“RUMBO AL SÁHARA”

INTRODUCCIÓN
En mi casa, mis padres reciben una carta, para certificar mi ingreso en la Caja de Reclutas. Al estar yo ausente, mi padre se personó en el ayuntamiento, para comentarles que no me encontraba en el pueblo. Su presencia acompañada de una firma, fue lo suficiente para que yo no necesitase presentarme personalmente.
Mi primer contacto con la vida militar (si así se puede llamar), fue el 18 de Febrero de 1968, tres días más tarde de cumplir los 21 años, cuando me citaron en el ayuntamiento de Ribadeo (Lugo) mi pueblo, para tallarme. Era por aquel entonces alcalde de Ribadeo Don. José Couso López (Abuelo del periodista asesinado en Irak José Couso).
Yo nunca me había preocupado de la mili, hasta que llegó el día del sorteo, y no me quedó mas remedio que hacerme cargo de lo que se me venía encima. Me encontraba trabajando en La Estrada (Pontevedra) sin ningún tipo de preocupación militar. Mi hermano Antonio (Tony familiarmente como le llamamos) que es un poco mayor que yo, había hecho la instrucción en el campamento de Parga (Lugo), y destinado a Capitanía General en La Coruña.
Allí habíamos coincidido algún tiempo, él como militar, y yo estudiando y trabajando al mismo tiempo. Quizás mis primeros pensamientos hacia mi vida militar fueron estos en los que de una manera muy superficial, coincidí con mi hermano.
De ésta manera fui haciéndome la idea, de que algún día me tocaría a mí hacer el servicio militar. Lógicamente siendo hermanos y por supuesto con los mismos apellidos, el destino militar tendría que ser igual o muy parecido (eso al menos era lo que yo pensaba)
La verdad es que en La Coruña me encontraba muy a gusto, además entre otras cosas podría seguir jugando al fútbol, que era una de mis grandes aficiones.
No sé la fecha ni la hora en que se celebró el sorteo, pero si recuerdo que al día siguiente, me compré el diario La Voz de Galicia, para confirmar el destino que supuestamente sería el mismo que el de mi hermano Tony.
Hay apellidos que no olvidaré nunca, y uno de ellos, en aquella época seria Llano Ponte. A partir de estos apellidos todos los reclutas que se mencionaban, y en un numero determinado, les había correspondido el África Occidental Español. A primera vista no lo asimilé, repasé el abecedario varias veces, pues seguramente me había confundido. ¡No puede ser! ¡Que coincidencia! Precisamente después de la Ll viene la M. Podría haberme apellidado Sánchez o Rodríguez, pero no, tenía que ser precisamente Maseda.
Ya no tenía duda, me había tocado África. Recuerdo que pensé, que si España hubiese tenido alguna posesión en Oceanía, me hubiese tocado igualmente. No era muy optimista, pero es que me había llevado una sorpresa monumental.
No sé que pensaría de todo esto mi familia, yo a medida que pasaba el tiempo fui mentalizándome, pues no me quedaba otro remedio. Deseaba hablar con alguien que estuviese en mi misma situación, pero de momento no conocía a nadie.
Un día la empresa en la que trabajaba, me ofreció el traslado a pocos kilómetros de Ribadeo para un trabajo, que duraría varios meses. Me encantó la idea, pues podría vivir en mi casa, y de ésta manera de una forma mas fácil ahorrar un dinero que me vendría muy bien para mi aventura africana.
Había pasado poco tiempo desde el sorteo, y en una de mis visitas para ver a mi familia, me presentaron a un desgraciado como yo, que también le había tocado el Sahara. Sebastián sería un buen compañero en el campamento, ya que después tendríamos diferente destino.

RECUERDOS DE MI VIAJE
Ribadeo – Cabeza Playa
El día 11 de Mayo de 1969 estoy citado en la Caja de Reclutas de Lugo, concretamente en el Cuartel de San Fernando. Yo al vivir en Ribadeo debo de coger el autobús de línea regular entre Ribadeo y Lugo, cuyo servicio es propiedad de la Empresa Ribadeo S.A. Esta empresa es precisamente en la que trabaja mi padre, un gran profesional, que yo he admirado mucho, y que ha estado conmigo en los momentos más difíciles cuando he tenido que abandonar a la familia en varias ocasiones.
Había amanecido un día primaveral, y por la mañana temprano Sebastián y yo, en compañía de mi padre que sería el conductor del autobús, salimos en dirección a la capital de la provincia. El día anterior me había despedido de mis amistades y por supuesto de mis familiares. Por la mañana muy temprano lo había echo de mi madre y mis hermanos.
La compañía de mi padre en el viaje, era importante para mí, me daba una cierta seguridad, que en aquellos momentos necesitaba, no era precisamente un viaje de placer, sino un viaje obligado y forzado que por desgracia tenía que asumir. Me subí en la parte delantera, justo detrás del conductor, y de vez en cuando charlaba un poco con mi padre, quería hacerle ver que me sentía con una moral de hierro, aunque la realidad era otra bien distinta. No recuerdo si me acompañó casualmente, o si lo había solicitado él, el caso es que me presenté en el Cuartel de San Fernando en Lugo a media mañana.

Cuartel de San Fernando. Caja de Reclutas de Lugo

Fuimos llegando poco a poco todos los reclutas, y en el patio del cuartel nos formaron para, en primer lugar pasar lista y comprobar si estábamos todos. A continuación nos obsequiaron con lo que mas tarde sería nuestro único equipaje, y que consistiría en: accesorios para asearnos como la maquinilla de afeitar, con cuchillas, jabón, brocha, peine, un espejo pequeño, un pequeño libro religioso llamado “Devocionario del Soldado”, unos cubiertos, y el famoso petate. Seguidamente nos comunicaron (con sorpresa por nuestra parte) que el viaje a Madrid, se retrasaba hasta el día siguiente. Hubo quien se quedó a dormir en una pensión, otros fueron a sus casas, y creo que otros se quedaron en el cuartel. Yo localicé a mi padre para comer con él, y luego hacer el viaje de regreso a mi casa otra vez, para dormir una noche extra junto a los míos. Esta noche recuerdo que me supo a gloria, pues no contaba con éste retraso, el único inconveniente sería volver a despedirme de todos otra vez, aunque pensé que bien merecía la pena pasar por ello.
Al día siguiente después de despedirme por segunda vez, de mis amistades y familiares, emprendí viaje a Lugo, ésta vez sin la compañía de mi padre.
En Mondoñedo subió un recluta, (ahora ya nos delataba el petate), sería otro Maseda como yo, aunque sin ningún parentesco, pero nos saludamos como si fuésemos conocidos. Hasta llegar a Lugo no hubo ninguna novedad. Otra vez el Cuartel de San Fernando como destino. Allí nos volvimos a reunir los reclutas del día anterior, ésta vez con el equipaje que nos había proporcionado el ejercito, y solamente con lo que llevábamos puesto. Con el semivacío petate y la ropa que llevaba vestida, que no era ni mas ni menos que un pantalón de tergal gris, un polo amarillo de mangas largas y cuello redondo, unos zapatos negros de suela, unos calcetines y por supuesto unos calzoncillos y un pañuelo, y como complemento un monedero con algo de dinero, nos dirigimos a la estación de RENFE, Nuestra primera marcha militar, aunque sin ninguna disciplina comenzó en el Cuartel de San Fernando y un poco a pie, y otro poco andando, fuimos por las calles de Lugo hasta llegar a la estación.
El tren era el Express que hacía la línea regular Lugo-Madrid. La estación estaba mas animada de lo normal, allí se encontraban muchos familiares y novias que venían de toda la provincia, para despedir a unos quintos que habían tenido la mala suerte de ser destinados al Sahara. También se encontraba algún que otro viajero que nos observaba con curiosidad, pues creo que no era muy corriente aquel ambiente en una estación de tren, de una ciudad pequeña como Lugo. La espera se hacía larga, cambiábamos impresiones entre nosotros, e interiormente nos hacíamos un sin fin de preguntas que por supuesto no tenían respuesta. Poco o nada habíamos oído hablar sobre el Sahara, nuestras ideas no eran muy claras y esto nos parecía una verdadera aventura pero tratábamos de disimular nuestra ignorancia sobre éste territorio.
Por fin, el tren se sitúa en el andén correspondiente. Las risas se transforman en lágrimas y abrazos emocionados. Yo me alegré de haberme despedido anteriormente de todos los míos, no cabe ninguna duda, que la mayoría de los familiares y novias que han venido a la estación, están pasando un mal trago. Subimos poco a poco al tren y nos acomodamos todos juntos en compañía del militar que está encargado de llevarnos hasta Madrid. El tren está compuesto por una serie de vagones iguales, excepto el vagón de cola que es el destinado a correos. Los vagones están compuestos por unos departamentos, en cada departamento hay dos bancos de asientos, y unas rejillas en la parte superior para colocar el equipaje. La puerta de entrada da a un pasillo que va de un extremo a otro del vagón, y por el lado contrario el departamento, tiene una ventana que da al exterior. El interruptor de la luz está situado al lado de la puerta de corredera, o sea la puerta de entrada. No era precisamente un tren cómodo ni moderno, menos mal que no teníamos que pagar el billete, el ejército español, nos obsequiaba con un viaje gratis. Una vez colocamos los petates en sus rejillas correspondientes, nos hicimos cargo de dos departamentos.
Era un 12 de Mayo de 1969, de un día primaveral, cuando un grupo de reclutas de la Caja 841 de Lugo, emprendía viaje hacia un destino desconocido. Creo que ninguno de nosotros tenía mucha idea sobre cuanto tiempo nos llevaría el viaje, ni tampoco la ruta a seguir, ni que tipo de servicio militar nos esperaba. Yo al menos no tenía ninguna referencia. Solo había visto a Marcial un vecino mío, e hijo del peluquero del que yo era cliente, con aquel traje tan diferente, a los que no estábamos acostumbrados a ver por éstas tierras. Precisamente, uno de estos días me he enterado que hizo la mili en el Sahara, y concretamente en Smara.
El Express era un tren lento, con muy poca comodidad, más propio de una película de los Hnos. Marx en el oeste americano, que de un viaje de línea regular de 500 Km. aproximadamente desde Lugo a Madrid. Paraba en todas cuantas estaciones encontraba a su paso. Teniendo en cuenta que se trataba de un tren civil, era fácil pensar en como sería un tren militar.
Eran nuestros primeros momentos como compañeros. Por supuesto todos éramos de Lugo y provincia. Solo teníamos en común, “el delito” de que nuestro apellido empezase por la M.. Yo solamente conocía a dos reclutas. El primero de ellos se llamaba Antonio Maseda Fernández, y digo se llamaba, porque a los pocos años de licenciarnos se mató en un accidente de trabajo. Antonio había nacido el 26 de Marzo de 1947 en Cubelas una parroquia que pertenece a Ribadeo. Nos habíamos conocido en la Coruña unos meses antes del sorteo de reclutas, y por supuesto el apellido y el lugar de nacimiento, nos dio derecho a un billete de tren con destino al Sahara.
El otro conocido Sebastián Martínez López, me lo habían presentado poco después del sorteo, aunque ya lo conocía de vista pues trabajaba en Ribadeo y también había nacido en la misma parroquia que Antonio.
Habíamos salido a última hora de la tarde de Lugo, y poco a poco ya estaba anocheciendo. El tren continuaba su viaje en una agradable noche de Mayo. De vez en cuando salíamos al pasillo para fumarnos un cigarrillo, y recordar todo lo que habíamos dejado atrás. Después de unas horas un tanto ajetreadas, reinaba la calma, no eran muchos los viajeros, y a nosotros nos empezaba a dar el sueño.
Al mismo tiempo no era un tren muy cómodo para dormir, por eso nadie tenía el asiento en propiedad, debido al continuo movimiento de entradas y salidas del compartimento. Las paradas se sucedían sin ningún aliciente, las estaciones estaban vacías, salvo el empleado de turno. Así iba pasando la noche lentamente hasta que llegando a una de tantas estaciones, un recluta dio la voz de alarma
– ¡Joder que ambiente! Estamos en Valladolid. Mirad que dos mozas.
– Nos desperezamos un poco, las paradas eran bastante prolongadas y teníamos tiempo a todo.
– ¡Eh! Que suben
– ¿Quién?
– Las mozas ¡Joder!
A la voz de alarma, aparecimos unos cuantos en el pasillo, y el espabilado de turno, cuando las dos chicas jóvenes llegaban a nuestra altura, las invitó a entrar a nuestro compartimento.
– Chicas aquí tenéis sitio.
Ni cortas ni perezosas las chicas tomaron asiento en nuestro compartimento. Dos reclutas se levantaron para dejarles el sitio, y otro par de ellos se situaron al lado de la puerta de entrada, en donde estaba situado el interruptor de la luz.
El jaleo que se armó fue impresionante, la luz se apagaba y encendía, según el recluta de turno. El viaje hasta Madrid se nos hacía mas ameno, ya no teníamos tanta prisa, aquellas mozas nos habían levantado la moral, y a algunos algo más.
Había amanecido, y una de las cosas que mas nos había llamado la atención, sería el cambio de paisaje, habíamos pasado del verde húmedo de Galicia al tono amarillento y seco de Castilla. No estábamos muy acostumbrados a estos cambios, algunos ni siquiera habían salido de la provincia de Lugo.
Ya faltaba poco para llegar a la capital de España. Era la primera vez que visitaba Madrid, me gustaría que fuese en otro tipo de viaje elegido por mí, pero no había tenido ninguna opción de escoger. Creo que no era el momento oportuno a mis 21 años de dejar un trabajo, que posiblemente no podría conservar hasta después de la mili. Solo me quedaba el consuelo de que en teoría todo el mundo estaba obligado a entrar en quintas, aunque no todo el mundo tenía que ir a África.
No me seducía la idea de conocer Madrid en estas circunstancias, pero de todas formas estaba deseando llegar, tenía curiosidad y al mismo tiempo ganas de continuar el viaje.
Estamos entrando en la Estación del Norte, el tren va reduciendo la marcha, y todos los reclutas nos juntamos en las ventanillas para ver con curiosidad el ambiente en una estación de tren, de una ciudad tan importante. Suponíamos que sería diferente a todas las anteriores. No nos equivocamos, aunque era muy temprano, no tenía nada que ver ésta estación con todas las demás.
Había unos militares esperándonos. A mí, la primera impresión que me dio es que les dábamos pena. Pero no era de extrañar, ellos vivían en un Cuartel de la capital de España en un lugar ideal para disfrutar sobre todo a nuestra edad. Nosotros en éste aspecto, no lo veíamos nada claro.
Una vez nos bajamos del tren, nos acompañaron al aparcamiento en donde estaban situados un par de camiones Pegaso que nos trasladarían al Cuartel de la Montaña. Subimos al camión, y yo me apresuré para coger una buena posición en la parte delantera. El camión tenía un toldo de lona que se apoyaba sobre unos soportes, pero en la parte delantera, justo encima de la cabina, llevaba un espacio abierto desde donde observábamos el panorama, a pesar del fuerte aire que hacía al ir en marcha.
Habíamos echo una amplia escala en el Cuartel de la Montaña en Madrid, y otra vez los camiones Pegaso, nos trasladaron a la Estación de Atocha para continuar nuestro largo viaje en dirección hacia Algeciras. Ya había aumentado la familia. Se habían unido mas reclutas supongo que de Madrid y zonas próximas, pero nosotros continuábamos juntos. Una vez que nos situamos en el tren, fui hacer una llamada por teléfono a una tía mía que se encontraba en Madrid, mi intención era saludarla solamente, pero a los pocos minutos, se presentó en la estación en donde estuvimos charlando bastante tiempo.
No me había equivocado mucho, el Tren Express que habíamos dejado anteriormente, era incomodo, malo, antiguo, etc. etc., pero el que estaba estacionado en las vías de la Estación de Atocha era mucho peor. Nos quedaba mucho viaje, y era importante conservar la moral, necesitábamos mirarlo con buenos ojos.
Por fin se puso en marcha, aunque muy lento, tan lento que daba la impresión que la maquina no tenía fuerza.
Había oído que desde Madrid hasta Algeciras el ejercito nos transportaría en un “ tren militar.” Lo que no me podía suponer es que se le llamase así, a un tren más apropiado para transportar ganado.
El tren con su lentitud, nos iba aproximando a tierras manchegas, y poco a poco llegaba a su cita en Alcázar de San Juan. En ésta estación hicimos una parada de varias horas, pues hubo que esperar a que hiciesen las maniobras correspondientes para el enganche de vagones de los reclutas que venían de la parte de Levante.
Iniciamos la marcha con una cantidad considerable de vagones que se habían ido sumando especialmente en Alcázar de San Juan. Habían habilitado alguna estación para comer, una de ellas fue la estación malagueña de Ronda, en donde nos proporcionaron la comida de una forma muy particular. Nos seleccionaban en grupos de seis aproximadamente, y una vez que nos bajábamos del tren, cada uno de los seis tenía que ir a recoger su correspondiente parte de comida. Por ejemplo uno cogía los seis “chuscos,” otro seis huevos cocidos, otro seis naranjas, etc. etc., Cuando nos teníamos que juntar para comer, alguno se despistaba e iba para otro grupo, y al mismo tiempo aparecía algún despistado de otro grupo diferente. El caso es que terminábamos comiendo ración doble de algunas cosas, mientras que otras ni las olíamos. Habíamos repuesto fuerzas con algo que llevábamos en el petate, y con la comida del ejercito. De ésta forma nos subimos al tren para dirigirnos hacia Algeciras.
Desde que había salido de mi pueblo, muchas cosas me habían llamado la atención, pero especialmente los paisajes tan diferentes, que habíamos encontrado durante el viaje, como por ejemplo: la zona de Castilla, la de La Mancha o Andalucía con sus casas tan blancas.
El viaje en tren se hacía pesado, por eso cualquier acontecimiento por pequeño que fuese, nos llamaba la atención. Recuerdo cuando pasábamos por tierras de La Mancha, y a lo lejos divisamos un rebaño de ovejas. El primer recluta que dio la voz de alarma grito- meeeeeeeeee. A continuación fue todo un clamor, los cientos y cientos de reclutas que viajábamos en el tren gritamos: meeeeeeeeee . El eco volvió a gritar meeeeeeeeee . El tren se estremeció. Las ovejas quedaron paralizadas mirando hacia nosotros sin dar crédito a todo lo que estaba ocurriendo.
Llegamos al atardecer al Cuartel de Transeúntes de Algeciras. No podía pensar en un Hotel, pero tampoco me imaginaba un Cuartel tan denigrante como en el que nos alojaron. Lamentablemente el ejercito nos sorprendía negativamente. Se habían propuesto demostrarnos que la vida militar no se parecía en nada a la vida civil, y por supuesto cada día que pasaba lo íbamos asumiendo.
Como venía siendo costumbre, entre la selección de la cena que nos dieron, y las reservas del petate, engañamos nuestros estómagos hasta el día siguiente. Para dormir nos dieron unas colchonetas de un color “camuflaje” con la mierda del Cuartel. Parecían tener ruedas, aunque en realidad eran las Chinches y Pulgas quienes intentaban mover la colchoneta. Esa noche apenas pude dormir aunque estaba verdaderamente cansado.
Llegaba la hora de ir a coger el barco, por eso en formación nos dirigimos andando hacia el puerto de Algeciras.
Recorrimos algunas calles con mucha curiosidad, aquellas casas nos llamaban la atención, por su construcción y colorido. Un señor con un burro transportaba en unos cantaros agua, y creo que además la comercializaba.
Embarcamos en el Trasbordador Victoria. Un barco construido en 1951 para la naviera Elcano, y que cuatro años más tarde sería vendido a la compañía Transmediterránea. Estaba matriculado en Algeciras. Tenía 100,5 m. de eslora, 16.1m. de manga y 7.36 m. de puntal. Su aspecto a primera vista me gustó. Visto los desastrosos medios que nos había proporcionado el ejercito, veía un barco 
bastante moderno.

Barco Victoria

A medida que nos fuimos acercando para embarcar por la parte de popa, me di cuenta que era un Trasbordador. Entonces ya no me gustó tanto. Siempre había pensado que éste tipo de barcos se usaban para transportar coches, maquinaria, ganado, etc., etc. ¿Cómo era posible que a unos cientos de futuros soldados nos embarcasen como si fuésemos ganado? Atracado al muelle por el lado de babor, fuimos embarcando hasta que poco a poco se subió el último recluta. Recuerdo que animé a los compañeros a no quedarnos en la bodega, subimos a la parte de estribor, y muy cerca de la proa. Me gustó el sitio, desde allí podríamos ver el mar, y aunque era en un pasillo, estábamos un poco independientes. Al lado nuestro se situó un grupo valenciano.
El barco era un medio de transporte desconocido para muchos compañeros. Un gran porcentaje de ellos no había embarcado nunca, y mas tarde fui conociendo compañeros que no habían visto nunca el mar. Por eso las caras de preocupación y de nerviosismo se podían ver por todo el barco. Yo en aquellos momentos me sentí un privilegiado, y al mismo tiempo me solidarizaba con toda aquella gente que lo estaba pasando mal.
Lentamente el “Victoria” empezó a moverse y alejarse del puerto de Algeciras, en donde quedaban despidiéndose familiares y amigos, que se fueron perdiendo de vista. Serían las ultimas despedidas del viaje, pues ésta ultima etapa por mar, nos llevaría al África Occidental Español, destino de todos los reclutas que nos encontrábamos a bordo.
Una vez que nos encontramos en alta mar, sentí el deseo de ver como nos habían instalado por diferentes partes del barco. Con dificultad saltando por encima de los compañeros, hice un recorrido corto, pero suficiente para comprobar el lamentable aspecto que ofrecía el Trasbordador Victoria.
Habíamos dejado la península, y ahora nos esperaba un viaje quizá más desconocido que todo lo anterior, pues además no teníamos ni idea del tiempo que nos llevaría la travesía. Desde que salimos de Lugo, el buen tiempo seguía acompañándonos, era una de las pocas cosas que podíamos agradecer, y ahora mas que nunca lo necesitábamos.
Apoyado en el costado del barco, dejaba pasar las horas contemplando el mar, y observando con curiosidad como los delfines navegaban al costado del barco próximos a la proa. Esto yo nunca lo había visto y no me cansaba de verlo. Otra novedad para mí, sería los grandes saltos de unos peces voladores que desde el primer momento me habían despertado una gran curiosidad.
Había diferentes formas de pasar el tiempo, unos contemplábamos el paisaje, otros dormían, otros jugaban a las cartas, otros trataban de enfrentarse al mareo como podían, otros charlaban. Cada uno lo hacía según las circunstancias, pero según pasaban las horas, los mareos iban en aumento, y la asistencia a la comida de rancho era menor. Los que resistíamos sin marearnos continuábamos haciendo uso de las reservas del petate, pues aún, no nos habíamos acostumbrado a la comida militar. La bebida la comprábamos en un pequeño bar habilitado para estos casos.
Llevábamos navegando dos días y dos noches, y la situación en el barco había empeorado, sabíamos que faltaba poco, pero aún no habíamos divisado tierra. Empezaba a amanecer otro día primaveral, el buen tiempo no nos había abandonado nunca. Habían pasado unas dos horas después de haberme levantado, cuando por fin divisamos tierra, allá en el horizonte.
Eran las 10 de la mañana del 17 de mayo de 1969 cuando el Victoria fondeaba aproximadamente a menos de una milla de Cabeza Playa. No sé si fue debido a los preparativos, o es que el mar no estaba en su momento óptimo, el caso es que una hora más tarde embarcábamos en los anfibios, de una forma un poco temeraria. Nos tirábamos de una altura considerable al anfibio, aprovechando que las olas nos fuesen favorables. Algunos hacían mal los cálculos, y eso daba opción a fracturas de tobillos o de muñecas. Todos los reclutas que veníamos juntos desde Lugo, conseguimos embarcar en el mismo anfibio, y de ésta manera como buenos compañeros llegar juntos a tierra. Uno de ellos me llamó la atención, pues llevaba un llavero colgado de la hebilla del cinto, con un montón de llaves. Al principio me creí que se había traído las llaves de su casa, y de todos sus candados, pero luego me confesó que: le habían comentado que se robaban muchas cosas, y que llevaba las llaves para recuperar lo que le robasen.

Reclutas de Lugo en el anfibio

Habíamos hecho un viaje de tantas horas en barco, que la travesía en el anfibio se nos hizo muy rápida. Con los ojos abiertos como platos, observamos el espigón que parece ser era para cargar los barcos de las minas de Fos-Bucraa, y seguidamente nos desembarcaron en un arenal denominado Cabeza Playa.

Todo el optimismo que derroché desde que había salido de mi casa, se había esfumado justo en el momento que tomé tierra en la playa. Al primer compañero que estaba a mi lado le dije – No sé si volveremos.
Hacía tanto tiempo que habíamos salido de nuestras casas, que a mí ya me parecía que estábamos demasiado lejos, y como los medios de transporte habían sido tan sumamente malos, me invadía un pesimismo tan grande que me entraban ganas de llorar. Pero tenía que ser fuerte, pues esto era el principio y me quedaba mucho tiempo, por eso me dije a mí mismo que tenía que levantar el animo.
Nos formaron a todos ordenándonos en grupos por regiones y cajas de reclutas. A mi me asignaron un pequeño cartel de madera con el Nº 841 – VIII Región Militar. No sé si el ejercito vería en mi dotes de mando, lo que sé es que no me hizo ninguna gracia sujetar aquel cartel, mientras las cámaras del Nodo filmaban el acontecimiento.

CAJA DE RECLUTAS Nº – 841
VIII REGION MILITAR
Recluta ROBERTO MASEDA LEGASPI
Expediente Nº 38
Destino BIR Nº – 1 del SAHARA
Reemplazo 1968
Llamamiento 2º

Hoy Sábado 17 de mayo del 2008 se cumplen 39 años de mi llegada a Cabeza Playa. He realizado éste escrito con mucho cariño y mucho trabajo, pues soy una persona que no estoy acostumbrado a escribir mucho, ni tampoco a exprimir mi memoria. De todas formas me siento muy satisfecho de haberlo hecho, y espero que muchos Veteranos se vean reflejados en mi escrito.

Un abrazo

Maseda Legaspi, Roberto. (LU) 17-05-2008
ATN.
Smara, Mahbes. 1969-1970