» ‘EL CARROMATO’ DE BUCRAA”

Mi estancia en el Sahara no fue homogénea, según las circunstancias, sensaciones, lejanía o cercanía para el regreso a casa, etc, influía poderosamente en mi estado de ánimo, ello a “manipulado” mi memoria, potenciando los recuerdos agradables y apagando las etapas más deprimentes, aunque anécdotas o sucesos puntuales y negativos sí que han perdurado, posiblemente porque traumatizaban y han quedado archivados en el subconsciente. Nuestra mili en el Sahara, por una parte, fue un privilegio comparándola con la de nuestros padre y abuelos ¡ y que decir de los que sufrieron la guerra! Por otra parte, si la comparamos con la mili en la Península, la nuestra fue dura, especialmente por el alejamiento, sin frecuentes permisos y sin pases pernoctas. Para un joven de los años setenta que vivía razonablemente bien en todos los sentidos, que pocos meses antes había iniciado una relación de noviazgo con la chica de la que estaba enamorado, la larga separación a la fuerza y el radical cambio de vida, fue duro y me produjo muchos momentos de desazón. Pero como siempre no hay mal que por bien no venga, la experiencia sahariana me aportó muchas cosas positivas en mi maduración como persona. A veces pienso que incluso fue un privilegio aquel destino….. En fin, todo es relativo.
El período de la mili del que guardo mejor recuerdo, fueron los tres meses que mi Compañía estuvo destinada en Bucraa y, aunque hubo momentos de tensión hacia el final, así como alguna que otra desventaja, fue lo mejor de mi estancia en el Sahara. Indudablemente, la cercanía de la “blanca” también ayudaba al ánimo.
De Bucraa, he rescatado las vivencias y anécdotas más interesantes, entre ellas está la semana que pasé en el “CARROMATO” y de la que he desarrollado un relato en el que no existe aventura significativa y que solamente pretende recrear unos días de mi mili sahariana, entretenerme a mí escribiendo y, quizás, entretener al posible lector. A quien lo haga, le pido comprensión, no soy precisamente un genio de la literatura.
Las fotos que he incluido son de mi propiedad, a excepción de las dos primeras que han sido “robadas” a mi amigo y compañero de Cabrerizas Francisco Orriach.
En Mayo del 1974, la 2ª Compañía del Batallón de Infantería Cabrerizas-I se encontraba destacada en Bucraa. Hacía un mes que habíamos llegado procedentes del cuartel de Cabeza Playa y el cambio era muy positivo para la mayoría de nosotros; la disciplina se había relajado mucho, los dormitorios eran amplios y, aunque todavía en fase constructiva, pues todavía no disponíamos de todas las instalaciones, nos parecía un hotel de lujo en comparación con el viejo cuartel.
De momento, los aseos no estaban acabados y, cuando lo estuviesen, debían ser abastecidos de agua. Supongo que esta circunstancia debía estar considerada, pues por la experiencia vivida en el cuartel, no había suficiente con poseer lavabos si estos estaban secos. Mientras se solucionaba ese pequeño detalle, para las aguas mayores disponíamos de una zanja cavada en el exterior a cincuenta metros del muro. Para las menores, con alejarse un poco del muro había suficiente. Para lavarnos la cara había un sucio bidón de doscientos litros a la puerta del barracón. La cantina era una pequeña caseta de adobe en la que apenas cabían una docena de soldados, que no disponía de frigorífico y que como acomodo había una pequeña mesa y dos sillas. Pero ocasionalmente tendríamos la posibilidad de ir a las duchas del campamento civil de Fosbucraa, durante unos días, bañarnos en su piscina y, a partir de las 6 de la tarde, ir a la cantina de “ca Gonzalo”, caseta notablemente mayor que nuestra cantina y equipada con botelleros frigoríficos, que se encontraba a extramuros del campamento civil y que servía alcohol, prohibido este en el bar de Fosbucraa (hecha la Ley….hecha la trampa, pues el suministro eléctrico venía del propio campamento civil)
La zona de Bucraa era totalmente árida, no crecía mata alguna por aquella época, bastante llana con ocasionales y muy suaves vaguadas. Allí conocimos el autentico calor sahariano, los 50 grados o más. En la costa e incluso en el Aaiún, la temperatura raramente pasaba de los 35º, gracias a la influencia marítima, pero allí, a 100 km. de la costa, el clima era mucho más duro. No teníamos posibilidad de ir al Aaiún, teníamos una sensación de aislamiento, pero creo que casi nadie hubiese preferido volver a Cabeza Playa y a la exigente disciplina impuesta por el Teniente Coronel. La permanencia en Bucraa hubiese parecido dura a la tropa peninsular, pero a nosotros, infantes de Cabrerizas, el cambio nos había aliviado bastante nuestra “particular mili”.
Los días pasaban lentos y tranquilos, los del reemplazo de Abril, el mío, esperando el ya no demasiado lejano regreso a casa. Mi actividad se limitaba a las guardias, refuerzos y patrullas nocturnas alrededor del destacamento, ocasionalmente de cabo limpieza o de cabo cuartel, servicio que me tocó el día que nos visitó el Gobernador General del Sahara. Algún que otro día íbamos a practicas de tiro, cosa que me gustaba, especialmente porque se me daba bien.
Ya llevábamos casi un mes en el destacamento, cuando un día radio macuto informó de una increíble noticia y esta, como reguero de pólvora, se extendió sin demora entre la tropa : Disponíamos de una “rulote” o “caravana” no autónoma, tipo remolque, para disfrutar, durante una semana, de “fabulosas vacaciones” totalmente pagadas a cinco kilómetros del destacamento. Lógicamente su uso sería militar y estaba destinado a puesto de vigilancia y protección de la mina a cielo abierto de Fosbucraa y, más concretamente, de la gigantesca dragalina que, con su enorme cuchara, abría una profunda zanja para dejar al descubierto la rica veta de fosfatos.
La dotación de vigilancia estaría compuesta por un pelotón (en el Sahara era de seis soldados, dos Cabos y un Sargento, aunque en este caso a estos no les dejarían disfrutar de la “rulote”, siendo los Cabos 1º los agraciados.
A mí me tocó el premio la segunda semana y en la retreta del 23 de Mayo, el furriel leyó mi servicio de “Guardia de Dragalina”, lo que ni me alegró ni me contrarió, era una nueva experiencia que no afectaba pases pernocta, permisos, paseos por la ciudad, sesiones de cine, etc. En resumen, no afectaba apenas las “enormes” posibilidades de ocio de que disponíamos, al igual que en la mayoría de bases o destacamentos en el desierto.
24 de Mayo
Después del desayuno, los nueve compañeros que formábamos la aguerrida fuerza militar de protección de la dragalina, cargados con nuestros petates y fusiles subimos al camión e iniciamos el corto viaje de cinco kilómetros que nos ha de llevar hasta el carromato. El recorrido es a través del desierto sin pasar por pista alguna, pero siguiendo la marca ya señalada por los continuos viajes del Land Rover o camión que desde hace una semana lleva diariamente el avituallamiento al lugar al que nos dirigimos. Estábamos animados porque rompíamos la monotonía del destacamento y, aunque estaríamos estáticos en el mismo lugar, era como un cambio de aires.
Bajamos del vehículo cuando todavía se está precipitando sobre este la densa nube de polvo que él mismo ha producido y, ante nosotros, allí, en medio de la nada y a casi un kilómetro de la dragalina, se halla el “flamante” carromato, como un fantasma abandonado. La primera impresión no me es muy favorable, su estado es decadente, con la carrocería desconchada realmente se trata de un remolque-dormitorio de los que creía haber visto en el parque móvil de los circos.
Parte de la guardia saliente, ya preparada para su partida, se encuentra agrupada en lado norte del remolque, aprovechando la sombra que todavía se proyecta a primeras horas de la mañana, ya que a diferencia de ayer, ha amanecido un día sin viento y el Sol, todavía bajo, ya empieza a martillar a pesar de la temprana hora. Observo que el aspecto de nuestros compañeros salientes no es el apropiado para pasar revista, después de una semana sin asearse ni afeitarse, han soportado días de considerable viento del norte y sus ropas se encuentran polvorientas y sucias.

Fotografía del pelotón que nos precedió + los del Land Rover, días antes de ser relevados por nosotros.

Apenas se ha alejado el camión con la carga humana, empezamos a analizar la situación, la cual no es muy halagüeña, teniendo en cuenta que el tiempo ha cambiado y que al no soplar el viento del norte, la temperatura durante el día hará incómoda la estancia en el exterior, sin sombra en la que guarecerse en las horas centrales; nos tememos que se está iniciando una ola de calor que puede durar varios días y las expectativas de pasarlos allí nos crea cierta desazón. El reducido espacio interior del carromato y su carrocería metálica, a pesar de ser de dos capas y con cierto aislamiento térmico, hará que sea un refugio poco recomendable, nada que ver con los nuevos barracones del destacamento, estos, con las ventanas convenientemente cerradas, son capaces de mantener la temperatura interior dentro de los 40 o 42º cuando en el exterior se está sobre los 50º, pero este “refugio” solamente nos protegerá de la radiación solar, pudiendo igualar o superar la temperatura exterior. Seguimos discutiendo sobre la semana poco halagüeña que se nos presenta y las primeras horas de la jornada nos van dando la razón, comprobamos que la temperatura va subiendo rápidamente, la floja brisa, apenas perceptible en su movimiento, pero abrasadora, viene del Sureste, de las entrañas del desierto. El Sol, con su mazo, nos advierte que salir del carromato es una elección poco aconsejable. El Astro, casi en perpendicular a las 12 del mediodía, apenas proyecta sombra alguna en la que refugiarnos. “EL CARROMATO” Diminuto y solitario en medio del desierto, hace la función circunstancial de horno. Mientras, allá, a un kilómetro de nosotros, como fondo de un escenario, la enorme dragalina, “el monstruo”, sigue incansable arrancando toneladas de árida tierra y descubriendo la rica veta de fosfatos.
Las mini vacaciones parece que serán menos confortables de lo esperado y no hay cosa que agudice más el ingenio que la necesidad, lo que nos lleva a diseñar una solución, pero nos faltan los materiales ¿dónde encontrarlos? la respuesta la tenemos pronto, acaba de llegar el camión, en lugar del Land Rover habitual, con nuestra comida, cosa que aprovechamos para pedir al conductor que nos acerque a la nueva dragalina en construcción para ver si es posible conseguir algunos materiales con los que construir una especie de porche o toldo que nos proporcione sombra.
Dejamos comiendo al otro cabo con dos soldados y el resto nos vamos con el camión a por el material. Dos o tres kilómetros después, allí, en la nada del desierto, aparece ante nuestros ojos una imagen propia de un cuadro surrealista de Dalí: En el centro, la cabina de una gigantesca dragalina a medio construir y a su alrededor, diseminados por el arenoso suelo y sin orden aparente, hay enormes cajas de embalaje, vigas de acero, chapas, una enorme cuchara, etc. No hay presencia humana, ni barracones, herramientas o cualquier indicio que delate que allí ha habido alguien últimamente, parece como si estuviese abandonado, posiblemente el viento casi constante ha barrido cualquier huella de personas y vehículos. Desconocemos el ritmo de construcción, pero todo aquello tiene aspecto de llevar varios días parado, quizás en espera de la recepción de nuevos materiales. Sentenciamos que difícilmente puedan robar todo aquello, dado el enorme peso y volumen de las piezas, especialmente la gigantesca cuchara.
En perfecta armonía y dando muestras de ingenio, vamos recogiendo y cargando al camión diversos materiales, todos ellos desechos de los embalajes de las piezas que conformarán el nuevo gigante.
En pocos minutos y sin haber descompensado aquel “escenario Daliniano”, regresamos con el camión cargado de viguetas, maderas, una enorme especie de lona plastificada, cuerdas, alambres, etc. y, también, un par de carretes de madera, de los que sirven para enrollar los gruesos cables eléctricos, que nos servirán de funcionales mesas. Mientras nos alejábamos me quedé contemplando el lugar, mientras éste iba empequeñeciéndose progresivamente, lamenté no llevar encima una cámara fotográfica. Días después, mi amigo Francisco Orriach plasmó la imagen de la enorme cuchara.

Foto con Francisco Orriach en primer término.

Tal como habíamos solicitado a través del chofer del camión, una hora más tarde aparece un Land Rover cargado con picos y palas y, sin demora y por relevos (la temperatura está cercana a los 50º), iniciamos con una actividad febril la increíble construcción del porche con las andróminas disponibles.
A media tarde contemplamos nuestra obra, es digna, su estética no llega al nivel de una obra de Gaudí o un Le Corbusiere, pero nos felicitamos por lo bien que hemos aprovechado los limitados medios y, sin perdida de tiempo, pasamos a disfrutar de un porche a todo confort, aunque su aspecto me recuerda el barraquismo. Los próximos días ya serán otra cosa. Para celebrarlo nos hacemos una fotografía de grupo con nuestra protectora construcción.

El grupo después de haber finalizado la construcción del porche

El sol desaparece a poniente y la temperatura desciende rápidamente, pero a diferencia de otras noches, hoy no sopla el viento del norte, la suave brisa del Sureste ha cesado y el ambiente se mantiene templado, por encima de los 20º, con lo que después de engullir la cena que nos han traído desde el destacamento, nos quedamos todos bajo nuestro flamante porche, opinando sobre la acertada obra y del aprovechamiento que de ella harán los compañeros que vengan en las próximas semanas. No hay luna, la noche es oscura y las estrellas, siempre intensas en el desierto, nos acompañan durante nuestra tertulia.
Los ocho, sentados en el suelo o en el improvisado banco, charlamos relajados y animados, el momento me parece mágico, el calor de los compañeros es insustituible en aquella soledad, compartimos la misma circunstancia y ello hace sentirnos más cercanos. Como casi siempre, hablamos de nuestras tierras, pueblos, barrios, novias, familia, amigos, proyectos al volver……. ¡VOLVER! el más fuerte deseo de todos. Los que tenemos más cercano el regreso, saboreamos mentalmente ese cercano futuro. En esa circunstancia nos encontramos el Cabo 1º y los dos Cabos (somos “abuelos”), el resto de compañeros son de Octubre y Enero, o sea, les queda de 6 a 9 meses más que a nosotros, lo que al hablar del licenciamiento, todavía lejano para ellos, se les nota cierto desánimo.
Cuando faltan 10 minutos para las once, el centinela entrante y yo nos dirigimos hacia la dragalina, cerca de un kilómetro nos separa y es cuestión de no retrasarse en el relevo. El resto de compañeros se retira a dormir.
La oscuridad es completa, pero el reflejo lejano de los focos del monstruo y la inexistencia de obstáculos nos facilita el camino. Allí, como una diminuta hormiga, junto al gigante, se encuentra el centinela. Considero de relativa eficacia su presencia nocturna, ya que tan alejado del carromato, podría ser blanco fácil de cualquier ataque silencioso y nosotros, a tanta distancia, apenas nos enteraríamos, bueno, nosotros también podríamos caer fácilmente, a cinco kilómetros del destacamento y rodeados de oscuridad, una vez eliminado el centinela del carromato, el resto seríamos sorprendidos en “brazos de Morfeo” sin capacidad de reacción.
25 de Mayo
La noche es acogedora y, en lugar de escaquearme en la litera hasta el próximo y último relevo de mi turno nocturno, decido quedarme en el porche haciendo compañía al centinela del carromato, cosa que él celebra, últimamente llegan noticias de “radio macuto” referente a ataques a destacamentos por parte de bandas armadas (por aquellas fechas desconocíamos el nombre: Frente Polisario), y Fosbucraa es un objetivo claro, por eso estamos destacados toda una Compañía del Batallón de Cabrerizas y, por eso, estamos nosotros en el carromato “protegiendo” la dragalina de algún hipotético ataque.
Con el fusil Cetme junto a mi, me siento en uno de los bancos, el centinela, con arma en bandolera, se mantiene de pié en una esquina, atento a cualquier ruido. Me quedo observando su resignada silueta mientras pienso ¿qué puñetas hacemos aquí? ¿qué vigilamos? un posible ataque a la dragalina? si lo primero que harían unos buenos guerrilleros es librarse de nosotros y en las condiciones en que estamos lo tendrían muy fácil. Estas reflexiones me producen cierta inquietud, por lo que coloco el fusil sobre mi falda y así poder reaccionar más rápidamente, mientras, nuestros compañeros descansan plácidamente en el interior del carromato.
Contemplo el cielo estrellado, jamás había visto los astros tan luminosos y nunca los volvería a ver como en el Sahara, me sumerjo en los recuerdos, ya hace 13 meses que llegué y extrañamente me parece tan lejano el Abril del 73. Los cuarenta días de permiso que hice entre Enero y Febrero los siento más cercanos, pero realmente los viví o ¿fue un sueño? Lo que sí me parece una pesadilla irreal es mi estancia allí, nunca pensé encontrarme envuelto en aquel escenario, tanto tiempo alejado de mi Mediterráneo y mi ambiente civil, con los míos, claro que, pienso en lo que nuestros padres pasaron en la guerra, o los tres años de mili que hacían en los posteriores años de la incivil y fraticida contienda y peor, aquellos jóvenes milicianos que después de pasar toda la guerra sin haber hecho antes la mili, después de dos o tres años de estar luchando en el frente, tuvieron que hacer tres más de servicio militar. Otros, además, aportaron a su currículo un período de estancia en campo de concentración, “librándose” de todo ello los que fueron fusilados por estar “demasiado involucrados” en la defensa de la República. Pienso en mi futuro suegro que con 17 años fue a la guerra, pasó tres en ella, más un año largo entre el campo de concentración de Barcarés (Francia) y el de Reus, más tres años de mili en Canarias, volviendo licenciado con 25 años cumplidos. Lo mejores de la juventud, más de siete años entre uniformes, bombas, prisioneros, ordenes despóticas y en ocasiones humillaciones (haber luchado en el bando republicano se pagaba).
Mi padre no fue miliciano, ni tan siquiera fue a la guerra por ser demasiado joven, pero cuando en el 1944 fue llamado a filas, pasó tres años con el uniforme, lo normal entonces.
Vuelvo a mi realidad y comparándola con la de aquellos jóvenes milicianos, incluso con los que nos precedieron en los años cuarenta, no es tan mala, incluso soy un afortunado….Todo es relativo.
Entre pensamientos y el relevo de la 1,00 de la madrugada, llego, casi sin darme cuenta, a las 3,00 AM y a mi último cambio de centinela, después me acuesto en la litera, no estoy cansado pero sí relajado y con mucho sueño.
El ruido del camión que nos trae el desayuno me despierta y aunque todavía tengo sueño a las ocho de la mañana, mi habitual apetito hace que me incorpore automáticamente, de todas forma, a las nueve me toca hacer el primer relevo de día. Según se eleva el Sol, la temperatura va ascendiendo considerablemente, parece que hoy todavía va ha hacer más calor que ayer, fácilmente sobrepasaremos los 50º, pero ¡OH! alegría, tenemos nuestro flamante y protector porche.
Hacia el mediodía ni bajo “el protector” se puede estar, la brisa es tan suave como caliente, más bien diría abrasadora. Semanas después, conocería el viento del Sureste lo suficientemente fuerte como para levantar polvo y, por lo tanto, hacer de filtro apaciguador de los rayos del Sol, pero hoy la limpieza del aire permite que el Astro Rey nos envíe su mazo con todo el poderío.
Mientras mantenemos con entereza y resignación nuestro sufrimiento térmico, unos retortijones de la barriga me obligan a alejarme 30 ó 40 metros, armado de papel, con la heroica misión de defecar, pero cuando apenas he avanzado unos pocos pasos, mi cabeza nota el martilleo desconsiderado del Sol, me he olvidado poner la gorra, error fatal, por lo que vuelvo sin dudarlo y ya, pertrechado con mi protector cenital y siroquera desplegada, ejecuto la imperativa operación.
A las 12,50, atravesando el caluroso llano que nos separa de la dragalina, me dirijo a efectuar el relevo del centinela, a este, a lo lejos, se le aprecia apenas, diminuto, escaqueado bajo la sombra del gigante, a pocos metros de él, la casi verticalidad del sol no impide que el impresionante tamaño de la dragalina proyecte un espacio de sombra.
Mientras nos acercamos, contemplo la artificial cadena de montículos de tierra árida y blanquecina con cierto tono amarillento por estar mezclada con un poco de fosfato, la claridad es cegadora y, al no disponer de gafas de sol, debo guiñar continuamente un ojo, siempre me ha molestado enormemente la claridad y hubiese dado no se que por tener mis “Rayban” en ese momento, pero estas se quedaron en la Península.


El centinela saliente se felicita por haber acabado su puesto, teniendo en cuenta lo que esta cayendo y que se acerca la hora del “papeo”. Cuando triunfantes estamos casi alcanzando el protector porche, aparece el Land Rover conducido por el compañero Josep Badia , acompañado este por el deseado condumio.
Mientras engullimos, quedamos sorprendidos al ver llegar un Land Rover civil, cargado con un bidón vacío de 200 litros y seguido de un camión cisterna de Fosbucraa. No recuerdo de quién fue la iniciativa, si de algún responsable de Fosbucraa o por petición nuestra, pero el detalle nos hizo estallar de alegría.
Inmediatamente y por turnos, entre risas y bromas, nos introducimos en el bidón con ropa y nailas incluidas. La ligera y abrasadora brisa nos seca la ropa con rapidez, por lo que la reducida “bañera” es visitada frecuentemente durante toda la tarde, aliviándonos del fuerte calor. Al final del día, apenas queda un tercio de agua y este ha perdido su transparencia, parece un caldo caliente, pero jamás he vuelto a disfrutar en una piscina como en aquel diminuto bidón.
Con la cena también llega una nueva orden, a partir de hoy debemos efectuar una patrullas nocturna hasta la dragalina en construcción. Este nuevo servicio no nos hace ninguna gracia, lo de menos son los cuatro o cinco kilómetros que debemos andar entre ida y vuelta, lo que no nos gusta es llegar allí a oscuras y delatarnos con las linternas ¿qué pueden hacer dos soldados si descubren a saboteadores armados? mejor dicho ¿qué podemos hacer si ellos nos descubren antes? ¿hacerles frente? allí, solitarios y sin apoyo alguno. Comentamos el ¿porqué no hacen esa patrulla desde el destacamento, con vehículos y mayor número de soldados? Pero las ordenes en el ejército están para cumplirlas, no vaya a ser que nos expulsen y volvamos a casa antes de tiempo (no caería esa breva).
Después del papeo y al igual que la noche anterior, nos quedamos frente al carromato en animada tertulia. Siempre me ha parecido una hora mágica el charlar en el exterior, después de cenar, bajo las estrellas, en el campo o en la escollera de Tarragona frente al mar, sintiendo la brisa del mar, el olor a salitre y el rumor de las olas. Aquí solo tenemos las estrellas y un silencio sepulcrar, solamente roto por el lejano chirriar de la dragalina, pero el calor humano lo compensa todo. En mis recuerdos saharianos quedaron grabadas aquellas tertulias como momentos muy agradables en buena compañía. En general, mi estancia en el Sahara, y de forma intensa durante la semana pasada en el carromato, me permitió disfrutar de la meditación, pero no de la espiritual, sino de la terrenal, más “tangible”, buscando el porqué qué de las cosas, de las ideas, del futuro. Puedo afirmar que el estar “atrapado” en aquel desierto me cambió un poco la visión de la vida y, por lo menos eso, ha sido un valor añadido para el resto de mi vida.
26 de Mayo
Esta noche me toca el segundo turno, por lo que a las tres de la madrugada el Cabo manchego me despierta. Con ojos soñolientos salgo sin demora del carromato buscando el fresco y así despejarme, la noche es suave, me alegro, tengo que iniciar mi primera patrulla nocturna hasta la dragalina en construcción, un largo paseo en la absoluta oscuridad. Un soldado de Enero es mi pareja en la “romántica noche”. Con los cuatro cargadores llenos y el fusil colgado a la espalda, nos alejamos si mucho convencimiento, dejando al Cabo 1º supliéndome como Cabo de Guardia en la puerta del carromato. Esta nueva patrulla nos obliga a dormir menos a todos.
La oscuridad es total, pero los focos de la dragalina nos sirven de punto de referencia y, sabedores que debemos ir hacia el Este, caminamos tranquilos sin pensar que podemos desorientarnos.
Llevamos un buen trecho recorrido y el objetivo no aparece ¿nos habremos desviado? tengo la impresión que sí, pues la distancia que había calculado yendo con el camión no parecía superior a los dos kilómetros y tengo la percepción que ya los hemos andado sobradamente.
Las ligerísimas ondulaciones del terreno evitaban la visión directa de los focos de la dragalina, esta se debía encontrar a más de tres kilómetros, enfocando la enorme zanja, por lo que tampoco enviaba luz que nos permitiese ver el terreno, pero sí difuminaba una cierta claridad en los montículos artificiales que sobresalían en el horizonte, por lo que sin peligro de extravío, decido caminar en dirección Sureste. Minutos después, cesamos en nuestro intento, andar por aquella procelosa oscuridad no era agradable, por lo que decido regresar al carromato, el compañero está un poco inquieto, aquella soledad, los dos caminando solos por el desierto, imponía, a pesar de nuestros Cetmes. Ni se me pasó por la imaginación encender la linterna, hubiese delatado nuestra presencia ante posibles “fantasmas” de la noche, y en la oscuridad todos los gatos son pardos.
Apenas habíamos andado un corto trecho de regreso cuando en la tacaña claridad del horizonte se perfilaban unos bultos indefinidos a dos o trescientos metros de nuestra posición ¡objetivo localizado! solamente podía ser aquello, pero ¡coño! el lugar era inquietante, si nadie había, para qué hacía falta nuestra presencia? por el contrario, si estaba ocupado, nosotros dos, solos ¿que puñetas podíamos hacer? Hablando en susurros le comento a mi acompañante la conveniencia de no acercarnos en demasía y rodear prudentemente el lugar, el soldado suspira, como si de un peso se hubiese desembarazado. Con todos nuestros sentidos atentos y caminando sin hacer ruido, dejamos los fantasmagóricos bultos a nuestra izquierda, no parece haber nadie allí, el silencio es total, pero por si acaso, mantenemos una prudencial distancia.
Ya, a mitad del camino de regreso, se divisa con claridad los puntos de luz de los focos de la enorme máquina, nosotros, más relajados rompemos nuestro silencio e iniciamos una conversación monográfica sobre nuestra todavía inacabada excursión nocturna. El débil reflejo de la dragalina apenas delata la presencia del carromato, pero sí lo suficiente para que nosotros lo adivinemos a medio kilómetro, allí, indefenso en medio de aquel fondo negro.
Después de mi último relevo de la noche del centinela de la dragalina, me espera el poco cómodo pero ahora acogedor camastro del claustrofóbico interior del carromato.
Ya de día, este transcurre caluroso y soporífero, efectúo los relevos en mis turnos sin acontecimiento remarcables. El agua para beber está contaminado y nos produce retortijones, por lo que a media tarde desentierro de un agujero bajo el carromato un botellín de cerveza “El Aguila” que había enterrado durante la noche, con la esperanza que esté algo más fresco; inicio el trago e inmediatamente lo vomito, está asqueroso, nunca había bebido cerveza “calentada” y doy fe que era imbebible
En mi primer turno nocturno me encuentro mal, vomito la cena y debo abrigarme, los dos kilómetros que debo efectuar para el relevo del centinela se me hacen larguísimos, notablemente mareado, con escalofríos y un insistente temblequeo, me tumbo en la litera, aunque atento a cualquier aviso del centinela del carromato. En el siguiente relevo del centinela ya no me encuentro capaz de caminar otra vez la distancia y pido al soldado que vaya él solo, aprovechando que el Cabo 1º duerme y no se enterará.
Por fin a las tres de la madrugada despierto al otro Cabo y me acuesto derrotado, a la memoria me viene la Salmonelosis que pasé en Cabrerizas el año anterior y espero que no sea lo mismo, pues el aislamiento en el que estamos no haría posible cortarme la fiebre que en aquella ocasión me tuvo al límite del colapso. Me reconforta pensar que los síntomas no son los mismos, entonces llegué en breve tiempo a los 42º de fiebre y, de momento, ahora ya han pasado varias horas y parece que la fiebre no es muy alta, aunque el lamentable estado en el que me encuentro apenas me permite conciliar el sueño y paso el resto de la noche sufriendo un fuerte y vertiginoso mareo, dándome la sensación que voy en una barca con mar gruesa.
27 de Mayo
Con las primeras luces del alba y con fuerte diarrea, empiezo a efectuar frecuentes y acelerados viajes a defecar. El día, aunque menos caluroso que los anteriores –no sobrepasamos los 40º- se me hace bastante duro, sudoraciones, después extraños escalofríos y vuelta a sudar, me duele todo el cuerpo y estoy “chafado”, por fortuna el Cabo “manchego” durante la jornada hace todos los relevos del centinela de la dragalina.
Al atardecer parece que por fin vuelve a soplar viento del norte y afloja el infernal calor, retorna la esperanza de que finalice nuestro calvario térmico.
Es cerca de la media noche, estoy tumbado en la litera en un estado lamentable. la persistente diarrea me ha dejado vacío de fuerzas y, a pesar que me han traído cena de régimen, apenas he probado bocado; no me encuentro con ánimo de hacer el turno nocturno y tendré que pedir al “manchego” que esté toda la noche de guardia, esperando que pronto me recupere y poder dejarle dormir toda la noche de mañana.
Mientras me estoy plañendo a mi mismo, creo oír unas voces, risas y cantos lejanos, debo estar delirando, pienso, pero no, el centinela del carromato avisa que un grupo de personas se está acercando y, aunque la oscuridad impide verlos, por las voces parecen compañeros que vienen del destacamento.
Con gritos, cantando y nombrándome, irrumpen en el interior del carromato cuatro “abuelos” de Abril. -¡Furri! ¿cómo estás? ¿qué será, niño o niña? nos han dicho que estás jodido, je, je. Con síntomas claros de cierta intoxicación etílica, me dan ánimos, se habían enterado que estaba enfermo y decidieron caminar los cinco kilómetros que nos separaban para visitarme.
-Pero tíos ¿cómo habéis hecho para salir del destacamento a estas horas? les digo, a lo que el más bebido del grupito me contesta: -¡Passa tío! los “abuelos” no tenemos problemas, nos enteramos que estabas jodido y nos hemos dicho, vamos a ver a nuestro querido ex-furri… y aquí estamos ¡a tus ordenes mi cabo furriel! ¿que servicio mandas? je,je,je
A pesar de que desde Enero dejé de ser furriel, mis compañeros siempre me llaman “furri”. Les agradezco la visita, pero les pido que regresen al destacamento, temo les puede caer un puro impresionante. El Cabo 1º les advierte que él nunca los había visto allí, ya que su deber era dar parte de aquella anormal visita y, como no pensaba hacerlo por compañerismo, le podían “empurar” a él. Lejos de amedrentarse, prolongan su estancia a mi lado, a pesar que el limitado espacio del remolque apenas les permite moverse, el alcohol produce estos “milagros”. Recuerdo que no estaba de humor para seguir su cháchara, me encontraba francamente mal y el mareo era impresionante. Quizás se dieron cuenta que no les seguía mucho el rollo y, por fin, mis visitantes deciden volver al destacamento después de darme fuertes abrazos que recibo con resignación, dado mi mal estado. La pequeña tropa de “asirocaos” se aleja cantando y gritando sin desenfreno.
Me quedé preocupado pensando que al entrar al destacamento lo más normal sería que les descubriesen y si los de la guardia daban parte les podía caer un buen arresto. No fue así, según me enteré días después, entraron por el mismo lugar por el que salieron, en un lateral, en un punto en que todavía no estaba acabado el muro, y lo hicieron como a la salida, cantando en voz alta; lo increíble es que nadie les dijo nada y el Capitán no se enteró que cuatro soldados habían caminado diez kilómetros por el desierto, a media noche , sin permiso ni armamento. No recuerdo con exactitud quienes eran, sé que formaban parte de mi “grupetto” de amigos más cercanos. Me gustaría volver a verles, abrazarlos y recordar aquellos locos, jodidos y entrañables momentos.
28 de Mayo
El viento del norte apenas es perceptible, pero mantiene la temperatura a raya, se parece a un día normal de verano de mi Tarragona, pero sin humedad y un poquito más de calor. A media mañana, cuando la temperatura en el interior del carromato empieza a ser desagradable, me levanto de la litera y me acomodo en el porche, hoy sí se está bien en la sombra, el aire no es el caldo abrasador de otros días, aunque al Sol no es recomendable estar, sigue martilleando sin decoro alguno.
Por la mañana no desayuné, pero al mediodía sí he comido todo el alimento especial de régimen que me han traído, he recuperado ciertas fuerzas y el mareo ha desaparecido completamente, la diarrea ha remitido parcialmente, por lo que comunico al otro cabo que inicio los relevos. Esta pasajera indisposición ha colaborado en acentuar un poco más mi delgadez, excesiva en los últimos meses de mili. Llegué al Sahara, ya delgado, con 65 kg de peso y me licencié con 56 kg. por lo que perdí nueve, buena parte de ellos en Bucraa. Aunque la comida que nos daban, sin ser abundante, podía cubrir las necesidades de una persona normal, yo necesitaba comer más, cosas de mi metabolismo y en Bucraa no había donde comprar comida. También varias diarreas colaboraron.


Esta noche vuelvo a disfrutar de la tertulia post-cena, una finísima Luna creciente asoma sobre los montículos de tierra de la mina, insuficiente para iluminar la noche, pero adorna el cielo acompañando a las estrellas en nuestro decorado natural nocturno, vuelvo a sentir la magia del momento y mi estado de ánimo crece.
29 de Mayo
Pasadas las 2,00 PM y después de efectuar el relevo del centinela del monstruo mecánico, vuelvo a efectuar la patrulla nocturna hasta el “Decorado Daliniano”, me tocaba ayer, pero mi estado suspendió esa noche el servicio. Un gallego de Enero es mi compañero de patrulla, pero esta vez también nos acompañará el viento del Norte, no muy fuerte ni excesivamente frío. Equipados con jersey y sahariana, no incluimos la manta, habitual en las guardias y patrulla nocturnas en las destempladas noches del desierto, e iniciamos la marcha resignados.
La oscuridad es la misma que la de hace tres noches, al Este, el horizonte estrellado, sin luz alguna que reduzca el impresionante brillo, perfila el terreno nítidamente, por lo que si esta vez no nos desviamos, los bultos de la incipiente cabina y la enorme cuchara, forzosamente serán detectables.
Después de caminar poco más de un kilómetro, la perfilación del horizonte va deformándose y los bultos esperados van creciendo según avanzamos. A unos quinientos metros me paro y le digo a mi acompañante que hasta aquí hemos llegado. La noche no es completamente silenciosa, el viento lo rompe, pero deduzco que si alguien hubiese, desde el lugar en que nos encontramos nos daríamos cuenta y sentencio que aquel era un punto de observación suficiente y sin riesgo.
Durante media hora, en silencio, tumbados boca arriba y con las cabezas en dirección norte, con las gorras caladas y las siroqueras desplegadas para protegernos de la tierra y arena que el viento arrastra a ras del suelo, contemplamos la estrellada cúpula, tranquilos, sabedores que aquella oscuridad es nuestra mejor protección.
Con la Vía láctea “clavada” en mis retinas ¡nunca más volví a observarla tan claramente como allí! iniciamos el regreso al carromato a tiempo de cumplir con los nuevos relevos, mi noche será larga, ya que me toca devolver el favor al otro cabo y no habrá descanso para mí hasta que no vea el Sol, a pesar que mi estado físico todavía no es el adecuado.
La jornada transcurre sin novedades, vuelve el calor abrasador y nuestras “estrategias” para mitigarlo resultan inútiles. Al madurar la tarde, afloja el horno y crecen nuestros ánimos, pronto traerán la cena, se hará la oscuridad y disfrutaremos de nuestra tertulia nocturna bajo la impresionante Vía Láctea sahariana.
30 de Mayo
Esta noche no me toca patrulla a la “fantasmal” dragalina en construcción, puedo dormir cuatro horas seguidas y, además, ya me encuentro muy recuperado.
El día se inicia acompañado de una ligera brisa del norte, lo que permite mantener a raya la temperatura, esta no pasará de los 37 ó 38 grados, lo que, a diferencia de lo que sería en la Península, nos parece una bendición, después del torturador calor que hemos sufrido durante la semana en aquel viejo, claustrofóbico y poco confortable carromato. Ya tenemos ganas de regresar al destacamento y, a pesar de tener allí a los mandos, deseamos volver al calor del grupo y de los amigos. Me hago, como inminente despedida, una foto con el dichoso carromato a mis espaldas.


31 de Mayo
Hoy cumplo 23 años y coincide con nuestro relevo que nos devolverá al destacamento. Desde la caja del camión, observamos como el carromato va empequeñeciéndose según nos alejamos, pensando que ya no volvería a verlo, pues según mis cálculos, la Compañía volvería a Cabeza de Playa antes de completarse la rueda de cabos y, también, llegaría mi licenciamiento, sin embargo, todavía regresaría allí de patrulla en más de una ocasión a causa de los estados de alerta que se producirían en las próximas semanas, se avecinaban “malos e inquietantes vientos” en el todavía Sahara español.
Siempre he recordado aquella semana en el “CARROMATO”, como una experiencia singular, con aquella soledad, horas para pensar, de no pensar y dejar la mente adormecida para mejor aguantar el calor. Apoyarse en los compañeros de circunstancia, superar la gastritis, disfrutar de las tertulias bajo las estrellas, los procelosos paseos al “Escenario Daliniano”, semana de claroscuros, sensaciones agridulces, resignación de meses de “destierro en el desierto”, esperanza de que llegará el final y podremos regresar a casa.

Marín Ausín, Albert. (T) 28-12-2009
Infantería.
Cabeza Playa, Bu Cráa. 1973-1974
Cabo Furriel de Agosto del 73 a Enero del 74 en la 2ª Cia. de Cabrerizas.


Otros relatos del mismo autor:
Relato 026.- “UN DÍA EN EL BATALLÓN DE CABRERIZAS”
Relato 028.- “EL CORONEL DEL TERCIO VISITA CABRERIZAS”
Relato 029.- “MI TRASLADO AL SÁHARA”
Relato 063.- «EL CENTINELA DE ATLAS”
Relato 068.- » ‘EL CARROMATO’ DE BUCRAA”
Relato 073.- «EL CAPITÁN Y EL FURRIEL”