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Salía la patrulla negra motorizada con 3 Land Rover largos hacia la Frontera Argelina Compuesta por el Teniente Alonso, el cabo Tomás Castillo, a cargo del fusil ametrallador y el sirviente. El soldado Silvestre, tres chóferes y 12 soldados nativos. Aquella noche, acampamos junto a la frontera Argelina, al anochecer hicimos un pequeño fuego, alrededor del cual nos sentamos a cenar todos. Yo estaba sentado a la izquierda del Teniente Alonso, estando tomando el té y charlando todos amablemente, me dice el Teniente: “Castillo monta la guardia de la patrulla, pero yo hago la primera que para eso soy el Teniente”, todo esto, en plan amable, monté la guardia, nos retiramos a dormir, y me dice el Teniente Castillo: “Tú si quieres en coche y yo en el otro”, le dije: “mi Teniente, prefiero dormir en el suelo. Él me dijo: “lo que quieras”. Al rato el centinela da la alarma, se nos acercaba un vehículo. Sale el teniente con los 3 Land Rover en persecución, cada coche llevaba el chófer y 2 soldados nativos. Yo me quedo en el puesto, con Silvestre y 6 nativos entre ellos el Sargento Basir, que era el líder natural de los nativos. Yo monté el fusil ametrallador, en posición, la noche era muy oscura, silvestre y rezamos mucho, sin quitar el dedo del gatillo. A los 6 nativos los puse en un grupo a 50 metros y a disgusto del Sargento que me decía que por qué. Yo le dije que hacía lo que me habían enseñado en el curso de Cabo, así pasamos toda la noche. Al amanecer del día 4 regresa el Teniente Alonso, me dice: “¿Alguna novedad, Castillo?” Yo le dije: “Ninguna mi Teniente”. Se dirigió a mi antes que al Sargento Basir que lo tenían “muy vigilado”, pero a mí me enseñaron que en caso de conflicto, un Cabo español debía neutralizar a un Sargento nativo. Me dijo el Teniente Alonso: “se me ha escapado por poco pero sé que es Mohamed Mulú”. Ese día 4 regresamos al fuerte de Mahbes, a informar al capitán.

El día 5 vuelve a salir la patrulla negra de la III compañía del primer grupo. Antes de salir me comunica el Teniente que el Soldado José Pacheco Concha me relevaba. El motivo era que José Pacheco concha estaba en la cantina y no sabía leer ni escribir, y la pequeña contabilidad no la sabía llevar, y cojo la cantina y la patrulla sale para el mismo lugar, por la noche tomando el té sentados alrededor de la pequeña hoguera suena un disparo. José Pacheco Concha se retuerce con la rodilla destrozada. Le hacen un torniquete, llegan esa misma noche al fuerte de Mahbes, llaman al Aaiún, comunican que sale un junker bimotor, marcamos la pista con hogueras. El páter pide un voluntario, porque encuentra en el botiquín una inyección de morfina. Se la pongo en el brazo. El páter me dice que lo sujete un poco que lo va a confesar. Pacheco balbuceaba algunas cosas. Le dio una risa y se quedó muerto. El avión estaba cerca del fuerte, pero le comunicaron que se volviera. No merecía la pena el riesgo. Los dos carpinteros empezaron a hacer la caja mortuoria y los demás, dirigidos por el páter rezábamos el rosario. Al día siguiente aterrizó el junker y se lo llevó al Aaiún.

Los compañeros me contaron que el tiro salió detrás de unos taljas. Al poco salió la patrulla, pasa el fuerte y al mismo tiempo salió de las taljas un soldado nativo con el mosquetón Mauser. Se llamaba Seldú. El parte que firmaron los testigos decía eso, pero ellos no creyeron en un accidente.

Unos días después, el Sargento Medinilla me ordena que coja una camioneta Ford-K y tres soldados nativos. Yo decidí llevar dos mosquetones y otro un soldado nativo en la camioneta. Yo iba a la derecha del chófer y detrás iban Seldú y el otro nativo. De repente noté que de vez en cuando me rozaba en la cabeza la punta del mosquetón que llevaba Seldú. Paré la camioneta, bajamos todos y le dije a Seldú: “Abre el cerrojo”. Él me dice: “Cabo, si está vacío”. Se lo cogí y llevaba una bala en la recámara. Al regresar al fuerte, se lo comuniqué al Sargento Medinilla, que me llevó ante el Capitán Iglesias, se lo conté y exclamó lo mismo de siempre.

En Smara estuve de furrier, para repartir y recoger el armamento a la guardia y a las patrullas. Un día, mientras repartía a la patrulla armas y munición, observé de reojo que el tal Seldú me quitó dos peines de cinco balas del 7,92 de mosquetón. No di parte de eso. Se lo dije al mejor amigo nativo que yo tenía. Se llamaba Abba. Al día siguiente, me devolvió los dos peines. Cuando me licencié en Echedería el tal Seldú me regaló un cartón de tabaco Partagás.

 

Castillo Martínez, Tomás. (MU)
ATN.
Smara, Echdeiría, Mahbes. 1964-1965