“EL B.I.R. QUE NOS UNE A TODOS”

Después de descubrir la existencia de la Web «Sahara Mili», he de reconocer que he quedado totalmente atrapado por la misma. Viendo el entusiasmo con el que participan en ella, una gran cantidad de ex- saharianos, ya sea en los foros, libro diario, encuentros o en las pequeñas polémicas por dilucidar si esto o lo otro fue así o fue asá. Con estas participaciones, nos ayudáis a todos a poner en orden los recuerdos que, muchos de nosotros, por los años transcurridos, tenemos medio volatizados. He quedado totalmente contagiado por esta gente tan entusiasta. Digo gente, cuando lo que debiera decir es compañeros. Todos no coincidimos en el tiempo pero si en lo esencial y en las formas. Pienso y casi me atrevería a afirmarlo que, a pesar de que todos somos de quintas diferentes también de reemplazos varios y distintos cuerpos, nuestras vivencias fueron las mismas o muy similares. Esto nos hace, a todos, que seamos, un poco, entrañables compañeros de fatigas, y porqué no decirlo, de buenos e irrepetibles momentos.
Me he dado cuenta leyendo y mirando los diferentes apartados de la web, de la gran importancia que tuvo el BIR para, casi todos, los que fuimos saharinos y que, aun hoy, seguimos sintiendo el espíritu de aquello que tan profunda huella nos dejó, es, creo, incuestionable, y muy evidente si miramos los foros el L.D. y demás relatos en general. Es muy lógico que así sea, no en vano, fué allí donde llegamos llenos de temores y de intranquilidad, no sabíamos que nos encontraríamos, desconocíamos cual seria nuestra suerte y los avatares que nos esperaban. Desde que nos tocó el premio hasta que nos incorporamos no se porqué razón, amigos, conocidos, y la gente en general, estaban empecinados en hacernos ver la perra suerte que habíamos tenido al ser destinados al Sahara. El que no te explicaba una calamidad, te explicaba otra, que si la escasez de agua, que si las tormentas de arena, que si los huevos ya quedaban fritos con solo sacarlos de la huevera. Etc. etc. Con estos malos presagios y las historias tan poco halagüeñas, (no se de donde las habían sacado), no es nada extraño que llegáramos al BIR súper sensibilizados. Lo que allí nos aconteció a cada uno de nosotros, a causa de esta hipersensibilidad, hizo que lo que allá vivimos nos quedara profundamente marcado en nuestros cerebros. Después, en la medida que nos fuimos haciendo mas veteranos, fuimos cogiendo mas seguridad y poco a poco, nos dimos cuenta de que los malos pronósticos que nos habían hecho, (quiero creer que sin mala intención), ni por asomo, eran tan malos y, sin ser aquello el paraíso, podríamos minimamente resistirlo. A los veinte y muy poquitos años se pueden resistir muchas cosas. Esta auto-seguridad que fuimos adquiriendo, fué mermando los temores y el miedo que teníamos a lo desconocido. Creo que las experiencias vividas en el BIR nos quedaron mas fuertemente gravadas que las que vinieron posteriormente, sin olvidar que, estas últimas, al menos para mi, también fueron importantísimas.
Quiero relatar, un poco, la experiencia del impactante viaje al Sahara y la vivencia de mi paso por el Batallón de Instrucción de Reclutas. Por nada del mundo, quisiera que se tomara por la típica «batallita» que todos tenemos tendencia a contar al primer bonachón que se nos cruza por delante, por poca atención que este nos preste. De todos modos, los recuerdos hay que compartirlos con quien los ha vivido contigo, de esta manera, me parece, que dejan de ser un «coñazo», pues para el que te escucha o lee, también son sus recuerdos, a pesar que la percepción de los mismos, probablemente, fuera, en su momento, muy diferente a la de uno mismo.
Me tocó en suerte y fuí destinado a la Policía Territorial. Los de mi expedición, salimos de BCN, en tren camino de Madrid, así como tantos otros, lo hicieron desde otros puntos de la piel de toro, sin olvidar a los que lo hicieron desde nuestros dos archipiélagos. Si no lo recuerdo mal, el día anterior nos citaron, a todos los expedicionarios en un cuartel, creo que de intendencia, muy cercano a la estación del tren, a la que todos en grupo, fuimos conducidos. Allí se habían congregado padres, hermanos y amigos para hacernos una despedida como Dios manda. Aquello no tardó en convertirse en un verdadero valle de lágrimas y un lío de sentidos abrazos que tuvo su punto culminante con el cierre de las puertas del tren y los primeros giros de sus férreas ruedas. El convoy, fue distanciándose de la estación y con más se alejaba este, mas iba disminuyendo la tristeza de la despedida, trocándose por una algarabía propia y acorde con la juventud que entonces teníamos. La recuerdo, aquella noche, muy divertida, en la que muy pocos, quizás alguno, cayeron en los brazos de Morfeo. Era una noche fría del mes de Enero, por el camino, a pesar de que era un viaje nocturno, vimos mucha nieve. Esto lo menciono porqué, como todos sabéis, en el Mediterráneo, la nieve es un bien escaso, verla caer es rarísimo y que coja grosor y cuaje, aun es mas raro. Los que vivimos a la orilla del mar o cerca, cuando vemos un copo de nieve que cae del cielo, nos alborotamos mucho.
Llegamos, si no voy errado, a la estación de Chamartin a primera hora de la mañana. Desde allí, en camiones, fuimos trasladados a un recinto militar, no sabría decir en que parte de Madrid estaba situado, daba la sensación de que estaba en proceso de abandono. Era domingo y hacía bastante frío, sin embargo, era un día muy soleado, parar al sol era muy reconfortante. Allá pasamos todo el día, se nos hizo, a todos, un corte de pelo y se repartieron uniformes a todo el mundo, con el típico color garbanzo que se utilizaba en el Sahara. Como digo, a todos, sin excepción, incluidos los de la Territorial a pesar de, como todos sabéis, llevábamos un uniforme diferente y de otro color. (Sobre este punto abro un paréntesis, pues tengo la duda, si el reparto de uniformes en Madrid, ocurrió en todos los reemplazos o solo en algunos puesto que he visto muchas fotografías de la llegada de reclutas al Aaiún y en ellas puedo ver que muchos lo hicieron vestidos de paisano. Os puedo asegurar que los de mi reemplazo, llegamos todos ya uniformados. Los de la Territorial. una de las primeras cosas que hicimos, al llegar al BIR, fué entregar el uniforme color garbanzo y recibir el usual de la Policía. Habíamos estrenado un uniforme para usarlo un solo día) Por la noche, volviendo al hilo de lo que estábamos, fuimos acomodados en una gran nave, con casi todos los cristales, de las ventanas, rotos, por las que entraba un frío glaciar, pasamos una noche que se nos hizo eterna, con un titiriteo constante.
A la mañana siguiente otra vez a los camiones que nos trasladaron a la base aérea de Getafe. Previa entrega, a cada uno de nosotros, de una bolsa de papel que contenía un bocadillo, dos huevos duros y creo que una naranja. Embarcamos a los aviones, trepando por una escalera, como las que usan los electricistas, albañiles, o como la que utilizamos nosotros mismos cuando tenemos que cambiar una bombilla. Como bien sabéis, eran cuatrimotores de hélices que producían un zumbido molesto y constante. Fué mi bautizo del aire, tenía terror a volar. Como si fuera ayer, puedo ver el avión, con una hilera central de bancos y dispuesta a lo largo del mismo. Con una anchura para tres o cuatro personas y con una especie de redes que colgaban en los laterales, en estas redes viajaron algunos con el culo metido dentro, ignoro si los que allí hicieron el viaje, estuvieron cómodos, a mi, me tocó hacerlo en los bancos centrales y puedo aseguraros que muy confortables no lo eran.
El vuelo, nos dijeron que tendría una duración aproximada de seis horas. Tardamos casi siete, no se cual fué la causa, con toda probabilidad, el retraso, lo originó una tormenta que cruzamos al poco rato de despegar de Getafe. Pasada esta, quedó un día radiante, con una magnífica visibilidad. Uno de los tripulantes nos advirtió de que, si prestábamos atención podríamos divisar la ciudad marroquí de Casablanca pues la estábamos sobrevolando. Entre pitos y flautas, llegó el momento temido y a la vez mas esperado, me refiero al primer contacto visual con el desierto.
Pudimos ver las primeras dunas y hacernos una pequeña idea de las inmensas planurias del desierto, este, desde las alturas se ve mucho mas llano. Es muy difícil de olvidar esta primera impresión que nos llegó a través del sentido de la vista. El sol aun lucía, era al atardecer, este le daba al terreno unos tonos dorados que me parecieron bonitos, sobre todo al pensar que, en mi imaginación, me encontraría un paisaje dominado por el color gris. Como grises eran mis pensamientos, sabedor de que tendría que pasar unos cuantos meses de mi vida, me gustara o no, en aquel desierto. Lo peor era que no sabia como ni cuanto tiempo, exactamente tendría que pasar en el.
Aterrizamos sin novedad, aunque sentía mi cabeza a punto de estallar debido al zumbido constante, como ya he dicho, casi siete horas, de los motores del cuatrimotor, mas los nervios añadidos por la situación que me desbordaba. Me sentía completamente tonto y alelado. Lo primero que me sucedió fué que perdí mi saco petate. Todo el mundo tenía el suyo menos yo. Al final, no se como, afortunadamente, apareció.
Nos habían venido a esperar y recibir unas cuantas personas, que, como era lógico, vestían uniforme militar. Los que íbamos a la P.T., fuimos separados del resto y formados, si es que aquello se le podía llamar formación. Estando ya todos agrupados, oí una voz que provenía del militar que, parecía, que mandaba mas.
-Perucho… ¿quien es Perucho?
Este es mi segundo apellido, como no es muy corriente enseguida me percaté de que era el buscado. Asentí y dije que era yo, al mismo tiempo que, temeroso, me acerqué a él, llevaba un uniforme que no lo había visto nunca, me pareció un militar de alta graduación, posteriormente supe que solo se trataba de un sargento, y, si la memoria no me falla, después lo conocí muy bien, se trataba del sargento Guerrero, uno de los dos, el otro se apellidaba Gunturiz, junto con los cabos que nos impartieron la instrucción. Me mandó poner en la posición de firmes y me preguntó si tenía familia o era de Málaga, a lo que respondí con una negativa y añadí que toda mi familia, al menos que yo supiera, era de Catalunya. Sin más, me mandó unirme con el resto de compañeros.
Otra vez fuimos acomodados en camiones, para hacer la última etapa, la que nos llevó del aeropuerto del Aaiún al BIR. Ya casi estaba comenzando a oscurecer cuando salimos, por lo que, cuando llegamos al Centro de Instrucción, ya era negra noche. Llegar a un lugar desconocido donde la luz, brilla por su ausencia, distorsiona muchísimo la idea que te haces del sitio, lo que vi. posteriormente, a la luz del día, no tenía nada que ver con lo que percibí la noche anterior.
Los cabos instructores, que después todos conoceríamos muy bien, nos llevaron al comedor para que pudiésemos cenar. Al terminar con la cena, fuimos conducidos a los barracones y el recinto de la P.T. Allí se nos hizo entregar el uniforme de color garbanzo que nos habían dado en Madrid y se nos entregó el que correspondía a la territorial. Aquí me ocurrió el tercer, pequeño, infortunio. Había perdido la gorra y no podía hacer devolución de ella. Le dije al cabo que controlaba el cambio de uniformes, que, no sabía como ni donde, pero no tenia gorra, me la había puesto debajo del sobaco, al salir del comedor y, olvidando que en tal sitio la llevaba, seguramente, habría separado el brazo del cuerpo y , sin apercibirme, la había perdido. El cabo me miró muy socarronamente y me dijo.
– Con esto de la gorra, ya te la has buscado, a ti, a partir de hoy, te llamaremos de la gorra perdida.
Hoy en día, al recordarlo, me parece cómico y ridículo, pero en su momento, aquel día, me llenó de preocupación. El cabo, del que, lastimosamente, no recuerdo el nombre, resultó ser una gran persona, llegamos a hacer muy buenas migas, me parece que era madrileño.
Llegó, como todo llega, la hora de acostarnos, las sábanas que me tocaron en suerte, eran unas sábanas muy peculiares, parecían de camuflaje, por la gran cantidad de manchas y lamparones de las que eran poseedoras. Tras un minucioso examen ocular, llegué a la conclusión de que habían sido víctimas de numerosas, e involuntarias, o no tan involuntarias, poluciones nocturnas. Había oído hablar del suministro de bromuro mezclado con las comidas, no se que tiene de cierto, ni si es una leyenda, pero frenar la naturaleza, cuando se tienen veinte años, me parece cosa harto difícil. El resultado fue que decidí prescindir de las decoradas sábanas. Ya en la posición horizontal, encima de la litera, y recuperada ya un poco la serenidad perdida por los acontecimientos y emociones vividos los dos últimos días, en mis reflexiones me dije:
– Josep, has comenzado esta guerra con mal pie, entre la gorra y el petate perdidos y aquel sargento que te tiene más fichado que al Lute, estás apañado.
Me vinieron a la cabeza los consejos y advertimientos que me habían dado los que hicieron la mili antes que yo.
– No te destaques ni te signifiques en nada, ni para bien ni para mal, tú como los camaleones, el máximo de mimetizado. Ya veis que camino llevaba.
El periodo de instrucción, en la Policía Territorial, era duro, muy duro, aquello, era un no vivir. Desde el toque de diana al de silencio, era un no parar nunca, exceptuando los ratos después de comer, al mediodía y por las tardes cuando nos dejaban libres, que aprovechábamos para escribir y para ir a la cantina del BIR a relajarnos y reunirnos con los amigos mas afines. Curiosamente, se formaban unos grupitos hechos por comunidades autónomas, cosa muy rara, teniendo en cuenta, que en aquel tiempo aun no existía el estado de las autonomías ( es una broma ), pero es verdad que había grupos de ,gallegos, andaluces, vascos, catalanes, etc. Procuraba, siempre, mezclarme con todo tipo de personas y de todos los lugares, puedo presumir de que hice amigos de todas partes ( “sota voce”, os confesaré que esto me permitió, saborear y paladear una gran cantidad de embutidos, quesos y otras delicias de las que hay, en abundancia, en toda la península Ibérica. Aquellos paquetes que algunos recibían, eran un, verdadero, tesoro).
La P.T. tenía la fama de ser la que desfilaba mejor y la que hacía los movimientos de armas con mas perfección, no porqué fuéramos mejores que nadie, en absoluto. Esto tenía un precio, y este, tenía un nombre, que no era otro que estricta disciplina y bastantes guantazos, mas algún correazo. Cuando practicábamos los movimientos de armas, tenían que ser sonoros, tenían que sonar al unísono. Recuerdo que nos poníamos papel de periódico en los bolsillos laterales del pantalón de campaña para que, en las formaciones, cuando mandaban firmes, sonara fuerte y se oyera un solo golpe. Repetíamos cualquier movimiento hasta la saciedad. Mientras, a los instructores no les pareciera perfecto, allí estábamos, dale que te pego.
Las clases teóricas eran un poco más relajadas, no obstante, teníamos que prestar mucha atención, pues ante cualquier pregunta, al respecto, que se hiciera, el no contestarla correctamente, suponía escribir, mil, dos mil o mas veces, la respuesta que no se había sabido dar. Vi algunos copiando, durante noches enteras la frase que no habían contestado. Ya, en la primera clase teórica, el sargento Guerrero, el amigo que hice al llegar al aeropuerto del Aaiún, a la primera ocasión que tuvo, así que alguien no supo contestar, sin ni siquiera levantar la vista, dijo:
– Haber, Perucho… díselo tú.
La misma historia, ocurrió, invariablemente, en todas las clases de teoría en las que, el mentado suboficial, nos honró con su presencia. También es justo decir que, a pesar de que me obligó a estar siempre muy atento a todo lo que explicaba, era seguro que me preguntaría. En otras cuestiones, siempre fue muy benévolo conmigo, puedo asegurar que me favoreció mucho mas que me perjudicó.
Con el toque de diana, se iniciaba una vorágine, yo le llamaba una espiral de violencia, en la que todo era correr y correr. Desayuno, instrucción, teórica, gimnasia, baño higiénico, (unos días ducha y otros baño en la playa). Siempre, para hacer cualquier actividad, indefectiblemente, a partir del rompan filas, disponíamos tan solo de dos o tres minutos para volver a estar en formación dispuestos para iniciar la siguiente, con el agravante de que, el que salía último de los barracones, siempre, aunque no se hubiera sobrepasado el tiempo concedido, recibía alguna caricia de los cabos que tenían mas mala uva. Por la mañana, después de teórica, venía la gimnasia, cuando nos cambiábamos para esta actividad, aprovechábamos para ponernos ya, encima de la cabeza, el champú o gel que nos sería necesario para el baño higiénico posterior. Es fácil imaginar como, de acartonado, nos quedaba el pelo después de hacer todos los ejercicios gimnásticos bajo los rayos del Sol. Sin embargo he de mencionar un momento, un rato del día, para mí, que era especialmente agradable y placentero, este no era otro que el que disponíamos después de la comida del mediodía. Nos sentábamos al solecito apoyados a las paredes de madera de los barracones, aun me parece sentir en mi cara aquel calorcito y aquel aire continuo, tan típico del desierto, que me acariciaba provocándome una dulce somnolencia.
Quiero recordar también, un poco, los servicios que me tocaron en suerte Dejando aparte alguna imaginaria, el resto fueron un servicio de cocina y dos de limpieza. Del de cocina solo recuerdo que me pusieron a freír bistecs, de los que me comí unos pocos, mas de los que debiera, no comprendo como no enfermé pues ingerí una cantidad exagerada. Respecto a la comida que nos daban en el BIR, considero que era aceptable, tanto en la calidad como en la cantidad, solo que, con tanto ejercicio, por lo mucho que quemábamos, nunca me sentía saciado, afortunadamente, en la cantina vendían bocadillos para complementar. Los servicios de limpieza, en uno de ellos, me tocó, junto con otro compañero, ir al campo de margaritas para eliminar el máximo posible de ellas, nos acompañaba un sargento “pistolo” , que nos iba indicando con un bastón las mas adecuadas para ser eliminadas, (preferentemente, las mas deshidratadas, dicho de una manera sencilla, las mas secas) uno llevaba un palo con un clavo en la punta que servía para pinchar las margaritas y papeles, el otro llevaba la carretilla en la que se introducía y se transportaba todo el material pescado. Os puedo asegurar que este es el trabajo más escatológico que he hecho en toda mi vida. El segundo servicio de limpieza, fue en la residencia de oficiales, junto a la playa. Aquello era otro mundo, allí, pude hacer uso de unos aseos como Dios manda, también allí, vi. lo que hacía muchos días que mis ojos no veían, pude ver mujeres en la playa. Me quedé con las ganas de repetir el servicio, esto último, nunca ocurrió.
En la Poli, éramos “Cojonudos” pues siempre estábamos en “Pelotas” haciendo el “Marranito” y nunca nos faltó la compañía de un señor que se llamaba “Pata de Palo” que siempre nos acompañó donde fuéramos y en cualquier actividad que hiciéramos. Quizás, algunos, no sepan a que me refiero con todo este lío, pero es seguro que no hay ni un solo P.T. que no sepa o ignore de que va el asunto.
La estancia en el BIR, para los territoriales de mi reemplazo, duró solo la mitad del periodo de instrucción, pues fuimos trasladados, todos, al cuartel de Aaiún para preparar un desfile de bienvenida a un nuevo Gobernador General. Pero esto se trata ya de otra historia. Solo regresamos al centro de instrucción para hacer la Jura de Bandera.
He comenzado el relato, haciendo referencia al nexo de unión que fue el BIR, para todos nosotros, allí hicimos los primeros pasos como saharianos, exceptuando a los que estuvieron en las banderas de paracaidistas, el tercio de la legión, y los de la de la Territorial que, como he sabido después, a partir del 1973, hicieron la instrucción en un nuevo campamento situado en el Aaiún, y como no, todo el personal civil que, si cabe, aun son mas saharianos que la mayoría de nosotros pues, muchos de ellos, nos superan en la cantidad de tiempo de estancia en el Sahara. Sin quererlo, pero de manera inevitable, me he ido decantando por explicar, probablemente de mala manera y con poca gracia, muy por encima, desde la perspectiva que lo vi y lo viví. Los que habéis tenido la paciencia de haberme leído, con toda seguridad, habréis encontrado cosas con las que no estáis de acuerdo, o seguramente pensáis que fueron o sucedieron de otra manera. Probablemente, no os falta razón. No en vano, han transcurrido ya, en mi caso, casi treinta y ocho años, muchos, tantos que son la causa de grandes lagunas mentales, que pueden provocar, sin quererlo, tergiversar y cambiar la realidad de como sucedieron las cosas. Pido disculpas, si esto ha sucedido, y también os pido comprensión, pues nada más lejano a mi intención, que querer cambiar ni manipular ningún hecho.

Tallada Perucho, Josep. (B) 17-10-2009
Policía Territorial
El Aaiún, Bu Cráa. 1971-1972