“LA LLAMADA DE ÁFRICA”

Hola compañeros,

PRÓLOGO
Este pequeño relato lo tenía guardado en un borrador desde los años setenta, ¡casi nada!, han pasado más de cuarenta años, ¡ya ha llovido! ¡Ya!, y estaba ahí escondido, esperando una oportunidad de salir a la luz, y esa oportunidad llegó al conocer la página Web: <mili en el Sahara> nuestra Web, y sus contenidos me han hecho revivir muchas cosas que difícilmente podía olvidarlas, eran nuestras vivencias, nuestro día a día y que yo me empeñé en plasmarlas en un pequeño cuaderno.
Siendo niño y muy a menudo escuchaba a mi padre hablar sobre la guerra del Norte de África, pues luchó en ella del 1924-26. Todos los años venían a casa unos amigos de otros pueblos que habían combatido juntos. Siempre eran las mismas conversaciones, las anécdotas de: Larache, Xaguen, Villa San Jurjo, Tetuan, Ceuta y la toma de Las islas Alhucemas. Todos sirviendo en zapadores, fortificaciones, puentes, construyendo los medios adecuados para evitar el avance del enemigo. Aquello siempre se me quedó gravado.
Eran tiempos de privilegios. Por cuatro monedas se podía comprar que un hombre ocupara el lugar de otro en esa maldita guerra.

EL SORTEO
El tiempo, al que nadie puede detener, pasa de forma inexorable y un buen día, sin darme apenas cuenta, el aguacil llamó a la puerta de mi casa para indicarme que el domingo de esa misma semana fuera al Ayuntamiento a pesarme, tallarme y pasar un pequeño reconocimiento. Eran tiempos de <mili> forzosa, de ejército regular, en el que por aquel entonces solamente eran profesionales los mandos y oficiales.
Mi padre había sufrido un accidente laboral y estaba jubilado, al ser el único hijo que trabajaba, perfectamente podía haberme librado de ir a cumplir el servicio militar, pero quería ir, además tenía una premonición: <Me iba a tocar África>.
Tras alguna bronca familiar, por fin mis padres accedieron y yo me salí con la mía.
Tan obsesionado estaba con África que tenía hecha una apuesta con los amigos, si en el sorteo no me tocaba ir a cumplir el servicio militar en algunas plazas africanas iría voluntario.
No hizo falta, aquel Noviembre de hace más de cuarenta años, se sorteaban los distintos destinos de los quintos: Península, Islas y las distintas Colonias, que por aquel entonces pertenecían a España, celebrado en el Gobierno Militar, salió mi letra, la T, y esa letra fue mi pasaporte para África
Cuando llegué a casa todo el mundo lo sabía, pero el espectáculo que encontré era desolador, mi casa se había convertido en un verdadero valle de lágrimas, en contraste con la alegría que yo tenía.
Nadie lo entendía.
A los dos días me llegué a la caja de reclutas para ver mi destino definitivo, me quedé un tanto sorprendido, pues resultó ser a la colonia del Sahara y al Batallón de Infantería Cabrerizas I en el Aaiún.
Tenía un amigo que estaba sirviendo, así se decía por aquel entonces, en el Batallón España 18 y con el que me carteaba asiduamente. Nada más conocer mi destino le envié una carta para notificárselo.
Me contestó a vuelta de correo.
Antonio te ha tocado uno de los cuerpos más duros de todo el Sahara, de un Batallón disciplinario, lo han convertido en un Batallón de trabajo, creo que están construyendo el tren que unen las minas de fosfato con el Aaiún. Te aconsejo te busques un buen enchufe.
Me puse manos a la obra pero todo resultó inútil, solamente conocía a una chica de Logroño casada con un militar, que lo único que pudieron hacer fue recibirme con los brazos abiertos, que no fue poco, y algún café que tomé en su casa.

EL VIAJE
Estaba en San Sebastián pasando unos días con unos familiares y recibo un telegrama. <Siempre a mí los telegramas me habían dado mal fario>. Pero aquel me puso unas grandes mariposas en el estómago. Tenía que presentarme el 1 de Julio del 64 en la zona de reclutamiento de Logroño, para recoger mis pertenencias como soldado y partir hacia mi destino.

Mi equipaje consistía: un petate, un cubierto, una manta la de la “C” y una cantimplora que en el culo tenía una marmita en la que comí durante cuatro meses. Allí nos presentaron a un veterano que sería nuestro guía. Era un andaluz de Morón de la Frontera.
Al día siguiente a las siete y media de la mañana nos esperaría en la estación de ferrocarril. Pese al empeño de mi padre por acompañarme, me opuse, pero en la estación no me encontré solo, estaba mi novia, un hermano y los futuros compañeros con los que iba a convivir aquella experiencia.
Gritos, risas, abrazos se fueron trasformando en silencio, lagrimas y despedidas.
El tren arrancó hacia Madrid. En el vagón reinaba el silencio, pero a medida que alcanzaba velocidad, las canciones, las risas y el buen humor se encargaron de arrinconarlo.
Paró en todas y en cada una de las estaciones y en todas ellas se montaban jóvenes con destino a África o a las Islas. Pronto todos nos conocimos.
El tren llegó a Atocha bien entrada la noche.
Andando nos llevaron al cuartel Conde Duque. En unas naves con literas a ambos lados y paralelas entre sí pasamos la noche. A la mañana siguiente de nuevo al tren, hasta Alcázar de San Juan, allí comí a costa del Ejército la primera vez. De un tirón hasta Córdoba, el calor era sofocante. En el propio anden y aprovechando uno grifos que estaban distribuidos por el mismo nos refrescamos. <Recuerdo perfectamente como me quitaba la camisa y metía la cabeza debajo del grifo>. Haría más de cuarenta grados.
De Córdoba a Algeciras pernoctamos en un pabellón que se utilizaba para almacenar paja. Un último reconocimiento médico y al barco. Nos metieron en las bodegas y exclusivamente salíamos a cubierta a vomitar. Después nos envolvíamos en nuestra manta y dormitar. Durante el viaje el menú no varió, carne en lata, que había que calentar al baño María, y nada más.
El siete de Julio vimos venir una especie de camiones flotantes, después supe que eran vehículos anfibios. Como en las películas de piratas bajamos, con nuestro petate al hombro, por unas escalas de cuerda hasta ellos. Salimos a la playa y allí mismo esperándonos estaban unos puestos de melones y sandías, allí mismo vimos a los primeros nativos y el miedo nos hizo ver los primeros cuchillos y machetes con los que supuestamente nos iban a cortar la yugular.
Para comprar algún melón teníamos que hacerlo a escondidas, pues los veteranos no nos dejaban salir de los grupos y nos acojonaban a gritos.
Había llegado a África.

LA DISTRIBUCIÓN
Nos separaron por grupos: pues los nacidos en el 42 fue la primera quinta reclamada en dos llamamientos. A mí me tocó el segundo.
Llegamos al Batallón de Instrucción de Reclutas, BIR, andando, pues no estaba muy lejos del lugar del que habíamos desembarcado. <Cuantas veces hice ese camino para ir al cine>. En la CIA DE MAR tenía allí amigos.
En el BIR nada más entrar, estaba la cocina al aire libre, que durante cuatro meses teníamos que ir con unas perolas a recoger la comida, que para cuando llegábamos a la tienda, las tapas tenían un dedo de arena y algo se colaba dentro.

En el centro el campo de instrucción, enfrente el fortín, a la derecha del mismo los bidones de agua, que no siempre tenían, al otro lado dos barracones de madera para los oficiales y un poco más alejados otros dos como almacenes. Lo demás, tiendas de campaña, eso sí, muy bien alineadas con nombres y todo en las calles: Echera, Hausa, Daora, Mabes, Hagunia, Smara y alguna más. Asimismo y cerca de la playa estaba el <campo de margaritas> donde nos juntábamos más de 200 haciendo lo mismo.
Tras cogernos la afiliación al día siguiente y distribuirnos en grupos de diecisiete reclutas y asignarnos un auxiliar y una tienda, nos dan la ropa, según decíamos a medida, si a medida que íbamos pasando. Los pantalones que a mí me tocaron eran espectaculares, me sobraban por todos los sitios. Dos conseguí cambiar y otros dos me los arregló un compañero llamado Antonio Sáez, posteriormente destinado a Ifni. Por cierto el máuser que me dieron no disparaba. Así que en las prácticas de tiro si quería disparar me lo tenía que dejar el compañero más cercano.

LA VIDA EN CABRERIZAS
El BÓN de Cabrerizas tenía tres CIAS mandadas por el Capitán José Perelló, y cada CIA, un teniente. El mío era Juan Sánchez Verdegay de la 3ª, más o menos de nuestra edad, un tío cojonudo. Todos nuestros mandos eran Legionarios.
La rutina era nuestra compañera, todos los días eran iguales y todos los días hacíamos las mismas actividades: instrucción, guerrillas, tiro, teórica, gimnasia y marchas, una semana de día y otra de noche.

Cumplido el periodo de instrucción todo estaba dispuesto para la jura de bandera: <Nunca podré olvidar ese día. El seis de Septiembre>.Había pasado de ser un recluta a todo un soldado. Ni yo mismo me lo creía. Días después las distintas compañías abandonan el BIR y solamente nos quedamos los Cabrerizas, y desde aquel día empezamos a hacer servicio de armas.
Para quienes no hayan estado nunca en el desierto les diré que las noches allí son extremadamente bellas y que las estrellas nada tiene que ver con las que divisamos por nuestras tierras. Algo inolvidable. En el tiempo que había permanecido en el Sahara no me había percibido de tal belleza, pero la primera noche que hice refuerzo de guardia subido en el tejado de cocheras me di cuenta de ello. También recuerdo el miedo que pasé, el silencio era impresionante y las pequeñas dunas y los hierbajos esparcidos por el desierto me parecían enemigos emboscados y yo con mi máuser, que no podía disparar, que casi fue mejor.
Radio macuto empezó a funcionar: Cabrerizas se disolvía para hacerse cargo de la situación la Legión. Nunca sucedió. Por lo demás la vida continuaba llena de rutina: instrucción, guerrillas, tiro, teórica, gimnasia y marchas, una semana de día y otra de noche, y una novedad: por la tarde empezamos a construir transistores cuyo peso oscilaba entre veinticinco y treinta kilos.

Al final a unos compañeros los destinaron a Ifni y a otros nos agregaron a otros cuerpos A mi me destinaron a Intendencia donde estuve tres meses en la carpintería y haciendo guardias. Una de las que más recuerdo fue la que me tocó el día de Nochebuena, que también es mala suerte, pero no me lo pasé mal. Después de la Misa del Gallo el Teniente Coronel y grupo de oficiales todos un tanto alegres, se pasaron por todos los puestos de guardia saludando a sus subordinados y felicitándonos las Pascuas. Cuando se acercó el Teniente Coronel a saludarme a mí, mis posaderas se pegaron a la pared como una lapa, pues tenía que tapar como fuera las botellas que mis compañeros me iban dejando en los huecos de los ladrillos. El hombre no se enteró de nada. Además era muy buena gente, lo sabía porque había estado en su casa haciendo algún arreglo de carpintería.

DE NUEVO MI VIDA
Los últimos días de Enero del 65 me reclaman del BON de Cabrerizas y me asignan al cuartel de automóviles. Por cierto que ya lo conocía, pues de Intendencia teníamos que pasar todos los días a comer y además porque en él se realizaban los cursos para auxiliares y en alguno de ellos yo participé.
Pasaron casi cuatro meses y volvimos al BIR. No Era ni conocido: habían construido las torres de la entrada, montado barracones para todos los reclutas, que estaban por llegar y cocina nueva. Lo que estaba igual era el <campo de margaritas>.
Una vez en el BIR de nuevo nos vuelven a distribuir por compañías y a mí me toca a la 1ª.
Hasta la llegada de los oficiales se hicieron cargo, un sargento y un cabo primero, por cierto con el que tuve algún problema. Pero tras una conversación íntima, quizá demasiado íntima en la que le conté ciertas cosas que sabía de él me dejó en paz, es más hacía de él lo que quería.
Un día en el que el siroco soplaba de verdad y la arena se metía hasta en los calzoncillos, llegaron los oficiales: El capitán Enrique Alonso Ola y los tenientes Garijo y Julio Pacheco López, los dos aproximadamente de mi edad. Al teniente Pacheco le enseñé personalmente el BIR, venían de la Península , aun ,vestidos de verde
Hice dos llamamientos de auxiliar, siempre tuve buenos muchachos, en especial un grupo de granadinos. Me llamaba muchísimo la atención sus apellidos pues todos eran Castillo y Castrillo.

En todo este tiempo, mi peor experiencia fue el día 26 de Julio sobre las tres de la madrugada. Entra en el barracón un capitán blasfemando y gritando ¡Que se llevan el armamento y no se entera ni Dios! ¡Que nos pasan a cuchillo y no se entera ni Cristo!. El imaginaria se había quedado dormido, y yo era el responsable del barracón. A las voces me desperté y pregunto ¿Quién está hay? Y me dice por lo pronto un capitán y levanta que te voy a pisar los huevos cabrón. No me dio tiempo de tirarme de la litera, cuando empezó a darme hostias de todos los colores, hasta una linterna rompió encima de mí. Más que las tortas, sentí la impotencia, podía decir su nombre y apellidos pero no merece la pena, cuando se “mojaba” fanfarroneaba con unas fotos que tenía con Franco entregándole una copa, de algún concurso hípico.
Por la mañana después de izar la bandera, se lo digo a uno de mis tenientes y para cuando llegué al barracón ya tenía aviso de presentarme a mi capitán. Cuando me vio la cara se quedó de piedra, el día anterior, fue Santiago y a un amigo de Murchante y a mí nos había pillado un poco el “toro”, me caí de la litera y me hice unos rasponazos en la cara. El estaba convencido que me los había hecho el otro, y tuve que decirle toda la verdad.
A la “Perla” del Capitán, a los pocos días lo amonestaron y se lo llevaron del BIR, pero no fue por mi caso, ya que tenía más cosas colgando.

MIS HISTORIETAS
Estando de auxiliar muchos domingos nos marchábamos al Aaiún con un grupo de amigos, más que nada por salir de la monotonía del campamento. Después de comer y beber bien, un grupo de paisanos, nos solíamos reunir en un bar situado en la calle de la Fuente y que tenía el mismo nombre, Bar la Fuente, estaba más o menos al nivel de la Sahía. Allí rematábamos la faena, y seguíamos bebiendo y cantando hasta que nos despachaban. Y de nuevo regreso al cuartel a esperar otro día igual al anterior e igual al siguiente.

Uno de esos domingos cuando íbamos a coger la guagua nos paró la vigilancia del Tercio <¡He pistolos, esos cuellos!>. Llevábamos desabrochados los botones, dos cubatas al hombro y una temperatura de 44 grados. Empezamos a discutir y todo fue a mayores. De pronto apareció el teniente Verdegay que había sido nuestro teniente de reclutas. Puso calma, solucionó el problema y cada uno a su casa, ellos hacer ronda y nosotros al campamento. Ya nunca volví a ver al teniente Verdegay, donde quiera que esté un gran saludo para él.
Los últimos días de septiembre de nuevo empieza a funcionar radio macuto, me reclama Cabrerizas y desde allí bajamos a Cabeza Playa.
La vida en Cabeza Playa cambió por completo, no teníamos ni un momento libre. Todos los días haciendo transistores y por las noches refuerzos en fortines y depósitos del Atlas.
Para entonces Cabrerizas ya tenía cuartel. A los días me dejan fijo en el fortín nº 5, donde pasé unos veinte días. Por las mañanas tenía que ir con una garrafa desde el fortín nº 5 hasta Cabrerizas, cuando llegaba de nuevo al fortín la garrafa no podía distinguirse pues cinto de moscas se habían pegado a la jodida garrafa llena de cacao.
En el fortín y en una de sus paredes había escrita una leyenda que rezaba:
¡LEGION, LEGION! ¿Hay palabra más viril que esta?, y alguien remató la leyenda con: ¡SI CABRERIZAS!

EL FINAL
El tres de noviembre nos relevaron de todos los puestos. Regresamos de madrugada al cuartel, nos ordenan formar a toda la sección y pasar revista. El suboficial no lo hizo como mandan las ordenanzas pues al compañero que estaba a mi lado y al revisar su máuser le dejó un cartucho en la recámara, y al disparar pensando que el arma estaba descargada por poco hay una desgracia. A mí el disparo me chamuscó el brazo. A este amigo aún lo sigo viendo. Eso sí jamás olvidaré la cara del sargento y su color, se quedó blanco como la pared. Ese día era el último que íbamos a utilizar el arma y ojala sea así. Así que ese día me despedí de mi máuser y al día siguiente entregamos el resto de las cosas. Ya faltaba menos para volver a la Península.
De paisano, y sin querer dar envidia, a los reclutas y veteranos, mi amigo Torrecilla y yo nos presentamos en el BIR para despedirnos de los amigos que allí dejábamos y que no eran pocos. Por cierto que a más de uno yo le enseñé la instrucción. Creo que en todos los sitios en los que estuve deje buenos amigos.
El siete de Noviembre embarcamos e hicimos el mismo recorrido que a la ida, pero a la inversa, con una gran diferencia, pernoctamos en Cádiz en un nuevo cuartel para transeúntes, estuvimos dos días y quiero subrayar que con más libertad, pues nos permitían pasear por la ciudad.
En tren , camino de Madrid, antes de llegar, me llama el Teniente Legionario que venía con la VI Región, me dice, posiblemente no tengamos tren para el norte, si no queréis pasar dos días en algún cuartel, cuando lleguemos os hacéis los locos y desaparecéis, así lo hicimos.
Alguno ya no tenía dinero para el billete, pero entre todos lo arreglamos. El Teniente me había dado un sobre grande para el Gobierno Militar de Logroño que entregué el día 15 de noviembre de 1965. Allí terminó “mi mili”.
El catorce de noviembre llegué a mi casa. Allí se juntaron risas y lágrimas, lloros y alegrías. Fue un gran recibimiento.
Durante mi estancia en África jamás me quejé de nada, ya que ese era mi deseo, pero sinceramente creo que las experiencias de mi padre fueron más emocionantes.
A grandes rasgos esta fue mi mili y creo que la de muchos otros. Guardo muchas más anécdotas para otra ocasión, también tengo claro que nunca olvidaré al Sahara, dejó en mí una profunda huella.
Un abrazo a todos los SAHARIANOS
José Trapero Ramos. 1964-1965
Cabrerizas, Intendencia, Auxiliar en el BIR y Cabrerizas.

Trapero Ramos, José Antonio. (LO) 22-06-2011
Infantería, Bón. de Cabrerizas, Aux. BIR 1
Cabreizas. 1964-1965


Otros relatos del mismo autor:
Relato 072.- “LA LLAMADA DE ÁFRICA”
Relato 078.- “FORTÍN Nº 5”