«7º BARRACÓN ‘5ª COMPAÑÍA’ «

En el período que transcurre entre el 17 de Octubre y mediados de Diciembre del año 1.968, el recluta Emilio Cisneros Luño, soldado a partir del 1 de Diciembre del mismo año, residió y pernoctó en el citado Barracón. El relato que va a continuación trata de recoger los recuerdos que me quedan de lo relacionado con él, así como de las buenas gentes que me acompañaron en la delicada circunstancia.
El barracón nº 7 de la 5ª Compañía tenía como cosa buena una vista incomparable, que dicen las guías de turismo, hacia la duna grande, la ubicada a la izquierda de la carretera que unía el BIR con Cabeza Playa, y como cosa mala, la proximidad al Cuerpo de Guardia y a la Residencia de Oficiales, lo que provocaba que cuando se necesitaban voluntarios para hacer algún servicio extra en esas dependencias , las redadas se producían en los barracones de primera línea, al estar mas a mano para quienes venían buscando «Kuntas-kinte» de piel blanca.
No era de los mas congestionados, puesto que solo disponía de literas de dos pisos, al contrario que en otras Compañías, en que los reclutas se encaramaban sobre una tercera litera, que debía estar sobre los dos metros o mas de altura, con lo que la broma de sacarle del colchón poco a poco, cuando dormía, para luego dejarlo caer de repente, era de las mas aplaudidas, y el susto que se daba la víctima le convalidaba cualquier prueba médica cardiovascular. Bien, el 7º barracón, era de dos niveles de literas, en el que, por agrupaciones étnicas, los catalanes se ubicaron a la derecha de la entrada, los andaluces a la izquierda, y mas desperdigados y en minoría los pertenecientes a otras provincias o regiones, que para llegar al término de Comunidades Autónomas, aún faltaba tiempo. Esto creaba un curioso enfrentamiento entre las citadas mayorías, agravado por la curiosa costumbre que los catalanes tenían de hablar en catalán entre ellos, lo que provocaba que la etnia andaluza les lanzara, entre otros términos, el de «habláencritiano, coño». Bueno, lo de «Puyol, enano, habla castellano» ya tenía sus precedentes en el Sahara del año 68, 7º barracón, 5ª Compañía. El resto, como ya he dicho, era mínimo en comparación con las mayorías citadas, concretamente de Madrid, mi pueblo, solo había otro chaval.
Teníamos la suerte (o desgracia para los mas gamberros) de que en el extremo de la izquierda, tabique de madera mediante, un cabo primero de nuestra Compañía tenía allí su minúsculo chiscón (una cama, una silla, una mesa y poco mas), con lo que el orden y silencio nocturno se llevaban mas a rajatabla, al tener al Primero conviviendo con nosotros. No era especialmente simpático, tampoco cabroncete, simplemente uno mas de los que estaba allí contando hojas de calendario. A mi lado, izquierda y derecha, un cordobés y un granadino, el cordobés se había hecho «asistente» del primero, y le limpiaba el chiscón, le hacía la cama y lo que hiciera falta, pero no recuerdo que tuviera especiales privilegios, para eso había que ser un buen profesional de algo, como carpintero, pintor, electricista. El granadino, agricultor de profesión, me hizo confirmar la veracidad sobre los los platillos volantes «Ovnis» porque una persona, con tan poca preparación cultural, no podía inventarse una experiencia que había tenido hace unos meses, cerca de su pueblo, y que coincidía con informes y relatos de los que yo había leído a cientos, dado que era una afición que entonces mantenía. La litera de encima del granadino, estaba ocupada por el «Raúl», no recluta sino auxiliar instructor, un tío con dos brazos como el Terminator «Suasenager», ahora gobernador de California, también como sus personajes de escasa conversación, permanente amenaza, y poseedor de una jerga en la que de cuatro palabras, tres eran tacos y la otra una blasfemia de las que justifican la excomunión inmediata, y la muerte posterior en hoguera. Bueno, tenía la suerte que la Santa Inquisición ya se había extinguido en aquellos años, pero desde luego se recorrió el santoral y los «altos cargos» del cielo de punta a punta. La litera del cordobés, en su parte inferior, estuvo sin ocupante hasta que nos llegó, de regreso, un rebotado de «paracas». Como sabéis aquellos que habían sido captados nada mas llegar al BIR para dicho cuerpo eran transportados hasta Alcantarilla (Murcia) al objeto de hacerles pruebas físicas y médicas, con lo que entre el viaje de ida y el de vuelta, mas la estancia en la Península, se libraban del primer mes de BIR, aunque luego tuvieran que recuperarlo. Cada uno de los rechazados recibí ;a las burlas de los veteranos, al comentarles éstos que se habían acojonado en la realización de las pruebas, y quedaban señalados para el futuro con un estigma mixto de cobardía y caradura, lo primero porque habían ido de chulitos y luego, al ver la dureza de las condiciones de entrenamiento de los paracas, se habían arrugado, y lo segundo por haberse escaqueado de unas semanas de instrucción en el BIR. Mi compañero de litera no era de los que buscase falsas excusas, en todo momento nos reconoció el acojone y también el haber pedido a los mandos de Alcantarilla su deseo de seguir haciendo la mili como pistolo, visto lo visto.v
Las actividades propias de nuestra estancia en el Barracón, eran, aparte de dormir nuestras ocho horitas y media, compartir los momentos de ocio, que se dedicaban a escribir cartas y leer las recibidas. Uno de los compañeros de enfrente de mi litera, natural de un pueblo de Sevilla del que no recuerdo ni su nombre, recibí a todos los días una carta de su novia, y se quejaba de que siempre le ponía lo mismo. Como no se cortaba un pelo, la leía en voz alta, y efectivamente el contenido era de tres frases, no mas, que se repetían y repetían hasta completar un folio a dos caras. Yo saqué la conclusión de que aquella chica no sabía escribir, y se había esforzado en aprender a reproducir esas tres frases, quizá con un modelo, de modo que, aún con esas limitaciones, era lo mejor que podía darle. No resultaba extraña la situación, ya que si tenemos en cuenta que en la 2ª Compañía del BIR se concentraba a los analfabetos, que todavía llegaban a los 21 años sin saber leer ni escribir, por que no podían las mujeres de los años 60 tener las mismas carencias de formación. Otra actividad bastante extendida era la lectura e intercambio de fotonovelas, con argumentos propios de culebrones, pero con el inconveniente de que la censura de entonces no solo controlaba las imágenes (nada de desnudos) sino también los argumentos, de tal manera que si uno de los protagonistas era casado, el amor con la «otra» o el » ;otro» era puramente platónico, con lo que el guionista, para que la historia tuviera un final feliz, hacía que el marido o esposa, en primer lugar que fuesen unos cabrones de tomo y lomo, pero además, sufrieran un poco antes del final de la historia unos accidentes de tráfico, mortales por supuesto, que dejaban vía libre a la parejita enamorada. Todo muy de acuerdo con la moral y la legalidad de los años aquellos, en que tener en casa o en la taquilla una revista Playboy o Penthouse se consideraba un tesoro, apto para manualidades variadas.
En aquellos meses rodeado de alambradas, me preguntaba que diferencia había entre un preso y nosotros; al igual que ellos carecíamos de libertad, teníamos que hacer los trabajos mas penosos, nada de contactos femeninos, y teníamos un plazo de cumplimiento de condena, unos quince meses aproximadamente. Bueno, me refiero a un preso de los de antes, que ahora, con los grados penitenciarios y beneficios similares, la cárcel se limita a pasar cuatro noches a la semana. ¿Y el barracón? ¿por que me recordaba tanto a los que había visto en el cine cuando el tema o argumento tocaba de campos de concentración? Cierto es que el pelo al cero y el uniforme ayudaban a recrear esa imágenes, pero debía haber algo mas. Cuando Juan Piqueras, muchos años mas tarde, creó su fenomenal página, nos removió algo que sin duda llevábamos dentro, pero de igual manera que a algunos nos llevó a la recomposición del pasado, es cierto que a la mayoría no le suscitó ningún interés, precisamente por querer tener ese episodio de su vida enterrado y bien enterrado.
La actividad laboral dentro del barracón, imaginarias aparte, recaía sobre el cuartelero, servicio muy apetecible, al igual que un portero de finca urbana te dedicabas a mirar como tus compañeros iban a la puta carrera todo el santo día, liberado también de asistencias a cursos de cocina o bricolage, en definitiva era como un día de vacaciones y además te traían la comida al barracón, que bien. Si el cuartelero era muy estricto te cantaba las entradas y salidas del cabo primero, pero como ya he dicho, al residir con nosotros, éste pasaba del tema y dejaba a la iniciativa de cada uno pegar el grito de marras. Si por contra, el que se acercaba era uno de los dos tenientes o el capitán, el cuartelero se ponía firme y con la máxima tensión, pensando no en su cometido, sino en «que puñetas vendrá este hombre a nuestro barracón» o «a ver que paquete nos va a meter y porqué».
La actividad nocturna mas conocida dentro del barracón era el servicio de imaginarias, numeradas de la primera a la cuarta, en función de su horario. Mientras que la primera y la cuarta se consideraban las mejores, la segunda y por supuesto la tercera tenían peor acogida, por la ruptura de los ritmos de sueño, pero bueno me parece a mí que problemas de insomnio no había, que el tute que nos daban nos hacía dormir como angelitos roncadores. El mayor inconveniente era que el imaginaria no podía hacer nada en el interior del barracón, al tener que permanecer tan a oscuras como sus compañeros, auxiliados tan solo por una linterna de la que a veces se agotaba la pila, y que para evitar su consumo solo encendías en contadas ocasiones. Esas dos horas y pico, por tanto, se hacían eternas, y supongo que mas de uno regresaría a su litera para, al menos, estar tumbado mientras se hacía la hora de llamar al siguiente compañero. Yo por supuesto si lo hacía, y si notaba el sopor, me daba un paseito por el pasillo central, o controlaba las «deserciones» nocturnas. Todas las noches había una media docena de compañeros a los que la cena o lo que fuese no había caído muy bien, y salían arropados por su mantita marrón con dos rayas blancas a aliviarse. Los del 7º barracón, lo teníamos mas fácil dada nuestra ubicación, con avanzar unos veinte-treinta metros hacia la zona del polvorín, ya podíamos dejar nuestro «regalito» sin que hubiera mayores complicaciones, pero aclaro rápidamente que este sistema se utilizaba solo en período nocturno.
Hablando de nuevo de las literas ¿quien inventaría el curioso método de hacer la cama? El colchón enrollado en la cabecera, las grises sábanas dobladas en cuadro asomando entre las dos mantas, la de arriba formando una especie de montera sobre el bulto de todo lo anterior, todo ello pensado para que si tenías ocasión (pocas) de tumbarte fuera de las horas nocturnas lo hicieras encima del somier y no te relajaras en exceso. Estoy convencido de que debía ser una tradición antiquísima, y no me extrañaría de que viniera de la época de los Tercios de Flandes, a fin de cuentas las Ordenanzas mas o menos vigentes del año 1968 procedían de las promulgadas por el rey Carlos III, el de la Puerta de Alcalá, miralá, miralá. Lo curioso es que era una práctica que debíamos tener en nuestros genes, porque pese a lo extraño de su composición, en un par de intentos ya lo habías captado, teniendo en cuenta, para que nos vamos a engañar, que el varón español de aquellos años, no solía ocuparse de estos menesteres, que dejábamos en manos de madres o hermanas. Otras cosillas como lavar y coser, que queréis que os diga, pues que para muchos fue una primera experiencia. Desgraciadamente, las clases de costura no formaban parte del entrenamiento militar, y debo reconocer que incluso hoy en día, si me tengo que coser un botón, monto una estrategia que parece que voy a preparar una intervención quirúrgica. Por todo ello, había quien venía ya preparado con algún metro de alambre fino , mas fácil de utilizar para quien se veía con estos inconvenientes de baja cualificación.
Todo pasa, todo llega, y tras la jura de bandera y posteriores destinos, sobre mediados de Diciembre, el soldado Emilio Cisneros, junto con otros, es retenido un mes en el BIR por haberse incorporado al mismo un 17 de Octubre en lugar de haberlo hecho a finales de Septiembre, por motivos que ya conté en otra ocasión y que no quiero repetir. Se decide entonces reagrupar a los » retenidos» en un solo barracón, por lo que abandono definitivamente mi querido alojamiento . Se comienza entonces a pintar de purpurina las literas no utilizadas en el resto de barracones, entre ellos el 7º, pero la f alta de pintura deja la tarea aparcada a las diez literas. Se ordena a continuación lavar las sábanas que nuestros compañeros habían dejado en un estado lamentable, prometiendo una peseta por sábana como incentivo. Se presentaron algunos voluntarios, las pusieron en remojo y a continuación pidieron un adelanto sobre las primeras que finalizaron, que les fue negado. En respuesta los voluntarios renuncian al trabajo, dejando las sábanas dentro de unos baldes con agua, así día tras día. El 7º barracón fue uno de los utilizados para este servicio, y cuando partí para El Aaiun, después de Reyes, allí seguían las sábanas, empapadas, completamente olvidadas de todos y por todos. No se si el primer llamamiento del reemplazo del 70, que estaba próximo a llegar se encontró re suelto este problema, pero en todo caso es el último recuerdo que tengo del 7º barracón, 5ª Compañía del BIR, mi primer hogar en el Sahara.
Además, el programa de actividades del día no acababa ahí, se nos prometían mayores entretenimientos, y a decir verdad, cumplieron su palabra.

Cisneros Luño, Emilio. (M) 17-03-2007
Ingenieros, Red Permanente.
El Aaiún. 1968-1969


Otros relatos del mismo autor:
Relato 009.- «REFLEXIONES PERSONALES SOBRE LA MILI EN SÁHARA»
Relato 034.- «EL BAÑO HIGIENICO»
Relato 035.- «7º BARRACÓN ‘5ª COMPAÑÍA’ »
Relato 043.- «UN PASO LIGERO … POR MALOS !»
Relato 051.- «UNA GUARDIA EN EL BIR»
Relato 058.- «UN DÍA EN EL BIR»
Relato 066.- «LA NOCHE EN EL MAR»
Relato 090.- «LA PRIMERA IMAGINARIA”