Yecla, 22 de junio de 2016

El 27 de febrero del año 1964, salimos en dos vagones de vía estrecha de la estación de Yecla con destino a Cieza donde estaba la caja de reclutas, para llevarnos a nuestro destino. Éramos 180, los cuales fuimos en dos veces unos en febrero y la otra mitad en mayo. Yo saqué el número 9 de la provincia de Murcia, cuanto más bajo era el número que sacabas más lejos estaba tu destino. Al otro día del sorteo fue mi madre al Cuartel de la Guardia Civil a preguntar qué era eso de las Tropas Nómadas y le dijeron que eso olía a camello. Desde entonces mi madre pasó horas y horas llorando hasta que 16 meses después regresé sano y salvo.

El 27 de febrero, día de San Toribio, nos dijeron que volviésemos el día 9 de marzo, día de Santa Francisca. Ese día junto a mi amigo Antonio Castaño, salimos para Cieza y al pasar por el apeadero del Rosario, se salió del tren de la vía y entre todos lo colocamos en los raíles y comenzamos de nuevo a marchar.

En Cieza, nos montaron en el tren de vía ancha, ya íbamos en el tren con asientos de madera y máquina de vapor, rumbo a Cádiz. Nuestra primera comida fue en la estación de Chinchilla. De allí nos llevaron al Alcázar de San Juan.

Tres días después llegamos a Cádiz, donde pasamos otros tres días dentro del cuartel. El día 13 de marzo, día de san Rodrigo, nos embarcaron en el “Virgen de África” rumbo a las costas del Sáhara. Allí nos despidió una banda de música militar. Diez minutos después de haber embarcado ya estaba vomitando, las olas en el estrecho de Gibraltar eran de cinco metros. Pasé todo el viaje chupando los limones que mi madre me había dado y acostado dos días en la bodega del barco. Mi amigo Antonio me atendía lo mejor que podía. Un día, bajó un médico a la bodega del barco donde estábamos y ordenó que nos subieran a un camarote y nos dieran unas pastillas para que nos recuperáramos un poco. Todavía recuerdo aquel mareo.

El día 16 de marzo, día de San Ciriaco, llegamos a las playas del Aaiún. El barco echó anclas a dos kilómetros de la costa ya que no había puerto, por eso vinieron a por nosotros unos anfibios y para ello teníamos que saltar unos dos metros de altura. Cada anfibio llevaba unos treinta reclutas con nuestras maletas.

Al ver tanta arena la emoción fue muy grande y la tristeza mayor, los cabos y sargentos que nos estaban esperando se portaron muy bien. Sin embargo, un teniente llamado Alonso y que era hijo del ministro del ejército trataba de hundir la poca moral que nos quedaba llamándonos “gorriones”. Tenía nuestra edad, yo ya sabía que todo eso estaba preparado. Fuimos andando unos dos kilómetros, aunque se nos hizo muy corto el trayecto pues estábamos disfrutando del paisaje. Hasta que por fin llegamos a un campamento muy grande, nos acomodaron a trece en cada tienda. A unos doscientos metros teníamos la playa y a otros trescientos una duna muy grande llamada la Duna Madre. Esta estaba llena de alambradas oxidadas. Nos dieron ropa y nos cortaron el pelo a cero. Cogí mi cantimplora y la llené de agua. Me eché un trago e igual que entró por la boca salió. El agua estaba amarga y salada.

El cambio de agua fue impresionante. Frente al campamento estaban las playas del Aaiún, playas vírgenes en las que cuando bajaba la marea se quedaban atrapados numerosos peces, calamares y cangrejos.

A lo largo de las playas en las que todos los días nos bañábamos después de la instrucción había muchas ruinas de barcos hundidos a lo largo de las playas en las que todos los días después de la instrucción nos bañábamos. Un día pudimos ver a cincuenta metros de nosotros a un tiburón. Se lo dijimos al teniente y nos hizo meternos todos juntos al agua corriendo para que el tiburón se fuera y así fue. El tiburón no se tuvo que ir muy lejos ya que tiempo después me contaron que en el siguiente remplazo el tiburón mató a un recluta.

En una ocasión un sargento que en 1957 y 1958 estuvo en la guerra camuflada de Sidi Ifni y el Sáhara, la Duna Madre estaba llena de soldados pro-marroquíes y que en el desembarco de 1957 murieron muchos españoles. Por ello se preparó otro desembarco dirigido por el Crucero Canaria y por Franco, pero con tropas de corrigendos y a cambio de que si tomaban la Duna Madre quedarían todos en libertad. Al final la mitad de estos soldados murieron en la batalla.

El día 9 de mayo de 1964, día de San Gregorio, juramos bandera ante el coronel Galindo jefe de la Legión en África, padre del General Galindo que luchó contra ETA en el cuartel de Inchaurrondo y que con el asunto del GAI fue desposeído de su grado militar.

El 15 de mayo de 1964, día de San Isidro, salimos destinados a los fuertes. Yo fue destinado a Mahbes pero me quedé dos semanas más en la ciudad santa de Smara a la que llegué el día de San Feliciano. Días más tarde nos presentamos cuarenta y seis reclutas para hacer el curso de cabo de los que solo sabíamos leer y escribir cuatro.

Antes de ir al Sáhara me dijeron que hablara con un primo del abuelo Juan que era Capitán. A él lo conocí en Santiago de Alcántara, pero no quise ya que estaba encantado con vivir esta aventura lejos de mi casa.

El día 29 de junio, día de San Pedro, llegué al fuerte de Mahbes, después de tres días de comboy los paisajes eran maravillosos. No todo es arena. Hay zonas de pizarra, grandes llanura o lagos fosilizados con zonas de mucho ambiente. Pero lo que más me impresionó eran los espejismos a causa del calor. Podías divisar paisajes maravillosos en el horizonte como bosques, lagos azules, montañas, ríos preciosos, pero la realidad es que nunca llegábamos a ellos. La puesta de sol era impresionante, el sol parecía una gran bola de fuego y al llegar la noche había una gran bajada de temperatura lo que personalmente hacía que también bajara nuestra moral por lo que las noches se convertían en momentos bastante tristes.

La compañía se componía de: un capitán, dos tenientes, tres sargentos, cuatro cabos, cuarenta y seis soldados españoles y setenta y cinco nativos, todos ellos de origen mauritano.

El día 3 de julio salí de patrulla, íbamos un teniente, un cabo, un soldado español y doce nativos. En tres Land Rover todo terreno hacia la frontera de Argelia que estaba a unos treinta kilómetros de Tinduz. Aquella noche se nos acercó un coche argelino a unos trescientos metros, salió el teniente Alonso en su persecución, pero no consiguió alcanzarlo y lo perdió en la noche. Al día siguiente volvimos al fuerte de contarle al capitán lo que nos pasó y nos mandó al mismo sitio a vigilar. Sin embargo, yo me tuve que quedar en el fuerte y en mi lugar enviaron al soldado José Pacheco Concha. Esa misma noche estaba la patrulla sentada alrededor del fuego tomando el té cuando sonó un disparo que le atravesó la rodilla al soldado que me estaba sustituyendo. Le hicieron un torniquete y volvieron rápidamente al fuerte. Allí no teníamos médico ni enfermero, el cura sacó un botiquín y una inyección de morfina y pidió un voluntario para inyectársela. Yo tomé la decisión de hacerlo, pero diez minutos más tarde el soldado murió. Todos sabíamos en aquel momento que ese disparo iba para el teniente, pero fallaron.

En ese fuerte había una emisora B.L.V. muy potente donde recogían los mensajes del ejército contrario, pero el puesto más peligroso del ejército español y por ello estaba prohibido hacer fotos. En ese fuerte estaba la legión, pero como Argelia y Francia en el año 1961 terminaron la guerra de los españoles cogieron el puesto que ellos habían dejado.

Una mañana vi en el horizonte una caravana de camellos que abarracan cerca del fuerte, habría unos 120. Todos ellos eran de un comerciante de Mali que cruzó el desierto con un cargamento de sal hacia el Marrakech, allí cambió la mercancía. Este comerciante y sus camellos estuvieron descansando dos días bajo la protección del fuerte. Cogieron la ruta de los huesos que unía Tombuctu con Fez, era una ruta muy segura con una antigüedad de 3000 años. El nombre de esta ruta se debe a que a lo largo de ella podías encontrar multitud de huesos, de cabra, de personas y de camellos. Por desgracia para mí, no pude hacer fotos ya que en Mahbes estaba prohibido. Nosotros también teníamos una base de camellos que estaba en Muletas.

A lo largo del desierto en cualquier momento te podías encontrar con las Harkas, eran un pequeño cuerpo de nativos que recorrían todo el desierto como espías de paisano al servicio del ejército español.

Uno de los peores recuerdos del Sáhara eran sus tormentas de arena, movidas por el fuerte viendo, las cuales a veces llegaban a durar varios días. También había otros campamentos, como el de los suizos, los cuales ponían sus relojes al sol para ver la dilatación de los metales.

En las patrullas, los nativos mataban algunas gacelas para comérselas a pesar de que el gobierno se lo tenía prohibido, ya que en 1957 la aviación las mató a casi todas para que no se alimentaran las tropas nativas pues estaban en repoblación. En una patrulla llegué a ver a una hiena a unos 50 metros y a una cobra levantada, también vi a dos leopardos ya que por la noche acudían al fuerte a buscar comida entre la basura.

Fue un año de mucho calor que junto a las tormentas de arena provocaban en los reclutas depresiones y ansiedad. Mi sargento me contó que en la guerra del Sáhara (1957-1959) murieron más de 500 soldados. Recibió una orden de la legión de que cada uno tirase una bomba de mano en cada jaima.

Un día al amanecer voló sobre el fuerte un avión hélice echando fotos a nuestro fuerte, fui corriendo a avisar al sargento el cual me mandó subir a la torreta y dispararle, pero cuando llegué ya era demasiado tarde y se había marchado.

El día 14 de octubre de 1964, día de San Calixto, llegó a la ciudad santa de Smara, era la tercera ciudad después del Aaiún y Villa Cisneros. Había tres cuarteles más de zapadores, otro de la legión y el de las tropas nómadas. Tenían una Alcazaba del siglo XIX sin terminar que la hizo el Ma el Maelinin, el sultán azul. Este sultán visitó la meca y escribió más de 40 libros. Fui un afortunado y la visité en varias ocasiones.

Smara fue ocupada en 1934 por el teniente Antonio López Garres, poco antes llegó a la ciudad un cabo del ejército español. Esta ciudad la cruzaba el “Río Rojo”, el cual recoge todas las aguas del gran lecho que cruza el desierto español a lo largo de unos 600 kilómetros y desemboca en el Aaiún. A la entrada de Smara hay dos bonitos oasis con palmeras. Además, allí había una gran cantidad de grabados y pinturas rupestres, pero no se les daba importancia. Smara estaba bien comunicada con el desierto, era un cruce de caminos hacia los cuatro puntos cardinales.

Una tarde en el zoco vi a mi paisano Juan Muñoz Gil que le estaban haciendo el pan para los legionarios y al entonces Sargento primero César. Cuando se casó se llevó a su mujer a Smara y las moras le tocaban las piernas porque no sabían lo que eran unas medias.

El 7 de marzo de 1965, día de Santo Tomás de Aquino, llegamos a Echederia. Era un fuerte que estaba junto a un monte. En el suelo había pizarra. Allí los nativos tenían sus campamentos a un kilómetro del fuerte, cuando no tenían servicio en el fuerte se iban a su campamento con sus familias. Todos los nativos eran mauritanos menos uno que era marroquí. Una noche durante el ramadán me invitaron a cenar con ellos, la comida era diferente y lo pasé bastante mal. Algunas noches me iba a su campamento y los enseñaba a leer y a escribir, sobre todo a Mohammed, Abla y Aolber Hai.

Cuando salíamos de patrulla con los camellos, era una belleza verlos al trote ya que parecían que flotaban sobre sus monturas, con un señorío y la forma de montar que nunca había visto. Seguro que querían ridiculizarnos llenos de orgullo porque era su tierra, yo lo comprendía.

Para celebrar la navidad teníamos preparados todos los cubiertos, pero sobre todo ganas de juerga hasta que unos minutos antes una bengala iluminó el fuerte. Hasta ahí llego la fiesta, pasamos toda la noche en la trinchera.

El día 17 de junio, día del Corpus Christi, nos dieron la licencia y el día 20, día de San Silverio llegamos al Aaiún, pero el barco que venía a por nosotros embarrancó y se suicidó el capitán por lo que tuvimos que esperar otros 24 días al siguiente barco. En esos días visité el Aaiún, a José Díaz que estaba en artillería y cayó una fuerte tormenta de agua y ranas.

Por fin, el día 14 de julio de 1965, día de San Buenaventura, nos llevaron en anfibios al barco Ciudad de Alcira, era un viejo barco carguero de hierro con ratones como conejos, nos metieron en la bodega y allí pasé tres días mareado.

Por fin, el día 17 de julio de 1965, día de San Alejo, llegamos a Cádiz. Lo primero que hicimos Antonio y yo fue comprar un pan y una sandía y comérnosla en un portal sentados.

Bajamos en Cieza y cogimos un taxi que nos trajo a Yecla el 19 de julio de 1965, día de San Vicente Paul. Cuando llegué a mi casa mi madre no estaba, estaba en el mercado, se lo dijo una vecina y salió corriendo. Me hizo un almuerzo con cordero y huevos fritos, comí tanto que mi madre me preguntó si es que no iba a subir a ver a la novia.

En el siglo XX era África occidental la 51 provincia de España, hasta que en 1975 estando Franco muy grave, el General Federico García de Salazar, retiró las tropas españolas de aquel territorio. Entonces Marruecos y Mauritania quisieron anexionarse el territorio luchando contra el F.P. que era el ejército nativo desprendido del ejército español, pronto se retiró Mauritania y quedó una lucha casi eterna de Marruecos por conquistar el territorio. Actualmente el F.P. está acampado en Tinduf bajo la protección de Argelia. El territorio tiene unos 240.000 kilómetros cuadrados con unos 120.000 habitantes y tres ciudades más importantes, la capital Aaiún, la ciudad santa de Smara y Villa Cisneros, los demás habitantes estaban reunidos en familias que vivían en sus pequeños asentamientos que variaban de situación según los pastos para los ganados. Las unidades del ejército español era la policía territorial, tropas nómadas y las Harkas. La mayoría eran nativos, aunque en las tropas nómadas y en las Harkas eran el 80%. Al soldado nativo le pagaban muy bien, el doble que a un obrero en España.

En la patrulla, vigilando el desierto vi perforaciones precintadas de 1954. Decían los nativos que las hicieron los americanos. En esos años se descubrieron las mayores minas de fosfato del mundo. Sus costas son el mayor banco de pesca del mundo. En lo turístico todavía tiene mucho que decir.

Su lengua es el Hassanía, en los años 1963, todavía existía la esclavitud. Conocí a varios pero uno, Vilar, era de mi compañía y muy amigo mío, era esclavo, pero se metió al ejército y ahí no se lo podía llevar su amo.

A mí me daba pena la dureza de las tropas coloniales y sin embargo eran muy buenos amigos. Cuando hacíamos instrucción ellos la hacían con desgana, pero cuando hacían un desfile era un espectáculo ver su balanceo sobre sus camellos con sus trotes rítmicos, orgullosos sobre sus monturas.

Nos dieron unas normas para las tropas coloniales que fueron éstas: No juegues a ningún juego e pasatiempo con los nativos, si no estás seguro de ganar o a cualquier otro de habilidad o de deporte. En las conversaciones debíamos mostrarnos dominadores en todo y no confraternizar con ellos, sin embargo, clandestinamente, les enseñábamos a leer y a escribir. En proporción, España llevó al mayor número de analfabetos que nunca he conocido.

Respecto al armamento, a ellos solo les daban un mosquetón de repetición sin la bayoneta, pero sabían de eso más que nosotros. Era un ejército semi-analfabeto, pero bien pagado.

En mi estancia en Smara, desaparecieron dos legionarios. Después de eso siempre salíamos de dos en dos con unos bastones como espadas camufladas. Yo le preguntaba a mi amigo Mohammed: “Si hay una revuelta, ¿dispararías contra mí y contra el resto de españoles?” Él siempre contestaba que no, que sólo a los jefes y a los legionarios, era gente muy agradable.

Nos llevaban la comida al fuerte aviones alemanes bimotores “junker” que aterrizaban sin pistas de asfalto. Muchos compañeros españoles estaban muy confundidos con lo que eran los moros que trajo Franco a la guerra española y con los que de verdad nosotros convivíamos.

Casi todos los soldados nativos de T.N. tenían la misión de vigilar la frontera de Marruecos, Argelia y Mauritania. Cuando el terreno era llano usábamos los Land Rover, cuando el terreno era malo y no podían entrar los coches entonces íbamos en camellos. Todos los soldados españoles no podían montar en camellos ya que era extremadamente duro, sólo algunos estaban autorizados por el médico. A parte de que había que ser muy parejo para comer, beber y dormir de cualquier manera.

Castillo Martínez, Tomás. (MU)
ATN.
Smara, Echdeiría, Mahbes. 1964.1965