“EL SERVICIO DE LAS BASURAS DE LA P.T. DEL PUESTO DE CABEZA PLAYA”

A menudo consulto la web y cada vez que lo hago descubro algo nuevo. Esta vez he ido al apartado «Relatos». Y, el primero de la lista -el número 1 quiero decir- es de un tal J. Palomares, compañero que estuvo en el Sahara en 1975 y que explica ha estado preparando un libro -Tierra de Gigantes- basado en los soldados del Sahara.
Relata algo que yo -y los de la P.T. del puesto de Cabeza Playa- conocíamos bastante de cerca, dado que nuestro Puesto era el responsable de cubrir el servicio que se prestaba en el vertedero.
Hablo del vertedero de Cabeza Playa y el servicio que allí prestábamos, al cual se le llamaba » Servicio de las basuras».
Que quede claro. Yo hablo del período 1972 – 73 que es cuando estuve allí, y no tengo conocimiento de cómo el fenómeno del vertedero pudo degenerar – comprenderás por qué me expreso así cuando compares el relato de Palomares con lo que cuento a continuación.
Para entenderlo mejor, primero me remitiré a cuando estaba en el BIR nº 1. A mí me tocó, que recuerde, 3 veces servicio de Cocina… Que en aquella época representaba levantarte a las 4 o las 5 y, dependiendo de cuál fuera el menú – no de ese día, si no del siguiente – podías estar de vuelta en el barracón a las 2 de la madrugada. Es decir, un servicio de casi 24 horas.
Pues bien, el hilo de enlace de esto con el servicio de basuras es que cuando se limpiaba el comedor, toda los restos de comida que había en las mesas y platos, así como los de las perolas, se arrojaban en bidones metálicos (los típicos de petróleo y aceite de motor) a los cuales se les había cortado la tapa superior del mismo modo como se hace con una lata de tomate.
Estos bidones de la cocina, más algún otro de la cantina, se cargaban en el camión de la basura del BIR. Estaríamos hablando de unos 5 ó 6 bidones en total; no más. Luego se recogía toda la otra basura del BIR -cajas de cartón, el contenido de los bidones que había repartidos a modo de papeleras por todo el Campamento, botellas, etc…
En la caja del camión hacían subir a algunos reclutas de los que les había tocado -supongo- servicio de Subayudantía -era curioso pero en las retretas casi nadie acertaba a pronunciar bien esa palabra. Cuando el camión estaba de vuelta, esos compañeros regresaban impresionados por lo que habían visto. Contaban cómo la gente se «peleaba en el vertedero» por hacerse con una parte del aquellos restos de comida, arrojándose de bruces en el montón.
Hasta aquí dos cosas importantes a retener: Una: el camión era el del BIR; dos: los restos de comida iban en bidones.


“EL SERVICIO DE LAS BASURAS DE LA P.T. DEL PUESTO DE CABEZA PLAYA”
El servicio lo cubría siempre una pareja de agentes. Normalmente un saharaui y un -no sé como expresarlo porque, español, sería incorrecto puesto que en aquel tiempo aquello era la provincia del Sahara. En fin; la pareja la formaban un saharaui -por lo del idioma- y un no saharaui. Y se iba allí siempre a la misma hora y para lo mismo: controlar el vertido del camión de la basura del BIR. Sólo a eso. Era un vertedero abierto y se abocaba basura a otras horas sin que interviniéramos.
¿Para qué se iba? Para evitar cualquier accidente.
Cuando nosotros llegábamos al vertedero ya estaban allí congregadas unas 50 o 60 personas, entre mujeres y niños, todos saharauis -sin contar las cabras que o venían por su cuenta o las traían. Ir a las basuras no era cosa de hombres si no de mujeres y niños.
El vertedero no estaba muy lejos del frig de Cabeza Playa; así que algunas de las haimas alejadas quedaban bastante cerca del mismo… Por lo que, si llegábamos demasiado temprano nos daba tiempo de acercarnos a una de ellas y tomarnos un té.
Como digo, la gente ya estaba allí, pero no haciendo cola, si no dispersa. Cuando oteaban el camión, empezaba a organizarse toda la operación -tanto por su parte como por la nuestra. El camión entraba en la zona de vertido y se detenía. Era descubierto, sin lona. Así que todos veíamos lo que allí arriba hacían los reclutas y, para éstos, lo mismo : ninguno se perdería detalle de lo que sucedería en tierra. Los reclutas abrían el portalón trasero y lo acompañaban con las manos pero, aún y así, el ruido en el final de carrera era estrepitoso.
Los «clientes» ya se iban situando en semicírculo alrededor de la caja del camión y nosotros en medio, defensa -porra- en ristre, con el cuerpo en posición «tres cuartos», de tal forma que pudiéramos verlos a ellos y al vertido del camión casi sin mover la cabeza. En una primera fase los reclutas, provistos de palas, empujaban la basura que iba suelta en el piso -los bidones siempre venían situados al fondo. Empezaban a caer cartones, botellas, algún pedazo de pan, latas… La gente estrechaba el cerco pero todavía tenía una amplitud razonable.
Alguna de aquellas mujeres se ponía más nerviosa de la cuenta porque otras no estaban respetando las reglas no escritas… Nosotros, con un gesto, controlábamos la situación sin problemas.
Una vez el camión finalizaba esta primera fase, avanzaba unos metros para proceder con la segunda. Ahí si que, por parte de la clientela, había que empezarse a poner las pilas y definir la estrategia… Las mujeres no tenían que dar muchas instrucciones a sus hijos. Todos sabían los que había que hacer. Las que los tenían de mayor edad partían con ventaja. Digo hijos englobando niños y niñas. Todos -saharauis y policías- nos reubicábamos.
A los reclutas no les costaba mucho deslizar los bidones por el piso de la caja del camión porque éste estaba suficientemente lubricado con los restos de líquido de las latas y botellas. Pero aún iba a estarlo más. Acercaban el 1º bidón al borde de la caja y lo abocaban de tal forma que fuera «vomitando» los restos de rancho. Lo vuelcan todo lo que pueden evitando que el bidón pierda el contacto con la caja. Restos del contenido se vierten en el camión. Un recluta lo pisa y, se sujeta a lo primero que pilla -el pantalón del compañero- evitando así la caída.
Más agitación al ver el precioso contenido… Pero gesticulan; nada serio. Todavía quedaban cuatro o cinco bidones más.
Se inicia el vertido del segundo bidón más o menos en las mismas circunstancias… Lo mismo que el tercero.
Es el turno del cuarto… Queda menos de la mitad. Los reclutas acercan el bidón al borde… Yo que me fijo en que una cabra se ha metido en le montón de rancho. Le suelto un porrazo. Su dueña y los niños me chillan. Mi compañero Brahim que le recrimina -supongo que diciendo que controlen a las cabras.
En esto que una mujer se sale del círculo. Con la mano en alto la hago regresar al grupo. Llega el turno del penúltimo bidón. Los reclutas cada vez resbalan más por las condiciones del piso y por lo impresionados que están. Inician el vertido. Una mujer se pone demasiado cerca y no me hace caso, así que le «arreo» con la porra en el culo. Por el otro extremo hay otras dos que hacen lo mismo y Brahim emplea la misma táctica con una de ellas. Esto devuelve la calma y regresan a su sitio. Los niños no para quietos. Para ellos es como un juego.
Lo del culo es un decir porque era más el gesto que hacíamos que la fuerza y, además, con tanta ropa y tan suelta, difícilmente llegabas a «nalga», pero como chillaban -«¡Jarambu yu, Jarambe ya !» y gesticulan mucho, eso acomplejaba a las demás.
Se repiten dos o tres escenas como estas. Y llega el turno del último bidón. Nos percatamos de que un crío se ha metido por debajo del camión intentando llenar el cubo que lleva. Les decimos a los reclutas que paren -precisamente ese es el riesgo más grande que alguien aparezca por debajo y que en ese instante a los reclutas se les resbale el bidón y lo aplaste o que el camión arranque; de hecho esto último llegó a pasar con una cabra y el follón que liaron, yendo a reclamar al Sargento.
Brahim lo hace salir mientras yo mantengo a raya al grupo.
Se inicia el último vertido. Cada vez tenemos a las mujeres más encima. Las empujamos a unas y a otras. A Brahim de poco la gorra le va a parar al montón de rancho. Se cabrea y todavía empuja con más ímpetu. El último bidón está vacío. Los reclutas lo empujan hacía atrás sin apartar la vista de lo que están viendo allí abajo.
Nosotros como podemos nos preparamos para la operación más peligrosa. El chofer pone el motor en marcha. Nosotros seguimos haciendo de muro de contención. El camión arranca y Brahim y yo nos apartamos cada uno como podemos porque si no aquella estampida humana nos lleva en volandas hacía el montón de rancho -a Brahim le sucedió un< vez y quedó «guapo»- que es precisamente hacia donde se arrojarán ellas y ellos provistos de pedazos de cartón y trozos de bastón. Se tiran encima del montón y hincan sus cartones y palos marcando el territorio conquistado.
A partir de ahí,. máximo respeto. Nadie cuestiona la propiedad de lo marcado. Ya pueden empezar a llenar recipientes y llevarlo hacia sus haimas. Algunas cabras picotean por los bordes del montón… El camión se aleja y los reclutas no dan crédito a la experiencia que han vivido. Deducen, comentan y lo contarán a su manera a los compañeros en el BIR.
Pero lo cierto es que lo único que hacían aquellas mujeres y niños es procurarse algo muy difícil de conseguir en el Sahara:
PIENSO PARA SU GANADO
Porque si no la única alternativa que tenían aquellas cabras – y burros- es el cartón -cuando lo hay.
Así que el camión con los restos de rancho del BIR era de tal valor para ellos que no importaba recibir algún porrazo si al final conseguían una posición ventajosa para poderse echar de las primeras sobre el montón… Y lo de la ropa, un mal menor.
Los que lo veían desde fuera sacaban la conclusión de que era para comérselo. Pero lo cierto es que era para las cabras. Y, la escena, era impresionante pero cuando uno se para a pensar… ¿Cómo iban a comer aquello? ¿Cómo podían saber si tenía o no jalufo -cerdo? ¿Y si tenía vino?.
¿Si a mí, por una causa de esta más nimia, un compañero me arreó un telefonazo -un golpe con el auricular del teléfono de campaña- que casi pierdo el sentido? El golpe no iba dirigido a mí; pero me hallaba en la trayectoria entre el emisario y el receptor, que no fue tal gracias a un servidor. ¿La causa de todo? Una «puta» galleta de esas que van en caja que le ofreció el frustrado receptor, asegurándole que la podía comer con toda confianza. Pero el emisor leyó la caja a posteriori y, cuando leyó «vino» – o sea se, alcohol – se le desorbitaron los ojos agarró el auricular y…
Por el hambre no creo que fuera… Los saharauis con D.N.I. y que elevaban la instancia -en el Puesto yo se las había rellenado, pero esa es otra historia- tenían subvencionados el azúcar de pilón seguro y creo que el té y la harina -gofio- también.
En fin, más o menos era así en 1972-73. Y esto te lo contaría mejor Taboada.

Saludos.

Rodríguez Díez, Enrique. (B) 14-12-2006
Policía Territorial.
Cabeza Playa. 1972-1973


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Relato 031.- “EL SERVICIO DE LAS BASURAS DE LA P.T. DEL PUESTO DE CABEZA PLAYA”
Relato 033.- “LA HANA Y LA SEUDO-ESCLAVITUD”