Miguel Borràs Barberà, nacido en Valencia el 25 de agosto de 1936.

Sorteado y destinado a Parque y Talleres de la IV Región Militar – San Baudilio (Barcelona).
Estando en Barcelona se realizó un sorteo en Parque y Talleres para enviar un equipo de apoyo de la Categoría B al Sahara. No resulté elegido, pero ví la ocasión de salir de Barcelona (donde no me encontraba a gusto) y me presenté voluntario junto a dos compañeros valencianos.

Tras el trayecto en el barco de la foto 11, desembarcamos en la Playa de El Aaiún. Nos mandaba un cabo 1º de Jefe de Expedición y nos dejó en la Compañía de Automóviles de El Aaiún, donde no nos esperaban. Nos alojaron en las cajas de los camiones averiados con dos uralitas como techo.
Seis soldados en cada caja.

Me enteré por el cartero de que el Brigada de la Oficina de Automóviles estaba buscando un mecanógrafo. Me presenté y estuve trabajando allí, hasta que a los dos días llegó el Teniente Coronel Jefe, Sr. Gavilán y Ponce de León, que me requirió para su servicio, siendo el único soldado en la Jefatura, que por entonces era la propia casa privada del Teniente Coronel. Como no tenía máquina de escribir, utilizábamos la del Comandante Juez de la plaza. Así pues, yo debía trasladarme con la máquina a cuestas de una oficina a otra todos los días.

Estando allí, el Teniente Coronel reclamó a los reclutas que debían sustituir a los soldados veteranos pendientes de licencia. Comprobé con sorpresa que entre los reclamados figuraba mi nombre y el de los amigos voluntarios que habían llegado conmigo desde Barcelona. Llevávamos ya dos meses en el territorio, pero al parecer, el Cabo que nos dejó allí, en vez de desembarcarnos en Tenerife para que nos distribuyeran, nos había hecho desembarcar directamente en la playa de El Aaiún.
Así pues, mi destino era exactamente la base de autos que había en Aargub, en la bahía de Villa Cisneros. Mis compañeros tenían el destino en Ifni. Así, a ellos los trasladaron a su destino, pero a mí el Teniente Coronel me dijo que de ninguna manera quería que dejara su oficina, por lo que finalmente me quedé con él.

En principio estuve agregado a la Compañía de Automóviles, anteriormente denominada Sección de Jeeps. Después me agregaron a Parque y Talleres de Automovilismo. Más tarde me agregaron, a efectos de rancho, a Intendencia. Y finalmente a la Jefatura de Automovilismo cuando le asignaron plantilla de soldados, en principio dos: Valentín Briz Bravo y yo.

Como jefes de la Jefatura de Automovilismo, mientras yo permanecí en el territorio, tuve, primero al Teniente Coronel Sr. Gavilán. Después, al Capitán de la Legión de la XIII Bandera Independiente Sr. Casado. Después, al Capitán de Caballería D. Lamberto López Marvá. Y finalmente al Comandante de Artillería D. Francisco Vázquez Mendez, y como Capitán Ayudante a D. Ramón Echeverría Gaínza.

En este tiempo tuve que componérmelas para poder dormir. Primero fue en un barracón de Parque y Talleres, sin ventanas y sin camas. Después, en las cabinas de los vehículos averiados del mismo Parque y Talleres. Más tarde conseguí sitio, por medio de unos amigos (los de Sanidad eran un grupo expedicionario todos valencianos) en las camillas de una ambulancia fuera de servicio. Por fin, en un cuartito que tenía la Jefatura de Automovilismo, que habilitaron en el patio del cuartel, donde dormíamos el ordenanza Valentín Friz y yo.

Durante este tiempo, ocurrieron muchas vicisitudes, algunas de las cuales me gustaría contar:

El capitán D. Lamberto López Marvá pretendió hacer un inventario de situación de todos los vehículos del territorio. Cosa que fue prácticamente imposible por la falta de datos y falta de voluntad de cooperación de los jefes de puesto. D. Lamberto por fin se dio por vencido y se marchó a hacer los cursos de Comandante.
Como yo, en la Jefatura, comprobé el desorden que había en el consumo de grasas y carburantes en los distintos puestos, de acuerdo con el capitán Echeverría, diseñé unos formularios de control de kilometraje y consumo para los vehículos de todos los puestos, que en aquel entonces eran: El Farsia, Smara, La Hagunia, Bir Enzarán, Aargub, Villa Cisneros, Ausert y Tixla. A los pocos días de haberlos enviado a los respectivos puestos, un domingo por la tarde se presentaron prácticamente todos los jefes de puesto preguntando por quién había sido el inventor del control. Un sargento de allí, de automovilismo, les dijo “Eso ha sido cosa de Borràs”. Me localizaron y después de proferir hacia mi persona un sinnúmero de insultos que tendré la elegancia de no repetir, me cogieron y, a empujones, y diciendo “te vas a enterar” me llevaron al botiquín del III Tercio. Le dijeron allí al sanitario que yo me había escaqueado de las vacunas, y que querían que me vacunase allí delante de ellos. Así fue, y pues yo ya había sido vacunado, pasé una semana muy fastidiado, con fiebres altas, y fui cuidado por una esclava de la familia de Ben Feidul, llamada Hanna, quien me traía té de hierbabuena y mucho azúcar. Con ello y mucha suerte, pude salir de aquella. Aún así, desde aquel momento se ejerció un mayor control del consumo de grasas y carburantes.

Quiero expresar mi más profunda admiración y respeto por el capitán Echeverría, que durante todo el tiempo que lo conocí obró de manera caballerosa como se le supone a un militar, intentando acabar con los numerosos casos de corrupción y picaresca, que serían muy largos de relatar. Como muestra, manifiesto que en todo el tiempo que estuve en el Sahara (un año y días), no recibí ninguna prenda ni calzado, y tuve que comprarle a un legionario, por cinco duros, unas botas. También hasta en dos ocasiones los soldados tuvimos que hacer huelga de hambre, protestando por la mala alimentación. A partir de entonces nos suministraron una pastilla de vitamina C, pues había habido casos de escorbuto.

Años después me enteré de que dicho capitán Echeverría había sido juzgado y expulsado del Ejército. Sobran los comentarios.