“DOS LEJÍAS, UNA CABRA Y UN ‘SEBOLLASO’ «

Gracias al comandante Manuel Sánchez Vidal y el capitán Camilo Carrero Corballido, que sin sus acuerdos no hubiera vivido ésta aventura que recordaré toda mi vida.
El teniente Bernardo Pacheco me dijo: Dominé tu de gastador no tendrás ni guardias ni patrullas, así que yo contento en el cuartel.
Una mañana de Agosto, el chófer de la segunda compañía al que llamábamos todos “Sevilla”, me dijo que se marchaban a la busca de dos legionarios que se escaparon con un coche robado por la noche y se fueron por Guelta.
Yo que había visto muy poco de desierto a parte del BIR y de El Aaiún, contrariamente a colegas y soldados que patrullaban por el desierto, que aprendieron a conocerlo y aseguraban también nuestra tranquilidad para que pudiéramos dormir tranquilos en el territorio.
Ese día fue el primero y el último que disfruté del desierto.
¡Qué alegría cuando tuve la oportunidad de poder participar en una patrulla!. Corrí a pedir permiso al comandante Vidal y al capitán Carrero que me lo concedieron. Preparamos el Land Rover Santana con agua, comida y armas para el viaje y para mi sorpresa también llevaban una cabrita negra.
Fuimos cuatro, el capitán, el guía policía territorial nativo, el chófer y yo. Salimos de El Aaiún y después de la buena carretera, la pista.
Lo que me sorprendió fue el guía, sin nada le daba las directrices al chófer, por la izquierda, por la derecha, aprieta a fondo…. Pasamos bancos de arena, el Land Rover se arrastraba sobre ella dejando las huellas profundas de las ruedas, agarrados a lo que podíamos para no pegarnos un “sebollaso” o caer del coche.
Hacía mucho calor, el almuerzo de la mañana ya estaba lejos.
Vimos dos “Mirages” ese día, uno azul como el mar, estupendo y el otro de un verde muy claro, entre el suelo y las montanas según nuestra posición parecía como en un campo de trigo que está saliendo. Que lastima que nadie tenía un “aparato” de fotos para inmortalizar ese día. Los que conocieron muy bien el desierto no me llevarán la contraria.
Por la tarde encontramos el coche de los “legías” amagado detrás una duna, fue el guía quien lo descubrió; buscamos alrededor y había huellas de pasos pero se perdían en la arena, seguimos buscando sin ver nada ni a nadie, el viento se encargó de borrar las huellas.
El calor, el viaje con tanto movimiento del coche y el terreno, hizo que capitán le dijera al guía que buscara un sitio para descansar un poco y nos encontró una sombra donde había unos arboles de espinas.
El capitán decidió de matar la cabrita y nos pusimos a recoger leña y todo lo que se podía quemar. El guía cortó el cuello de la pobre cabrita negra con el ritual de los nativos saharauis.
Preparó la carne haciendo partes y las envolvió en filetes de grasa, uniéndolos con púas de los árboles donde estábamos a la sombra, y los pasó por la brasa… ¡que regalo!, comimos con gusto no sin pensar en la pobre cabrita, pero como decía antes, el café desde las siete de la mañana y comiendo a la ocho de la tarde; con el polvo, el calor y la marcha, éste momento era bienvenido. Fueron unos momentos de risa y de relajación, sentados en el suelo, el capitán como si no tuviera galones, hablamos mucho todos poniéndole cuestiones sobre varias cosas, siempre claro está sin olvidar que teníamos un superior. A mi particularmente me pidió de traducir cosas o palabras en francés ya que hablo esta lengua, unos chistes serios traducidos y todos nos reímos mucho. Personalmente aprecié mucho al capitán como persona y como militar.
Una vez terminado esto volvimos a la misión por la que estábamos allí.
El capitán quiso mandar un mensaje a El Aaiún para decir al cuartel que nos quedábamos a dormir a Guelta, pero como la emisora ya no respondía por la hora que era llegamos al puesto de la Policía de Guelta, que nos dijo que tenían a los dos legionarios; no teniendo ni agua ni comida los pobres no tenían ninguna salida.
Me alegre de encontrarme con compañeros del BIR, que fuimos separados y destinados a varios cuarteles del Sáhara.
Nos despedimos llevándonos a los dos muchachos, me dio pena de verlos así, discutimos un poco con ellos, no podían explicar lo que les pasó por la cabeza cuando saltaron dentro de aquel coche y encontrarse en el desierto sin saber exactamente a donde ir, sin agua, ni comida, ni armas. Para mí no eran desertores, simplemente fue una tontería que la pagarían cara.
Volvimos a El Aaiún con una noche negra, siempre agarrados y saltando a cada movimiento del Land Rover sobre la pista, el “Sevilla” y el guía hubieran podido hacer el Paris Dakar de tanto como se comprendían el uno al otro. Llegamos al cuartel sobre la una o las dos de la mañana y llevamos a los dos muchachos a la pavera; un poco antes me dijeron varias veces que tenían miedo, también que si podía darles un paquete de cigarrillos, y así lo hice. No se como se dice (no fue un abrazo), pero con la mano nos dimos varios golpecitos y nos dijimos adiós como si nos conociéramos de toda la vida. Éstos instantes me marcaron para siempre.
La noche fue corta, me levanté a las siete como todos los días para coger mi servicio.
A media mañana vi a la Policía Militar de la Legión con un oficial llevarse los dos Legionarios. Nunca más supe nada de ellos.
Yo no me hubiera puesto de Legionario pero tenía y tengo una admiración para estos chicos, por lo que representa el cuerpo de la Legión.
Me hubiera gustado ser paracaidista, tirador en artillería, o las transmisiones, que mas tarde en la vida civil practiqué de aficionado.
También un recuerdo a todos los Veteranos de todas las armas. Se que muchos de nosotros nos hemos cruzado en las calles, en el cine o en algún bar, por muchos sitios y sin conocernos de nada hemos tenido una mirada o un saludo.
Cuando leo que un Veterano nos ha dejado me digo que una parte de mi se ha marchado con el.

Un fuerte brazo a todos los Veteranos del Sahara.

Dominé Ramírez, Marcos. (F) 23-01-2017
Policía Territorial.
El Aaiún. 1968-1969


Otros relatos del mismo autor:
104.- “DOS LEJÍAS, UNA CABRA Y UN ‘SEBOLLASO’ »
105.- “UNA MULTA SOBRE ORDENES DEL GOBERNADOR EN PERSONA»