“VUELTA A CASA DESDE SMARA”

El sargento primero Mestanza, que regía la oficina de la Compañía con maestría y rigor me dijo, a eso de las once y media de la mañana, » que entregara todas mis pertenencias que se me habían adjudicado, para el servicio, en la furrielería «. Yo, como siempre, no le hice caso pues estaba enfrascado en una lista de nombres saharauis de difícil escritura para mí, que procedía de un pueblo pequeñín de la Serranía de Valencia y mi oficio de entonces era labrador o leñador en algunas estaciones del año. Tres veces me repitió lo mismo. En la última, enojado como no lo había visto jamás, mandó que me pusiera en posición de firmes. De mala gana me levanté y salí a la calle donde ví que la gente gritaba, se saludaba con grandes abrazos. Incrédulo, pues los Enero habían partido solo cuatro días antes, ya no volví a la oficina ni para quitar del carro de la máquina de escribir el papel carbón.
Entregué mis pertenencias al furriel, amigo mío, del pueblo de Bañeres de Alicante y me sumé a la fiesta y el jolgorio.
Días antes acababa de confeccionar las peticiones de canje del Carnet de Conducir Militar por el Civil de numerosos compañeros y, como no existían entonces las fotocopiadoras, se relacionaban todos los detalles del documento hasta el color del papel cartón y la firma ilegible del Coronel del Regimiento, todo detallado muy prolijamente.
Aquel día perdoné el rancho. No acudí a la voz de los rancheros, nos llamaban cuando la comida estaba a punto, sin corneta ni formación ante las puertas, y con mis doscientas pesetas como gran capital compré dos botellas de brandy las Tres Cepas, que guardé en el vacío petate.
A las tres en punto salimos hacia el Aaiún en formación militar de convoy, con una vanguardia , retaguardia y los dos flancos cubiertos por una compañía de legionarios. Atrás quedaban mis oficiales tan queridos por mí, el capitán Urquijo disfrutaba de unos días de permiso en Las Palmas, el teniente Grijalba dirigía una patrulla por la zona de Hasi Tah con una duración de siete días, Fernández Orcoyen joven teniente andaba por el Aaiún en comisión de servicio, cosa que le encantaba, así es que adiós Smara con mis sargentos Mestanza y Malmierca y el cabo primero Santamaría.
Nada más perder de vista el pueblo tuvimos que parar más de una hora porque un Land Rover se calentaba. Más adelante hubo un choque por alcance de un camión contra otro lo que ocasionó un gran retraso ,según las previsiones, volcó un Land Rover corto, sin consecuencias mecánicas ni víctimas, éramos de goma, lo que hizo que llegáramos al cuartel de Nómadas ya pasadas las horas de la medianoche.
El aspecto nuestro era de soldados en perfecta situación de camuflaje, llenos de polvo en la cara, las cejas, las ropas.
Despertado que fue el comandante del acuartelamiento se habilitaron las camas y taquillas tras pasar por las duchas, bien muy preciado por mí ya que pasé numerosas jornadas varias veces sin poder disfrutar del agua, salada, pero agua.
Al toque de diana me levanté como nuevo y con ganas de patearme la calle, tomar cerveza fría, cubalibres con hielo y en vaso, pequeñas debilidades que en Hagunía y menos en Daora, carecía constantemente.
Me vestí con el traje de bonito de Tropas Nómadas pero al intentar colocarme los zapatos no podía de ninguna de las maneras. Los pies parecían dos enormes y anchas patatas pero hice un esfuerzo y entraron en su sitio. Escribí una carta demandando dinero rápido pues el viaje costaba, en avión, hasta Valencia, mil setecientas pesetas, que yo no tenía. Hubiera sido una lástima que me hubiera tocado salir de los primeros y no hubiera tenido dinero.
Reuní a mis paisanos de la Serranía de Valencia, éramos ocho, y entre todos aparecieron trescientas pesetas y una garrafita de vino de cinco litros procedente de Chulilla (Valencia). Francisco Roger, de Chelva , tuvo la idea de visitar al sargento especialista del Ejército del Aire, Guardiola, en su casa de cerca del Aeropuerto, bebernos el vino y, a la hora de despedirse, pedirle un préstamo para cubrir el gasto del viaje y poder comprar alguna cosa para regalar a la familia, como eran los cojines los tapices o relojes y máquinas de hacer fotografías.
He de aclarar que Paco Roger conocía al sargento Guardiola natural de Bugarra, (Valencia) porque viajaba a menudo por la ribera del Turia llevando telas y demás quincalla para vender.
Consumido el vino Paco le pidió dinero, sin decir cantidad, y echando mano a la cartera sacó diez mil pesetas, excusándose en no tener más en casa, añadiendo que al día siguiente, lunes, tendría más, si lo necesitaba. La confianza que demostró el sargento con un grupo de serranos como él, fue de agradecer. Nos fuimos al Zoco. Mi compañero estaba exultante con las diez mil pesetas y compramos una maleta para mí y otra para él, de modo que llenó su maleta y el soldado Ródenas apenas compró dos cojines , dos tapices pequeños y un reloj de aquellos que se cargaban de cuerda con un movimiento de muñeca.
En el Zoco uno de mis compañeros tuvo la tentación de robar unos puñalitos metiéndoselos en el seno, y un guayabete lo vió y se lo dijo a su padre, que sería el dueño. En un momento le puso una daga en el cuello exigiéndole que devolviera lo robado. En el mostrador aparecieron más de una docena de ellos. El moro estaba fuera de sí y con toda la razón y gritaba tanto que un legionario entró al instante, desarmó el dueño, le hizo callar y nos salimos todos afuera. El legionario no dió por terminado el incidente y al pobre compañero le dió varios tortazos y tuvimos que rogar nosotros que lo dejara pues temíamos que ocurriera algo peor.
-Recuerda y que te sirva para toda tu vida, que hoy, un legionario te ha salvado la vida, que no hay que pretender lo ajeno, que el pan que te comas sea porque lo has sudado.
Después del susto aún tuvimos ganas de subir al Parador Nacional de Turismo para tomar un «cubata» como mandaban los cánones. Dedo y medio de ron blanco, dos cubitos de hielo, y cocacola al gusto.
En la Retreta del primer día tuvieron la deferencia de no nombrar servicios a los nómadas del interior, que , loa pobres, estaban medio locos de tanto sol y tanta arena respirada.
En la soledad de la cama pensaba en lo ocurrido por la tarde. Habíamos tenido suerte por la intervención del legionario y por la lección que nos dió de compañerismo y fuerte castigo por la mala acción de robar al pobre dueño de la tienda.
Siempre aprovechaba los momentos en los que se celebraba la Santa Misa, como ocasión única para pensar en mis cosas sin que nadie interrumpiera los pensamientos. Había logrado sobrevivir a un clima enemigo, a unas situaciones complicadas en una tierra alejada de la Patria. Y esa misma tarde a punto estuve de presenciar una desgracia, no por azar, sino por una mala acción.
Pasaban los días y la faena que teníamos era llevadera. Ver si en la lista de Correos aparecía mi nombre y la cantidad pedida a mi familia y debida al sargento amable Guardiola.
Esperar que el avión que salía de las Islas Canarias tuviera alguna plaza libre para un soldadito expectante e ilusionado en volver a casa.
Las tardes las empleaba en ir de bar en bar, entrar al cine las Dunas y, al final, bebido y requerido por la Policía Militar, un cabo primero y dos soldados de la Legión, ser enviado al Cuartel en taxi de lujo, Mercedes, Peugeot o Sunbeam, conducido por un canario pasando antes por el codiciado Parador donde servían bebidas frías y , a veces, había baile entre los tenientes y las mocitas hijas de los Jefes.
El Comandante jefe el Cuartel en una noche calurosa asistió a la Retreta y supo que más de la mitad de nosotros, los transeúntes, habíamos sido parados por la P. M. y requeridos a volver al Cuartel. Dijo claramente que» ningún nómada de los que en la lista estaban » saldría por la puerta hasta que él lo ordenara. Al día siguiente todos saltaron por la tapia de la Sahia.
El tener la cartilla verde en el bolsillo hacía que me sintiera un superhombre.
Llegó el momento de la partida. En el aeropuerto, mejor llamarlo Campo de Aviación, me encontré con Jesús Martínez Ribadeneira defensa central que era del Valencia Club de Fútbol entonces, que venía de uno de sus numerosos permisos que disfrutaba a menudo ya que estaba de sanitario y cada traslado a Las Palmas, le permitía volver quince días después, por lo que continuamente visitaba Valencia. Al verme allí me preguntó qué pasaba y le enseñé mi cartilla verde, mi pasaje a Manises, mis descuentos por ser militar y por residir en el territorio, todo. Quería morirse. Supe después que los que habían disfrutado permisos volvieron mucho más tarde. El vuelo hacia Las Palmas fue corto. Mi impresión al ver la Capital de la A.O.E desde el aire fue deprimente. Las azafatas nos dieron caramelos en vuelo. El avión era uno de hélices y el motor de Rolls Royce, mira por donde viajé en un Rolls. Eran las doce del mediodía y estábamos en Gando. Nos indicaron que el mejor sitio para comer era la cantina de los trabajadores del aeropuerto. Allí nos dirigimos y acabamos con todas las tortillas de patata que había así como los bocadillos de jamón. Compré una veintena de paquetes de tabaco de diferentes marcas, a cada cual más rara para mí, por la curiosidad y salirme de la norma que era comprar Winston o LM. Bastante bebidos subimos al avión grande y al principio del vuelo hubo algo de algarabía, después, sueño. Viajaba yo al lado de una señora aún joven casada con un Capitán de la Legión que llevaba dos máquinas tomavistas y me rogó que le pasara yo una de ellas por la Aduana de Madrid. Acepté. La visión desde el aire del estrecho de Gibraltar todavía la conservo con emoción por su belleza, a un lado España a otro África. Al entrar en la Península el aparato bajó de altura y veía las ciudades y pueblos grandes pegaditos a las montañas. Aterrizó con gran suavidad el comandante y nos dió las gracias, el aplauso general se oyó entre el pasaje. Cuando me tocó a mí el pasar por el mostrador para declarar lo que llevaba en la maleta, iba yo con mi tomavistas al cuello, seguido de la mujer del legionario. Ante mi asombro el guardia civil me pidió dos de tabaco. Yo entendí que quería dos cajetillas de tabaco y le dije que se sirviera él mismo. Pero recalcó que quería dos cartones. Revolví la maleta toda y vió que no llevaba más de docena y media de paquetes. Avergonzado por su actitud y viendo su deseo fallido me hizo la cruz con la tiza, cerré la maleta y seguí hacia adelante hasta salir del área. La mujer joven del oficial de la Legión pagó algo por su tomavistas que llevaba colgado de su cuello. Nos vimos a la salida, le entregué su máquina de hacer películas, nos deseamos suerte en la vida, nos despedimos y me dirigí en autobús a la estación de Atocha. Renfe programaba un tren a las diez y media hacia Valencia. La alegría de estar licenciado, y además con cuatro meses de antelación, no se podía ocultar y algún alboroto organizamos en el vagón en que íbamos los valencianos. Protestaron varios viajeros y un inspector de trenes, amable y comprensivo vejete, nos aconsejaba dormir para estar más descansados a la hora de abrazar a nuestros padres, hermanos y novias. En Alcázar de san Juan , todos dormidos, recordaba yo y daba gracias a Dios por la suerte que había tenido al no sufrir percances graves.
Mi llegada al Bir después de un largo viaje, primero en un tren cansino a Algeciras , la invasión de millones `de pulgas en el cuartel de Transeúntes, el vomitivo viaje en el barco Victoria Algeciras, la llegada a la lejana playa, el desembarco dando un salto de casi cuatro metros desde un portalón a la barcaza anfibio llena a rebosar, conducida por un canario ahíto de ron Arehucas, el Bir con sus insoportables cabos instructores, verdaderos histéricos con las prisas inevitables.
El tren cruzaba la meseta de Albacete para desembocar en la campiña valenciana por La Font de la Figuera en donde los olivos y las viñas dan al paisaje su singularidad, poco más allá, la Ribera Alta del río Júcar y entramos en Valencia con el corazón desbocado y lágrimas incontenibles en la cara.
Por la tarde, a eso de las seis, subí al autobús decano de la Serranía, cargado con las dos maletas, la mía y la Paco Roger, que venía tripuda pues colocó regalos para toda la población de Chelva, o por lo menos así me parecía a mí, por su peso.
El reencuentro, indescriptible, mis padres, mis amigos, alguno de ellos, con sorna, me dijo: Ché, ¿ya estás aquí?, pero si hace cuatro días que te fuiste… indicando que el tiempo de penas y fatigas en casa de otro, siempre pasa más aprisa.
Mi perra de caza, Chili, daba saltos de alegría.
Por la noche del 30 de Abril se cantan los «Mayos» con la Rondalla y los mozos dando vueltas al pueblo después de haber cantado a las doce en punto el «Mayo» a la Virgen y al sr. Alcalde. Asistí emocionado como tributo a mi pueblo y a mi gente.

Bienvenido Mayo
Bienvenido seas
Clavel encarnado
De la Primavera

Yo también canté mi «Mayo» a mi amada, bajo su balcón, ella rodeada de sus amigas, y tuve la ocasión y el valor de declararle mi amor, para siempre, con la frase tan bonita, en valensiá, » Marieta, yo te vuillc «.

Dedicado a Paco Roger fallecido hace diez años de cruel enfermedad y en su memoria de persona afable y entusiasta, soldado de Automovilismo en el Sahara, Aaiún, que con su carácter logró suavizar las condiciones anímicas de muchos compañeros.

Ródenas Sánchez, Julián. (V) 04-05-2015
ATN III, 3ª Cía.
Hagunía. 1969-1970


Otros relatos del mismo autor:
Relato 046.- “PUESTA DE SOL EN HAGUNÍA”
Relato 050.- “VIAJE DESDE VALENCIA A EL AAIÚN”
Relato 095.- “VUELTA A CASA DESDE SMARA”