“UN DÍA EN EL BATALLÓN DE CABRERIZAS”

El Batallón de Infantería de Cabrerizas en Cabeza de Playa, era un cuartel con extrema disciplina, por lo menos durante el período que en él permanecí (Finales de Junio del 73 a Marzo del 74), , con Varios oficiales y suboficiales castigados en aquel destino, los cuales frecuentemente nos proyectaban su frustración y amargura. El concepto ortodoxo de lo militar del Tte. Coronel hacía más dura la vida en aquel destino cuyas instalaciones no estaban preparadas para acoger a tanto personal: Dormitorios hacinados, letrinas saturadas, sin agua para nuestra higiene personal, etc., todo ello hacía que nos sintiésemos más como castigados que como soldados. En cualquier caso, pasar un día o una semana en Cabrerizas no hubiese sido duro, pero sí lo era pasar toda una mili.
Recuerdo que cuando mi Compañía, la 2ª, fue destinada a Bucraa, sentimos una gran liberación.
El relato lo baso en mis vivencias reales y un día podía ser así:
El centinela situado en el exterior de la esquina Nordeste del Cuartel de Cabrerizas empieza a distinguir el bulto de la “Duna Madre”, la tenue claridad del cielo dibuja los contornos de la gran duna anunciando el inminente amanecer. El frío y húmedo viento azota las reducidas y austeras edificaciones de Cabeza de Playa. El soldado está en el ecuador de su turno de dos horas, la manta a modo de capote le protege de la humedad, la arena le golpea el rostro cuando intenta distinguir las formas del BIR, por lo que vuelve a enseñar la espalda al viento del norte -posición ideal durante las eternas noches ventosa- y su mente vuelve a activar los recuerdos de hace solo cinco meses, cuando se despedía de su novia con un largo beso, y de los últimos días con ella ¡que lejano le parece!, es como si llevase una eternidad en aquel desierto. De pronto, el corneta lo devuelve a la realidad, empieza otro día para los casi quinientos soldados del Batallón, un día menos que queda para regresar a sus casas, pensamiento y obsesión permanente de todos ellos.
El “turuta” alarga el toque de diana un poco más de lo que sería normal en la mayoría de los cuarteles, sabedor que mientras dura la “melodía” el Sargento Semana de la 2ª Cia refrena su “ataque” al dormitorio de la tropa.
La mayoría se ha ido vistiendo previamente para evitar ser de los últimos en entrar en la formación y tener el dudoso honor de recibir el premio de algún pequeño castigo, o recibir el correazo del Sargento Sánchez (nombre ficticio, pues no recuerdo su nombre real), tal como hizo hace pocos días. La sobreocupación de los dormitorios con casi cien soldados, cuando sus dimensiones no recomendaban más de cuarenta ocupantes, hacía difícil saltar de la tercera litera con prisas sin caer sobre otro compañero, y la enorme estrechez del pasillo central impedía acceder al exterior en el tiempo que el sargento exigía; claro que para llegar al pasillo central había que solucionar antes el paso por el micro-pasillo existente entre las seis literas y los seis petates correspondientes; ¡pardiez! durante un minuto el caos se apoderaba en aquellos dormitorios.
Caras serias y soñolientas componen la formación, está empezando a amanecer y las paredes del cuartel inician su blanqueo cuando los tres sargentos de la 1ª, 2ª y Plana Mayor ordenan que en fila de uno entren en el comedor para desayunar, orden bien recibida, el viento enfría el cuerpo y cuando la moral está baja todavía se hace más insoportable.
Café con leche y un paquete de 50 galletas Cuétara (toca a cuatro galletas y media por persona) en el centro de cada mesa es el “energético” desayuno. El autentico desayuno vendrá tres horas después en forma de bocadillo de pago en la infame cantina del cuartel, infame por la estafa que suponía el escaso salchichón, queso o chorizo que ponían entre el pan; los más pudientes acostumbraban a comprar dos bocadillos para colocar la fina pieza de uno en el otro y tirar el pan sobrante. En cualquier caso, ni de esa manera se conseguía un bocadillo del todo decente.
Al salir del desayuno se distribuyen los diferentes servicios, más de un tercio del Batallón sube a los camiones para ser trasladado a la construcción del nuevo cuartel de Cabrerizas, allí trabajarán durante ocho horas como albañiles y peones. El resto, durante una hora hará gimnasia y correrá por el patio, después otra hora de instrucción de la que no se libra ni el Cabo Furriel, si bien esta mañana no la efectúa ya que ha sido arrestado por el Tte. Coronel a 14 días de calabozo, aquel había puesto servicio de refuerzo al artista pintor; este tenía su estudio junto al despacho de Tte. Coronel y su labor consistía en pintar cuadros con temas militares para el nuevo cuartel. El pintor solamente estaba rebajado de servicios diurnos, pero aquel día el Tte. Coronel había llegado al cuartel una hora antes y el pintor no había regresado del destacamento de Atlas; al no encontrarlo pintando se enfureció y, siguiendo su costumbre represora e inflexible, lo “empuró”. A la vista de que se quedaba sin furriel, el Capitán Borreguero convenció al Tte. Coronel de cambiar el calabozo por prevención y, tres días después, levantarle el arresto.
A las 10,00 horas la tropa se disputa la única mesa de la cantina; hoy han intentado vender la imbebible cerveza Breda, cerveza que había llegado para ser suministrada gratuitamente a la tropa y que intentaban venderla para mayo negocio de algunos; por fortuna fue rechazada por casi todos debido a su asqueroso sabor, por lo que días más tarde volvieron a vender la San Miguel.
Aquel día en la cantina se rumoreaba que vendría un camión cisterna y que después de tres meses lavarían las sábanas, las cuales se pegaban a la espalda debido al mugre que tenían. Lo de lavarnos nosotros quedaba, como siempre, para la playa, pero “estrenar” sábanas limpias iba ha ser algo fantástico (Y fue “fantástico” cuando días después llenaron de sábanas hasta los topes la vieja lavadora y, teniendo en cuenta la enorme cantidad de mugre que acumulaban y el poco agua que pusieron, gran parte de la suciedad no se eliminó, formando unos curiosos dibujos como si de mapas mundi se trataran por efecto del agua-achocolatada al vaciarse. Ante la imposibilidad de devolver cada sábana a su anterior usuario, se tuvo que compartir la suciedad, excepto con las del “Lebrijas”, ya que estas antes del lavado, además del mugre, también contenía innumerables manchas de sangre y esperma (su cuerpo estaba lleno de granos pustulantes y se masturbaba casi todas las noches, evacuando la leche directamente en la cama), por lo que una vez pasadas por el “lavado” continuaban manteniendo la “espléndida” y personal decoración surrealista, con lo que volvieron a ser entregadas a su legitimo dueño).
A las 10,30 todos vuelven a sus destinos y un pequeño grupo asiste a clase de teórica, sentados en el bordillo de la acera del patio de armas. De súbito, el Sargento que imparte la clase grita ¡de pié! el Tte. Coronel se acerca y desaprueba la lentitud con que
la soldadesca se ha levantado. Durante cerca de un minuto, como si de un ejercicio
físico se tratase, el grupito se sienta y levanta continuamente con la máxima energía que sus jóvenes músculos les permite. El Tte. Coronel Martín se retira, no sin antes advertir que el Batallón de Infantería de Cabrerizas tiene que ser mejor que la Legión, en la manga de su camisa hay varios galones de tantas heridas de guerra sufridas (el viejo es un veterano de la contienda civil, reenganchado y ha alcanzado el grado de Tte. Coronel por méritos de guerra y por antigüedad. Dirige la guarnición con mano dura y rígida disciplina, incluyendo esta a los oficiales y suboficiales).
A media mañana, el soldado vasco “Arregui” sale hacía el hospital del Aaiún; llevaba varios días rebajado de servicios, en las últimas semanas tosía constantemente y había perdido mucho peso, quedando en los puros huesos. Irónicamente había sufrido arrestos por “cuentista” al apuntarse a visitas médicas sin apreciar el Teniente médico enfermedad alguna. La intercesión del furriel ante el Capitán Borreguero, convence a este de que “Arregui realmente está enfermo. Nunca volvió al cuartel, tiempo después tuvimos noticias de que después de transito por un hospital de Canarias, había ingresado en el hospital militar de Madrid con tuberculosis pulmonar.
Hacia el final de la mañana, inspección oficial de los dormitorios, el oficial de servicio, por orden de Tte. Coronel, comprueba que fuera de los petates no haya nada; se revisa bajo los colchones y almohadas, siendo castigados los que han osado no guardar en los petates, las botas, comida recibida de la península e incluso revistas.
Hace días que sopla el viento y en la comida es habitual encontrar arena. Hoy toca lentejas estofadas y pescado, este tiene un sabor que dentona que fue pescado hace muuuucho tiempo.
Después de la comida, mientras la tropa se encuentra en los dormitorios, el brigada de obras descubre a un cabo robando agua de un pequeño aljibe: “Lo siento mi Brigada, pero tengo muy sucia la ropa y, como usted sabe, no disponemos de agua para lavarla”
-pues te buscas la vida, chaval, le contesta el brigada, “esto es lo que estaba haciendo mi Brigada”. El suboficial comprende la situación y, por esta vez, no arresta al Cabo.
Es habitual que la tropa vaya a lavar la ropa a la playa, con las dificultades que tiene el agua de mar, por lo que también es habitual que algunos intenten conseguir agua menos salada de la forma que sea.
Poco antes de las 6 de la tarde un sargento hace poner firmes a tres soldados, propinándoles a continuación sendas bofetadas. Al parecer se habían ido antes de lo debido de la obra del chiringuito de oficiales de la playa.
A las 6,30 tocan marcha de frente, solamente salen dos soldados, perfectamente uniformados de paseo van a pasear a la playa, único lugar posible en aquel lugar, los dos llevan bolsa de costado, lo cual denota que más que pasear, van a lavar la ropa a la orilla del mar.
Los dormitorios están muy animados, es el único lugar donde pueden acomodarse; en la cantina no hay sillas y en el patio no está permitido sentarse en el suelo.
Escribir cartas, releer las recibidas y charlar con los compañeros son los momentos más felices del día.
El “esquilador” tiene cola, el último domingo arrestaron a varios porque el oficial de guardia consideró que tenían el pelo demasiado largo (competíamos con los reclutas del BIR en el corte de pelo, un domingo arrestaron a toda la Compañía menos a uno porque el Teniente de turno estaba de malhumor y apoyándose en que todos teníamos el pelo demasiado largo, nos arrestó a no salir del cuartel durante todo el día; el soldado librado del castigo se había cortado el pelo al cero el día antes. Aquel domingo el Peluquero pasó la maquinilla al cero a toda la compañía, batiendo todos los records).
A las 7,00 se prepara el pelotón que va de refuerzo a las instalaciones de Atlas.
La falta de tropa disponible para los servicios de armas, a causa de tener tanto soldado construyendo el cuartel, producía que estos hiciesen guardias y patrullas en días alternos, incluso en muchas ocasiones, habiendo salido de guardia por la mañana, entraba de refuerzo o patrulla por la noche, incumpliéndose la ordenanza militar de efectuar servicios de armas seguidos sin un día de descanso. De eso se lamentaba un soldado que al final de la tarde se quejaba al Furriel: – “Furri te estás pasando, ya es la segunda vez que me pones refuerzo en Atlas después de salir de guardia”.
El furriel lo lamentaba, pero no podía hacer otra cosa, ya había informado al Capitán, y este ratificó la situación como inevitable.
Las literas del cuerpo de guardia de Atlas estaban compuestas de una ponzoñosa almohada que habían perdido su color original por el mugre que las cubría, y las mantas contenían el polvo de medio desierto y habían absorbido innumerable eyaculaciones desde los tiempos de Millán Astray, quizás el mismo tiempo que hacía que no habían sido lavadas o sacudidas. Los puestos de centinela de Atlas duraban tres horas y por las noches se hacían interminables entre los depósitos de combustible soportando el frío viento o en la apestosa garita “estucada” en sus paredes interiores de “requesón” masculino.
Como cada noche, después de pasar retreta, el Batallón forma en el patio de armas para cantar el himno de infantería. Como cada noche, no nos vamos a dormir hasta que no se cante el himno al completo según la entonación que el Teniente encargado del canto desea. Parte de la formación sabotea para que el himno no se cante correctamente, el Teniente lo sabe y nos putea sin dejarnos ir a dormir hasta que no sale minimamente correcta. Finalmente el turuta toca silencio con tres cuartos de hora de retraso.

Marín Ausín, Albert. (T) 24-08-2006
Infantería.
Cabeza Playa, Bu Cráa. 1973-1974
Cabo Furriel de Agosto del 73 a Enero del 74 en la 2ª Cia. de Cabrerizas.


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Relato 026.- “UN DÍA EN EL BATALLÓN DE CABRERIZAS”
Relato 028.- “EL CORONEL DEL TERCIO VISITA CABRERIZAS”
Relato 029.- “MI TRASLADO AL SAHARA”
Relato 063.- «EL CENTINELA DE ATLAS”
Relato 068.- » ‘EL CARROMATO’ DE BUCRAA”
Relato 073.- «EL CAPITÁN Y EL FURRIEL”