“MI TRASLADO AL SÁHARA”

Caminando por el lateral sur de la Rambla Nova de Tarragona llevando un petate a mis espaldas, me dirijo hacía el Regimientos de Infantería Badajoz, punto de reunión de los veinticinco reclutas de la caja de Tarragona del segundo reemplazo que nos ha correspondido el “alentador” destino del BIR-1 en el Sahara Español.
El Sol se proyecta en las fachadas orientadas a poniente, aunque luminoso, la tonalidad ligeramente amarilla de su luz denota que la tarde ha madurado. Los radiantes días de primavera, como este, alimentan mi estado de ánimo, pero hoy parece como si no fuese suficiente; estoy inquieto y me dirijo al Regimiento con un petate casi vacío a mis espaldas.
Ayer me despedí de María y hace un rato de mis Padres, desconozco cuando volveré a verlos, pero seguramente pasarán varios meses, En el Sahara dan un solo permiso o se pasa toda la mili de un tirón, dejando aquel para el final.
Según voy dejando atrás las calles, que tan bien conozco, el desanimo va aumentando progresivamente, parece como si la ciudad me despidiese para una larga ausencia.
En el cuartel nos recibe un Cabo 1º “reenganchado”, lo conozco, su hermano mayor estudió conmigo en el Instituto, o sea, es más joven que nosotros. En el patio nos hace formar y, aunque todavía no tenemos ninguna instrucción militar, la mayoría de nosotros tenemos cierta práctica a formar en grupo, las clases de gimnasia de los institutos y, en mi caso, también en la formación diaria matinal en el patio del instituto de enseñanza secundaria “Martí Franqués” de la Rambla Vella para cantar el himno del “Cara al Sol”, dirigido y supervisado por el Profesor Montón de León, conocido personaje falangista en Tarragona.
Los veinticinco reclutas y el Cabo 1º salimos del cuartel caminando hacia la estación de Renfe, yo vuelvo a efectuar el mismo recorrido pero en sentido contrario (Vivo frente a la estación).
La tarde ha llegado a su ocaso y la ciudad ha cambiado los tonos luminosos y dorados por lo grises. Mientras camino pienso en María, ayer a esta hora estaba con ella, con sabor a despedida, besándonos más intensamente que otros días, sabiendo que podía pasar más de un año sin volver a vernos y a estar juntos.
Cuando pisamos el andén acaba de anochecer. Algunas novias han seguido la “comitiva” y tímidamente se acercan a sus chicos.
La estación “mi estación”, de la que tantas veces he iniciado viajes, he recibido y despedido a familiares, hoy me parece triste, incluso extraña, como si la estuviese viendo a través de un sueño.
Por la megafonía anuncian la inminente llega del expreso con destino Madrid, ello provoca un cierto nerviosismo en algunos reclutas, los cuatro o cinco que tienen compañía de sus novias se apresuran a besarlas, pero apenas sus labios se rozan el Cabo 1º nos ordena que formemos y estemos preparados para subir al tren en cuanto este llegue.
El expreso hace su llegada en el andén principal, nos espera un viaje nocturno demás de 10 horas. Apenas tres minutos después el convoy arranca.
En Zaragoza suben al tren más reclutas, entre ellos entablo amistad con Hernando, Pablo, Pedro y Ramón. Hernando se convertirá en un buen amigo durante toda la mili, ya que siempre estuvimos en la misma Compañía, tanto en el Campamento como en el cuartel; con los otros tres mantendré una relación casi diaria hasta la Jura de Bandera, después destinos dispares nos separarían.
14-Abril
De madrugada llegamos a Madrid, apenas hemos dormido; largas conversaciones entre los nuevos compañeros y un ajetreado movimiento de reclutas a un departamento ocupado por tres chicas que aceptan conversación y bromas (sin llegar a más), hace que el viaje se haga corto y ameno (el cabo 1º afloja el control durante el viaje). Mi tía Ana casualmente viaja a Madrid a ver a su hermano, y tío mío, Vicente; durante el viaje la he visitado un par de veces. En la estación de Chamartín, mientras formamos en el andén, tengo ocasión de saludar muy brevemente a Vicente, cosa que me reconforta en esos momentos.
En camiones nos transportana “Barrás”, se trata de un antiguo cuartel de Automóviles que actualmente se usa como lugar de tránsito. Tiene un enorme patio de tierra rodeado de edificios bajos y algo desconchados, en un extremo hay dos o tres cuerpos de naves formando un solo volumen, estas debían haber sido los talleres o cocheras, ya que están llenas de grandes fosas cubiertas con tablones de madera.
A las diez, en una fresca mañana del Abril madrileño, nos formaron en el enorme patio vestidos de cintura para arriba, en camiseta o sin ella, para pasar un ligero reconocimiento médico. Como éramos un grupo de aproximadamente 500 almas, el reconocimiento se prolonga más de una hora, con lo que se rifaron los resfriados y el temblequeo.
A continuación nos forman en las naves y un Sargento irritado que transpira muy mala leche por todos sus poros y que no sabemos por qué está tan cabreado, pues no grita continuamente. Analizo al sujeto: ¿Podía ser que le apretara la úlcera, que hace días que no defeca… no sé, intentaba entender qué le estábamos haciendo para que nos tratará así ¿era esa la forma en que nos tratarían los mandos durante toda la mili? En cualquier caso, aquel individuo me estaba pareciendo un autentico cretino y no daba como creíble que fuese a cumplir alguna de aquellas amenazas. Cuando estaba absorto en el análisis del individuo, Dios me castigó por mis malos pensamiento: el suelo se abrió bajo mis pies, dos tablones se salieron de la guía yendo a parar al fondo de la fosa y yo juntos con ellos. Una herida sangrante en el muslo derecho y el tobillo dolorido fue el resultado de mi breve “viaje” aéreo.
El Sargento comprobó la herida y, con gesto de hastío, sentenció que no revestía gravedad alguna, que de esto no iba a morir y que el Sol Sahariano se encargaría de curarla. Sin bajarme el pantalón, ya que este se había rasgado en la caída, até mi pañuelo a otro que me había prestado un compañero y envolví el muslo cubriendo la herida.
Cuando el Sargento estaba acabando de pasar lista (de momento le faltaba un recluta), hizo acto de presencia un soldado acompañando a un joven (al parecer era el que faltaba) el cual dirigiéndose al Sargento le dice: -Me llamo fulano de tal… y venía a decirle que…
-¡A formar imbécil! le gritó el Sargento sin dejarle explicar
-Mi Sargento, no pienso hacerlo porque yo ya hice la mili como voluntario y solo he venido porque estaba citado, pero debe ser por algún error administrativo y comprenderá que no voy ha hacer por segunda vez el servicio militar
-¡Me importa una leche lo que digas, tu estás en la lista y debes formar! el fulano se negó y, por lo tanto, se lo llevaron detenido. Probablemente tenía razón, ya que no volvimos a verlo.
En el misma nave nos entregaron una bandeja metálica de esas que tienen varios recipientes y, después de esperar en una larga cola, nos llenaron uno de puré u el otro con una tortilla francesa; con tan “opulento” menú, la mayoría de la reclutada se quedó con apetito.
Al finalizar el “sabroso y abundante” condumio, nos indicaron que debíamos lavar la bandeja en un grifo que se encontraba al final de un callejón detrás de la nave y entregarla limpia como los chorros del oro.
Una larga y cansina cola se interponía entre mi y el mediocre chorrillo de agua, exigían que la bandeja quedase realmente limpia, y sin jabón con aquel insignificante hilo de agua no podía hacerse en menos de 30 segundos… 500 reclutas por 30 segundos = Varias horas de espera.
A media tarde llegaba mi turno frente al tacaño grifo y una vez limpia la dichosa bandeja, fui a sentarme en un rincón del inmenso patio. Un compañero se acercó al verme el muslo ensangrentado y me ofreció un pequeño botiquín que llevaba en el petate. su previsión me hizo un buen servicio, pude limpiarme y desinfectarme la herida; con gasa y esparadrapo la cosa fue mucho mejor, de hecho estaba acostumbrado a las heridas, en mis años de ciclista amateur tuve varias caídas y era algo habitual para mi.
Después de estar “tirados” el resto de la tarde por el soleado patio, al anochecer nos pasaron por las duchas (recuerdo que el agua estaba muy fría), nos cargaron a los camiones y nos llevaron a otro cuartel con enormes dormitorios. Al abrir la manta de mi camastro aparté de un manotazo una chinche y, como la limpieza de la sábana dejaba bastante que desear, decidí entrar vestido, en aquellos inicios todavía no me había acostumbrado a la realidad que me esperaba y mantenía cierta escrupulosidad.
15-Abril
Me despiertan los gritos de un sargento.
-¡Rápido, gandules! Quiero veros a todos antes de dos minutos ahí fuera.
Después de tomar un café con leche y unas galletas, nos cargan en camiones y, tras numerosos bandazos dentro de la caja del vehículo militar, llegamos al aeródromo de Getafe. La primera imagen que nos atrae es la formación en batería de varios viejos cuatrimotores DC-4.
Nos entregan una chapa de identificación numerada y un trozo de cuerda para colocarla en nuestro cuello. Hernando me comenta que la función las chapitas es la de reconocer los cuerpos cuando estos quedan irreconocibles después de un accidente, especialmente cuando están carbonizados, y yo le contesto que la cuerda de cáñamo también se quemaría, con lo que la dichosa placa se separaría de nuestro cuerpo y no nos iba a identificar ni la madre que nos parió.
Al entrar en el aeroplano leo en la placa de fabricación: “1936“, aquello sumado al nerviosismo de mi primera experiencia aérea y de la condición de recluta, me dio un escalofrío y pensé que aquello podía ser el final. Poco más tarde, con sentido práctico, decidí que si habían aguantado desde el 1936, es que debían ser fiables los cacharros.
El rugir de los motores acentuó la inquietud de todos nosotros y minutos después nuestro avión despegaba de la Base Aérea de Getafe.
Muchos de nosotros contemplamos los campos desde el aire por primera vez.
Hicimos parada en la Base de Sevilla (no recuerdo por qué) y después de sobrevolar el Estrecho y parte de Marruecos, nos encontramos sobre el Océano Atlántico. El Comandante del avión sale de la cabina para saludarnos y darnos ánimos, volviendo prontamente a los mandos. Poco más tarde el copiloto sale para decirnos que si miramos abajo veremos el porta-aeronaves “Dedalo” (antiguo portaaviones de la marina USA que había participado en la 2ª guerra mundial y que España lo había reconvertido en porta-helicópteros.
Inesperadas pequeñas y bruscas perdidas de altura hace que más de la mitad del personal vomite dentro de las bolsas preparadas para tal menester.
Después de más de cinco horas de vuelo aparece la costa sahariana, nos llama la atención la cadena de dunas que, desde el aire, se ven como medias lunas semi-cerradas en dirección al sur. El aeropuerto de El Aaiún se encuentra a apenas 27 Km. de la costa por lo que rápidamente descendemos y aterrizamos.
Lo primero que me llama la atención a través de la ventanilla del avión, son una serie de tiendas de nativos (Jaimas) y varios camellos entre ellas que se encuentran muy cerca de la alambrada del aeropuerto.
La tarde es joven y al salir del avión noto la temperatura, es de pleno verano aunque estamos a 15 de Abril. Una extraña sensación me envuelve, nunca había estado en el Sahara, pero en el breve paseo del avión hasta los camiones que nos llevarán al Batallón de Instrucción de Reclutas, ya percibo algunos de los sentidos que durante más de un Año me impregnarán.
El breve viaje de apenas media hora transcurre por una recta carretera entre dunas que, si la memoria no me falla, tiene solamente tres curvas, curvas que los conductores legionarios efectúan con cierta alegría, lo que produce que en la primera todos los reclutas que estamos en un lado salgamos despedidos de nuestros bancos de madera y retocemos por el piso de la caja del camión, en la segunda curva ya no nos coge desprevenidos.
Las dunas que presenciamos por la abertura trasera de la lona nos atrae, hasta aquel momento únicamente las habíamos visto en películas y documentales; sin duda, aquello era el Sahara y empezábamos a estar envueltos por aquel paisaje, exótico para nosotros.

Marín Ausín, Albert. (T) 07-11-2006
Infantería.
Cabeza Playa, Bu Cráa. 1973-1974
Cabo Furriel de Agosto del 73 a Enero del 74 en la 2ª Cia. de Cabrerizas.


Otros relatos del mismo autor:
Relato 026.- “UN DÍA EN EL BATALLÓN DE CABRERIZAS”
Relato 028.- “EL CORONEL DEL TERCIO VISITA CABRERIZAS”
Relato 029.- “MI TRASLADO AL SÁHARA”
Relato 063.- «EL CENTINELA DE ATLAS”
Relato 068.- » ‘EL CARROMATO’ DE BUCRAA”
Relato 073.- «EL CAPITÁN Y EL FURRIEL”