“UN CAPÍTULO DE MI VIDA ‘ÁFRICA’-II“

V

Después de cenar, teníamos la costumbre de escuchar música de la radio, jugar a las cartas o sencillamente charlar… Yo jugaba contra el equipo formado por José Rial y Todón Masa de la Compañía de Transmisiones. Llevaba conmigo a Raúl Osorio y los cuatro pasábamos así un buen rato.
Más tarde, Raúl se fue para Bir Nzarán por unos tiempos y entonces, tomó su lugar un madrileño de nombre, Arturo Ruiz. Muchacho extrovertido y muy gracioso, con la misma facilidad con que nos contaba un chiste, era capaz de preparar un guisado de carne a su manera que haría lamerse los dedos al más pintado…
Cuando nos acostábamos, eran siempre las doce de la noche y como apagaban las luces a las diez y media ( mejor diciendo, lo que apagaban era el generador eléctrico ), jugábamos al final, alumbrándonos con las velas que teníamos.
En la armería, yo dormía solo. Como era el furriel de la compañía, tenía a mi cargo varias cosas ( entre ellas el armamento ), por lo que, era obligado a dormir, forzosamente, en aquella dependencia del fuerte.
Al acostarme, nunca era capaz de quedarme, inmediatamente, dormido, volvía a escuchar música de la radio que yo había comprado en Aargub. Los noticiarios, parecían venidos de otros mundos, no era capaz de relacionar muchas de las noticias y todo ello me sonaba a una mezcla de latín con griego…
Leí algunos libros, consumí allí muchas velas…
Pese a la soledad que se notaba en las mismas paredes de la armería, yo no sentía falta de ánimo, tampoco me sentía asténico o debilitado, tanto física como psíquicamente. Aunque estaba solo, no lo sentía… Creo, era un hombre totalmente distinto que, a nada ni a nadie temía en este mundo… Había aprendido a encarar las cosas, cada cual en su lugar, cada una de ellas con sus peculiaridades y circunstancias, más las adversas que las favorables… Puedo decir, fue en Auserd, donde yo, he alcanzado mi madurez total. Allí, mi ser adquirió un temple muy especial, para volverme en determinados momentos, exigente y duro conmigo mismo, generoso y complaciente con los demás…
Cariñosamente, recuerdo las noches de Auserd y aquella solitaria armería, en la cual, aprendí a vivir…

VI

Auserd, debe ser el lugar del Sáhara, donde más abundan los camellos y dromedarios, al menos, es el primer lugar para mi, que yo conozco, en donde he visto el mayor número de dichos animales, juntos.
Dado que Auserd tiene un gran pozo con abundante agua, las enormes caravanas de nativos nómadas llevan sus manadas de un lugar a otro, pasando por allí, para hacer la aguada, esto es, dar de beber a los animales y a la vez, llenar todos los recipientes posibles e imaginarios, para poder, tranquilamente, cruzar las zonas más áridas del desierto y donde faltaba el precioso y estimable líquido.
También las caravanas hacían en Auserd una especie de feria, en la cual, a semejanza de lo que se hace en las ferias de ganado en la península, los nómadas compraban y vendían camelos, los unos a los otros. Cuando ocurría esto, Auserd no era tan silenciosa, pero la verdad, las ferias eran, apenas, excepciones.
Fue en Auserd, donde probé por primera vez la leche de camella y comprobé lo buena y sabrosa que es, bastante semejante a la leche de vaca, solamente algo más espesa y un tanto más agria, lo demás, igual.

VII

Por las tardes, el calor en Auserd, era insoportable. No era posible salir al exterior, porque los rayos solares quemaban. Después de comer, dormíamos la siesta. Y para no huir a la regla, una inolvidable tarde me acosté…
Tenía por costumbre, leerme algunas páginas de algún libro, pero, aquella tarde, un poco nublada, sentía ganas de dormir… Estaba aletargado y un gran cansancio físico atrofiaba mis sentidos… Empecé a dormir completamente cuando se oían los ruidos de unos truenos, todavía, bastante lejanos del fuerte…
De pronto, no sabiendo bien cómo, empecé a ver un entierro…
– Sí, un entierro… ¡Mí madre había muerto…! ¡Iban a enterrarla…!
Una gran congoja se fue apoderando de mi… No podía creérmelo, cómo una mujer tan bondadosa como era mi madre pudiera morirse… Tampoco comprendía porque moría ahora, precisamente, cuando me hacía más falta que nunca… Aunque, una madre como la mía hacía siempre falta a un hijo… Gruesas gotas de un pegajoso sudor caen por mi rostro… La ropa se me pega al cuerpo… Estoy tembloroso… Tengo frío…
Poco a poco, las fuerzas me abandonan… No soy capaz de articular ni una sola palabra, un doloroso nudo se me forma en la garganta…
– ¡Yo, ya no podía más…!
– Entonces… Entonces, quise impedir aquel entierro, porque todo era mentira, porque no podía ser…
– ¡Quería impedir el entierro de mi misma madre!
– No podía consentirlo…
Empiezo a correr… Corrí mucho… Mucho… El corazón estalla… Corrí mucho más…, corrí tanto que, acabé cayéndome de la cama…
– ¡Uf…!
– ¡Qué sensación…!
Cuando desperté en el suelo de la armería, lloraba a todo llorar, lloré larga y convulsamente…
Después, los minutos fueron pasando paulatinamente, un gran alivio empezó a calmar mis nervios… Me di cuenta de la realidad de las cosas y del sueño estúpido que había tenido… Quedé mucho mejor… Un ruido de un trueno más fuerte que otro anterior, me hizo mirar por la ventana…
– ¡Fuera empezaba a llover, cuando salí de la armería…!
Después de ducharme, fui para el barracón, junto a mis compañeros… Cuando entré, Raúl Osorio me preguntó si yo estaba enfermo y, lacónicamente, le contesté que no…
– ¡Tienes una cara extraña, insistió Raúl…!
– Seguramente, he dormido demasiado, le contesté.
Más tarde, le conté lo que me había sucedido, pero en aquel momento todavía no me hallaba totalmente despabilado…
Un rayo cae sin piedad muy cerca del fuerte y su ruido ensordecedor, me devuelve completamente a la realidad… De todas formas, siento de nuevo unas irreprimibles ganas de llorar y me recluyo de nuevo en la armería, donde acabé llorando durante un largo tiempo… La tempestad está en su auge… Arena y lluvia, en cantidades diluvianas, caen sobre el fuerte produciendo extraños ruidos…
Por fin, cogí una postal que más tarde mandaría a mi madre y en el mismo, escribí:

Madre mía, madre mía,
a ti siempre te querré,
aunque me vaya al Aaiún,
jamás te olvidaré…

Siempre en mi pensamiento,
tu figura y rostro traeré,
aunque me vaya al Aaiún,
madre siempre te querré.

Hoy, desgraciadamente, mi madre ya ha muerto… No es un sueño… Es una realidad, infelizmente…, pero esa postal, perdurará para siempre en Galicia, allí mismo donde está la casa de mi madre, protegida por una preciosa moldura que ella mismo, le mandó hacer.

VIII

El correo y los alimentos frescos nos llegaban en un avión ( un Junker ), al cual, los nativos le llamaban “ tallara “. Venía de Villa Cisneros todos los miércoles y sábados. Esto, para Auserd, porque para Tichla y Bir Nzarán, iban tan solamente una vez a la semana.
En los días de “ tallara “, todos andábamos un poco más contentos, especialmente por las noticias que podrían llegarnos de nuestros familiares y amigos.
Recuerdo que a los nativos les gustaba mucho subirse al avión y generalmente, siempre habían voluntarios para proceder a su respectiva descarga.
Aproximadamente, una vez al mes, recibíamos convoyes compuestos por varios camiones que nos traían todos los alimentos de más larga duración, como por ejemplo: arroz, harina de trigo, harina de maíz, cebada, patatas, café, bebidas…, etc., etc, además de carne y pescado.

IX

Para patrullar una determinada zona del desierto, salían del fuerte un pelotón de hombres. Era llamado, el pelotón nómada.
Todos mis compañeros ( lógicamente incluyéndome a mi ), preferíamos patrullar el desierto a quedarnos impávidos en el fuerte.
Patrullar era algo emocionante. En el interior de un nómada hay siempre dos cosas iguales en intensidad y contrarias en sus conceptos. Una, es el deseo innato que todos los nómadas sentíamos de llegar a un determinado local, la otra cosa, era salir de ese mismo sitio… Es el credo del nómada…¡Andar…! ¡Andar…! Nada más llegar y, tras reconocer la zona y charlar con las gentes locales, sentíamos otra vez el ansia de partir…
Nos emocionaba ver gente en los sitios más recónditos y difíciles de imaginar… El Sáhara, tiene algo de extraño que nos atrae con sus horizontes bochornosos y una atmósfera de palpables silencios… Las extensas llanuras nos atraen, lejanas montañas nos desafían, a veces, una extraña voz canta en lontananza… Todas estas cosas, el nómada las ama mucho, lo mismo, llevarle noticias a alguien en los confines del desierto, e incluso, compartir agua y pan con otras almas…
En muchas ocasiones, los momentos parecen críticos e interminables por no lograrse llegar a un determinado punto por culpa de los sirocos, esto, lejos de desanimarnos, aumenta en nosotros la rara sensación de alegría que el nómada siente antes de llegar a un nuevo lugar… Tras llegar, las conversaciones con los nativos de los frics complementaban una de las cosas más interesantes y emotivas del nomadeo: hablar, dialogar…, escuchar, oír…
Era admirable la manera como nos recibían, prestándonos toda clase de ayuda, nosotros, hacíamos exactamente lo mismo con ellos… En las conversaciones, predominaban siempre una letanía de preguntas sobre otras partes del desierto, parte a parte, era la única forma de saber cosas de otras tierras, de las cuales, solamente volverían a oír, al volver de nuevo por allí otros nómadas. Les gustaba que tomásemos siempre algo de lo que buenamente ofrecían. No beber o no comer en una jaima significaba para ellos despreciar lo que querían darnos libremente y de muy buena gana.
Al saludarles, se les preguntaban por sus familias, por los camellos y por sus jaimas. Todos eran de una sencillez extrema, algunos son tímidos, otros, sin embargo, tienen el don de gentes… No ambicionan grandes riquezas. Tampoco dan valor al oro, generalmente traen como ornamentos pulseras u otros objetos de plata, pero no de oro. Para cubrir las jaimas, hacen un hilado de pelo de camello, con lo que resulta una tela muy fuerte y resistente…
Para expresar el nómada sus instintos y pasiones, lo hacen a través del baile, en cualquier parte del desierto o en las mismas jaimas, y al compás de palmas y tambores danzaban ininterrumpidamente hasta llegar a un auténtico frenesí… Rezan a “ mulana “, un ser que ellos creen superior y que por ello es su dios. Cuando rezan, se descalzan, frotan la cara y los brazos con arena y besan el suelo… En Ramadán, observan un riguroso ayuno, es el noveno mes de su año y solamente comen alguna cosa por la noche. Viven, todos ellos, formando tribus.
En el Sáhara, hay noches predominantemente frías, sin embargo, otras son calurosas. Cuando ocurría esto, en las patrullas se dormía al aire libre, esto es, sin utilizar la tienda. Resultaba más agradable dormir de esta manera y sentir, una mezcla de calor con sana frescura. Todavía recuerdo, la plateada luz de la luna iluminando superficies de tierra interminables, interrumpidas apenas, por pequeñas nubes, por las dunas o por otros relieves del terreno. Nos causaba a todos una extraña sensación, estar acostados así en pleno desierto, arrebujados en mantas y chilabas, pues hablaban del desierto como siendo misterioso y fiero, y de noche, parecía indefenso y no tener, mucho de misterio ni fiereza. Era encantador, escuchar los mil y un ruidos de los insectos, contrastando con los aullidos de los chacales por detrás de las colinas… Las estrellas, en lo más alto del firmamento, brillaban a más no poder y la luz resultante, conjuntamente con la luz de la luna, presentaban tonalidades tan raras como únicas.

X

Una nota muy particular, la merece, uno de los soldados más antiguos de la Agrupación de Tropas Nómadas II, su nombre era Lagadaf uld Mohamed, aunque, cariñosamente, todos le llamaban, Braica.
Era un hombre de unos cuarenta y cinco años, aproximadamente, estatura de 1,70 metros, delgado y de piel negra. Tenía una mirada incisiva e inteligente. Era de modos muy sencillos, de una bondad extrema, algo tímido, sensible y le encantaba hablar… Sabía hacer un montón de cosas… Era el nativo que mejor preparaba los famosos pinchos morunos…
Aquel hombre, era el prototipo del hombre sahariano por su mismo origen (un tanto misterioso), su vida de nómada en la Agrupación y sus características se encuadraban exactamente con las de los habitantes del desierto… Aunque era alegre y bastante divertido, muchas veces noté en su rostro una indefinible melancolía, a veces tenía su mirada como perdida en el tiempo y algún atisbo de tristeza…
Un buen día, lo encontré, sentado en una piedra que había a la entrada del fuerte, junto al cementerio nativo que ya todos conocemos en Auserd… Con una voz melodiosa y que dejaba entrever una cierta tristeza, cantaba una canción que a él, le gustaba hacer y que muy a menudo repetía:

Madre, cómprame un negro,
todos los negros tomamos café,
mi madre me hizo un carro
con cuatro papas menudas
y siempre las papas crudas…
¡Ay, mamaine!,
todos los negros tomamos café.

Ya había repetido, veces sin fin, la canción… Entonces, me aproximé, pues quería hablar con él, porque, aquel hombre despertaba en mí, una curiosidad enorme.
– Salá malicum, le dije saludándole.
– Malicum salá, me contesta, desapareciendo como por artes de magia la tristeza de su rostro y en su lugar, diseñándose una amplia sonrisa.
– Braica, ¿quién te enseñó esa canción?, pregunté curioso.
– Fue hace mucho tiempo mi padre, me responde quedamente.
– ¡A mí me gusta mucho!, le dije yo con absoluta sinceridad.
– También a mi me gusta… dijo él.
– Te lo creo Braica, la verdad, siempre te oigo cantarla, repliqué.
– También es verdad, dice sonriendo.
– Braica, ¿tú naciste en el Sáhara?
– No. Yo, soy de la Guinea…
– Y, ¿cómo viniste para el Sáhara?
– No sé decírtelo muy bien… Todo fue cuando yo era todavía muy pequeño…
– ¿Comprendes?
– Sí, Braica, te comprendo… ¿Qué edad tienes?
– No lo sé cierto… Más o menos debo tener cuarenta y tantos años… Vine para el Sáhara cuando había guerra en España, entonces, yo era un niño bastante pequeño… Ya puedes ver…
– ¡Muy bien, Braica…! ¿Eres casado?, pregunté.
– Sí, soy casado…
– ¿Cuántas esposas tuviste?
– Tuve tres esposas…
– Actualmente, ¿cuántas?
– Una solamente, porque soy un hombre pobre.
– Muy bien, Braica, ¿tienes hijos?
– Sí, tengo un niño y una niña, en Villa Cisneros, viven con mi esposa…
– Braica, ¿tú crees que dos personas casadas se deben fidelidad recíprocamente?
– No entendí bien tu pregunta…
– Quisiera preguntarte si un hombre y una mujer casados tienen que respetarse el uno al otro, o entonces, ¿pueden convivir con otras personas con las cuales no están casadas, actuando como si lo estuvieran?
– ¡Ah, ahora ya te entendí…! Claro que tienen que respetarse el uno al otro, dijo Braica de una forma rotunda.
– ¿Y, si no lo hicieran?, volví a preguntar.
– Pues, ¡no merece la pena estar los dos casados!
– Esa es también mí opinión, Braica…, dije yo…, mira una cosa, Braica, mucha gente que no es de aquí y que no conoce vuestras costumbres, cree que en el Sáhara se compran las mujeres… ¿Eso, es verdad?
– No, contesta Braica, riendo abiertamente… Lo que ocurre es que el novio o pretendiente, le hace, al padre de la muchacha, la entrega de un regalo, en dinero o en camellos, pero esto es a título de regalo y nunca de compra, de este modo, el futuro yerno demuestra a su suegro que puede y tiene dote para mantener a su hija…¿Comprendes?
– Perfectamente, Braica, añadí yo a su respuesta.
– ¿Te gusta la vida de nómada?, te hago esta pregunta porque tú no eres del Sáhara, Braica…
– Sí, yo amo esta forma de vida… Aunque no he nacido en el Sáhara, me considero un habitante más de esta tierra… Fue aquí que crecí y me hice hombre…
– Por supuesto… ¿Conoces todo el desierto?
– La parte sur, toda ella… En el norte, conozco las zonas de El Aaiún, Smara y otras zonas de menor importancia.
– ¿Sabrías andar por el sur del Sáhara tú solo, y no te perderías?, pregunté.
– No creas. Siempre hay sitios que tú nunca llegas a conocer muy bien, dadas las continuas transformaciones del terreno a causa de los sirocos… Si no fuesen las estrellas del cielo, muchas veces, lo más cierto es que me perdiera.
– ¿Quién es para ti el mejor guía de nuestra Compañía?
– Sin duda alguna, Hamud, contestó Braica rápidamente.
– ¿Qué trabajos prefieres hacer tú en Tropas Nómadas?
– Lo primero de todo es patrullar por el desierto, dice Braica risueño y con buena disposición… Por las restantes tareas que tenemos que ejecutar no tengo especial preferencia porque de todas formas, hay que hacerlas todas…
– Por supuesto que sí Braica, admití yo.
– ¿Qué haces cuando vas de patrulla y llegas a una jaima?
– Después de saludar a todos, pregunto si hay alguna novedad…
– Muy bien, Braica.
– ¿Te gustaría conocer personalmente la península?, pregunté.
– Sí, dijo un sí, muy rotundo.
– Braica, ¿cómo te imaginas a Madrid?
– Como Villa Cisneros, pero un poco más grande, dice.
– Sí, Braica, Madrid es bastante más grande que Villa Cisneros… Y aunque Madrid no tiene el maravilloso puerto de mar de Villa Cisneros, sin embargo, tiene otras cosas bonitas y de gran interés…
– Te lo creo, añadió Braica.
– ¡Hoy va a llover!, dijo Braica, observando unas oscuras nubes que se aproximaban cada vez más a Auserd.
– ¿Cómo sabes que va a llover?, pregunté.
– Miro el color que tiene el cielo y observo las nubes que hay en él, con estos datos sé cuánto tiempo tarda el agua de “ mulana “ (lluvia) y el siroco.
– ¿Tardará mucho la tormenta?
– No. Dentro de poco tendremos el siroco y después la lluvia, contesta Braica.
– Muy bien, Braica… Para terminar, quiera hacerte dos preguntas más. La primera es esta, ¿cuántos años llevas en el ejército?
– Llevo ya muchos años… Soy uno de los soldados nativos más antiguos de Tropas Nómadas, soy un veterano…, contesta riéndose.
– La última pregunta es: ¿cuál es la cosa que más desearías alcanzar en tu vida?
– Llegar a ser Cabo…, responde sencillamente.
– Muchas gracias por todo Braica…
– De nada hombre, de nada… Ya sabes que a mi, me gusta mucho hablar, dijo él divertido.
– Gracias otra vez…
– ¡Cataljara!, dijo Braica, despidiéndose de mi.
Braica se alejó apresuradamente para su jaima, pues aquél día no estaba de servicio… En buena verdad, yo tuve que darme prisa porque el siroco tardó breves minutos… Cuando entré en el fuerte, a lo lejos, Braica, cantaba:

Madre, cómprame un negro,
todos los negros tomamos café,
mi madre me hizo un carro
con cuatro papas menudas
y siempre las papas crudas…
¡Ay, mamaine!,

todos los negros tomamos café.

Miguélez Sánchez, Antonio. 07-10-2007
ATN
Aargub, Auserd, Tichla. 1970-1971


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