«UN PASO LIGERO … POR MALOS !»

Un paso ligero….. por «malos» !
La estancia en el BIR tenia sus cosas, y cada cual se protegía de las asechanzas que como putos reclutas novatos nos veíamos obligados a aceptar, pero la verdad es que el ser humano está obligado a espabilarse todo lo posible, para evitar recibir mas leches de las necesarias. Sin embargo, es necesario tener un equilibrio en tus actuaciones, para no ser tenido por demasiado listo ni tampoco quedar como un tonto, en definitiva, lo que nos decían antes de partir para el Sahara » Tu en medio, sé uno mas, procura pasar desapercibido, confundirte entre la masa…» y consejos similares. Bueno al llegar al BIR, a los pocos días, inevitablemente ya te habías trabajado tu táctica, acorde a tu personalidad, claro, como en todos los órdenes de la vida, y salía el jeta, el tímido, el gracioso,el pelota, el solidario, el cabroncete, el chulín, el enrollao, el majete, el que cada uno de nosotros llevaba dentro, claro está.
La cuestión está en que, a mi entender, en el BIR se hacía todo a excesiva velocidad, como si no tuviéramos tiempo de sobra, y no digo que nos dejaran tocarnos los huevetes como norma, pero, al menos, concedernos algo mas de un segundo, y no exagero, en los cambios de vestuario (de faena, a gimnasia, a baño, a faena otra vez) que se llevaban a cabo entre gritos, blasfemias y golpes con las trinchas por parte de los instructores y algún cabo. Me parecía mas civilizado dar al menos un par de minutos, no mas, para realizar esa sencilla tarea, pero claro, tenía el inconveniente de que para los veteranos resultaba mas divertido tenernos corriendo, saliendo de los barracones a medio vestir con la camisa en una mano y los pantalones en otra. Había evidentemente otra posibilidad, y es abstenerte de participar en algún evento…por ejemplo, venías de hacer orden cerrado por la mañana y en lugar de cambiarte de vestuario para la gimnasia te «perdías» un poquito hasta que veias a tus compañeros irse a hacer gimnasia, entonces entrabas en el barracón, y tranquilamente descansabas un ratillo, hasta que se acercaba la hora del baño, en que te ponías tu «bañata», cogías la toalla y ya estabas listo y preparado para cuando los «azuzadores» continuaran persiguiendo a los reclutas para que se cambiaran de ropa de gimnasia a bañador en un segundo cuatro décimas, como mucho. De esa forma, conseguías dos cosas, un mayor relajo en la mañana al autoconcederte unos minutos de descanso, y de paso evitar la escandalera del cambio de ropa a toda pastilla, ya que los azuzadores pasaban de tí al verte ya preparado.
Lo malo de las buenas ideas es que tienen adeptos y seguidores, y lo que para un pequeño número de personas está bien, ya no lo es tanto si se apuntan demasiados. La cosa funcionaba cuando se presentaba al menos la mitad de la Compañía para hacer gimnasia, porque entre servicios, obras, cocinas y otras historias siempre había un porcentaje de reclutas que tenían justificación para su ausencia, y si en vez de los 230 llegaban 150, pues no pasaba nada, estaba dentro de lo normal. Claro está que, con el tiempo, el número de «Escaqueitors» iba incrementándose, lo que tarde o temprano, iba a conducirnos al desastre. Un buen día se presentaron unos 40 reclutas a gimnasia y la cosa estalló. Todos a formar y a explicarse.
Una vez formados, el cabo primero que había ordenado la «redada» nos fue nombrando uno a uno, para que dijésemos la razón de nuestro escaqueo, y comenzó una retahila de disculpas, a cual mas pobre. Conociendo como conocía a ese primero, sabía que había una oportunidad de librarse de los inevitables castigos que sin duda nos iban a imponer, y era reconocer gallardamente la falta…y a ver que pasaba. Pero, como es lógico, en la mili se espabila uno todo lo que puede, y no iba a ser el único que tuviera preparada esa respuesta, pero según los que me precedían en la lista iban desgranando excusas (tengo colitis, me duele un pie, he ido a por agua) pasaba a tener una cierta esperanza. Lamentablemente para mí, oí a uno de mis compañeros contestar al cabo primero «no tengo justificación, no he ido porque no he querido» a lo que éste (como yo intuía) nos dijo: «Al fin un tío con dos cojones, que reconoce lo que ha hecho. Ale, ya te puedes marchar, quedas sin castigo». No hace falta decir que esa fórmula solo sirvió una vez, aunque al menos nos convenció para que el resto de los que quedábamos sin responder no intentásemos camelarnos al cabo primero con excusas tontas. En una palabra, aceptamos nuestra culpabilidad.
El castigo inmediato fue un paso ligero, con el cetme, y de duración indefinida, lo que acojonaba un tanto. Se distribuyeron los auxiliares a lo largo de una de las calles sobre unos cien metros, para irnos marcando el paso, sin necesidad de ir a nuestro lado, y poderlo hacer desde una posición fija. Encima estaban cabreados, no tanto por nuestro escaqueo, sino porque se les obligaba a estar allí, con nosotros, en lugar de estar en la cantina o donde quiera que les apeteciese pasar su tiempo libre. Y así empezamos a darnos el tute, con períodos de diez minutos, seguidos de descanso de no mas de un minuto. La marcialidad del paso ligero se iba perdiendo con el paso del tiempo, y recuerdo que me coloqué un manillar que tenía el Cetme B para sujetarlo con el cinturón y así repartir la carga en dos puntos. Comentábamos, entre nosotros, que si uno fingía desmayarse, tal vez suspenderían el castigo, por lo menos el tiempo que se emplease en atenderle, y quizá con carácter definitivo, pero no hubo manera de ponernos de acuerdo en quien se tiraba al suelo. Así, que la historia continuó al mismo ritmo, pasos ligeros, descanso mínimo, pasos ligeros, descanso mínimo, hasta que unas dos horas y pico mas tarde, decidieron dar por finalizada la paliza, teniendo en cuenta que los castigos iban a continuar. Recuerdo con envidia y admiración la forma física que debíamos tener todos, y concretamente, en mi caso, lo primero que hice, fue dejar el Cetme en el barracón y salir corriendo a comprarme un «bocata» de atún, porque el exceso de ejercicio me había abierto el apetito antes que de costumbre. Lo curioso es que pasé a toda leche camino de la cantina y coincidí en el mismo sitio en el que los auxiliares y cabos nos habían estado ordenando el paso ligero, así que me dijeron «¿todavía con ganas de correr? Me parece que os hemos dado poca caña.»
Lo mas divertido de la anécdota es que seguí sin hacer gimnasia, porque a partir de ese día pasamos como otros diez seguiditos de servicios (obras, cocinas, imaginarias) que obviamente recayeron en nosotros, y después se empezó a preparar el día de la jura, y todo el programa se modificó, al estar ensayando una y otra vez los desfiles de ese día.

Cisneros Luño, Emilio. (M) 25-08-2007
Ingenieros, Red Permanente
El Aaiún. 1968-1969


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Relato 009.- «REFLEXIONES PERSONALES SOBRE LA MILI EN SÁHARA»
Relato 034.- «EL BAÑO HIGIENICO»
Relato 035.- «7º BARRACÓN ‘5ª COMPAÑÍA’ «
Relato 043.- «UN PASO LIGERO … POR MALOS !»
Relato 051.- «UNA GUARDIA EN EL BIR»
Relato 058.- «UN DÍA EN EL BIR»
Relato 066.- «LA NOCHE EN EL MAR»
Relato 090.- «LA PRIMERA IMAGINARIA”