“LOS ESCORPIONES”

Leo en las Pinceladas saharianas de Manuel López Sanz la de los “escorpiones”. Eran míos. Los guardaba en un armario metálico que contenía el Archivo de la Intervención Militar del Sáhara. Algunos de vosotros tendréis todavía, firmados por Agapito o por mí, las tomas de razón de ascenso a Cabo o a Cabo 1º. El caso es que se murió uno de aquellos escorpiones negros, venenosísimos, al decir de todos, pero que a mí, durante los meses que los mantuve como “animales de compañía” no me dieron ningún susto. Les cambiaba la arena de los botes de Nescafé de cristal en el patio que teníamos en la Intervención. Los sacaba a dar un paseíto por el suelo mientras les limpiaba los frascos y después les echaba de comer polillas, moscas –nunca faltaban- y cucarachas. Era entretenido verles cazar las presas; se ponían en guardia con las pinzas levantadas, cogían al insecto, le daban un toquecito con el aguijón, que los dejaba KO y se los llevaba a la boca como se llevaba un recluta un bocadillo: con interés y las dos manos, pinzas en este caso. Una vez alimentados se echaban una pacífica siesta y regurgitaban una pelota con los restos duros, no digeribles, del bicho que se habían comido. Vivian sanos, protegidos y fresquitos en su armario. Y un fatal día uno hizo el tránsito y pasó a “peor” vida. Lo enterré en un rincón del patio de los juzgados como homenaje póstumo y me dirigí al barracón, a mi jaima, con el bote en la mano.
Eran tiempos complicados con los “chacales” y los “olmos” ya montados y operativos en los alrededores de Aaiún. La gente bajaba, después de diez días, con sus noches, quemada de los destacamentos y rara era la noche que no había jaleo.
Y yo estuve de suboficial de semana de la Batería de destinos… ¡CUATRO MESES!. Quedábamos solo dos primeros en la batería que no habíamos visto una pieza de artillería más que cuando íbamos a la campa, Carlos Gómez Martín -¿qué habrá sido de él?- y yo. Y esa noche, aburrido y, también un poco quemado, decidí gastar la “broma” del escorpión. A punto de apagar las luces, a punto de acostarse los compañeros entré en el catenárico con el bote de cristal de Nescafé en la mano, lleno de arena y ya sin el cadáver del venenoso arácnido. Al entrar en el barracón se me escurrió el tarro y se hizo añicos contra el suelo. Y, sobre la marcha, se me ocurrió la “feliz broma”. Grite algo así como “Coño se me ha roto el frasco de los escorpiones”. Cundió la alarma y el desconcierto general. Tras una búsqueda, evidentemente infructuosa, jaleada por unos cuantos que estaban dispuestos a montar follón por cualquier cosa y, en este caso, se suponía era algo más que cualquier cosa, terminamos la broma diciendo que ya había aparecido y se restituyó el orden y la paz, para una nueva noche de descanso bajo aquel cielo redondo, infinito que solo existe en el desierto.
Lo que no recordaba fue la aparición de la patrulla.

Guadaño, Manuel. 04-01-2009
REMIX B
El Aaiún. 1974-1975


Otros relatos del mismo autor:
Relato 062a.- “EL ZOO DE ARTILLERÍA”
Relato 062b.- “LOS ESCORPIONES”
Relato 062c.- “LA MATANZA… DE MOROS”
Relato 081.- “GOLPE DE CALOR”