VIVENCIAS MÍAS DE LA MILI EN EL SAHARA

Nunca había salido de casa, solo una vez cuando tenía trece años que hicimos un viaje con la escuela de fin de curso, fue la primera vez que vi el mar y la segunda cuando llegue al Sahara.

La verdad es que en el fondo me hacía ilusión que tocará hacer la mili en África y en el sorteo me tocó junto con dos compañeros del mismo pueblo, también éramos amigos así que contento, sin pensar en nada ni en nadie, no me di cuenta de los sentimientos de mis padres ni de mi novia, yo iba a pasar una aventura nueva para mí y no pensé en los demás, en fin, así fueron las cosas.

Y llego el día, no recuerdo la fecha exacta, pero fue a mediados de abril del setenta y cuatro. Nos llamaron a filas y fuimos al cuartel de Warras en Madrid, donde dormimos ese día y al día siguiente nos llevaron al aeropuerto de Getafe para salir desde allí con destino al Aaiún.

Cuando vi los aviones que nos iban a transportar me entró un canguis que no os podéis hacer idea. Esos aviones eran los que desechaban los americanos y le pagaban a Franco de esa manera junto con otros materiales de guerra por tener las bases en España, y que conste que esto yo no me lo invento, pero bueno esto hoy me da igual. Había que ver como despegan estos cuatro motores, subía cincuenta metros y bajaban cuarenta estábamos acojonaos todos viendo los despegues porque salieron cuatro y nos tocó el último avión que por cierto debía de ser el mejor porque los otros los asientos eran bancos de madera, el nuestro tenía buenas butacas, pero pasamos mucho miedo porque algunas veces se paraban hasta dos motores.

Si no había visto mar, estuve tres o cuatro horas viéndolo por la ventanilla. En algún momento empezamos a divisar tierra, solo tierra, no había árboles ni verde. El desierto dijo alguien, que extraño me parecía, aterrizamos y la primera novatada me toco sin bajar del avión alguien me mandó tirar los restos del cubo del váter, el cual al tirarlo no sé cómo me apañe que me eche un poco de ese líquido en el pantalón y en los zapatos.

Del aeropuerto nos llevaron al BIR. Se hizo de noche y hasta que fuimos a la cama pase más frio que un perro chiquitín, estaba cansado y dormí bien esa noche. Al día siguiente nos dieron las ropas militares y preparados para lo que viniera. Yo nunca había hecho deporte y lo que se me venía encima no era moco de pavo, la instrucción y los pasos ligeros que se hacían no sé cómo los aguantaba, pues ya digo que en mi vida había dado ni una carrera. A veces pensaba que me iba a desmayar, pero no fue así, nunca pensé que el cuerpo podía aguantar ciertos extremos.

Como madrileño serrano, siempre había bebido un buen trago de agua y al probar esta que había en el BIR, que sabía a rayos, pero no tenía mas remedio que tomarla, así que la bebía con mucho asco y así me paso que me entraron unas diarreas galopantes. Una noche me cague en la cama y cuando fui a levantarme eso seguía saliendo y yo corriendo todo el barracón de la segunda compañía con el culo cabreado. Detrás del barracón tenían los albañiles un bidón con agua y allí que me metí para
limpiarme. Cuando volví al barracón tuve que limpiar todo lo que se me escapó, que no fue poco, y algunas veces he pensado que me pudo pasar algo porque estuve bastante mal, muy mal, deshidratado. Muchas veces pienso que fueron los helados del moro los que me sacaron adelante.

Me quedé en los huesos, pero mi cuerpo aguantaba y el primer día que nos llevaron a las duchas yo fui con mi pastilla de jabón y cuando salí de esta tenía los pocos pelos como un erizo no sabían lo que había pasado, el porqué, resulta que, con el agua salada, el jabón de la pastilla no se quitaba y aprendí para la vez siguiente que había que lavarse con champú.

Mi paso por el BIR hubiera sido perfecto, pero tenía un defecto, que me gustaba fumar y uno de los primeros días se me ocurrió encender un cigarro en el comedor, alguien medio un cogotazo por detrás bastante fuerte yo me aguanté y me callé, cualquiera decía algo, luego vi que fue un teniente jovencillo, tal vez estaba frustrado o amargado, y de regalo me mandó a la cocina.

Empecé a espabilar y no volví a llamar la atención. Procuré pasar desapercibido y así fue todo el campamento y se me hicieron un poco largos los setenta días porque no nos dejaron salir del campamento, nada más que a la playa.

Durante los días intermedios de campamento solo escribí dos o tres cartas a mi madre ya que estaba tan cansado que no tenía ganas y fue por obligación porque uno de mis amigos le contaba unas historias a su madre que yo creo que no eran o por lo menos yo no me enteraba.

Esta señora era amiga de mi madre y mi madre me escribió diciéndome que pasa hijo, madre que no pasa nada que este tío solo quiere impresionar a su madre. Rosa, mi señora madre, no sabía qué pensar y a toda costa quería venir a la jura de bandera, pero al final la convencí y no vino, porque no quería que conociera aquel terreno y por cierto sí que las eche de menos el día de la jura de bandera, fue para mí uno de los días más bonitos de mi vida y eche de menos a mi gente.

Ciertamente sí que eche mucho de menos a mis dos amores, la madre y la novia. Quince días antes de darnos los destinos me llamaron del cuerpo de guardia, que pasará pensaba yo, me presente y vino un brigada que me preguntaba si conocía a un comandante que se llamaba de apellido Revuelta yo le dije que era vecino nuestro allí en el pueblo, el brigada me dijo que eligiera el cuerpo que me gustara, yo la verdad no sabía cuál elegir y el hombre se dio cuenta que no tenía ni idea y me destino a intendencia.

Resulta que como éramos vecinos el comandante Revuelta le pregunto a mi madre que hacía tiempo que no me veía. Pues está en la mili, y donde le ha tocado, al Sahara, anda pues allí tengo yo un conocido en el campamento de reclutas, total que el comandante escribió al brigada diciéndole que si podía que me echara una mano y resultó que este era el que hacia los destinos.

Llegó el día tan deseado de los destinos. Algunos decían que si Intendencia, otra sanidad eran los mejores destinos, a mí me daba igual un sitio que otro, la cosa era salir de allí de una vez. Había pedido para conductor y en el cuartel me asignaron el coche de servicio. Con este coche se iba a hacer la compra y lo que hiciera falta.

Yo suponía que los mecánicos eran los que hacían el mantenimiento del coche y le echaban gasolina. Me mandaron llevar a un sargento y fuimos a un destacamento creo que fue Mabes que estaba largo, cuando íbamos en carretera miró la gasolina y tenía poco más de un cuarto, se lo dije al sargento y me dijo pues reza por que no se acabe porque si no vas a pasarte la mili en el calabozo. Esta vez la suerte estuvo conmigo.

En el cuartel solo hacíamos refuerzos e imaginarías, todo transcurría con normalidad hasta que un día me llaman que se había estropeado el coche del comandante, allá que me presentó, cuando llegó iba a subir al coche lo vio sucio, me mando limpiarle y me dio veinte minutos. Tenía que ir a una reunión con su traje blanco y sabéis lo que me dijo: como me llegue a manchar, lo vas a limpiar con la lengua. Yo pensé: este señor está estresado o es un mal nacido. Se conoce que no se manchó, pero yo me quede con una espinita clavada.

Pasados unos pocos días tuve que ir a llevar el pan a Echederia, y mandaron un compañero que era cabo conmigo. Cuando vamos por la carretera en toda una recta estaba el coche particular del comandante con alguna avería porque el chofer estaba debajo del coche haciendo algo, pensé esta es la mía pasamos sin mirar al coche, pero yo con el rabillo de ojo le vi que nos hacía señas, y como estábamos llegando al destino le dije al cabo cuando volvamos si están paramos, en poco más de diez minutos estábamos allí pero el pájaro ya había volado.

La sorpresa que nos veníamos temiendo por el camino, se produjo cuando llegamos al cuartel y nos estaba esperando a la misma puerta del cuerpo de guardia, y directamente nos mandó al calabozo a los dos diciéndonos a voces: habéis dejado a vuestro comandante tirado en el desierto, y lo habéis hecho aposta, así fue porque yo le tenía mucho gato, era muy desagradable este señor, nosotros le dijimos que no le habíamos visto, no sé qué pasaría, pero estuvimos dos horas en el calabozo.

Aquí en Intendencia nos daban mucha pastilla los veteranos y lo estaba pasando bastante mal, tenía que buscarme la vida de alguna manera, algo tenía que hacer. Me quitaron de conductor y me pusieron en servicios varios y tenía que hacer guardias y yo de platón no podía estar me dolían mucho los pies solo hice una guardia, fui al médico, yo sabía que tenía los pies un poco planos, y este me mando a pasar tribunal militar en las islas canarias ya no recuerdo si fui en barco o en avión la cosa es que fui directamente al hospital del ejército de Las Palmas.

A los dos o tres días de estar allí estaba cosiendo un botón de la camisa y un legionario que estaba allí me vio coser, no sé qué se pensaría quería que le hiciera un bordado en la camisa le dije yo no sé bordar. Enseguida me di cuenta de lo que pretendía, no hacía más que mirarme a la bragueta, era bastante más mayor que yo y casi me daba miedo. La suerte fue que al día siguiente me cambiaron a un cuartel que se llamaba las lomas coloradas. No recuerdo los días que allí estuve, pero recuerdo que me dieron un cigarro de hierbas y me lo fumé por primera vez en mi vida, mientras duro tuve algunas alucinaciones, pero cuando se pasó el efecto del puto cigarro me entro un dolor de cabeza que no se me va a olvidar en la vida.

Llevaría unos quince días allí cuando me volvieron a trasladar al cuartel de Mata. Este cuartel también era de transeúntes y mira por donde allí estaba el legionario maricon. Me traía frito, incluso me ofrecía dinero quería tener relaciones sexuales conmigo, tuve que amenazarle con decírselo al jefe de servicio correspondiente y ya dejo de perseguirme por todo el cuartel.

Estuve allí otros doce o catorce días mas y de vuelta para el Aaiún, pero que me quiten lo bailado, me tiré casi un mes en las palmas por todo el morro, los médicos consideraron que estaba acto para el servicio, en el cuartel las cosas estaban igual y nada más llegar hablé con el cabo furriel y pedí ir a un destacamento. En pocos días me dice que me mandaban a la playa a la oficina de transportes militares en la Compañía de mar, una nueva experiencia en esta oficina tenia de jefes un teniente y un brigada y yo de escribiente.

No tenía ni idea de escribir a máquina, solo las había visto en los escaparates, se lo dije al brigada y no me hizo ni caso y el teniente ídem de lo mismo. Total, que ahí me tienes a mí con dos dedos escribiendo a máquina, con un montón de faltas, ahora en estos tiempos que estamos cuarenta y cinco años después, sigo teniendo las mismas, pero como lo estoy haciendo con el ordenador, éste lo corrige y con dos dedos, pero se me da bastante bien. Solo voy a tardar entre cuatro y seis días en escribir mis memorias de la mili.

No recuerdo bien las fechas, pero la cosa debía de estar mal porque hasta entonces todo lo que llegaba para el ejército yo lo tenía que saber pues yo cogía todos los albaranes de desembarco, pero a partir de estas fechas empezaron a llegar muchos camiones Pegaso cargados hasta los topes de munición y al poco tiempo otro barco con Lan Rover nuevecitos y después camiones con góndolas. Cada vez que llegaba el barco cargado hasta los topes, los de la cia de mar eran los que descargan todo este material. Por último, los tanques y carros de combate yo pensaba que íbamos a entrar en guerra, entre tanto yo seguía dándole la lata al teniente para que me sacara de ese lio que yo tenía con esta oficina, pues mi trabajo había sido de cerrajero.

Estaba acojonado entre tanto trabajo y los acontecimientos y al final termine aburriendo al teniente y me devolvió al cuartel. Las cosas allí me pareció que estaban aún peor todavía.

No sé de qué cuerpo sería nuestro comandante, alguien dijo que venía de la legión cosa que no me extrañaba. Creo que intendencia era un cuerpo de suministros para los otros cuerpos, pero nos mandaron al aeropuerto, a las trincheras. Nadie nos había preparado para esto, también algunos hicieron patrulla por las noches, tenían que parar a los coches y pedirles el carnet, cuando le parecía mandaba tocar generala en medio de la noche.

Una o dos veces al mes también se hacía limpieza de plaza que era recoger la basura de los cuarteles, y una cosa que me hubiera gustado hacer más veces era la bajada de bandera en el Aaiún, que emoción más grande desfilar en medio de la capital con la música.

El tiempo fue transcurriendo y un día en el cruce que había por debajo del parador, a la puerta del banco, vi dos policías de la territorial y mira por donde uno de ellos era un buen amigo de un pueblo de al lado del mío. Le llame a voces desde el camión y enseguida me conoció, nos abrazamos y el tío no me soltaba, el camión parado en todo el cruce.

El guardia que estaba encima del taburete tocando el silbato y algunos coches que no podían pasar tocando el pito, baya pitote que armamos allí en un momento, a este compañero le dije que fuera a verme al cuartel y así lo hizo empezó a contarme calamidades y no paraba el pobre, no quiero extenderme mucho por eso solo diré que en la policía pasaba mucha hambre. Lo cierto es que estaba bastante flaco, no sé si esto era así o es que era asqueroso para comer, ese mismo día le pedimos permiso al sargento de cocina y se quedó a comer. Quedó encantado de cómo se comía y ya siempre que podía venía y el sargento me decía: a este tenemos que engordarlo.

El tiempo fue pasando, y una noche en un refuerzo y como ya éramos veteranos estábamos uno de otro puesto y yo contando chistes en los puestos de donde estaba el zoo y el sargento Gorjon que savia más que nosotros nos pilló en todo el apogeo, nos tuvo toda la noche andando desde la cantina al cuerpo de guardia, uno para arriba y otro pa bajo y ojito con que os vea hablar. Estos compañeros se llamaban Jesus Fugeras Turón alias el POLACO, Nicanor García Fraile, alias FITIPALDI, Tomas Miranda Canosa, alias el CHELI, y otros compañeros que solo recuerdo el mote, el PILFA era conductor, el TORNILLO y el BUJÍAS eran mecánicos, agradecería mucho si alguno de estos compañeros leyera esto se ponga en contacto conmigo me gustaría, aunque nada más fuera hablar por teléfono.

Según voy escribiendo me estoy acordando de alguna cosa más. Una de las noches los camiones estaban aparcados cuesta abajo y a uno se le fueron los frenos, se fue a estrellar contra el barracón grande sobre la cinco de la mañana, el camión metió todo el morro en el barracón. Creo recordar que no hubo heridos, pero el susto que se pegaron fue de órdago, en la oscuridad del barracón unos decían que nos atacan otros que nos bombardean, en seguida dieron la luz y todo se aclaró.

Otro día me encontré un giro con 3.500 pesetas. Ciertamente pensé quedarme con este dinero y lo tuve casi todo el día, pero pensé que le harían falta al dueño, me dio vergüenza y se lo conté a un sargento este se lo devolvió y no le dijo mi nombre. También me toco hacer panadería alguna noche. Allí, si mal no recuerdo, se hacían entre diez y quince mil chuscos y otros cuantos miles de barras de pan.

En el almacén de la comida todo era envasado o enlatado. Teníamos que colocar las mercancías y de vez en cuando nos comíamos alguna lata, nos comíamos lo de dentro y dejábamos la caja de cartón vacía. La leche condensada, que parecía pomada por el envase si había doscientas cajas, ciento ochenta estaban vacías, las llenas las ponemos delante.

Perdón por extenderme, pero es que me está gustando recordar estas cosas de los mejores años, y olvide deciros que a los dos meses de estar en el cuartel había engordado dieciséis kilos.

El tiempo pasaba y ya por el mes de enero del setenta y cinco volví a pedir otro destacamento y pronto me trasladaron esta vez fui a Smara, no tenía ni idea de lo que allí me iba a encontrar, solo sabía que allí estaba uno de mis dos amigos, el cuartel era pequeño solo tenía el edificio de la panadería endosado con el de las habitaciones y yo creo que había dos almacenes para los sacos del pan y en otro la alfalfa y la cebada, para los camellos.

Éramos dieciséis soldados, un cabo y el teniente. Nosotros allí no hacíamos ningún servicio, solo el pan y el servicio del agua potable. Los legionarios eran los que se encargaban de hacer las guardias y descargar los camiones que llegaban bastante frecuentes.

El primer día que salí, fui al cuartel de tropas nómadas a buscar a mi amigo. Le encontré muy pronto, era cabo y estaba de ayudante del coronel. También conocí a otros dos paisanos de Colmenar Viejo. Aquí en Smara había poco donde ir, solo los bares y los jueves cine en el cuartel de la Legión. Lo pequeño que es el mundo. Uno de los días que fui al cine, me encontré de frente al legionario marica. El hombre ya casi ni me miro y aunque fui más veces al cine no volví a verle.

En Smara fue el sitio donde más moscas vi en toda mi vida. Teníamos un montón de perros y algunas veces no se veía al chucho de las que tenía encima. Yo tenía sabanas en los lados de la litera porque si no había quien durmiera.

El trabajo aquí era de unas cuatro horas aproximadamente. Hacíamos unos tres mil chuscos y doscientas barras para los oficiales. Solo fui una vez con las cubas del agua potable a los pozos. Recuerdo que llevábamos a los legionarios de escolta y que los conductores iban a toda pastilla porque la culebrilla del desierto lo pedía. Si ibas más despacio saltaba mucho el camión. Cuando llegábamos a los pozos, aquello era muy aburrido, porque estábamos hasta las cuatro de la tarde para llenar las cubas de agua y estuvimos toda la mañana tomando el té en la jaima del guarda de los pozos.

Al poco tiempo nos cambiaron el teniente. A este hombre le gustaba la caza y un día fui con él porque a mi también me gustaba y por aquellas fechas había paso de tórtola y paraban por donde comían los camellos que siempre dejaban algo de grano. Sí que tiramos unos cuantos tiros, matamos setenta tórtolas y hicimos una buena comida, que por cierto tuvimos que limpiar todo el comedor y las mesas a conciencia porque venía a comer con nosotros la mujer del teniente.

Ya por el mes de marzo, llegaron muchos militares vestidos de verde, que a mí me extrañaba mucho el color y nos reíamos de ellos. Eran de infantería Canarias 50 y algunos se los veía asustados. Llegaron dos amiguetes del pueblo donde vivo.

Unos días antes de la licencia, en junio, nos trasladamos al cuartel que también estaba reforzado porque había muchos de verde. Estuvimos tres o cuatro días de paisano y al avión. Llegamos a Madrid a las once menos cuarto de la noche, habían pasado trece meses y once días.

Y como dijo Godoy decirme adiós que ya me voy

Un saludo sahariano

DANIEL SANZ MONTEGRIFO
Intendencia Aaiun y Smara
1974-1975