“ENCONTRAR SMARA”

“… en la desnudez terrible del desierto sin vegetación, apenas a ochocientos metros, distinguí una ciudad como si fuera de cristal transparente.
Ninguna muralla la ciñe, sólo el desierto que por todas partes la acomete”.
Michel de Vieuchange, “Ver Smara y morir”.

Llegué a Smara el día 8 de Septiembre de 1974 con la 1ª Mia del Grupo III de la Agrupación de Tropas Nómadas que había salido de su base de Edchera a primera hora de la mañana, rumbo a la ciudad del desierto. Recuerdo que a esa hora la temperatura era agradable, el siroco nos había concedido unos días de indulgencia y el cielo estaba limpio de nubes y polvo de arena. El sol, que pronto nos martirizaría, se elevaba rojo por encima de las dunas evaporando, rápidamente, cualquier atisbo de rocío en las talhas y la arena.
No es que tenga una memoria privilegiada para las fechas, pero es que aquel no era un día como otros. Ya sabíamos que iban a trasladarnos porque unos días antes se había instalado en la base una compañía de la Legión y Radio Macuto informaba de incidentes en el interior, Hausa, Mahbes, Echederia…. Además, aquel día se celebraba en Barcelona uno de esos acontecimientos familiares que llenan los álbumes de fotografías y dejan para la posteridad constancia de todos los presentes, pero también de los ausentes; y el ausente era yo. Mi familia había escrito una carta calculando que la recibiera ese día, y así fue. El cartero que traía la correspondencia de El Aaiún la distribuyó poco antes de que saliéramos y leí la carta ya en el Land Rover, camino de Smara. Un día para no olvidar.
El convoy de camiones y Land Rovers fue recorriendo, lentamente, la estrecha carretera maltratada, con baches donde el asfalto se derretía cada mediodía para volver a solidificarse por la noche y con tramos medio invadidos por las dunas. Alrededor, toda la soledad del mundo. Hicimos una parada a los 100 Km. (la distancia es de unos 200 si no recuerdo mal) y la gran visión de estratega del teniente, o capitán, que mandaba la compañía nos llevo a acampar en el fondo de una pequeña hondonada donde el sol apretaba con todas sus fuerzas y apenas si corría una brizna de viento. Hacía un calor insoportable y no olvido a mi amigo el armero, que llevaba en una caja de madera los detonadores de las granadas, la caja envuelta en una manta que humedecía de vez en cuando con agua de la cantimplora mientras vigilaba el termómetro que llegó a marcar 50 grados. Acampados,  protegiéndonos del sol bajo la lona de un camión, me decía señalando la caja de madera: “Como eso explote aquí no queda ni el apuntador”.
Cuando reemprendimos el camino el sol empezaba a descender, pero sólo era una intuición. A esa hora la canícula y el polvo en suspensión apenas permitían distinguir el disco brillante que nos abrasaba. Acostumbrado a la humedad del aire en Edchera, apenas a 20 o 30 Km. del mar, la sequedad del interior abrasaba los pulmones y la sensación era la misma que respirar en la boca de un horno. El sudor se evaporaba antes de aflorar en la piel y sólo protegiéndote una zona del cuerpo con la palma de la mano durante un momento, y levantándola después podías ver, durante un instante, como fluía el sudor que podía deshidratarte. Cruzamos algún wad, llanuras pedregosas, y poco a poco el desierto cada vez se mostraba más duro y auténtico. Ahora la carretera discurría por una llanura de guijarros enormes, negros del sol que los consumía desde siglos, y auténticos espejos del calor que recibían. Daba la sensación de que el fuego brotaba del suelo y mirar al cielo era un alivio. Por fin, tras ascender una pequeña elevación, apareció Smara. Lo primero que pensé al verla fue: ¿a quién se le ha ocurrido hacer una ciudad aquí? En medio del desierto, vigilada por la pequeña elevación del Gorg El Berg, y rodeada de mínimas elevaciones estériles y descarnadas que aumentaban la sensación de soledad; en el cauce de un wad seco y arenoso, con pequeñas matas de juncos, alguna talha y apenas dos grupos de palmeras que alegraban un poquito el ánimo del viajero: Smara, auténtica imagen del desamparo, aparecía entre la canícula de la tarde como un espejismo.
Y sin embargo luego sentí cómo llegar a Smara podía llegar a ser gratificante. Apenas sobrepuesto de la primera impresión, tenías la sensación de haber llegado a algún sitio. Porque a Smara, rodeada de aquella soledad, siempre se llegaba desde ninguna parte y los edificios cuadrados, blancos, con la cúpula en forma de huevo, invitaban al frescor de su interior. Las instalaciones del cuartel de Tropas Nómadas eran confortables y después de los meses transcurridos encerrado entre los muros de Edchera, la posibilidad de salir a pasear algún rato por la ciudad y ver gente, curiosear en las escasas tiendas del zoco, poder ir al cine en el cuartel de la Legión, significaban una novedad.
Durante los casi tres meses que estuve en Smara recorrí sus calles polvorientas, su zoco, sus cuarteles… pero no puedo decir que entendiera nada de Smara. Frente al cuartel de la Legión vi ruinas abandonadas, restos de algo que podría haber sido una mezquita, de piedras negras y confección rudimentaria, arcos medio derruidos y también los restos de un edificio que podría haber sido una alcazaba. Pero nadie me dijo qué era aquello, qué significaban aquellas ruinas en Smara. Los edificios de los cuarteles, relativamente nuevos, se convertían en protagonistas y el movimiento de soldados y vehículos militares ocultaba cualquier otra realidad. Y sin embargo, allí había algo más. Smara siempre había significado mucho más.
Pero… ¿Qué era Smara?, ¿quién había construido Smara?, ¿por qué aquella ciudad perdida en el desierto y aquellas ruinas sin sentido? Mucho tiempo después he podido saber que Smara era, sobre todo, el sueño de un romántico, la obra de un soñador. Smara era el sueño del Chej Ma el Ainin,  el fundador de la efímera dinastía de los “Sultanes Azules” que quisieron hacer de Smara el centro cultural, político y religioso del Saguiat el-Hamra y Wadi ed Dahab.
En algún sitio he leído que Ma el Ainin quiere decir “Agua de mis ojos” y también “Fuente de mis ojos”, pero en cualquier caso era el apelativo cariñoso con el que lo llamaba su madre, Manna, para quien era el hijo predilecto. Dicen que le puso este sobrenombre porque era su único hijo varón y si lo perdía sería como perder el líquido que permite la visión. Su verdadero nombre era  Mohamed Sid el Mustafa y había nacido, según algunas fuentes, en el territorio de la actual Mauritania y según otras, en Ulata, cerca de Bamako, Malí. Pero… ¿qué importa a un nómada el lugar donde nació? Su casa es el inmenso desierto y el lugar donde ese día se asentaba la jaima es algo intrascendente. Ma el Ainin era el doceavo de los cuarenta y ocho hijos varones y cincuenta hijas que tuvo Mohamed Fadel uld Maminna del Ahel Taleb el Motjar fracción Taleb Mohammed, un prestigioso chej fundador de la cofradía Fadelia que presumía de que entre él y Alí, el yerno de Mahoma, sólo había 35 individuos perfectamente identificados en la genealogía de la tribu. Era por tanto un sorfa, un descendiente directo del profeta. Sobre la fecha de nacimiento de Ma el Ainin los historiadores no se ponen de acuerdo Julio Caro Baroja, en Estudios Saharianos, la sitúa en el mes de saban de 1246 de la Héjira, es decir 1830-1831 y otros afirman que nació “El año del trazo luminoso (del cometa)” año 1838.
Por tanto, Ma el Ainin no había nacido en el territorio que ahora conocemos como Sáhara  Occidental, pero su familia, a pesar de vivir preferentemente en la zona del Níger y el Senegal, también nomadeaba más al norte, hasta el Adrar, el Tiris, el Sahel y el Zemmur. Parece ser que su padre le mandó a Marrakés a los 16 años para perfeccionar sus estudios y no se sabe cuánto tiempo permaneció allí, pero debió entrar en contacto con la familia del sultán Muley Abderrahman, iniciando así una relación con los sucesivos sultanes que mantendría durante toda su vida y que influiría definitivamente en su trayectoria. Ma el Ainin debía estar dotado de una inteligencia excepcional, pues la tradición dice que a los 7 años sabía el Corán y a los 18 había completado sus estudios. Dice José Ramón Diego Aguirre que llegó a escribir 300 libros y tenía fama de gran jurista, gramático y teólogo. Poeta de versos improvisados, proféticos y enigmáticos, sabía despertar la inquietud y el entusiasmo de sus seguidores. También debía poseer una gran condición física, dicen que en una ocasión recorrió junto a otros veinte hombres la distancia entre Tinduf y Uadan de 850 km. en doce jornadas.
Su prestigio religioso se debía en gran parte al hecho de haber visitado La Meca  entre los años 1954 y 1956, algo poco corriente entre los saharauis, acompañando a unos hijos del sultán de Marrakés. Pero también era admirado por su religiosidad, sus dotes de predicador y su fama de milagrero, que posiblemente incluía conocimientos de magia aprendidos de los negros de Mali y Senegal. Cuando el año 1858 regresa de La Meca al Sahel se encuentra con que gran parte de las tribus del sur, algunas bajo autoridad de  sus hermanos, se habían sometido al dominio francés. Ma el Ainin, más rebelde  e independiente, no acepta la situación y se dirige al norte, donde tras recibir de su padre el turbante que simboliza la dignidad del chej, impone su autoridad en los territorios de Atar y Singueti. Su principal actividad, aparte del nomadeo y el comercio con caravanas, era el tráfico de esclavos para el nuevo sultán de Marrakés Muley Hassan, con quien mantiene una buena relación. Pero Ma el Ainin no se considera vasallo de nadie y su prestigio en el desierto sigue creciendo. Su fama de jurista, gramático, teólogo y poeta hace que sea respetado por todas las tribus del Sáhara,  que lo consideran el heredero de los Eruditos del Tiris, un grupo de sabios que recluidos en los recovecos del Saguiat el-Hamra durante los siglos XVIII y XIX desarrollaron una cultura extraordinaria en el Sáhara. De jaima en jaima se transmiten las profecías en las que se quiere identificar a Ma el Ainin: “Se nos aparecerá un cherif; pertenecerá a la descendencia de los Ausine: tendrá los dientes separados entre sí. Su estandarte será verde. Tendrá treinta y cinco años” y también “Las gentes del velo que vienen de Masa, montadas en camellos: ¡Si yo estuviera en momentos tales! Desearía acompañarles cuando el pueblo se arrodille ante ellos” y el relato de sus sueños proféticos y sus milagros recorre todos los rincones del Sáhara. Cuenta la leyenda que resucitó a una joven camella blanca cuya muerte violenta amenazaba con desatar un grave enfrentamiento entre dos tribus, y también que cuando en  1877 visitó en Mauritania a su madre, Manna, la encontró ciega y enferma; con sus oraciones consiguió que recuperara la vista para contemplar por última vez a Ma el Ainin. Manna murió unos días después, pero antes pudo ver “el agua de sus ojos”.
Julio Caro Baroja en Estudios Saharianos recoge el relato de un francés, Camille Douls, que es secuestrado por miembros de la tribu Ulad Delim en la bahía de Río de Oro. Para salvar su vida se hace pasar por musulmán y ante la duda es llevado a presencia de Ma el Ainin. Así describe el francés el campamento del chej: “A la tarde llegamos ante el campamento del gran chej. En medio de una llanura, una multitud de tiendas, apretadas las unas contra las otras, rodeaban una tienda más alta, cuyo color y forma revelaban fabricación europea. Era octogonal, en forma de cúpula y en tela blanca cruda. El campamento estaba muy animado y una masa de guerreros, pertenecientes a todas las tribus nómadas del Sáhara  se dirigían con rapidez a la tienda del chej. Esta tienda, también de tela, no tenía ni la forma ni las dimensiones de la primera y se hallaba casi perdida en un rincón del campamento”, y al propio Ma el Ainin: “…sentado sobre un hermoso tapiz marroquí, rodeado de sus tolbas, Ma el Ainin mantenía la postura de un “pusah” hindú. Velada la faz y coronada la cabeza por un turbante de dimensiones inverosímiles, oculto bajo los pliegues de un jaique de color azul celeste, de su persona voluminosa no se percibían más que dos ojos brillantes y las manos, que apoyaba sobre sus rodillas. Los moros, desde el umbral de la tienda, se prosternaban poniendo la cara contra la tierra, y casi rampando iban a besar la mano  del pontífice nómada. La mayoría pedía remedios. El chej ofrecía un puñado de arena, sobre el que insuflaba su respiración sagrada y los nómadas se llevaban esta preciosa reliquia, con las demostraciones del mayor respeto.” Es posible que este francés fuera uno de los pocos infieles cristianos que tuvo la oportunidad de cruzar su mirada con la del venerado Santón de Smara.
Ma el Ainin se casó en Adrar, el año 1860, con Maimunna mint Ahmed uld Alien, de 15 años, y un año después con Lasa mint Ahmed Baba, de los Arosien, tribu por la que debía tener una predilección especial, ya que se llegó a casar hasta con doce mujeres diferentes. Pero también casó con una de Ulad bu Sabsa y antes de su peregrinación a La Meca ya había tenido dos mujeres: Mamma mint Habibi y Fatima mint Ahmed Delil, ambas de su misma familia. Tuvo veintisiete hijos varones, pero sería Maimunna quien le permitiría formar un linaje que heredó, en parte, la vitalidad y el prestigio del gran chej: Sebihenna; Sidi Aozman; Hadrami; Taleb Hiar; Mohamed el Agdaf; Ahmed el Heiba y  Merebbi Rebbu. Todos ellos, junto a el Ueli, hijo de otra esposa, soñarían con un Sáhara  libre de infieles cristianos.
En su ruta de nomadeo Ma el Ainin ya había fundado entre 1871 y 1872 en Tasdaient el lugar de oración de Dar Hamra en un intento de sedentarización, y allí nacieron varios de sus hijos. Después de vivir allí durante unos seis años decide volver al nomadeo y celebra su regreso componiendo un poema memorable que canta la belleza de la vida nómada. Pero la idea de construir una ciudad persigue a Ma el Ainin. Piensa en un lugar donde acoger a las caravanas que cruzan el Sáhara  desde el Uad Nun al Adrar, que pueda servir de punto de encuentro a todas las tribus y que invite a la sedentarización de los nómadas errantes del Sáhara . Quiere un lugar para descansar los últimos años de su vida -tiene en ese momento alrededor de 68 años- y también un centro de oración y estudio donde sus fieles seguidores puedan continuar su labor. Dicen que cuando en 1898 acampó cerca del sepulcro del fundador de los Arosien, Sid Ahmed Larosi, tuvo un sueño. Soñó que había cerca de allí un lugar, en el Wad Zeluan, abundante en juncos  y que cavando se encontraba una piedra dura de la cual brotaba el agua. Manda a sus discípulos a buscar la roca y estos la encuentran, y brota el agua: allí construirá Ma el Ainin su ciudad.
El junco, “smara”, dará nombre al sueño de Ma el Ainin y pronto Smara se convertiría en el centro de la resistencia contra la penetración francesa en el territorio saharaui, y con la presencia en ella de Ma el Ainin sería conocida como “la Ciudad Santa del Sáhara ”. Parece ser que para construirla no contó con la ayuda de los Erguibat, tribu dominante en aquella zona del desierto; desconfiaban de que la ciudad despertaría la apetencia extrajera y rompería el aislamiento y la independencia de la que gozaban. Pero sí tuvo el apoyo del nuevo Sultán de Marrakés, Muley Abdelaziz, un joven de 16 años caprichoso y soñador que se siente fascinado por el mundo de los nómadas y considera a Ma el Ainin como su abuelo. En el año 1900 se trasladan hasta Tarfaya, desde Marruecos y España, todo tipo de materiales en dos barcos, el Turquí, propiedad del majzen de Marruecos, y el Cartagena, que es alquilado a los españoles. Cada seis meses los barcos pondrán en las costas saharauis todo tipo de materiales para la construcción de la ciudad, despertando el recelo de los franceses, que sospechan que mezcladas con los materiales llegan armas para alimentar la resistencia. Abdelaziz autoriza el transporte de los materiales desde Agadir al wad Zeluan a lomos de camellos, se contratan maestros constructores y peones en las ciudades de Marruecos y acuden a ponerse al servicio de Ma el Ainin santones y visionarios que creen ver en su proyecto el nacimiento de un nuevo poder. Cuenta la leyenda que llegó desde Fez el maestro constructor, Hammad uld Alí uld Omar, simplemente porque había soñado tres veces que en el Saguiat el-Hamra un santón estaba levantando un gran santuario y que debía dirigirse allí para contribuir a su construcción. Él dirigiría la construcción de la mayor parte de los edificios de Smara y cuando Ma el Ainin quiso retribuir su trabajo, cuentan, que sólo aceptó una pequeña cantidad de dinero para poder satisfacer una antigua deuda
En dos años el sueño de Ma el Ainin comienza a tomar forma; Smara, perdida en la inmensidad del desierto, será la primera ciudad que se construirá en el Sáhara  desde el siglo III.  Los aduladores de la época dijeron que habría podido llegar a ser una segunda Alhambra, pero esto habrá que considerarlo una gran exageración; siempre faltaría el telón de fondo del Mulhacén y la Saguiat el-Hamra nunca podría ser la vega de Granada. Con una actividad frenética, acuciado por la prisa que le impone su avanzada edad, perfora pozos en el wad Zeluan y planta palmeras -los dos tesoros del desierto- construye una kasba para su residencia, una gran mezquita, almacenes de mercancías, alojamientos para las caravanas, un zoco para comerciantes… en total unos 16 edificios. Pero lo más importante: alrededor de Smara se instalan hasta 3000 jaimas ocupadas en su mayor parte por los seguidores y discípulos del chej. La ciudad se convierte en el centro de atención de todos los nómadas del Sáhara  y Ma el Ainin en un líder político y espiritual.
Ma el Ainin siempre había predicado el rechazo a la presencia de cristianos en el Sáhara  y con su influencia sobre varias de las tribus nómadas había incitado a la resistencia, principalmente contra los franceses, que ya dominaban gran parte de Mauritania y el Senegal y no tanto contra los españoles, que se limitaban a ocupar algunos puntos estratégicos de la costa. Pero es a partir de la fundación de Smara cuando se involucra realmente en la guerra. Tal vez en algún momento Ma el Ainin pensó en convertirse en un nuevo Abdallah Ibn Yasin, el fundador de la cofradía almorabetín que en el siglo XI, a partir de un grupo de fieles congregados a su alrededor en un islote del sur saharaui, creó el imperio Almorávide que conquistó todo el norte de África y Al Andalus, donde derrotaron al rey castellano Alfonso VI en la batalla de Sagrajas en el año 1086, poniendo en peligro los reinos cristianos. Tal vez Ma el Ainin sólo pensó en frenar la colonización francesa que ya dominaba gran parte del Sáhara  argelino y mauritano poniendo en peligro una cultura de siglos y unas formas de vida ancestrales, prohibiendo el lucrativo comercio de esclavos y marcando unas invisibles líneas fronterizas, que limitaban las rutas del nomadeo, allí donde  sólo había la infinidad del desierto. Pero lo cierto es que un Ma el Ainin  en la cima de su prestigio, sabedor del apoyo del sultán de Marrakés y adulado por los jefes de varias tribus que reclaman su liderazgo, declara la Guerra Santa  a Francia.
Dos hijos del chej, Hasenna y El Ueli, se ponen al frente de grupos armados que hostigarán al ejercito francés con algunos éxitos remarcables. Pero es el 12 de mayo de 1905 cuando se produce un acontecimiento que marcará el futuro de Ma el Ainin y de Smara: Sidi uld Muley Zeinun, un nómada del Adrar, acompañado de 20 jóvenes consigue llegar después de una formidable marcha por el desierto hasta el palmeral de Tidjikja, en Mauritania, y sorprender al Comisario del Gobierno General, el francés Xavier Coppolani, dándole muerte. Coppolani era el encargado de llevar a cabo la ocupación y de organizar la vida de los nómadas bajo la tutela francesa al norte del río Senegal, y para ello había sabido ganarse la confianza de varias tribus de la zona y algunos chejs, entre ellos Saab Bu, hermano de Ma el Ainin. Los franceses no dudan en culpar a Ma el Ainin de ser el instigador de la muerte de Coppolani; Sidi uld Muley Zeinun y sus acompañantes son considerados fanáticos seguidores del chej de Smara y miembros de una cofradía, los “Gudfiya”, fundada por un discípulo de su padre, Mahammed Fadel. A partir de ese momento los franceses considerarán a Ma el Ainin como el responsable de la resistencia y todos sus esfuerzos irán dirigidos a evitar las incursiones de sus seguidores hacia el Sur. Pero esta acción ha hecho aumentar el prestigio de Ma el Ainin y el sultán de Marruecos le recibe en Fez con todos los honores, reconociendo su carácter de jefe religioso, entregándole armamento y enviando al Sáhara  a un pariente suyo, Muley Idris, que organizará ataques unificando bajo su autoridad a los combatientes de varias tribus. Por su parte, Ma el Ainin se dirige a todos los santones del Sáhara  incitándoles a la Guerra Santa y prometiendo su apoyo a todas las tribus que ayuden a frenar la penetración francesa. Soberbio y desafiante dirige una carta al capitán francés Mangin: “¿Por qué has venido a esta tierra de Alah?. Tu renombre ha pasado los límites de este país, pero no te tememos. Iremos a combatirte con la cara descubierta, en igualdad de número. Sois ciento veinte; iremos ciento veinte, y venceremos con la ayuda de Alah”. Ma el Ainin consigue crear un clima de rechazo contra la presencia cristiana en el desierto y reivindica, en nombre del sultán, la propiedad del Sáhara  hasta Senegal.
Pero los acontecimientos posteriores no serán favorables a los intereses del chej de Smara. La presión francesa en el sur aumenta y por el norte ocupan Casablanca. El Sultán se ve obligado a negociar con el gobierno francés y a olvidarse de los problemas en el desierto, ordena retirarse a su enviado al Sáhara, Muley Idris y casi al mismo tiempo una caravana de 500 camellos de Ma el Ainin que se dirige a Cabo Juby en busca de armamento es atacada cerca de Tarfaya por orden del Sultán. El 16 de agosto de 1908 el sultán Muley Abdelazis es depuesto por su hermano Muley Abdelhafid apoyándose en el descontento de la población, que lo considera débil en su oposición a los franceses. Ma el Ainin apoya al nuevo Sultán y éste le recompensa recibiéndole en Marrakés y proporcionándole armas que revitalizarán la lucha contra los franceses. Su hijo Hassenna organizará algunas acciones importantes, como la ofensiva contra Taganet en la que murió el capitán Mangin. Pero los franceses tampoco se han olvidado del chej de Smara y a finales de ese mismo año organizan la ofensiva desde Mauritania, obligando a Hasenna y sus seguidores a buscar refugio en la Saguiat el-Hamra, mientras otro hijo de Ma el Ainin, El Uali, es derrotado y las tribus mauritanas se someten al dominio francés.
El prestigio de Ma el Ainin disminuye y va perdiendo protagonismo mientras la presión francesa aumenta.  Todavía intentará la unión de las tribus contra la presencia europea y a finales de 1909 abandona su querida Smara, donde ya no se siente seguro. Apenas han pasado 9 años del inicio de su construcción y la Smara de Ma el Ainin será para siempre un proyecto inacabado. No volverá a ella. Se dirige a Tiznit y tras entrevistarse con el Sultán comprende que éste se ha doblegado ante los franceses. Desesperado, con una religiosidad fanática y visionaria, se proclama mahdi, el elegido de Dios, y se dirige a Chebeica y Aglú. En el camino van uniéndosele guerreros desplazados de Adrar por la ocupación francesa. Dicen que el Sultán los había convocado secretamente en Fez para ponerlos a disposición de Ma el Ainin en un último intento desesperado para evitar lo que ya era irremediable, pero el 23 de junio de 1910 es atacado por los franceses al mando del general Moinier en la llanura de Tadla, al pie del Atlas. Dicen que el combate duró todo el día y Ma el Ainin sufrió una terrible derrota. Sobrevive, pero en su retirada no encuentra refugio entre las tribus, que no dudan en robarle y exigir el pago de tributos para dejarle continuar, lo que le obliga vender sus pertenencias, entre ellas los libros que lleva consigo. Finalmente, en su triste viaje hacia el sur, consigue llegar a Tiznit donde muere el 28 de octubre de 1910. Dicen que antes de morir aconsejó a sus hijos: “Si alguna vez os veis obligados a pactar con los cristianos, que sea con los españoles, porque ellos sabrán comprendernos y amarnos”. Es posible que esta frase sólo sea una invención de las autoridades españolas para justificar los posteriores pactos con sus descendientes. También es posible que sólo sea una leyenda más en la vida del chej de Smara, pero si realmente la pronunció tendremos que reconocer que en el año 1975 no estuvimos a la altura de su confianza.
Ma el Ainin murió como mueren los personajes destinados a la leyenda, mientras Smara, con apenas diez u once años de existencia y perdida en su soledad, se convierte en una ciudad casi abandonada. Parece ser que sus hijos nunca vivieron ella de forma continuada. Julio Caro Baroja en Estudios Saharianos comenta: “Los edificios y palmerales fueron encomendados al cuidado de un discípulo del chej llamado Mohammed Nefa uld Hammuadha de los Ulad Delim y de un negro fiel, Mabrok”.
El hijo predilecto de Ma el Ainin, El Heiba, se proclama su sucesor dispuesto a continuar la lucha contra los franceses y en el mes de julio de 1912 una asamblea de tribus lo proclama Sultán en Tiznit; ha nacido la efímera dinastía de los Sultanes Azules. Sale de Tiznit con un gran ejército y se dirige hacia el norte, en un claro desafío tanto al sultán Muley Abdelhafid como al colonialismo francés. El 18 de julio entra triunfante en Marrakés después de permitir a los militares franceses que se retiren de la ciudad. El Heiba recibe el homenaje de los notables y la noticia recorre el gran desierto; las tribus de Mauritania se unen de nuevo al mando de Mohamed el Agdaf, otro hijo de Ma el Ainin, y se recrudece la resistencia a la presencia francesa en el Sáhara.
Pero los descendientes de Ma el Ainin no han heredado las dotes de su padre y el 6 de septiembre El Heiba es derrotado por los franceses y a pesar de que su hermano, El Agdaf, consigue una importante victoria en las dunas de El Buirat-Ahmeyin, en territorio mauritano, eliminando una columna francesa y apoderándose de gran cantidad de armamento, la suerte de Smara y sus Sultanes Azules ya está decidida. El 9 de febrero una columna francesa al mando del teniente coronel Mauret parte de Atar, en territorio mauritano, dirigiéndose hacia el norte, y en un recorrido que no encuentra resistencia llega ante Smara el 28 de febrero de  1913. Las tropas francesas tienen ante sus ojos el santuario de Ma el Ainin; el lugar que ningún infiel ha pisado hasta ese momento; la Ciudad Santa del Sáhara  y el corazón de la resistencia a los infieles. Parece ser que estaba deshabitada y sólo quedaban en ella los guardianes, que huyeron ante la presencia francesa para avisar a  Mohamed el Agdaf.
He leído diversas versiones de este ataque a Smara. Dicen que los franceses permanecieron en ella dos días saqueándola e incendiando la biblioteca del chej, pero también que no se atrevieron a poner los pies en el santuario y sólo algunos soldados volaron la cúpula de la kasbah. Smara está llena de leyendas y en el momento de ser profanada por los cristianos no podía escapar a otra más. Dicen en el Sáhara que el fiel servidor Mohammed Nefa logró rescatar durante la noche un solo libro que no pudo consumir el fuego del saqueo: la obra del historiador Abd al Rahman ibn Jaldun, el libro preferido de su señor, y aferrándolo con sus brazos quemados caminó durante días hasta depositarlo en manos del hijo del chej, Merebbi Rebbu, muriendo a continuación. Lo cierto es que después del asalto francés, Smara perdió su halo de misterio y su  aureola de inviolabilidad. El santuario de los saharauis había sido profanado. A partir de este momento la corta historia de los Sultanes Azules y la Ciudad Santa será un constante retroceso.
Hay continuos enfrentamientos con los ocupantes franceses de los cuales casi siempre salen perdiendo los fanáticos seguidores de los sultanes. Mientras, Smara va cayendo en el olvido. Los Erguibat prefieren el nomadeo y la provisionalidad de la jaima antes que el sedentarismo y la solidez de la ciudad. El Heiba mantendrá viva durante años la ilusión de la resistencia contra los infieles y a su muerte, el 23 de junio de 1919, su hermano Marabbi Rebbu se proclamará Sultán Azul. Dicen que Marabbi Rebbu tenía un gran prestigio entre las tribus por sus conocimientos y su bondad, que estaba más dotado para la poesía que para la guerra y que prefería el dialogo a las armas. Tal vez por ello fue el último Sultán Azul, el último señor de Smara. En el año 1934, tal vez siguiendo el consejo dado por su padre, se acogió a la protección de los españoles refugiándose en Cabo Juby.
Pero la decadencia y el abandono de Smara no es suficiente para que caiga en el olvido. La leyenda que rodea a la Ciudad Santa hace que en Europa se dude de su existencia real. Tal vez Mauret no dio demasiadas explicaciones, tal vez sea verdad que no llegó a poner los pies en ella, lo cierto es que en Francia un poeta y aventurero, Michel Vieuchange, decide descubrir el secreto de Smara, aunque para ello arriesgue su vida. Ayudado por su hermano Jean,  que se quedará esperándole en Agadir dispuesto a salir en su auxilio si es necesario, Michel organiza una expedición que parte de Marrakés el 10 de septiembre de 1930. Pasará todo tipo de penalidades en su viaje, los guías contratados lo extorsionarán y tratarán de venderlo para pedir rescate, serán atacados por bandidos y tendrá que hacerse pasar por mujer, para protegerse, desatando la apetencia de un jefe de caravana que fascinado por sus blancos tobillos tratará de canjearlo por un caballo. Después del incidente se tiñe los pies para evitar nuevas tentaciones. La dureza del clima, la desconfianza hacia sus guías y la dura marcha por el desierto debió poner a prueba la resistencia física del francés, pero no su voluntad. La última parte de su viaje la realizó atado dentro de un cesto de mimbre a lomos de un camello y cuando al fin intuye a través de las rendijas del cesto los edificios de la ciudad soñada logra liberarse…, ¡y ver Smara!: “Tras una elevación del terreno, en la desnudez terrible del desierto sin vegetación, apenas a ochocientos metros, distinguí una ciudad como si fuera de cristal transparente”.
Michel de Vieuchange llegó a Smara el 1 de noviembre de 1930, acuciado por sus guías que temían ser descubiertos por los Erguibat, cuyos camellos pastaban por los alrededores, sólo podrá permanecer en la ciudad durante tres horas, durante las cuales recorrerá los edificios abandonados, toma notas y hace fotografías de ella y antes de partir enterrará en la arena un frasco de cristal con una nota: “Mi hermano Jean y yo, Michel de Vieuchange, hemos realizado en común la exploración de Smara, encargándonos cada uno de nosotros de una parte de la operación. A mi hermano le ha correspondido la responsabilidad de socorrerme si cautivo o herido le llamase. Yo me he adentrado en el oasis el 1 de noviembre de 1930”.
El viaje de regreso debió de ser terrible. Enfermo de desintería y al límite de sus fuerzas, todavía tendrá que ingeniárselas para evitar que sus guías lo vendan, y cuando consigue llegar a Tiznit pide auxilio a su hermano. Éste lo recoge y traslada en avión a Agadir, pero su estado es tan grave que muere el 30 de noviembre. Tenía 26 años y era poeta, romántico y soñador; no le importó desafiar las penalidades del desierto por ver a su enigmática Smara y murió por ello. Su hermano Jean publicó sus notas de viaje en varias revistas de la época bajo el título de “Ver Smara y morir” y también un libro. Acaba de reeditarse el relato del viaje por la editorial francesa Phebus con el título “Michel de Vieuchange. Smara carnets de route d’un fou de desert”.
Todavía le quedarán a Smara cuatro años de anonimato y soledad, hasta que el 15 de julio de 1934 llega a la ciudad una Mía española al mando del capitán Bullón. Las tropas españolas, que hasta ese momento se han limitado a ocupar la costa, no encuentran ninguna resistencia en su viaje a la ciudad. Les acompaña como guía Mohammed Fadda, sobrino del chej  Marabbi Rebbu y son recibidos en el palmeral por El Ueli, hijo de Ma el Ainin. Ramón Mayrata en “Relatos del Sáhara ” recoge uno de José Antonio López Garro, testigo presencial, publicado en 1935 en el que describe la Smara que encuentran a su llegada: “La edificación principal la constituye la gran Kaasba. Tiene un patio central cubierto de una cúpula, bajo la cual y sobre un estrado se colocaba el Chej en los actos solemnes. Las paredes se hallan encaladas y pintadas, en parte, con dibujos toscos.
Se han encontrado algunas arcas con libros, vasijas, depósitos de aceite, los hierros de la cama del Chej, el armazón de madera del estrado y arados con rejas de hierro, conservándose también algunas puertas y ventanas. Fuera del recinto de la gran Kaasba, en el ángulo N.E., se encuentra la mezquita, que debió de constar de nueve órdenes de arcos, no terminados de construir más que cuatro, con nueve arcos cada uno de ellos. Se halla también sin terminar de construir el Mehrad, así como el Membar, el techo de la mezquita y el minarete. También existe otra edificación, destinada a posada y hospedería. Las restantes construcciones del gran conjunto de edificios la componen dependencias para servidumbre, cárcel subterránea, corral para camellas de leche, otros para cabras, etc.
Todas las edificaciones están hechas con piedras negruzcas, y en su mayoría sin repelar, de arte análogo a otras construcciones saharianas, muy en consonancia con la severidad del paisaje.
Cuando al atardecer se suaviza la cruda luz del desierto, estas ruinas silenciosas, sobre las que parece vagar el espíritu del gran Chej Ma el Ainin, se destacan patéticamente sombrías en la inmensidad de la llanura, llenando el espíritu de misteriosa melancolía”.
Perdido el sentido inicial de su construcción no debió cambiar mucho el aspecto de Smara en los 20 años siguientes. Julio Caro Baroja la visita entre los días 29 de enero y 3 de febrero de 1953. Fascinado por la leyenda del chej, dedica a él y su familia 50 páginas de las 470 de que consta su obra. En ellas describe minuciosamente las ruinas de la ciudad de Ma el Ainin y las huellas del saqueo del teniente coronel Mauret. Olegario Moreno en su libro MEKTUB cuenta que cuando el general Pardo de Santayana, Gobernador General de Ifni y el Sáhara, visita la ciudad en 1954 queda impresionado por su estado de ruina y ordena su reconstrucción. Dicen que los legionarios trabajaron a la luz de la luna, incapaces de hacerlo durante el día por el calor, construyendo cuarteles y edificios que darían una nueva vida a Smara. Pero todavía le tocará vivir a la ciudad momentos de indecisión en la guerra contra las Bandas Armadas en el año 1957. El 6 de noviembre es evacuada parte de la guarnición de Smara, 13 europeos y 22 nativos, quedando unos mínimos efectivos de nativos para justificar la soberanía. Pero abandonados a su suerte, sin radio y con una mínima munición, los nativos desertaron, pasándose a las Bandas Armadas o buscando refugio en sus tribus Erguibat o Ulad Delim.
Restablecido el dominio español en el territorio tras la colaboración francesa en la operación Ecouvillon, Smara inicia un lento proceso de crecimiento. A finales de 1958 todavía una parte de la guarnición de la VII bandera de la Legión se aloja en la Alcazaba de Ma el Ainin, pero en la década de los sesenta, el Teniente Coronel Lago, conocido como “El Conde de Smara”, impulsa la construcción del nuevo cuartel de la Legión y el año 1969 se termina la construcción de una nueva mezquita. Smara, que en el año 1955 tenía 321 habitantes, en 1965 llega a los 2.850.
Parece que finalmente el sueño de Ma el Ainin se hace realidad. Pero el precio será el mismo sueño: Smara ya no será el punto de encuentro de los nómadas del Sáhara, el cruce de caravanas de un comercio milenario, el embrión de un estado moderno que sedentarice a una población orgullosa de su independencia y libertad en la inmensidad del desierto. La sedentarización traerá el cambio de costumbres, el fin de las jerarquías ancestrales, el trabajo asalariado en las empresas de la colonia, el sueldo seguro alistándose en el ejército y nuevos sueños para una juventud que empieza a descubrir un mundo que le atrae.
Y Smara volverá a ser el centro de los nuevos sueños del Sáhara. Ahora no se trata de luchar por mantener las estructuras tribales, la independencia de las tribus, el derecho a desplazarse sin limitaciones por un desierto sin fronteras y la expulsión del territorio de los infieles cristianos. Ahora se trata de un nacionalismo moderno, que acepta los nuevos estados nacidos de la descolonización, y reclamará para sí la creación de un estado saharaui desde el Draá a Tichla y el control de las riquezas descubiertas, rechazando las viejas jerarquías de los chiujs y la Yemaa, manipuladas por los colonizadores. Falta un líder que aglutine el nuevo nacionalismo, y éste aparece: se llama Bassir Mohamed uld Hach Brahim uld Lebser, pertenece a la tribu de Erguibat, fracción Lemuadenim, y ha nacido en Tantán el año 1942. Será conocido como “Basiri”. Dice Tomás Bárbulo que “estudió el Bachillerato en Marrakech y Casablanca, y Periodismo en El Cairo y Damasco. Escribió artículos en los periódicos El Assae y Chomoa bajo el seudónimo Basiri y tuvo que huir al Sáhara, a Smara, cuando los servicios de información marroquíes descubrieron en uno de esos escritos la frase El Sáhara para los Sáharauis”. Dicen que sobrevivió en Smara ayudado por su familia, vendiendo amuletos e impartiendo clases del Corán en la nueva mezquita, que atendía a los enfermos y se ganaba la confianza de sus vecinos mientras sembraba la semilla del nuevo nacionalismo. Un día de diciembre de 1969 nace en Smara el Movimiento de Vanguardia para la Liberación del Sáhara. Dice Tomás Bárbulo que los fundadores fueron: Basiri, Abdelhay uld Sid Enhamed, Sidi Labser, Brahin Gali, Salama Mami y Salem Lebser. En Smara comenzaba un nuevo tiempo para el Sáhara.
El mensaje de Basiri se extiende lentamente por el desierto y encuentra eco entre los nativos alistados al ejército, principalmente de Tropas Nómadas, (Salama Mami era el chofer del coronel de la Agrupación y Brahin Gali escribiente de la oficina de este cuerpo en Smara) y de la Policía Territorial, pero también entre los trabajadores de las pistas. Pronto surge de Smara el lamento, la queja contra el gobierno colonial, por la cesión a los países vecinos de parte del territorio y por el abandono de la población nativa que contempla como sus riquezas minerales comienzan a salir por el pantalán del puerto del Aaiún:
“A nuestro país saharaui no había entrado ningún extranjero en calidad de Presidente para mandarnos, o gobernante para gobernarnos, o Sultán a someternos, ni Príncipe para heredar nuestro destino, ni representante encargado de resolver nuestras cuestiones gubernativas. Nuestra tierra y nuestro pueblo, desde que se creó hasta el pacto con la Nación española, no había sido gobernado por ninguna autoridad, ni gobernante, ni Sultán, ni heredero ni representante-delegado. Fue libre e independiente y sólo Dios ejercía sobre él su autoridad”.

[….]

“Ha elegido nuestro pueblo la cultura y el idioma español como oficial, así; pues, su lengua, su cultura y toda su vida se ha convertido en la española. Todos sus asuntos los ha puesto en manos de España, olvidando el pasado, o queriéndolo olvidar, ignorando y queriendo ignorar, pues todo su futuro lo ha depositado en manos de una Nación potente cuyo prestigio es bien patente entre las Naciones del mundo. Jamás ha desconfiado un instante, ya que sabe que siempre velará por sus intereses como propios y no estimará esfuerzos en protegerlos y proteger su integridad ante los enemigos del exterior que cada día crecen más, pero el gobierno español ha ido abandonando en todas las regiones parte del territorio de nuestra patria, gran abandono y negligencia”.

[….]

“Cedió el Gobierno español territorio de nuestra patria a Argelia, por el Este. A Mauritania por el Sur, y a Marruecos por el Norte. Parte de este territorio fue entregada al Gobierno francés cuando éste colonizaba los países vecinos a nosotros. Otros fueron cedidos a dichos países cuando éstos consiguieron su independencia. Y el Gobierno español no ha cesado en la entrega, todavía cede poco a poco parte de nuestra tierra a los países vecinos, sin motivo alguno, sin que sea justo y sin lucha que motivó tal cesión”.

[….]

“Si este pueblo cada día – día tras día – ve mermada su integridad, su unidad y se cede poco a poco, ¿cuál va a ser su futuro? ¿Cómo va a ser el futuro de esta tierra al final, y cuál va a ser el futuro del pueblo saharaui que es sincero y fiel con sus amigos? ¿Cuál va a ser el futuro de este país que ha delegado en sus verdaderos amigos todos sus asuntos y cuyos amigos es el Gobierno español?”

….

“Todos los países del mundo progresan, sean desierto o no, y a todos se les tiende la mano del desarrollo, y todos se han desarrollado con esta ayuda, bien procedente de las Naciones poderosas, bien de las Naciones hermanas, bien de las Naciones amigas o bien a través de las Naciones Unidas. Menos nuestro país saharaui que ha permanecido y permanece en la misma situación, sin que se haya tendido la mano del desarrollo y el progreso en nada, ni por parte de su mejor amigo, la Nación española”.

… y el aviso de lo que puede llegar a suceder:

Es nuestro deber – nosotros pueblo saharaui – como pueblo con unidad, derechos y obligaciones, decir nuestro sentir con toda libertad para remediar la desgracia aunque deshaga la amistad entre algunos, pues si permanecemos callados, se perderá nuestra patria y nosotros con ella, y también, si permanecemos callados, nos despreciarán, y finalmente, nos despreciará el mundo entero. Y si permanecemos callados, el pueblo llegará a reventar y la situación empeorará y el fuego no se podrá apagar. Nosotros, – el pueblo saharaui – sentimos la necesidad de dejar oír nuestras palabras, la necesidad apremiante y muy especialmente decir que la cuestión de nuestro país camina por una senda muy peligrosa, y es muy apremiante”.

Dicen que Basiri fue el inspirador de este manifiesto “Carta abierta del pueblo saharaui al Gobernador General” que Basiri era un hombre dialogante, que podía haber sido el interlocutor del pueblo saharaui con las autoridades españolas, el líder político para un nuevo país. Pero la tensión estalló en el Aaiún el 17 de Junio de 1970 en el barrio de Hatarrambla, en la explanada de Zemla. Allí se produciría por primera vez el  enfrentamiento de la población civil del Sáhara con las tropas españolas.  Con el enfrentamiento se rompieron los lazos de confianza ganados paso a paso durante años, pero también se perdió a Basiri. Detenido la misma noche de la manifestación sus pasos se perdieron, pocos días después, rumbo a una frontera desconocida.
El 27 de noviembre de 1975 el comandante Pardo de Santayana entregaba Smara al coronel marroquí Dlimi y el ejercito español se retiraba. El día 28 entraban en la Ciudad Santa las fuerzas marroquíes. Dicen que quedaban en Smara menos de 600 saharauis. No sabemos que sintió el último soldado español que giró la vista para despedirse de la ciudad Santa del Sahara. Tal vez igual que yo al llegar pensó “¿a quien se le ocurrió hacer una ciudad aquí?” Porque seguro que a él tampoco nadie le contó los sueños de Ma el Ainin. Mientras tanto la caravana continuaría alejándose por aquella llanura cubierta de enormes guijarros, negros del sol de siglos. A su espalda, cada vez más lejos, una ciudad y unos habitantes abandonados a su suerte, muchas promesas incumplidas…, un trabajo inacabado.

***

Vi Smara por última vez desde el cielo una mañana de diciembre. La pequeña avioneta que me trasladaba junto a otros compañeros desde Mahbes a El Aaiún, ya de vuelta a casa, hizo escala en Smara. Apenas un momento para recoger algún pasajero y de nuevo se elevó, dando tumbos y vaivenes, entre ráfagas de viento y polvo. Apoyado en la ventanilla vi como se alejaba Smara, como fueron difuminándose los contornos de sus edificios con techo en forma de huevo, la cuadrícula de los cuarteles, los restos de un edificio en ruinas que me había parecido una mezquita, el pequeño palmeral, y después, envuelta en la canícula, desaparecía Smara absorbida por la inmensa uniformidad del desierto. Más que alejarme yo, era Smara la que huía, impaciente por perderse en su mundo ignorado. No recuerdo si sentí algo especial, creo que no. La emoción del regreso predominaba por encima de cualquier sensación, pero era lógico: entonces a mí nadie me había hablado de Smara, del Chej Ma el Ainin y de los Sultanes Azules, y tampoco conocía la historia de un poeta romántico y aventurero llamado Michel Vieuchange que eligió “Ver Smara y morir”.

Barcelona, 8 de Septiembre del año 2004, 30 años después del día que llegué a Smara.

Epílogo
Fui al Sáhara por obligación, supongo que como casi todos, y mientras estuve allí siempre me sentí ocupando casa ajena. Sólo el descubrimiento de un paisaje nuevo, con unas formas de vida y con una cultura desconocida hasta ese momento para mi, compensó en parte el enorme sacrificio que significaba aquel cambio en mi vida. Las cartas, diarias, de quien entonces era mi novia y hoy sigue siendo mi compañera, me ayudaron a mantener el contacto con el mundo que había dejado tras de mi y supongo que también evitaron que cayera en la desesperación en algunos momentos.  Cuando salí de El Aaiún de vuelta a casa pensé: “se acabó, por fín me largo de aquí, esto sólo habrá sido un paréntesis en mi vida que pronto olvidaré”. ¡¡Que ingenuidad!! Nunca he podido olvidar el Sáhara .
Hay muchos recuerdos imborrables, pero algunos perduran por encima de los demás. El día que llegué a Smara es uno de ellos, pero también una noche de luna llena en que nos jugamos la vida circulando a toda velocidad por unas pistas imposibles y hacia un destino incierto, los Land Rover con las luces apagadas, desde el sur de Smara a Amgala y Tiffariti por una alertada, aquella luz blanquecina que desparramaba una claridad extraordinaria y cubría el desierto de un manto de ceniza, junto a la percepción de un peligro inminente, se quedaron grabados en mi memoria; inolvidable la visita a una jaima cerca de las montañas de Sidi Ahamed Erguibi para que un soldado nativo de la patrulla viera a sus padres que nomadeaban allí, los gritos de alegría de la madre al ver a su hijo contrastaron con la serenidad del padre, que esperó dentro de la jaima a que el hijo se inclinara ante él antes de abrazarlo, amables y hospitalarios hasta la exageración nos invitaron a leche de camella y dátiles mientras nos rociaban cabeza y manos con perfumes mauritanos que perduraron en nuestra piel durante días, mientras, fuera de la jaima, un siroco enloquecido trasladaba de un lado a otro todo lo que pudiera moverse en el Sáhara; también está el recuerdo de una fría madrugada de octubre en que trasladamos un prisionero saharaui de Smara a Hausa, hicimos una parada en el camino y pasé ante él que estaba esposado de pie junto al Land Rover, era muy joven, con barba rala y pelo encrespado, vestía únicamente un derrah azul y temblaba de frió, sentí vergüenza de no atreverme a ofrecerle una manta y alguna galleta de las que yo iba comiendo, lo dejamos en Hausa y allí lo recogió otra patrulla que partió para Echederia o Mahbes, muchas veces me he preguntado que habrá sido de él; y son para recordar toda la vida los atardeceres de noviembre, en la gran Hamada al norte de Mahbes, sin viento, con un cielo limpio y un sol rojizo y horizontal que cubría el Sáhara  de una luz ambarina, alargando hasta el infinito las sombras de las talhas y las pequeñas dunas, el silencio, la soledad y la quietud del inmenso paisaje sobrecogía. No se puede olvidar el Sáhara .  

******

Para quien quiera saber más -y mejor contado- de Smara, puede consultar las obras que cito a continuación. Yo pido disculpas a sus autores por haberme atrevido a espigar de sus relatos la parte relativa a Smara y les doy las gracias por haberme ayudado a encontrar, muchos años después de mi llegada, la ciudad Santa del Sáhara.

Benito Hernando, Ángel. (B) 13-06-2005
ATN. 1ª Cía. Motorizada.
Smara, Echdeiría, Mahbes. 1973-1974


  • Estudios Saharianos, de Julio Caro Baroja. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid 1955
  • Historia del Sáhara . La verdad de una traición, de José Ramón Diego Aguirre. Kaideia Ediciones. Madrid, 1988.
  • Guerra en el Sáhara, de José Ramón Diego Aguirre. Ediciones Istmo, S.A. Madrid, 1991
  • Sáhara , pasión y muerte de un sueño colonial, de Ramón Criado. Editorial Ruedo Ibérico. París, 1977.
  • Relatos del Sáhara  Español, de Ramón Mayrata. Libros Clam. A. Gráficas, S.L. Madrid, 2001
  • La historia prohibida del Sáhara  Español, de Tomás Bárbulo. Ediciones Destino, S.A. Barcelona, 2002
  • Mektub (Estaba escrito…), de Olegario Moreno Rodríguez. Editorial Abecedario. Badajoz, 2003
  • http://jm.saliege.com/smara.htm
  • http://www.fnac.com/1533483/rcwwwa/Smara-Carnets-de-route-d-un-fou-du-desert-Michel-Vieuchange.html