porque nos llevaran hasta Algeciras, en autobús.
Para aclararnos, esto supondrá, al menos unas dos horas más de viaje. Hay que bajar hasta la costa a la altura de Marbella y desde allí a Algeciras. Y un lujo, el autobús un lujo, no es que sea gran cosa tiene los asientos desvencijados y manchados, pero comparado con el tren que ya hemos dejado hay un abismo, ¡tiene calefacción! Muy bajita, pero algo es algo. He podido dormir hasta la llegada a Algeciras. Cuando me senté creí que ahora, tranquilamente, podría pensar en ti, pensar en cómo hemos sido de pareja, cómo nos ha ido, que ha faltado o qué sobró, pero el cansancio, el sueño y el calorcillo pudieron más.
Por fin llegamos, nos dejaron a la puerta de un gran recinto que servía de alojamiento de soldados transeúntes. El aspecto que tenía de ningún modo mejoraba el del tren, olía mucho peor. ¿Y esto es lo que nos presenta la milicia como aperitivo? ¿serán así los del Sahara? Allí debíamos esperar a reunir a los que venían de otras provincias, aunque la noche anterior ya habían llegado algunos que durmieron en aquel cuartel. Nos dijeron, a gritos, que todavía quedaba algún tiempo para subir al barco habría que esperar a los que faltaban, por lo que nos daban unas cuantas horas libres. Se me olvidaba decir que nuevamente nos pasaron lista al bajar de los autobuses. Podríamos volver para la hora de la comida, ¡el consabido arroz que llamaban paella!
Me fui del cuartel buscando un café, tenía unas tremendas ganas de desayunar. No conocía Algeciras, era la primera vez que iba, pero ya me orientaría. Efectivamente, encontré un café donde desayuné con ganas, no había comido nada desde el día anterior en casa. Muy buen desayuno, sí señor a base de 2 buenas rebanadas de pan con manteca de cerdo y trozos de lomo y un café doble, formidable. Aquí estoy escribiendo el recuento (no se me olvida: a chillidos) en Ronda y la llegada y estancia en el cuartel de Algeciras.
El camarero, me dijo donde había una casa de venta de contrabando. Buscaba tabaco, por lo visto en aquella calle todas las casas me podrían servir. En la de al lado del café compré un cartón de tabaco, un queso de bola holandés tamaño mediano y dos latas de conserva de carne (todo contrabando del Peñón) me temía que siguieran guisando “paellas” el resto del viaje.
Por la calle iba pensando en ti y ¿Sabes que se me ocurrió en ese momento que me ha hecho reír con ganas? ¡Que nunca supe encontrar el lazo delantero! Torpe, torpe, torpe.
Di unas vueltas por algunas calles y por el puerto, allí estaba el barco que nos llevaría al Sahara, de nombre Virgen de África, un viejo transbordador entre Ceuta y Algeciras (que desguazaron algunos años después) sin muy buena pinta, aunque siempre sería mejor que el tren. Volví al Cuartel que ya estaba repleto, ya no cabía un alma. Me pregunté si entraríamos todos en el barco. Afortunadamente ya habían repartido la paella de arroz pastosa. Poco rato después, tras pasar lista, otra vez y en fila de a tres, formada a repetidos gritos, definitivamente los soldados del Sahara eran sordos, (más tarde supe de la relación de sordera con el Siroco) nos guiaron hasta la rampa de subida de vehículos del barco que conducía directamente a la bodega llena de colchonetas para recibirnos.
A la bodega daba directamente una salida de los motores de las máquinas, con lo que la temperatura del sitio y el olor a gasoil era insoportable, aquello no me gustó nada. No mejorábamos en los servicios de trasporte que nos ofrecía la milicia. Íbamos de mal en peor y sin ninguna información, éramos una autentica piara o al menos así éramos tratados.
Pude retrasarme lo suficiente para no entrar en la bodega y subir hasta la segunda cubierta, la más el alta, que igualmente estaba preparada con colchonetas. Podías escoger la que estuviese libre, sería tu “acomodación” para toda la travesía hasta el Aaiún, podía considerarse de todo menos comodidad. Antes de la entrada a la bodega, había una amplia plataforma al aire libre, era la zona de popa, donde habían situado a la izquierda las cocinas de campaña, para hacer la “gran paella de arroz como saliera” todos los días y a la derecha se situaban las letrinas, ni que decir tiene que no existía un sitio donde poder ducharse o lavarse cara y manos, si pasabas por allí te arriesgabas a ser “escogido” para, con una manguera de presión, limpiar toda la zona, incluidas letrinas y cocina.
Esto fue motivo suficiente para que de la colchoneta me moviera lo menos posible, además, siempre hubo voluntarios que querían encargarse de estas tareas, pero la mayoría de los que íbamos en aquella cubierta procurábamos dejar nuestro sitio lo menos posible, si acaso alguna vez entré en el interior del barco, donde había un pequeño bar en busca de una botella de agua para beber y lavarme cara y manos. Cuando en el bar me llenaron la cantimplora dejé de hacer estas excursiones. El bar era el único sitio que podías visitar del interior, el resto estaba prohibido y vigilado por los soldados del Sahara con machete al cinto.
Procuré no bajar nunca a la cola del reparto de la comida que, estaba claro, seguía siendo ¡paella de arroz!, según la llamaban. Me defendí con las latas de carne y el queso que compré en Algeciras, bien racionado me llegó hasta el fin del viaje, incluso llegó para repartir con algún vecino de camastro. Aunque no tenía nada para cortar, ya nos habían dicho que en el Ejercito las navajas y las cartas estaban prohibidas, algunos de los compañeros más cercanos si llevaban y me la prestaron sin ningún problema.
Aquí, en mi sitio de la colchoneta, sí tuve tiempo, mucho, para estar contigo, pensar en nosotros, como fuimos, desde niños hasta que tuvimos un naciente sentido común. Llegué a la conclusión que nuestro comportamiento pudo ser el esperado, el que debía ser, aprendíamos uno junto al otro o eso me parecía a mí: con sus aciertos y grandes fallos, alegrías, sin muchos desacuerdos, con mi grandísima timidez por encima de todo. En muchas ocasiones no supe qué hacer, como comportarme, aunque muy lentamente fue cambiando algo.
Desde que escribiste una tarde en tu casa T G D Q M B ¿recuerdas? Supe lo que habías escrito y lo que querías decirme, pero la gran timidez me bloqueaba y en aquel momento pasé por el gran tonto, como si no me hubiese enterado. Si supieras cuantas veces me he arrepentido y avergonzado. Igual que me ocurrió en tantas otras ocasiones anteriores. Pero a pesar de estas situaciones o por encima de ellas, sigo queriéndote.
Y por fin, llegamos a momentos inolvidables que estarán conmigo siempre, que quiero que no lleguen a borrarse. Además, a mi vuelta tendemos mucho de qué hablar, mucho que decirnos, mucho que querernos. Aún no te he dicho que cada día, cada noche, en el momento que se acababa el día te he dado mil besos.

Lanzarote 5 de marzo y costa del Sahara 6 de marzo.
Nada he mencionado de los constantes mareos y vomitonas de la gran mayoría de los futuros soldados de España. En esto tuve mucha suerte porque pronto me acomodé al movimiento del barco y no llegué al mareo ni al mal cuerpo. Dos días y medio tardamos en llegar a Lanzarote para una parada técnica, dijo alguien (probablemente a gritos) que, para repostar, ¿pensarán estos tíos que todos somos sordos cómo ellos?
Hacía un tiempo extraordinario, de primavera avanzada con algo de calor, ¡Qué gran diferencia con la sierra de Ronda! Pasado el mediodía salimos de nuevo con rumbo a la costa de África que tocamos al día siguiente por la mañana. Bueno, tocar es mucho decir, allí no había puerto y la mar estaba algo revuelta. El procedimiento de abandonar el barco era que todos debíamos dirigirnos hasta una pequeña puerta en el costado del barco del que colgaba una gruesa maroma, debías agarrarte a ella y esperar a que un vehículo anfibio que se había pegado al costado, lo subiesen las olas lo más posible a la altura de la puerta y a la orden que recibías, apoyada por una palmada en la espalda, de ¡SALTA!, con un grito, por supuesto, debías caer en el anfibio.
Toda una odisea. De este modo, uno a uno, a los no sé cuántos reclutas que íbamos en el barco, sin que tuviésemos ningún percance, pasamos a los anfibios. Yo creo que la suerte nos ayudó bastante. Los vehículos anfibios, eran de una compañía privada llamada Auxiliar Portuaria del Aaiún, ellos nos llevaron hasta tierra, la famosa “Playa del Aaiún”. Allí nos esperaba nuestro nuevo transporte para terminar de hacer el viaje hasta el Aaiún. Camiones de caja cerrada, que primero se llenaron con las colchonetas y otros bultos y después nosotros encima. Unos veinticinco kilómetros más. Por supuesto, antes de subir a los camiones nuevamente pasaron lista y por este orden ya se nos permitía subir.
Cuanto me extrañó no estar pisando arena de un desierto. El suelo era de tierra muy dura llena de pequeñas piedras. ¿Pero dónde estaban las famosas dunas? Cuando se puso en marcha el convoy a unos tres kilómetros encontramos las dunas. Una cadena de tierra paralela a la línea del mar con una importante profundidad hacia el interior que recorre todo el Sahara español de norte a sur.

AAIUN 6 de marzo.
Aún quedaban unos 23 kilómetros hasta el Aaiún. Cuando llegamos cada camión repartió a los futuros soldados por el cuartel del Cuerpo al que iba destinado. Ya sabes que me tocó Zapadores. Nos han dejado usar, hasta mañana, un barracón vacío con lo que esta noche volveremos a dormir en colchonetas en el suelo, después de dejar nuestras mochilas dentro del sitio en el que íbamos a dormir, nos mandaron agruparnos delante para hacernos entrega del uniforme y todos los enseres que utilizaríamos durante el periodo militar, previo paso de lista. Ahora entendí que los soldados que nos acompañaban desde Málaga vistieran el uniforme claro, la uniformidad del cuerpo es de color “garbanzo” o así lo llaman.
Cuando nos entregaron todo el equipaje no se olvidó a un oficial soltarnos una arenga donde venía de decir que los atributos que nos colgaban los teníamos que dejar en el arco de acceso al cuartel, si no era así, por 5 o 6 pesetas otro vendría a sustituir a quien lo olvidase. Una arenga-amenaza innecesaria, pero que venía a dejar claro cómo se funcionaba y las formas de aquel estrellado.
Antes de quitarnos la ropa civil que llevábamos desde nuestros puntos de salida, nos entraron por grupos en una sala, nos hicieron bajar los pantalones hasta los pies para fumigarnos las ingles y cercanías y de este modo evitar posibles parásitos, ¡un numerito! Después nos hicieron cortar el pelo al cero, la peluquería se componía de una hermosa piedra, a modo de sillón, situada entre los camiones de transporte. Nos dejaron hechos una preciosidad.
No nos dieron mucho tiempo para cambiarnos la ropa por el uniforme militar que nos acababan de entregar, ya vestidos de soldaditos fuimos a cenar temprano, sopa de verduras que no era otra cosa que unos tronchos de col con algunas hojitas y algo de grasa por encima. Al día siguiente, muy de mañana, deberíamos salir para el campamento, usando los mismos camiones que ya conocíamos.
Nuevo viaje en camión hasta Edchera, nombre del campamento, por un terreno sin carretera alguna trazada y lleno de piedras y baches, en esta ocasión eran alrededor de 40 kilómetros hacia el interior, aunque creo que sería a mitad de camino cuando hicimos una parada, entiendo que más que para nuestro descanso sería para el de los vehículos.
¡Al fin!, nos esperaban una gran cantidad de tiendas de campaña junto a la pared exterior de un fuerte de la Legión (fuerte Chacal). “El gran campamento de EDCHERA”. Las tiendas son bastante grandes, las ocupamos diez futuros soldados y un instructor que trataría de desasnarnos en cuestiones de la soldadesca, un gallego que es todo amabilidad, lo primero que nos ha enseñado es como debemos hacer la cama y la forma de que estuviese bien presentada. La cama no era otra cosa que las ya conocidas colchonetas (lo que supe algo más tarde que aquello sería mi cama durante cerca de tres meses), con sábanas de un color terrosillo y dos mantas, sobre el suelo.
Después de ordenar la tienda nos pusieron a limpiar de piedras o piedrecitas en todo su entorno. ¿Para esto me han traído aquí? ¿Qué puñetas hago aquí? Mejor será que me calle porque seguro que haremos cosas peores.
El día siguiente siguió la interesante tarea de limpiar piedras. Y todo en medio de la nada. El lugar es una tremenda extensión de tierra con escasa vegetación. El color verde de plantas y árboles se hace notar, no existe el color verde. El campamento se sitúa al borde de lo que en tiempos antiguos fue un rio (ahora es intermitente) de nombre Saguia el-Hamra, y por el otro extremo quedaba pegado a las paredes exteriores del fuerte. Sin duda, lo peor es la temperatura y el viento, ahora sí, el SIROCO. La temperatura diurna llega a subir con facilidad a los 40 grados, la nocturna baja de los 18-20 grados, una gran diferencia, del día a la noche, que en algún caso fue de más de 25 grados. Por el día te abrasabas y en la noche tenías que dormir con manta.
Esto lo escribo tras el tiempo de descanso después de la comida, sentado sobre la ya famosísima colchoneta ahora enrollada. La comida no es que sea nada del otro mundo, pero al menos no era la consabida paella de tono verdoso. Íbamos tres compañeros de cada tienda a la zona de cocina a recoger en unas perolas lo que llegaba a entenderse como primero, segundo y postre, que repartíamos y comíamos dentro de la tienda o fuera si no soplaba el viento. Hoy ha tocado patatas con carne, bastante aceptable, el segundo huevo al nido (estaban llenos de tierra y no eran muy comestibles) y una manzana.
Bueno, y a todo esto ¿cuándo nos duchamos? Pues, después de remolonear mucho (los mandos), ha sido esta tarde. Nos mandaron formar con pantalón de deportes, color azul, con talla bastante grande y toalla. Con estas hechuras bajamos hasta el fondo de la Saguia donde estaba la ducha, que no era otra cosa que una gran zona de forma cuadrada con tabiques a media altura y huecos, a modo de puertas de entrada al recinto. Por encima, con una altura suficiente, lo cruzaban unas tuberías en las que estaban enganchadas las alcachofas.
Pero aquí había misterio, había menos alcachofas que número de aspirantes a la ducha de todos a la vez. Claro, que ya tenían previsto este asunto. Nos mandaron formar, alinearnos y desnudarnos, pantalón fuera y toalla, dejando la ropa de cada uno en el propio terreno. Es decir, quedarnos en bolas y entrar, todos a la vez, en las duchas donde debíamos repartimos una alcachofa para cuatro o cinco.
Sorteamos aquel disparate del mejor modo que pudimos. El agua para el baño fue insuficiente, vista y no vista, pero quitarnos el jabón fue mucho peor, solo un pequeño chorrito que debíamos cazar empujándonos unos a otros los que habíamos compartido cada alcachofa. Un auténtico desastre. ¡¡¡Ya puedes hacerte una idea de lo que ha sido este numerito para 98 futuros soldados!!! De lo que llamaban Primera Compañía.
Tan solo no entró uno a la ducha que por mucho que intentaron entrarlo a la fuerza no han llegado a conseguirlo, tirado en la tierra, llorando, chillando y tapándose sus vergüenzas, ha llegado a poder con los engalonados. El chico es de la acera de enfrente y no le gustó mucho el panorama que le presentaron. Lo han retirado aparte y no he vuelto a saber de él, parece que lo han separado del grupo se dice que lo hicieron asistente de algún oficial.
Volvimos a la tienda de campaña algo mojados, con la ducha habíamos conseguido algo, quitarnos el sudor de unos cuantos días, pero a la vuelta hasta la tienda la tienda la tierra se nos fue pegando en pies y pantorrillas, las cantimploras con agua arreglaron el asunto. He vuelto a coger bloc y lápiz y escribir un poco antes de la cena. Ya te di noticias de mi dirección:
Batallón de Zapadores del Sahara
1ª Compañía
Campamento de Edchera
Sahara Español
La compañía está al mando del Capitán Aníbal Solero Ramos, un cordobés de Puente Genil, buena gran persona.

Un compañero de la tienda de al lado de la nuestra lo han llevado a lo que llaman sala avanzada (un hospital de campaña) padece meningitis grave, hoy lo han trasladado al hospital del Aaiún.
A todo el campamento nos han puesto en cuarentena. El canario que llegaba a diario para traernos sellos de correos y helados, con algún otro encargo, no lo dejan acercarse desde una distancia que se ha marcado, así que algunos se escapan hasta esta señal para surtirnos de lo que habíamos pedido. Fue él quien nos dió la noticia que nuestro compañero había fallecido. Q.e.p.d. Lo he sentido mucho, lo conocía y era un gran chico. Hemos sabido que no lo van a repatriar, lo enterraran en el cementerio del Aaiún.

Esto ya empieza a coger la rutina diaria. El toque de diana es a las siete de la mañana, pasábamos lista o recuento y luego limpieza de la tienda, desayuno a base de algo negro, que decían que era café o chocolate y pan con aceite, después de cabeza a la instrucción, se había acabado lo de coger piedrecitas. Ahora debíamos de aprender a andar en lo que llaman formación, sin perder el paso. Había que estar preparados para la jura de Bandera.
La dirección debió llegarte bien porque las dos primeras cartas tuyas me llegaron, algo sositas y con cierto retraso, pero con normalidad, para mí, siempre fue agradable tener noticias tuyas, aunque esta vez me parecen escasas.
Ya hace tiempo que no escribo.
Lo he cortado en seco. Hace ya como dos semanas me llegó la carta que tanto temía pero que nunca esperé, la iniciabas:
“Cuando recibas esta carta me odiarás…”
No contesté. Dejé de escribir como lo venía haciendo. Ya no tenía ningún sentido. Lo dejé todo el tiempo que duró el campamento. Me dediqué por completo, y a veces en exceso, a la tarea militar que se me pedía, quería tener el pensamiento y el tiempo totalmente ocupado. Hasta pisé por dos veces el calabozo por distraído.
Hacía grandes esfuerzos para no pensar en ti y recordarte. Tardé en conseguirlo, aunque no del todo. Trataba de borrar el tremendo amargo sabor que me dejó tu carta, la única que no llegué a devolverte. No sabría explicar los sentimientos que viví, dolor, extrañeza, algo de ¿rencor?, ¿qué había perdido? ¿qué sentimientos tenía? Y peor aún, no sabía cómo ordenarme. Porque todo era un amasijo sin sentido. No sé, fue una rara mezcla de sentimientos, pero NUNCA FUE ODIO, NUNCA TE ODIÉ. Fue demasiado el tiempo que estuvimos juntos como para odiarte.
Pronto llegué a convencerme que aquello era una idea que habías madurado con tiempo, creo que con mucho acierto y que pensabas desde tiempo atrás y me lo escondías, cuando en realidad era lo mejor para los dos. Aunque no llegaras a encontrar la ocasión de ser valiente y decirlo. ¿Pero es que había alguna salida que fuese mejor? Al final entendí que nosotros nos conocíamos desde muy jóvenes con mucha ilusión, con ilusión de niños, que fuimos conociendo paso a paso que probablemente debíamos confundir lo que sentimos y vivimos, pero que el futuro juntos no era para nosotros. Y ¿Ahora qué? Creo que el tiempo lo irá borrando todo.
En fin, lo que te deseo, sin ningún tipo de reproche, es que tu vida vaya muy bien y que SIEMPRE seas feliz.
Me pediste que te devolviera todas tus cartas. Estas últimas y todas las anteriores, dejé pasar algún tiempo y te las envié cuando ya habían pasado algunos meses en el Aaiún, tardé para pincharte Me las aceptaron en Correos como un paquete de impresos que debería ir abierto para inspección.

Pero, ¿por qué me pedías trozos de papel garrapateados, ya sin valor?
¿Por qué no me pediste que te devolviera todos tus besos?
¿Por qué no me pediste que te devolviera nuestras caricias?
Porque todo esto eso mío y conmigo se quedarán
Adiós, sé buena.

Carlos
Aaiún, mayo-junio 1964

Pérez Díaz, Carlos. (MA) 09-01-2020
Ingenieros, Zapadores.
El Aaiún, Edchera, Smara. 1964-1965