“GOLPE DE CALOR”

Hoy, con este calor africano y esta calina no puedo por menos que recordar mis quince meses en el Sáhara, en los años 74 y 75, en los duros momentos de la Marcha Verde.
Pero no voy a contar «batallitas» de la mili.
Quiero acordarme de los días que precedieron y el propio día de la festividad de la Ascensión, allá́ por junio del 74.
Ni los más viejos del lugar recordaban un calor así́: ¡65 grados a la sombra!.
La sensación es de que hacer mucho, mucho calor, con un cielo plomizo que lo acrecienta. No corre una gota de viento y el aire es como plomo fundido que se pega a las piernas y hace muy difícil caminar. Una nube de minúsculos granos de polvo flota en la atmosfera, taponando la nariz que se va llenando, al respirar, de un polvillo rojizo. Lo mismo ocurre en los lacrimales. Pican los ojos.
Si bebes… te deshidratas por la transpiración. Si no bebes… te ahogas de calor. La solución, psicológicamente difícil, es hacer como hacen los nativos: beber té hirviendo, ese té que se toma en tres veces, en tres fases de su elaboración, un vaso cuando el azúcar pilón está, aun, sin disolver y es amargo como la vida. Un segundo vaso, con los ingredientes ya más mezclados que lo hacen suave como el amor y un tercer vaso, con todo el aroma del té con hierbabuena y el azúcar disuelto, que le da una textura de almíbar y lo hacen suave como la muerte. Quita la sed y reduce la sensación de calor pero… hay que bebérselo con el calor cogiendo el vasito por el borde superior u el borde del fondo, con dos dedos, con cuidado porque quema.
Estábamos, en aquellos entonces, haciendo una actualización de las pensiones de los veteranos nativos que habían estado militando en las filas del Ejercito Español: Guerra de Ifni, primera campaña del Sahara… Marruecos nunca paró de enredar para hacerse con el Territorio.
Venían los nativos, desde por la mañana temprano, a arreglarse los papeles, en largas colas ante la puerta de la oficina. Y venían, con los 65o, con pantalones de franela, un jersey de cuello vuelto, una chaqueta de paño… por encima el darrah, una chilaba blanca bordada con grecas de vivos colores, y el inevitable turbante color ala de mosca, comido por el sol, que una vez, cuando nuevo, fue negro.
Sacaban del bolsillo la cartera envuelta en una bolsa de plástico opaco, en su día había sido transparente, con la documentación: el DNI, que en los saharauis era rojo en vez de azul y, en casi todos los casos, otro de Mauritania, Marruecos o Argelia. Muchos tenían tres, el español y dos más y algunos, no era raro, los cuatro. Son nómadas, hombres cuya patria, de verdad, es el inmenso desierto.
Y nosotros en camisa. ¡Y nos sobraba! La lana. nos explicaron, protege igual del frio que del calor. Es posible pero yo, personalmente, no me atreví́ a probarlo.
El día de la Ascensión, festivo, amaneció́ con cielo despejado. Un sol de justicia y la temperatura subiendo.
Mis tres años de veterinaria, que dejé al acabar informática, y la amistad que tenia con un tío mío, teniente coronel de la Armada, me sirvieron para que el capitán que llevaba el zoológico que teníamos en el Regimiento me cogiese como «asesor veterinario». Y me vinieron a buscar los chavales que bregaban con los bichos todos los días. ¡Muchos animales se estaban muriendo de golpe de calor!.
Corrí́ hacia las jaulas. Efectivamente, todos los «añadidos», animales traídos de la Península estaban tumbados, jadeando, sin hacer ni amago de huir cuando te acercabas.
Los peores los conejos y las cobayas -había muchos- Fuimos a la cantina a por hielo, a cubos, muy a pesar de mi buen amigo Carlos, primero de cantina, que no quería quedarse sin hielo para la riada de soldaditos que entraban continuamente a pedir algo no fresco sino «muy frio». Pero nos llevamos el hielo para ponérselo en las orejas a los conejos y frotar a las cobayas por todo el cuerpo. Con todo y con eso a algunos llegamos tarde y murieron del golpe de calor. Aprovecho para deciros que tengáis, siempre, mucho cuidado en no dejar perros, gatos, pajaritos con jaula… metidos en el coche y al sol. No es una buena muerte para un ser querido, como es cualquier mascota de cualquier persona con un mínimo de lo que hay que tener.
Era sorprendente ver a los animales autóctonos como buscaban la sombra, abrían la boca para ventilar y bebían, muy de vez en cuando, un pequeño sorbo de agua.
Los buitres leonados, animal simpático donde lo haya, lo digo en serio, se revolcaban en el suelo, llenándose las plumas de polvo y después se metían en los bebederos, embarrándose con la mezcla del polvo y el agua. Cuando se secaban, sacudían las plumas y vuelta a empezar.
Los dromedarios, en el Sahara NO hay camellos, miraban, despectivos, con la cabeza a la sombra a través de sus largas pestañas que les dan un inequívoco aire de «femme fatale».
Como si fuese una plaga bíblica a media tarde, bajo un calor sofocante y un sol oblicuo que desdibujaba, con la calina, la forma de las cosas apareció́ una nube de mariposas, Cynthia Cardui , que empezó́ a posarse en todas partes. Al caminar levantaban el vuelo desde el suelo, desde las paredes de los catenáricos como su fuesen el humo de aquel fuego creado por el sol y el aire caliente.
Y, por fin… cayendo el día surgió́, por el horizonte, desde el Oeste, una tormenta de arena que oscureció́ el cielo, cegó́ el sol y dejo una visibilidad que no iba más allá́ de los cinco metros. Los focos, potentes lámparas de mercurio, de dentro del acuartelamiento eran un tenue resplandor de color ocre sobre nuestras cabezas.
En circunstancias como estas te das cuenta de lo insignificantes que somos, a pesar de lo importantes que nos creemos, ante la naturaleza y su fuerza.
Y ya, como fin de fiesta, estalló el resplandor de un relámpago y sonó́ el chasquido de un trueno mientras empezaban a caer unas enormes gotas de agua. Se abrió́ el cielo entre rayos, más truenos y una lluvia torrencial.
Duró poco el fenómeno meteorológico que dejo una atmosfera límpida, un cielo lleno de estrellas, como es habitual en la noche del desierto, una bajada de temperatura de muchos grados, los edificios con churretones de polvo ocre… y el suelo alfombrado de mariposas muertas.

Nota: Por si alguien no se ha dado cuenta: ADORO EL DESIERTO.

Guadaño, Manuel. 24-08-2012
REMIX B
El Aaiún. 1974-1975


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Relato 062a.- “EL ZOO DE ARTILLERÍA”
Relato 062b.- “LOS ESCORPIONES”
Relato 062c.- “LA MATANZA… DE MOROS”
Relato 081.- “GOLPE DE CALOR”