“UN CAPÍTULO DE MI VIDA ‘ÁFRICA’-III “

XI

El caluroso verano, ya había pasado… La temperatura era ahora mucho más amena y no, tan extremadamente caliente… Los negros y puntiagudos montes de Auserd, parecían ahora, menos negros, incluso. Podría muy bien decirse que se estaban preparando para pasar una temporada distinta…
Sin embargo, eran los mismos montes, mudos e indiferentes a todo lo que se pasaba en Auserd o en el resto del desierto…
El mismo color diurno de Auserd, había cambiado un poco su tonalidad viva, muchas veces chispeante y refulgente, de amaneceres soleados y de luz brillantes, por otro color menos vivo y más muerto… El aire, parecía otro, también… Todo lo demás, seguía como siempre, igual…
Posiblemente, mi imaginación iba formando imágenes distintas de aquel nuevo Auserd… Y, si por la mañana, despertábamos con un albor lleno de un sol sin tantos matices como antaño, por las tardes, al fijar mis retinas en el horizonte sin fin del desierto, en el mismo momento en que permanecíamos rígidamente formados a la hora de “ oración “, mis ojos se perdían contemplando la pálida luz de un día, prácticamente, ya pasado…
El otoño, había llegado… Y, acostumbrado como yo estaba, desde niño, a ver las hojas muertas de los árboles en las calles, en los parques y en las aguas quietas y paradas de las piscinas, noto que en Auserd no sucedía esto…, y quizá, pensaba yo, el hecho de que las hojas de los árboles caen en otoño podría ser, fruto de maquinaciones maquiavélicas de mi mente, peor todavía, invenciones de los hombres…
– ¡Ah, es verdad!, Auserd no tiene calles, ni parques, ni tan siquiera piscinas… También faltaban los árboles de gran porte…
– ¡Por eso, no tiene hojas caídas en el otoño…!
De todas formas, Auserd, continuaba dando de beber a todos los sedientos que por ella pasaban y seguramente, de tener calles, parques, piscinas y árboles, nos brindaría, con todo gusto, con las multicolores hojas caídas de los otoños…
Auserd, compartía con todo el mundo, el único bien que poseía con abundancia, agua pura… Daba lo que faltaba en los confines del desierto y a cambio, no pedía absolutamente nada…
Solamente, cuando yo muera o entregue mi alma al Altísimo, podré olvidarme de éste Auserd, como tampoco olvidaré una niña que encontré en Auserd, una tarde de un otoño, sin hojas…

XII

Debían ser aproximadamente las cinco de la tarde de un sábado… Mis compañeros se hallaban en los más variados quehaceres para pasar el tiempo, como era habitual y ocurría todos los sábados del calendario…
Aquella tarde, reinaba en el fuerte una desacostumbrada algazara cuya causa era, una pequeña juerga perpetrada por Antonio Sainz con varios compañeros más, los cuales, atraparon junto a los montes varios lagartos negros y los trajeron para el fuerte. Resultado: Duna, la valiente perra que teníamos, quiere hacerles frente a los saurios aunque éstos estén amarrados a estacas clavadas en el suelo para no huir, pero Whisky, un perrito muy majo, hijo de Duna, tiene miedo a los lagartos que son enormes y abren sus bocas desmesuradamente en actitud de defensa, y entonces, Whisky, llora de pavor y de miedo…
Las bromas entre perros y lagartos provocan hilaridad en todos, reinando en el patio una alegría y buena disposición, así como un desacostumbrado ruido… Más tarde, decían, Puyana García, nuestro cocinero, podría hacer un guiso con los lagartos de lamerse los dedos, aunque, yo, nunca tomé parte en comilonas de este tipo…
Confieso, eso sí, que tomé parte de la broma al principio, pero un poco más tarde, mis pensamientos se centraron en el contenido de una carta que me habían escrito, en la cual, me hablaban de la enfermedad que había contraído un amigo mío.
La verdad, estaba preocupado.
Aquélla barahúnda, producía unos efectos contrarios en mi persona, bastantes distintos a los que necesitaba en aquel instante, por lo que, imperiosamente, tuve que alejarme del fuerte y del bullicio… No me sentía bien allí… Ensimismado completamente, pensando en el estado de salud de mi amigo, salgo del fuerte y empiezo a caminar, absorto totalmente por mis negros pensamientos.
De pronto, sin tan siquiera apercibirme de cómo ocurrió, surgió, ante mis ojos, la niña más hermosa que había visto en toda mi vida… Se hallaba sentada en el suelo y un poco más allá, un rebaño de cabras pastaba los altos hierbajos que había a la redonda y ramoneaba algunos matojos, revitalizados por las últimas lluvias…
– Salá malicum, me saludó, al verme que me aproximaba del lugar donde se hallaba.
– Malicum salá, le contesté yo en el acto.
Permanecimos un tiempo, bastante largo, sin hablarnos uno al otro, en silencio, durante el cual, me la quedé mirando… Era muy guapa, joven, debía tener aproximadamente unos quince años. Rostro oval, bonito, agraciado por las leyes del Creador… Nariz bien diseñada y proporcional al rostro… Era dueña de unos ojos negros como el azabache, contrastando, tenía unos dientes blancos como armiño…, labios carnosos, boca perfectamente diseñada… Encantadora, angelical…
Su piel, bien morena, tostada por el cálido sol del desierto…
Cuerpo esbelto, sonrisa tímida, cálida…
Llevaba tapada la cabeza, por eso no pude ver sus cabellos, pero a juzgar por las negras cejas que tenía, seguramente, serían negros…
Después del largo silencio, le pregunté:
– ¿Puedo sentarme?
– Sí, contestó al momento.
La verdad, aquello me sorprendió, pues las nativas raramente hablaban durante mucho tiempo con un europeo y todavía menos, permitían que nos sentáramos junto a ellas, pero, en éste detalle, aquella niña, también era distinta.
– ¿No te dan mucho trabajo las cabras?, le pregunté, aunque pude ver que el rebaño estaba totalmente concentrado en una zona y apenas se movía del sitio.
– No, no dar mucho trabajo, contesta.
– Bien…
– ¿Cómo te llamas?
– Fatimetu.
– Tienes un nombre muy bonito, le dije entusiasmado.
– Mi nombre ser igual que muchos, dijo sonriendo.
– Fatimetu, tú hablas muy bien el español, ¿con quién aprendiste a hablarlo?
– Aprendí a hablar español con mi padre y con mis hermanos, mi madre no saber hablar español.
– Te comprendo. ¿De dónde eres?
– Yo nací en Güera.
– Y, ¿cómo vives aquí en un sitio tan lejos?
– Yo vivo en muchos locales, toda mi familia ser nómada.
– Perdona que te corrija ahora Fatimetu, no se dice ser nómada, pero sí, es nómada.
– Muchas gracias, dijo risueña, yo saber decirlo, pero casi nunca hablar en español.
– ¿Por qué no lo haces Fatimetu? ¿No te gusta el idioma español?
– Sí, me gusta, pero yo, pocas veces hablar con europeos…
– ¿Por qué no hablas con ellos?, pregunté curioso.
– Porque, decir todos las mismas cosas, contestó rápidamente.
– Seguramente te dirán que eres muy guapa…
– Sí, contesta con mucha gracia y espontaneidad.
– Y…, ¿no te gusta que te llamen guapa?
– No, de la manera que hacer ellos, no.
– Entonces, ¿por qué me hablaste a mi?
– Tú, tener una cara muy seria al llegar, dice ella.
– Fatimetu, si te digo que eres guapa, pensarás que soy igual a mis compañeros, ¿verdad?
– No, tu cara seguir siendo la misma de antes…
– Te agradezco el haberme permitido hablar contigo y quiero decirte con toda mi sinceridad dos cosas, eres muy guapa y muy inteligente.
– Muchas gracias también…, me contesta con aquella gracia suya.
– ¿Te gusta Auserd?, pregunté.
– Mucho…
– ¿Qué sitios del Sáhara te gustan más?
– El oasis Messeied, Smara y más todavía…
– Dicen que, el oasis Messeied y Smara con la Mezquita del Sultán Azul, son dos cosas muy bellas del Sáhara… No las conozco personalmente, pero, eso mismo dicen de ellas.
– Sí, es muy bonitas, dice ella dulcemente.
– Perdona otra vez Fatimetu, se dice, son muy bonitas y no, es muy bonitas. ¿Comprendes?
– Sí…, dice, emitiendo nueva sonrisa.
Tenía sus ojos clavados en mi. Unos ojos hermosísimos y que destellaban una fuerza muy extraña, asemejándose a un inexplicable hechizo, o paradigma de genuinas razas, hijas del desierto… Al hablar, ponía siempre una enorme gracia en sus expresiones, dándole un aire muy peculiar a su forma de ser, un tanto inquieta… Parecía un ángel… Sin embargo, era de carne y de hueso, pues, estaba allí, junto a mi, ante mis retinas… Era muy distinta a otras muchas nativas que había visto en la aldea, aquella niña, en comparación con ellas, era la encarnación del misterioso y mágico desierto…
El sol, paulatinamente, se estaba escondiendo en un lejano punto del horizonte, dejando tras suya, una tenue claridad, color rojizo… Pronto se haría de noche…
Nos levantamos… Cuando emprendimos el regreso, Fatimetu hacia su jaima y yo para el fuerte, lo hicimos muy lentamente… Poquito a poco… Parecía que reinaba en nuestras almas el presentimiento de que no volveríamos a vernos nunca más… Lo nuestro había sido solamente aquello… De ahí que quisiéramos prolongar al máximo aquel encuentro que nuestros destinos tenían programados, para nosotros dos, desde siempre… Despacio, fuimos caminando lado a lado…, sin decirnos una única palabra…
A quinientos metros del fuerte, le pregunté:
– Fatimetu, ¿qué es para ti el amor?
– Algo por lo que los hombres luchar…, respondió rápidamente.
Entonces, me la quedé mirando, si cabe, con más insistencia todavía, esbozando yo, una tímida sonrisa. Fatimetu, también sonrió, confusamente…
A cien metros del fuerte, reanudamos la conversación.
– Fatimetu, ¿cuándo te irás de Auserd?
– No saber, posiblemente mañana…
– Mira una cosa, yo mañana salgo de patrulla, dije, confesándole la verdad.
– Sí…
– Si al volver de patrulla no estás en Auserd y si por cualquier otra cosa no volviéramos a vernos nunca más, puedes estar segura que, jamás te olvidaré, Fatimetu…, de lo contrario, si volvemos a vernos, tendré mucho gusto en seguir hablando contigo, pues la verdad, quedé encantado en hacerlo…, dije muy seriamente.
– Yo, tampoco olvidar tu cara, me dijo muy seria.
– Mi cara es normal, Fatimetu, igual a otras muchas…
– Sí, pero ser seria y triste…, dijo ella.
En aquel momento, acudió a mi mente, otra vez, la enfermedad de mi amigo, motivo por el cual, yo había salido del fuerte, ocasionando, indirectamente, aquel encuentro.
– Gracias por todo, Fatimetu.
– ¿Cómo llamarte tú?, me preguntó.
– Yo, me llamo, Antonio Miguélez Sánchez, soy el furriel de la Segunda Compañía de Tropas Nómadas…
– No olvidarme de tu nombre, también…
A muy poca distancia del fuerte, paramos… Entonces, instintivamente, cogí sus manos, la atraje hacia mi y le di un beso en la frente…, Fatimetu, con toda la naturalidad del mundo, estampó dos cálidos besos en mis mejillas…
El pacto de no olvidarnos, nunca más, quedaba así sellado… Ella se alejó despacio, siguiendo a su rebaño y yo me encaminé hacia el fuerte… Cuando miré hacia atrás, vi también que, Fatimetu había parado y, seguía mirándome con aquellos ojos suyos… Yo, entonces paré y, con la mano, le dije adiós, un adiós para siempre, porque, por fuerza del destino, nunca más nos hemos vuelto a ver…
Una tarde, otra tarde, quise gravar aquel encuentro y aquella niña, en el siguiente poema:

Recuerdo para Fatimetu

Los cangilones mojados
de la soñolienta noria,
son quejas y son lamentos,
desde que te fuiste un día.

Son una voz triste y atenta
a cuatro vientos silbando,
son una boca sedienta,
son ojos por ti llorando.

De la vida son recuerdos,
de mi alma son querellas,
de un momento son dos ojos,
de un desierto son estrellas.

XIII

A las sucesivas patrullas que se hicieron y después del dulce recuerdo de Fatimetu, llegó el invierno… Un invierno, no tan frío como el peninsular, ni con tantas lluvias como ocurren en mi Galicia, tampoco, con las nieves del Guadarrama o del mismo Mulhacén…
La temperatura, en esta época del año, es de unos veintitantos grados centígrados, las noches son bastante frías, llueve con alguna frecuencia y ocurren neblinas, principalmente, matinales. La nieve, como ya hemos dicho, no existe.
Recuerdo, días de mucha niebla, en los cuales, el fuerte parecía al visitante una sólida mansión de la Edad Media, alzándose en un punto donde el hombre perdido en los confines del desierto, encontraría dormida, reposo y un gran espíritu de ayuda.
El invierno, produjo en todos nosotros una especie de sueño, de letargo, pues, la verdad, estábamos ya acostumbrados al calor implacable del desierto y de pronto, tuvimos que arrebujarnos a nuestras chilabas… La instrucción, las patrullas y los ejercicios de tiro, son magníficos quehaceres para mantenernos en forma… La buena alimentación que, en Tropas Nómadas era siempre la mejor, contribuía positivamente para nuestra robustez física y psíquica.

XIV

El fuerte, en el día veinticuatro de diciembre, parecía un pequeño paraíso. En el recinto que había delante de los dormitorios de la Compañía, hicimos un precioso Belén. De admirar fue, la verdadera pericia y el interés que todos pusimos para darle al local un ambiente navideño y de paz. Además del Belén en dicho recinto, el comedor y el dormitorio de la Compañía, fueron ornamentados con todo rigor y pompa.
Cada uno de nosotros hizo su instrumento musical, el mío, consistió en una olla y una cuchara, viejas, que mi amigo Puyana García (el cocinero), consiguió arreglarme.
Estas fechas, solían ser, las que podrían producir en todos nosotros una gran morriña, y alguna congoja, difíciles de explicar, principalmente por los recuerdos de nuestros familiares ausentes, sin embargo, venturosamente, todo fue bien… Todos parecimos más unidos que nunca, más hermanados, tal como invitaba la fecha, hubo ambiente navideño con mucha alegría y mucha paz.
A partir del mismo momento en que alguien escribió junto al Belén: “Gloria in excelsis deo et in terra pax ominibus bonae voluntatis”, todos nosotros, sentimos una gran paz espiritual, una paz total.

XV

Duna y Whisky, cuando vieron salir del fuerte a toda la Compañía, quedaron ladrando, ininterrumpidamente, para decirnos adiós para siempre.
Estábamos en el mes de enero de 1971, cuando esto, ocurrió. Una vez más, se efectuó el relevo de bases un día que no quiero recordar de dicho mes, yendo para Auserd la primera Compañía y viniendo la segunda Compañía para Aargub, de nuevo.
Al salir, entonamos el himno de Tropas Nómadas, mientras los coches paulatinamente salen de Auserd… Cuando volví la cabeza hacia atrás, por tercera o cuarta vez, Auserd ya era un punto chiquitín y muy lejano y repentinamente se apagó de mis retinas, no volviéndole a ver nunca más… Entonces, le dije un adiós tan bajito que ninguno de mis compañeros lo notó, como resignación… ¡Tenía que ser…! Dejaba para siempre Auserd, mi mejor amigo…, mi amigo espiritual…
¡Nunca más, volvería a ver los montes de Auserd…!
¡No volvería a ver sus jaimas…, la solitaria armería…, el pozo…, el cementerio de los nativos…, la insignia de Tropas Nómadas…, el fuerte…, la noria…, Fatimetu…!
¡Perdería para siempre a Duna y a Whisky!
¡Adiós a todos!
¡Que os vaya bonito!
Al-hamdu li-llah ( alabado sea Dios ) ( Él os guarde por siempre )

XVI

Cuando llegamos a Aargub, los nativos nos miraban con curiosidad, pues, nuestra piel, estaba tostada por el sol. En muy poco tiempo, pude ver que todo seguía igual, como unos meses antes, como siempre… El mar, por ejemplo, pegaba en los acantilados de la costa con la misma fuerza de antaño…
Llegamos bastante cansados, después de una ducha y una sabrosa cena, no he podido resistir a la tentación de contemplar el alumbrado de Villa Cisneros, lejos, al otro lado de la bahía… ¡Todo seguía igual, como siempre…!
Muy sinceramente, no sentí nada de especial al ver aquella claridad tenue de Villa Cisneros, tampoco recordé a mi mundo, a mi ex-mundo…
La verdad, yo era un nómada y, como nómada, me sentía bien en cualquier lugar o parte del desierto…, daba igual…, yo, ya pertenecía un poco a todas aquellas tierras…, por dicha razón, no sentí nada de especial…, recordé apenas, a mi madre…

XVII

Los rumores que empezaron a correr en los meses de enero y febrero del año 1971, anunciando que nos iban a licenciar, ponen a todos eufóricos y la verdad, cuando llegué a Aargub (recién llegado de Villa Cisneros), no se hablaba de otra cosa… Sin embargo, el día de la licencia aún tardó bastante tiempo y solamente llegaría a mediados de febrero, por lo que, cada uno de nosotros inventaba una fecha y de esta forma había licencias para todos los gustos…, macutazos de la mili…
Recuerdo todo perfectamente, cuando llegó la comunicación oficial procedente de la Capitanía General de Canarias, nadie quería creérselo… Bueno, una vez todo aclarado, empiezan las despedidas…
Siento dentro de mi alguna angustia y nostalgia… Algo semejante a lo que había sentido cuando me despedí de mis padres, de mis restantes familiares, de mis amigos y de mi mundo… ¡Yo, le había ganado una gran amistad al Sáhara y a sus gentes! ¡Una amistad imperecedera!…, que ni la distancia ni el tiempo, harán borrar de mi mente… Todo lo que viví y aprendí en aquellas tierras creó un estigma en mi alma, ¡para siempre!
Al despedirme de Braica, Hamud, Sidali, Halienna, Bouba, El Mufit, Huisini, Bakar, Gadi, Seyid, Alí…, los sargentos nativos Forrik, Ahamed Salem y El Hach, además de otros muchos, porque la lista sería interminable y todos fueron amigos míos de verdad, noto una gran tristeza dentro de mi alma… Siento que me estoy despidiendo de unas personas que me estimaban y querían de verdad… Ahora, el tener que dejarles, producía en mis entrañas aquellos amargos efectos… Y, hay otra razón, nunca me gustó despedirme de nadie y menos de mis amigos…
Todos me dijeron la misma frase:
– Adiós, sé que no volverás al Sáhara, pero dejas aquí muchos amigos…
No sé que decirles, sinceramente, hubiera deseado antes, unir mi mundo al Sáhara, sin tener que marcharme para siempre, porque la palabra “siempre” a mi, no me gusta nada, e incluso, me deprime…
Hay dos fuerzas que tiran de mi mismo ser con igual intensidad, una de ellas es mi mundo y en él, veo a mi madre deseando volver a verme después de catorce meses de separación, veo también a mi padre, limpiándose las lágrimas de emoción al escuchar este nuevo capítulo de mi vida… La otra fuerza, son aquellas tierras místicas que me atraen, por sus gentes, por sus características, por toda esta maravillosa historia…, por todo…
Nuestras vidas, acostumbran a situarnos en encrucijadas como esta, y esta historia, no podía ser una excepción a esta regla… Tuve que resignarme, decirle adiós a todos, un adiós para siempre.

XVIII

Estuve en Villa Cisneros, aproximadamente una semana, y desde aquí, contemplaba extasiado, un puntito lejano, al otro lado de la bahía, llamado Aargub. Un puntito que haría para siempre, parte de mi vida, de mis sueños, de mis alegrías y de mis tristezas…
El uno de marzo de 1971, emprendimos el regreso definitivo a casa. Un pequeño barco, llamado “ El Correillo “, nos trajo desde Villa Cisneros hasta las Palmas, después de pasar una tarde entera en Arrecife. Durante tres días, permanecimos en Las Palmas, para poder admirar sus principales bellezas. Después, en un ferry, viajamos desde Las Palmas hasta Tenerife y desde aquí, en el mismo buque, hasta Algeciras.
Quedamos una noche en Algeciras, la trompa que cogimos todos, fue de campeonato… Después, un tren nos transportó hasta Madrid y aquí, nos separamos todos, siguiendo cada cual a su destino. Para Galicia, seguimos Raúl Osorio, Caamaño Nogueira y yo.
Raúl queda en la casa de unos tíos suyos, en Castro Caldelas, Caamaño Nogueira sigue para La Coruña y yo, tomo un autobús, hasta el lugar de Aldeiña, parroquia de Petán, ayuntamiento de La Cañiza.
Se me olvidaba decir una cosa más, la expedición original en Villa Cisneros se componía de doce hombres, porque salimos del Sáhara en pequeños grupos.

XIX

el trece de marzo de 1971, cuando llegué a mí aldea natal… Nada más bajar del autobús, sentí una sensación extraña en toda mi alma, algo como un hormigueo en mis venas… Hacía mucho frío… Los montes, estaban pintados de blanco, a causa de la nieve… Cogí la maleta y un bolso que llevaba, encaminándome por el mismo camino fangoso que había dejado catorce meses antes y, me dirigí hacia la casa de mis padres…
Cuando llegué a dos pasos de casa, escuché la voz de mi madre dentro del hogar y confieso, otra sensación extraña corrió de nuevo por mi cuerpo…
Mi madre, al verme, casi no me conocía, pues mi piel, estaba tostada por el sol del desierto… Muchos besos y un abrazo muy fuerte, muy fuerte, nos conservó así unidos el uno al otro, durante mucho tiempo y, con muchas lágrimas de por medio… Más tarde, fuera de la casa, el viento que soplaba del monte Pedroso era helado, las ventanas de casa, sin calafetear, producían rugidos que me eran familiares, sin embargo, muy pronto, sentí el calor de toda mi familia, el calor de mi hogar…
Era el trece de marzo de 1971, cuando llegué a mí aldea natal… Nada más bajar del autobús, sentí una sensación extraña en toda mi alma, algo como un hormigueo en mis venas… Hacía mucho frío… Los montes, estaban pintados de blanco, a causa de la nieve… Cogí la maleta y un bolso que llevaba, encaminándome por el mismo camino fangoso que había dejado catorce meses antes y, me dirigí hacia la casa de mis padres…
Cuando llegué a dos pasos de casa, escuché la voz de mi madre dentro del hogar y confieso, otra sensación extraña corrió de nuevo por mi cuerpo…
Mi madre, al verme, casi no me conocía, pues mi piel, estaba tostada por el sol del desierto… Muchos besos y un abrazo muy fuerte, muy fuerte, nos conservó así unidos el uno al otro, durante mucho tiempo y, con muchas lágrimas de por medio… Más tarde, fuera de la casa, el viento que soplaba del monte Pedroso era helado, las ventanas de casa, sin calafetear, producían rugidos que me eran familiares, sin embargo, muy pronto, sentí el calor de toda mi familia, el calor de mi hogar…

XX

Hoy, ya todo pasó… Sé, perfectamente, que nada de esto volverá a ocurrir… No pisarán otra vez, mis pies, tierras africanas, en estas mismas circunstancias, está claro… No tendré más ocasiones para dormir en la armería de Auserd, beber agua de los guirbis, hablar con los nativos que habitan los lugares más recónditos del desierto…, ver Auserd, perderse en la tenue claridad de un anochecer o entonces, escuchar la voz ronca de la soñolienta noria…, incluso, los ruidos del agua chocando contra las rocas de la costa, en Aargub…
No volveré a escuchar las buenas palabras de todos los jefes que tuve, los consejos del Capitán Reyes, en Tropas Nómadas…, o del Capitán Rosillo en el BIR, número 1…, incluso del Teniente Coronel de La Cuesta Martín, Jefe del BIR, que era todo un caballero…, ni volveré a tener por compañeros, aquellos muchachos del Reemplazo del año 1969 (incorporación a filas en 1970)…
– ¿Por qué?
– Porque ya todo pasó… ¿Pasó!
– Todo quedó atrás…
– Y, de todo ello, solamente quedaron estos recuerdos…
Hoy, me encuentro a gusto con mi familia, en mi mundo, pero, para mi, el Sáhara, será siempre un buen recuerdo, un motivo de orgullo, una tierra que atrae el alma humana, una tierra a la que podemos amar de la misma forma que amamos la nuestra… El Sáhara, también sabe conquistarnos…
Yo, para ganar el temple especial que el Sáhara supo imprimir en mi ser, tuve que sufrir bastante… De todas formas, para aprender, tenemos forzosamente que dar algo de nosotros mismos, nada cae de arriba, nada se nos da sin esfuerzo alguno de nuestra parte, nada nos toca por las buenas…
Nuestro egoísmo personal, nos hace ver las cosas desde otros puntos de vista, por veces, hacer juicios precipitados, sacar conclusiones cómodas, e injustas… La enemistad que le tuve al Sáhara, se convirtió, con el tiempo, en admiración, en algo bueno y duradero que alimentará mi alma hasta el final de mis días…
Tristemente, confieso que, sentí mucho miedo, siempre temiendo no hacer las cosas bien y creo, sinceramente, que, para ser un hombre de verdad, todavía me quedan muchas más cosas por aprender y otras tantas, para sufrir… Ahora mismo, acabo de darme de cuenta de esto…
Muchas gracias Sáhara. Muchas gracias saharauis. Muchas gracias compañeros.
Al-hamdu li-llah ( alabado sea Dios ) ( Él os guarde por siempre )

Miguélez Sánchez, Antonio. 07-10-2007
ATN
Aargub, Auserd, Tichla. 1970-1971


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